He salvado a cientos de personas de suicidarse en el Golden Gate

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He salvado a cientos de personas de suicidarse en el Golden Gate

Todos los días, numerosas personas tratan de saltar desde el Golden Gate con el objetivo de acabar con su vida. Y otras se dedican a intentar convencerlas de que no lo hagan.

Kevin Briggs trabajó para la Patrulla de Carreteras de California entre 1990 y 2013, un periodo durante el cual pasó la mayor parte del tiempo recorriendo el trayecto que abarcaba el Golden Gate. Si bien el puente ofrece unas de las vistas más espectaculares del mundo, tiene un lado oscuro, puesto que es el lugar de EUA donde más suicidios se producen. Esta es la historia de su experiencia narrada con sus propias palabras.

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Llegué al área de la Bahía el 5 de diciembre de 1983, justo después de haber pasado una temporada en el ejército. Lo recuerdo porque era mi cumpleaños. En 1987 me incorporé al Departamento Correccional y en 1990 me uní a la Patrulla de Carreteras de California.

Trabajé en Marin, un condado muy grande que comienza justo al otro lado de la bahía y se une al condado de San Francisco mediante el Golden Gate. Marin estaba a cargo del puente. El trabajo allí me gustaba mucho, pero por aquel entonces desconocía que tenía un lado oscuro. No era un tema del que se hablara mucho. Teníamos entre cuatro y seis llamadas cada mes de personas que se querían suicidar tirándose del puente, que Joseph Strauss, el ingeniero encargado de su construcción, definió como "a prueba de suicidios".

Cuando me enteré de que aquello formaba parte de las rondas, me enfadé mucho. No tenía formación para esas cosas

"Suicidarse en el puente", dijo Strauss en su momento, "no es ni práctico ni probable". Según la Bridge Rail Foundation, organización dedicada a evitar suicidios en el puente, cerca de 1.600 personas han saltado al encuentro de la muerte desde su inauguración en 1937.

Cuando me enteré de que aquello formaba parte de las rondas, me enfadé mucho. No tenía formación para esas cosas. Era un falta de respeto para aquellas personas que estaban a punto de saltar de la baranda, y a mí no me beneficiaba en absoluto, tampoco. Pero ya ha llovido mucho desde entonces y las cosas han mejorado. Ahora estas llamadas las atienden profesionales veteranos y psicólogos. Mi primera llamada fue de una señora que estaba muy abatida y que seguramente no tenía hogar. Había tenido la misma vida dura que la mayoría de los que decidían saltar. Por lo general, eran personas que habían pasado por muchas dificultades a lo largo de los años. La mayoría sufría enfermedades mentales, casi siempre depresión. Yo no sabía muy bien cómo abordar la situación y empecé a tartamudear al hablar. Me costó mucho, pero finalmente conseguí convencerla. La verdad, creo que sintió lástima de mí, porque fue un desastre. Como policía, te enseñan a controlar determinadas situaciones. Llegas, te encargas de todo y sigues adelante. Pero con los casos o negociaciones que involucran una enfermedad mental, es muy importante guardar la calma. Debes tomarte tu tiempo y llegar a entender bien la situación. Lo que empecé a hacer fue caminar hacia estas personas, manteniendo un poco la distancia, y les pedía permiso para acercarme. "¿Puedo hablar contigo un momento?". Que un policía les pidiera permiso siempre los sorprendía y era un buen comienzo, ya que la mayoría de las interacciones que la gente tiene con la policía suelen implicar recibir órdenes de la autoridad. Una vez que me daban permiso, intentaba colocarme debajo de ellos. Era aconsejable estar situado en una posición más baja. Me arrodillaba e intentaba captar toda su atención a través de la barandilla.

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En el trabajo nos han formado para escuchar atentamente y usamos un lenguaje corporal abierto como no cruzar las manos o los brazos. Nunca hacemos preguntas que comiencen con "por qué", ya que al responder podrían sentirse culpables. Es muy importante no juzgar, dejar que cuenten su historia siempre y cuando quieran seguir hablando. Solo hablas para hacerles saber que estás prestando atención, no para interrumpir. Tienes que prestar atención. Es mucho trabajo y al final acabas agotado.

A veces había conductores que gritaban desde sus coches. '¡Salta! ¡Salta, hombre! ¡Da para una buena foto!'

Normalmente no cruzábamos la barrera para agarrar a una persona que va a saltar. He tenido que forcejear con algunas personas en el momento en que trataban de cruzar la barandilla. Pero una vez que la han cruzado, no puedes hacerlo. Si intentas coger a alguien, su primer instinto será alejarse. No quiero perderlos de esa manera. Pero la razón principal por la que no conviene tirar de ellos es que, si se arrepienten y vuelven por su propio pie, se sentirán mejor consigo mismos. Se necesita valor para hacer eso. A veces había conductores que gritaban desde sus coches. '¡Salta! ¡Salta, hombre! ¡Da para una buena foto!'. Tonterías del estilo. A veces había atascos porque la gente se quedaba mirando; los que iban detrás, como llegarían un par de minutos más tarde a casa, bajaban la ventanilla y se ponían a gritar, cabreados. Toda la comprensión que intentabas demostrar quedaba anulada porque la persona que iba a saltar te decía, "¿Lo ves? ¡A nadie le importa!" Te lo ponía todo más difícil.


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Perdí a dos personas con las que hablé directamente. Con una de ellas no pude hablar durante mucho tiempo. Era un tipo muy agradable. No me dijo su nombre. No me dijo cómo llegó a esa situación, ni cuál era su historia. Pero algo estaba ocurriendo en su vida, y finalmente se dio la vuelta, me estrechó la mano y dijo, "Kevin, tengo que irme, mi abuela está ahí abajo". Su abuela había fallecido. Me dio las gracias y saltó. No había nada que pudiera hacer. La gente suele preguntar por qué. ¿Por qué el Golden Gate? Es el puente en sí, y el romanticismo asociado con él. La mayoría de la gente salta pensando que es una puerta de entrada a algún lugar. Piensan que el agua los va a limpiar. Quieren ver el paisaje antes de irse. Mucha gente ha dicho que saltar del puente es la forma de cumplir su objetivo. Tienen razón. Cuando alguien salta, experimenta una caída libre que dura cuatro o cinco segundos. El cuerpo golpea el agua a 120 kilómetros por hora. El impacto te rompe los huesos, algunos de los cuales perforan los órganos vitales. La mayoría muere por el impacto. Es probable que quien logre sobrevivir a la caída, se ahogue. Por supuesto que perder a alguien te afecta. Solíamos lidiar con los problemas a la vieja usanza: salir, tomar una copa, cerrar la boca, y volver al trabajo. Pero ahora la situación está mejorando. Podemos acudir a un psicólogo de forma gratuita y mantener la confidencialidad. Además, si hablaste con alguien que saltó, ya no tienes que llevar tú el caso. Otro agente se hace cargo. Acudirán a la Guardia Costera, verán el cuerpo, hablarán con testigos y harán un informe. Y me parece muy buena manera de hacerlo. No me gustaría tener que bajar y observar el rostro de lo que considero "un fracaso". Sigue a Rick Paulas en Twitter.