Identidad

El verdadero cuidado propio no se trata de uno mismo

El “cuidado propio” se comercializa como una actividad individual aislada, pero la mejor manera de hacerlo es cuidarnos los unos a los otros.
Lia Kantrowitz
ilustración de Lia Kantrowitz
ÁG
traducido por Álvaro García
manos de mujeres entrelazadas
Ilustración por Lia Kantrowitz

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Después de una mudanza de la Costa Oeste a la Costa Este de Estados Unidos el verano pasado, me di cuenta de que sobreestimé mi capacidad para manejar la vida en Nueva York, una ciudad que prospera con el trabajo excesivo, mezclado con el estrés diario del racismo y el sexismo casuales que conlleva vivir como un mujer de color en espacios predominantemente blancos. Cuando mis ansiedades alcanzan un tono insoportable, le hablo a mi madre por teléfono sobre lo desconectada que me siento sin los artistas y escritores latinos que fueron mi ancla en Los Ángeles, cuán distante y aislada me siento de la tierra y de mí misma. La repugnante ola de odio anti-latino y anti-inmigrante de este año, las recientes tragedias en la frontera y el aumento continuo en las deportaciones finalmente me están afectando, aunque me hace sentir débil admitirlo. Me sentía tan segura que pude procesar el trauma de la violencia y las deportaciones de mi infancia, pero ahora están presentes en mi mente de nuevo, a pesar de mis mejores esfuerzos.

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Al crecer, no tenía idea del concepto ineludible del cuidado propio. Ahora, especialmente en nuestro clima político actual, estamos cautivados por esta tendencia ineludible. Es a la vez una necesidad muy real y una habilidad de supervivencia, así como una curita para las fallas de nuestro gobierno de servir a sus ciudadanos con una atención médica adecuada. Si bien entiendo e incluso me he entregado al enfoque del cuidado propio en un momento en que mi comunidad se siente bajo un ataque constante y violento, nunca lo había sentido más inadecuado.

En estas llamadas telefónicas, la respuesta de mi madre es una que enfatiza a menudo: "Incluso cuando estás sola, no estás sola". Me recuerda la cultura en la que me crié: hay una fuerza luminosa en cuidar de los demás si solo me propongo buscarla y brindarla también fuera de mí. Aunque puedo sentir la soledad inmediata, en última instancia es una ilusión. En otras palabras, mi visión del cuidado propio debe ser descolonizada, donde las fronteras de mi ser son mutables, formadas por mi relación con el mundo que me rodea.

Soy producto del violento colonialismo español en México, tanto indígena como europeo. También soy de Chicago, una mujer de color nacida en Estados Unidos, un lugar que parece vibrar con su odio hacia personas como yo, producto de la intersección de la opresión y la supervivencia. Fui criada por un clan de mujeres mexicanas, madres, hermanas y primas que me aseguraron que era capaz de cualquier cosa, así como un vecindario de inmigrantes de clase trabajadora cuya vigilancia mantenía nuestra seguridad mutua. Cuidar de mí misma se basó en el cuidado de los demás, de todos los seres vivos, en una relación interdependiente que nuestras comunidades habían mantenido durante generaciones.

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En el jardín urbano de mi infancia, mi padre señalaba un pájaro cercano y explicaba que no era un ruiseñor, sino un cenzontle, una criatura con 400 voces. Todo lo que me rodeaba, me enseñó, tenía un significado personal: yo poseía una conexión con la tierra, los pájaros en el cielo y los antepasados que nunca había conocido.

Como Jordan Kisner escribió para The New Yorker en 2017, "La ironía del movimiento del #CuidadoPropio como política de 2016 en internet es que fue impulsado por mujeres blancas heterosexuales y ricas, que, aunque aparentemente sintieron una nueva vulnerabilidad tras las elecciones, no son tradicionalmente el segmento de la sociedad estadounidense que más necesita una afirmación". Teen Vogue incluso presentó directamente este tipo de cuidado propio como una forma efectiva de hacer frente a la supremacía blanca. Pero las definiciones modernas de cuidado propio están diseñadas para servir a aquellos que entienden el bienestar mental como una búsqueda individual. Debido a eso, no es particularmente eficiente con las personas que poseen nociones de personalidad centradas en la comunidad; personas que, por cierto, están marginadas, y como resultado, corren mayor riesgo.

Muchas nociones occidentales de buena salud no se reflejan —mental o físicamente— en las comunidades indígenas o en las personas que consideran que su propia salud es inextricable de la de una comunidad. Las prácticas de salud occidentales que van desde el "cuidado propio" hasta la terapia convencional no tienen en cuenta esto. Las personas como yo se beneficiarían al verlos adoptar un enfoque descolonizado, uno en el que la identidad basada en una relación sea fundamental para las personas, el medio ambiente y el pasado en circunstancias políticas, ambientales y económicas hostiles. Este enfoque podría llenar un vacío donde la salud y la cultura estadounidenses siguen siendo excluyentes.

Renovada por la perspectiva de mi madre, a principios de este verano asistí a la Reunión de Aniwa, donde los líderes y ancianos indígenas de todo el mundo se reúnen para compartir su sabiduría y rituales con una audiencia mayormente estadounidenses. Aunque es imperfecta en algunos aspectos, me dio acceso a las formas de vida indígenas tradicionales que no son frecuentes en mi vida cotidiana, prácticas que mis antepasados podrían haber soñado para mí. Recibí sanación gracias a la presencia física de las relaciones familiares y el conocimiento de que todos estamos relacionados, fuera de los lazos de la familia nuclear. Pude darle sentido a mi lugar en el mundo. Este espíritu está presente en la calidez y la alegría de las comidas compartidas con otras mujeres de color en mi campo, en la aceptación recién descubierta de las comunidades latinas en Nueva York, en ayudar a otros a encontrar su voz y encontrar valor en la mía. La parte que más me revitaliza es ver todas las formas en que mis colegas se convierten en mis sanadoras y guías.

Cono un apoyo a mi bienestar, debo recordar que mi sentido del ser siempre ha sido y debe seguir siendo plural. Frente a los acontecimientos recientes, así como a toda una vida de opresión, encontrar la supervivencia y el cuidado de mi cuerpo y mi mente ha significado fusionar mis prácticas ancestrales con el mundo moderno en el que vivo. Al mirar hacia el pasado —el mío y el de mis antepasados— encuentro empatía y armonía con la forma en que camino por el mundo, sin importar cuán cruel pueda ser, para encontrar lo que siempre he buscado: una plenitud con mi ser.