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Las precuelas son lo peor

He gastado dinero en demasiadas precuelas de mierda como para seguir guardándome mis palabras.
Jar Jar Binks (I) y Johnny Depp (D) como Grindelwald
ALAMY / © Warner Bros. 

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

La semana pasada, en contra de nuestro buen juicio mi mejor amigo y yo vimos Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald. Como Millennials que detestan las precuelas de mierda a franquicias de películas amadas —Star Wars, Lord of the Rings, mierda, incluso X-Men— queríamos ver si la última película atada a J.K. Rowling sería divertida para explorar el mundo antes de Harry Potter.

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Bien, déjame decirte que, The Crimes of Grindelwald es otra precuela verdaderamente de mierda. Para empezar, Grindelwald —un hechicero malvado contra quien Albus Dumbledore se enfrentará eventualmente— es interpretado por Johnny Depp. Se supone que Grindelwald es un fascista seductor: el mago equivalente a Adolf Hitler (la película ocurre en los años 20). Depp interpreta este personaje bailando por ahí en una capa negra, luciendo lentes de contacto y un peinado al estilo Tilda Swinton (nota al margen: Swinton habría sido genial como Grindelwald) y murmullando sobre el amor libre y la crueldad de los Muggles con una ambigua influencia británica. Es un Voldemort decadente con estilo glam-rock y con una adicción a la metacualona.

Peor aún, nada de importancia pasa en la película. Son dos horas de construcción de mitología. Hay literalmente árboles familiares que revelan el linaje de los personajes venideros como Bellatrix Lestrange, cameos aleatorios de leyendas del Potterverse como Nicolas Flamel (el tipo que descubrió la Piedra Filosofal), una salida de campo a Hogwarts que le recuerda a la audiencia los buenos tiempos cuando Rowling todavía estaba escribiendo los libros y se sentía como si todo pudiera pasar en el mundo mágico.

¿Por qué sigue pasando esto? ¿Por qué los estudios siguen jodiendo con precuelas a las franquicias queridas? La precuela podría ser un ejercicio del capitalismo descarado —un instrumento para mantener a una audiencia regresando a una franquicia a la que simplemente no puede renunciar— pero en teoría, esto debería garantizar a los cineastas una licencia creativa para hacer lo que se les dé la gana. Y sin embargo, en lugar de experimentar y re-escribir las leyes universales de sus franquicias, los estudios tratan a las precuelas como fertilizantes para las películas que ya hemos experimentado, y está estrategia no se traduce en películas geniales.

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Tomemos como ejemplo a Solo, que se estrenó este verano para obtener críticas "meh". Una precuela de Star Wars como Solo requiere no solo que desmitifiquemos nuestras memorias del inimitable pirata espacial de Harrison Ford, sino que también supone que aprender cómo Han Solo se convirtió en Han Solo mejorará esos recuerdos. No funciona así. Los personajes icónicos del cine poseen una cualidad enigmática que pone a prueba nuestra imaginación. The Crimes of Grindelwald nos presenta a un joven Dumbledore interpretado por Jude Law (quien es excelente), pero ¿necesitamos saber exactamente cómo Dumbledore pasó de ser profesor de Hogwarts a ser el legendario director y el mejor de todos los tiempos en el mundo mágico?

Las audiencias ven precuelas porque quieren divertirse. Las historias de origen interminables no son divertidas—es como la obsesión de tu abuelo con la genealogía. Los abecedarios de mitología como Solo, The Crimes of Grindelwald, y las precuelas de Star Wars dirigidas por George Lucas no se permiten a sí mismas tener un ancho de banda para resaltar del modelo canónico de la franquicia. Son imitaciones a medias de películas reales de Star Wars o Harry Potter. Y desde una perspectiva capitalista, las precuelas a medias son una mediocre inversión a largo plazo. Las audiencias saben cuando las están masturbando, y hay un límite de precuelas vacías que están dispuestas a sentarse a ver antes de que abandonen la franquicia.

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El status quo apesta, pero ¿qué pasa si los estudios se desprenden del mandato creativo que tienen sobre sus escritores y directores? ¿Qué pasa si los cineastas responsables de las próximas precuelas adoptan nuevos dogmas que resultarían en mejores películas?

Puede que yo sea un humilde civil que asiste a cine, pero he gastado dinero en demasiadas precuelas de mierda para seguir guardándome mis palabras. Así que permítanme sugerir tres simples reglas para hacer precuelas geniales.

Regla #1: Sin límites

Las precuelas nunca serán duplicados de las películas originales, ¿así que por qué no dejamos ir esa idea errónea e intentamos algo diferente? Eso fue lo que James Mangold hizo con Logan, que fue mejor película que lo que cualquier secuela de X-Men pudo ser alguna vez. Era oscuramente divertida, brutalmente violenta, tenía canciones de Johnny Cash, y era estrictamente para adultos—un híbrido entre road movie y Western con un montón de matones siendo reducidos a pedazos con las garras de Adamantium de Wolverine. Logan fue una separación radical de las películas anteriores de X-Men que eran cargadas de mitología y amigables con la familia, ¡y a la gente le encantó!

