¿Tener una aventura en realidad virtual también se considera infidelidad?

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¿Tener una aventura en realidad virtual también se considera infidelidad?

No puedes contraer una ETS tocando el televisor ni dejar embarazada a la pantalla de tu smartphone.

Hacía seis años, desde antes de casarme, que no tocaba a una mujer y entonces lo hice en las circunstancias más peculiares. Estaba acariciando las manos de una mujer joven y recuerdo haber pensado: Ni siquiera sé cómo se llama .

Transcurridos 30 segundos, la experiencia me sobrepasó y tuve que parar. Me quité el dispositivo Oculus Rift con un gesto brusco y me levanté de la silla, aturdido. Había sido una experiencia intensa, de la que salí convencido no solo de que la realidad virtual representaba el futuro del sexo, sino también de las infidelidades.

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De acuerdo, puedo estar equivocado. Cuando se lo comenté a mi mujer, soltó una risotada. «Solo es un programa de software. Una mujer sexy hecha de unos y ceros que tu córtex visual interpreta como real», respondió.

Quizá mi mujer tanga razón, pero yo no podía dejar de pensar en una cosa: ¿qué ocurre cuando la sensación que produce ese software parece incluso más real que el acto en sí mismo?

Mis escarceos con la infidelidad virtual empezaron después de una charla que di en la conferencia WEST (Wearable, Entertainment & Sports Toronto). Alineadas a lo largo de los pasillos del centro, las distintas empresas de desarrollo de dispositivos y software habían dispuesto mesas en las que exhibían sus productos, una excelente selección de aparatos con los que juguetear. Acudí a una sesión ofrecida por Cinehackers, que prometían una experiencia similar a una película con el Oculus Rift.

Cinehackers había ideado una forma de hacer que los espectadores pudieran ver una película con perspectiva en primera persona, similar a Cómo ser John Malcovich .

Momentos después de colocarme el Oculus Rift y los auriculares, ya estaba inmerso en su programa cinemático. Uno podía olvidarse fácilmente de que estaba viendo un programa y no la realidad. La película en la que le di la mano a una joven se titulaba I Am You.

Aunque el sexo en el ámbito de la realidad virtual se ha explorado ampliamente, incluso con trajes hápticos que permiten disfrutar de una inmersión total, el concepto de la infidelidad digital y las difusas implicaciones morales de esta siguen en terreno desconocido.

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«No supone ninguna diferencia que la infidelidad se produzca en persona o por internet, ya sea mediante porno, webcams, redes sociales u otra tecnología digital», afirmó Robert Weiss LCSW, CSAT-S, psicólogo y experto en el estudio de la relación entre la tecnología digital y la sexualidad humana. «Una aventura en el "mundo virtual" resulta igual de dolorosa para un cónyuge como lo sería una con alguien de carne y hueso».

Era la respuesta más frecuente entre las personas con las que hablé del tema, aunque esa interpretación no me convence del todo. En Occidente, muchas personas consideran que el porno es una forma aceptable de obtener placer, en parte porque creen que no tiene mayores implicaciones en el mundo físico. Ver un vídeo u hojear una revista porno no es tan real, al fin y al cabo. No puedes contraer una ETS tocando el televisor ni dejar embarazada a la pantalla de tu smartphone. Solo los más puritanos y mojigatos argumentarían que con esta práctica se está infringiendo algún tipo de código moral. Entonces, ¿en qué momento se traspasa esa línea moral? ¿Cuándo podría tu pareja poner fin a la relación acusándote de haberle sido infiel?

Posiblemente ese momento lo determine el progreso tecnológico y, por mi experiencia en WEST, llegue antes de lo que la gente cree.

Durante las próximas décadas podríamos ser testigos de un cambio en la forma en que amamos a las personas debido al sexo virtual. No me extrañaría que llegara un día en que alguien pudiera romper con su pareja porque esta usara el sexo virtual como vía de escape, mientras que, antiguamente, el consumo de porno ocasional se toleraba. La razón es que el sexo virtual es mucho más poderoso y una experiencia realmente inmersiva que muchas parejas pueden percibir como una amenaza real a la relación.

