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Cultură

Me comí la placenta de mi bebé

La consumí en cuanto salió de mis entrañas.

Cansada de ingerir pastas en todas las comidas y aderezos (con eso entiéndase mantequilla y aceite), he leído muchísimos blogs culinarios hasta encontrar cosas en verdad extrañas, como makis de foie gras o smoothies de placenta. A primera vista creí que se trataba de una fruta tan exótica que no la conocía. Pero, en efecto, por placenta se refería a placenta: el órgano que nutre al feto de agua, oxígeno y nutrientes durante su crecimiento. Además es la prueba no viva de que la belleza no viene del interior, porque es tan feo como la ex de tu novio o un riñón.

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Luego de una rápida búsqueda en Google, parece que comer tu placenta es una práctica común en China. Cada vez se hace más en Estados Unidos y en algunos países jipis como Alemania. Este órgano lleno de coágulos gigantes puede comerse crudo, cocido o frito, pero también puede consumirse en forma de cápsulas, lo que me parece mucho más razonable.

Como tenía curiosidad de saber si esta práctica gastronómica ha ganado adeptos, me suscribí en todas las páginas de mujeres embarazadas para encontrar una comunidad de devoradoras de placenta. Después de muchos rechazos, conocí a Marie, una joven madre que aceptó que la entrevistara. Así que la llamé para que me platicara cómo era comerse esa madre que ha marinado dentro de su propio útero durante nueve meses.

Marie prefirió mantener el anonimato.

VICE: Hola, gracias por aceptar hablar conmigo. Muchas personas se negaron.
Marie: Yo también dudé en aceptar. Es algo muy íntimo.

¿Cómo llegas a decir: “A ps, me como mi placenta”?
Ayudé a mis gatitas en muchos partos. Yo veía que se comían la suya y pensé: “¿por qué yo no?” Todos los mamíferos (incluidos los herbívoros) comen su placenta. Y supuse que había una razón para hacerlo. Así que me puse a investigar y descubrí que no era la primera a la que se le hubiera ocurrido.

¿Consultaste con alguien esto?
Mi esposo no quería ni oírme hablar al respecto. Me decía que era asqueroso, y que no podría volverme a mirar a los ojos si lo yo hacía. Hablé con mi comadrona (tuve el parto en casa) y me explicó todas las virtudes del asunto: la placenta está a reventar de hormonas y vitaminas, en fin, exactamente lo que se necesita después del parto.

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¿Y sí funcionó?
Mi parto duró 29 horas. El bebé nació a las cinco de la mañana, y al mediodía yo ya estaba caminando.

Wow, 29 horas… ¿Cómo fue… exactamente?
Una vez que el bebé salió, todo era euforia. La comadrona me preguntó si todavía quería comer un pedazo. Le dije que mi marido seguía reticente. Ella se rió, lo sermoneó, cortó un cacho de placenta y me lo dio.

¿Es legal?
¿Por qué no lo sería? No creo que esté penalizado. ¿Por qué alguien querría evitar que alguien más comiera su propia placenta?

Sí, bueno… a veces pasa. ¿Y qué tal desde el punto de vista culinario?
Se derrite en tu boca.

¿No la cocinaron? Leí recetas en la que te dicen cómo preparar smoothie de placenta.
Nah. Creo que si hubiera tenido tiempo de cocinarla, mi caparazón cultural (que se había agrietado a lo largo de 29 horas de gritos y dolor) hubiera vuelto a su normalidad y no la habría comido.

¿Qué hicieron con el resto? ¿Lo deshidrataron para hacerlo cápsulas? ¿Lo enterraron en el jardín?
Primero pensé en enterrarlo en el jardín, bajo un árbol, no tanto por lo simbólico que eso pudiera resultar sino por hacer buena composta. Pero la tiré a la basura.

Oh. ¿Y ahora cómo se sienten al respecto?
Al principio no lo contaba. El parto a domicilio ya era demasiado extravagante. Luego, con el tiempo, me fui haciendo a la idea. Como si hubiera sido parte de un tratamiento.

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