Imagina si en lugar de hacer Solo, los ejecutivos de Star Wars hubieran dado luz verde a una precuela de Chewbacca en la que Chewie caza y masacra un pelotón de Stormtroopers en un planeta con bosques de nubes. Sería como Predator pero con un Wookie desmembrando a los soldados. Sería una aventura independiente divertida, llena de sangre, y completamente loca—una oportunidad para cumplir con esos momentos en las películas de Star Wars cuando Han Solo alude al salvajismo de Chewie cuando está de mal humor ¿Recuerdas esa gran escena de A New Hope cuando Han menciona que los Wookies son conocidos por “¿arrancar los brazos de las cavidades de la gente cuando pierden?” Una película de Chewbacca podría mostrarnos eso.

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De alguna forma, Star Wars: Rogue One de Gareth Edwards pavimentó el camino para la creación de una precuela extravagante como esta. (SPOILER ALERT) Los rebeldes que roban los planos de la Estrella de la Muerte están todos muertos para cuando termina Rogue One. Esta es una definición sorprendentemente macabra para una película dentro de una franquicia que es mejor conocida por su elevación bombástica. Consolida a Rogue One como una historia autónoma diferente dentro del universo de Star Wars. Y provee una buena transición para la siguiente regla para hacer precuelas geniales.

Regla #2: Sin profecías

¿Recuerdas lo genial que fue Thor: Ragnarok? Habla con cualquier persona de ella y escucharás cosas como, "Nunca en mi vida había imaginado que necesitaba enfrentamientos alienígenas entre gladiadores" y "¿Por qué tardó tanto tiempo Jeff Goldblum en interpretar a un lord del espacio intergaláctico?" Lo que no vas a escuchar es a la gente hablando efusivamente sobre cómo la película creó cimientos para las próximas historias en el Universo Marvel. Porque, ¿a quién le importan las profecías cuando tienes al fallecido Stan Lee dándole a Thor un corte de cabello con una sierra eléctrica? Una precuela genial siempre debería adoptar la diversión a corto plazo y una innovación primordial.

Reimaginemos The Crimes of Grindelwald con esta regla en la mente. De hecho, desechemos la serie completa de Fantastic Beasts y visualicemos esto—una precuela que presenta a los jóvenes Dumbledore y Grindelwald teniendo todo tipo de aventuras eróticas juntos en el mundo mágico equivalente a la República Alemana de Weimar. Obvio, los niños seguramente tendrían que saltarse esta película, pero, ¡tendríamos una mirada sin precedentes a la forma en que los hechiceros tienen sexo! Tendríamos orgías literalmente encantadas con serenatas de bandas de funk de duendes (un cameo de Jarvis Cocker haría que valga la pena el precio de entrada) y si los cineastas quisieran aprovechar al máximo la influencia de Weimar, podrían utilizar la última mitad de la película representando el tórrido enfrentamiento entre Dumbledore y Grindelwald. Sabemos que las libertades sexuales y artísticas de la Alemania Weimar fueron erradicadas por los nazis. La resolución agridulce de la película pronosticaría un capítulo similar de oscuridad en el mundo mágico, pero no a costa de tener una fiesta y flexionar su creatividad como músculos bien aceitados.

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Si existe una palabra saborear de la última afirmación, es pronosticar. Porque eso es lo máximo a lo que debería aspirar una precuela, cuando se trata de metas narrativas que se extienden más allá de la precuela misma. Y eso lleva al dogma más crucial al hacer precuelas geniales.

Regla #3: No son la gran cosa

Esta es la verdad sobre las precuelas: no importan. Eso no quiere decir que una precuela no valga tu tiempo o tu dinero. Pero en el sistema general del universo al que sirven las precuelas, son inherentemente innecesarias. Piensa en esa cerveza negra putamente rara impregnada de miel que tu cervecería artesanal local acaba de agregar a su línea de producción. Negarse a beber la cerveza rara no va a arruinar tu apreciación de la cerveza en general—no te vas a perder nada crucial al no beberla—y la cervecería artesanal sabía esto. Hicieron su cerveza extraña tan esotérica y atractiva como pudieron porque, ¿qué podían perder? ¡Nada! Sus cervezas insignias se van a seguir vendiendo y sus bizarras cervezas de lotes pequeños mantendrán a los clientes más leales en un estado de intriga.

Una precuela realmente genial es el equivalente cinematográfico a una cerveza negra putamente rara impregnada de miel. Y hablando de abejas, parece que la próxima precuela que estará pronto en cines es Bumblebee, que nos contará la historia de origen del Autobot amigable amarillo y negro antes conocido como el Chevy Camaro 1976 de Shia LaBeouf ¿Por qué nos están dando una precuela de Bumblebee? No tengo idea, ¡y está bien! Si los cineastas detrás de Bumblebee son inteligentes, adoptarán la falta de motivos de la película para existir y se librarán a sí mismos del cumplimiento de mitologías al que se adhieren la mayoría de precuelas. No sé qué piensen ustedes, pero yo estaría conforme con una precuela de Transformers que despache a los Decepticons y le dé a los Autobots una misión más relacionada con la Tierra como salvar la Navidad, ganar un torneo universitario de lacrosse, o reparar un matrimonio entre una pareja al borde del divorcio.

Esto sería algo muy divertido y un insulto para la pequeña minoría de fanáticos ortodoxos. Pero para la mayoría de nosotros, también confirmaría que los estudios —y sus franquicias— todavía tienen algo de gasolina en el tanque.

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