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El porno nunca me ha llamado mucho la atención, en parte por la historia que oí una vez, de joven, de un pollo que no dejaba de intentar aparearse con otro pollo que en realidad era una figura de cartón recortada. Nunca pude evitar asemejar aquella escena con lo que sucede cuando vemos porno.

Pero la realidad virtual es muy distinta, ya que se estimulan muchos sentidos de forma real. Y esos estímulos serán cada vez más intensos, más allá del elemento visual. En el futuro, los artilugios sexuales, como los trajes hápticos y otros dispositivos que emulen la realidad, serán cada vez más comunes. Incluso hay una empresa que se dedica a crear olores para videojuegos, algo que fácilmente se podría aplicar al mundo del sexo virtual.

El principal dilema de mi experiencia virtual en Toronto no giraba solo en torno al sexo o a la intimidad, sino que estribaba en la pasmosa facilidad con la que se podía encontrar el amor. Creo que ese es el aspecto que supondrá un desafío para las parejas. No queda muy lejos el día en que podamos establecer vínculos íntimos con avatares casi perfectos, incluso a imitación de actores famosos de Hollywood o célebres modelos, tal como se ofrece en Cinehackers. Podemos construir castillos y paraísos con esas personas virtuales en Second Life o en cualquier otra parte. ¿Cómo podrían competir con eso nuestras parejas de carne y hueso, con sus defectos biológicos? ¿Volveremos a obtener satisfacción en el mundo físico? La incómoda verdad es que tal vez no.

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Tradicionalmente, la fidelidad se ha utilizado como forma de preservar la línea genética los recursos de una comunidad de individuos. Pero, ¿ello se debe a que no han surgido nuevas amenazas que pongan en peligro la fidelidad? La mayoría opinaría que el consumo de porno no supone una amenaza para la fidelidad, pero, ¿opinarían los mismo en el caso de una relación sexual con un robot que pareciera una persona de carne y hueso?

Mis amigos me han dicho muchas veces que nunca se acostarían con un robot. Cuando les pregunto por qué, no saben darme una respuesta justificada, a excepción de que «no parece correcto».

Ese «no parece correcto» es un concepto que algunos denominan valle inquietante y que fue acuñado hace 40 años por un profesor japonés del Instituto Tecnológico de Tokio. La hipótesis afirma que los humanos experimentan una sensación de rechazo ante la visión de un robot cuya apariencia y comportamiento se asemejan demasiado a los del ser humano. Sin embargo, esta teoría parece quedar refutada por la creciente expansión de la industria de la robótica aplicada al sexo.

Emma Cott, del New York Times, recientemente escribió un artículo sobre un fabricante de muñecas sexuales que parece respaldar esta tendencia: "El creador de RealDoll afirma haber vendido más de 5.000 muñecas desde 1996, con unos precios que oscilan entre los 5.000 y los 10.000 dólares. Sus dueños pueden decidir el tipo de cuerpo y de piel, de pelo y el color de ojos de sus modelos… Incluso se está fabricando una con dedos de los pies personalizados para el cliente».

No es que tenga intención de llevarlo a cabo en un futuro próximo, pero personalmente, me sentiría más cómodo con un escarceo extramatrimonial en el ciberespacio que con un robot físico que me preguntara mi nombre o cómo me ha ido el día. Creo que mi mujer –y cualquier pareja aludida- sentiría lo mismo. Por esa razón, considero que el sexo con robots no perdurará en el tiempo como lo hará el sexo virtual, mucho menos complicado.

Pase lo que pase, las viejas normas de la fidelidad están destinadas a cambiar drásticamente, no porque haya más o menos tolerancia, sino porque los avances tecnológicos forzarán el cambio en nuestro cerebro con seductores unos y ceros.

Puedes contactar con el autor por email

Traducción por Mario Abad.