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La pura puntita

Zoom

Tres poemas del último libro de León Plascencia Ñol.

Zoom es la onomatopeya anglosajona para rapidez. Y es también el libro de poesía del tapatío León Plascencia Ñol, donde rescata imágenes de la velocidad y les encuentra un lugarcito. A León lo conocemos por sus maravillosos textos de viaje (que por supuesto incluye su poesía), su paraguas en forma de katana y los armazones de colores de sus lentes. Zoom acaba de ser publicado por el Instituto Veracruzano de Cultura, y además tiene comentarios de Eduardo Chirinos, Eduardo Milán, Julio Trujillo y Ángel Ortuño. Este miércoles 22 de mayo, León leerá junto con Sergio Loo, Marco Antúnez Piña y Víctor Toledo, a las 19:00 horas en el bar Las Hormigas de La Casa del Poeta, ubicada en Álvaro Obregón no. 73, colonia Roma. ¡No faltes!

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Dhikr

Lo dijo el árabe aquella noche
y lo repito un poco toscamente para decirlo así:
no estás aquí, ni mucho menos allá. Qué ineptitud la mía
para descubrir el Secreto.
Todo adentro de una ánfora: lo deseado,
el deseo y quien desea.
Entendámonos un poco para aligerar las cosas.
La foto sí está, no el cuerpo que le pertenece.
Del año 601 (no de nuestra era occidental: me confundo
con los números) hasta la fecha,
pasan las nubes y hay cielo,
a veces vacas, caballos y ovejas,
naves que estallan en tristezas, animales
que como uno, tienen la depresión a flor de párpado.
Me perdí, iba por otra cosa. Lo dijo
el árabe: “Shajarat al-Kawn”.
De su foto y su cuerpo, prefiero los dos.
¿Es mucho pedir? Aquí hay playa, aquí
hay arena y olas, demasiadas olas:
paraíso. Dios dijo: hágase.
Me he perdido
en este exilio, hablo sobre el tiempo, abro
la mano y la extiendo para saber si llueve
pero nada moja esta palapa, sólo el sudor.
De la montaña a este sitio es poco lo que resta,
es como si llegaran los pelícanos,
las gaviotas y el martín pescador.
En el Libro de las Revelaciones no encontré
la cita que quería. Mejor,
que caigan de mis brazos a los suyos
cien anturios y asfódelos.
Estoy perdido. Quién fuera tú para suprimirlo todo.

Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes encerrado en una celda

He volado por el mundo,
mi flaca lo sabe. Ayer
por la tarde recibió una postal
de la nube accidentada de Zimbabwe.
Hace dos meses la mandé y lo había olvidado,
como aquella otra de Lisboa que nunca llegó
y tuve que describírsela. Mi flaca es una fiera
que quiere saberlo todo. Por ahora voy y vengo
entre aviones y aeropuertos, entre cielos
de un color distinto y sé que prefiero sus ojos,
el gris desnudo de la tarde.
Turbulencias aparte, al descender en Mazatlán
creí ver a un ángel jugar con la hélice y en mi estómago;
en Madrid llovía; en San Pedro Sula la pista era un río;
en Bogotá vi una serpiente que parecía la cordillera de los Andes,
aunque era de noche y los whiskys saben mejor para el sediento.
He visto montañas, ríos, planicies, volcanes
y escojo sentarme en el pasillo. La claustrofobia, digo
a quien me lo pregunta. Ya se sabe, nunca
he visto un falcinelo pero sí las caderas de mi flaca
que me espera ansiosa a mi regreso.
Cuando vuelo, pienso en Juan de Yepes
encerrado en una celda y abrocho mi cinturón.
Soy torpe y asimétrico mi vida, mas de física
cuántica nada sé y de navegación aérea tampoco.
Disfruto. Mira esa nube, se parece al rostro de mi flaca.
Señorita, ¿cuánto falta para que lleguemos?

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Dromomanía

Íbamos como volando,
la flaca manejaba. Dramamine al lado.
Un mar de cañas se extendía, a veces Yokota
o Bill Evans rondaban ligerísimos.
–Disminuya su velocidad, el letrero. Máximo
ochenta y los pájaros aturden. La velocidad
no es rapidez, es sobresalto
y salto en copiloto. –Cuidado aquí,
un bache, aquel auto se aproxima, rebasa ya.
Cuánta violencia, Dios mío. El valle viene
después de la subida y cambia la flaca
de velocidad. Una nube olmos sauces huizaches
fragilísimos margaritas en el borde autos
que van quedando atrás. Hay
negro y la lluvia se aproxima
como ese pueblo que ahora estaba aquí
y ya se aleja. Qué fiero asunto
la fiereza de mi flaca manejando
en el Grand Prix de la carretera de insectos
de dos cabezas. Me equivoco,
no son cabezas, así copulan.
Una nube
otra dos nubes nubes negras nubarrones plaga
negra los insectos.
Nos aproximamos.
Llegaré algún día y veré
la flor que brota frente al río.

Ahora que la hora mora en mi regazo puedo decirlo

Cualquier hora es buena para exaltar las vías de agua de una enamorada
y aun para calibrarlas.

Gerardo Deniz

¿Por dónde va el asunto?
Era de aire la montaña y no sé para qué lado se fue la dirección. Un poco de
sofoco y las manos. Espuma de alzar el azul, vertical
el dedo. En su punta, un seno.
–Empiezan a mejorar las cosas –dijo.
Y apoyó su cabeza en el equipal que tenía para esas situaciones harto inhibitorias.
Luego la lengua, ay, la lengua electrizada.
–Nada de calostro. –Señor, eso no se dice.
¿Qué hubo de sagrado?: la mano izquierda bajando el cierre y después calibrando
la vía.
Interrumpo, pero también las nubes.
Ya se ve. No soy oceanógrafo, ni astrólogo o chamán y me importan poco los
océanos de este lado de mi espalda.
Seguimos: no hay dirección; un perro solamente, o fue el rabino Löw (así se llama
mi gato negro y de barro, no se piensen otras cosas) quien sonreía tímidamente
en la esquina por él transfigurada.
–Te huele la mano demasiado y no encuentro el búcaro –dijo.
¿Ahora qué sigue?
Vi sus cicatrices y sus ojos cerrados: rastros de un nombre que pensaba era el mío.
Contorsionista por momentos, eso lo supe más tarde, cuando el calor y otras
charlas de sobremesa llevaron mi mano a restregarse en la nariz.
Cayó la noche (cf. todos) y la Osa Mayor entre la ventana rota y la palmera.
Inventar se puede.

Anteriormente:

Sentido común, simulación y paranoia

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