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Referéndum catalán

El 27 de octubre pasará a la historia, pero por las razones equivocadas

DUI y 155: Bienvenidos a la República paralela.
REUTERS/Rafael Marchante

Aún es pronto para saber si el pasado viernes se rompió España, pero lo que sí es seguro es que el 27 de octubre de 2017 pasará a la historia como el día en el que presenciamos un tropezón social y político digno de aquellas pruebas de Humor Amarillo.

Uffff, menuda leche, se dijo con el ceño fruncido de preocupación en cada casa, cafetería u oficina, desde Huelva hasta Girona, tras aprobarse en Madrid el dichoso 155 y en Barcelona la dichosa DUI. Si la caída del viernes fue similar a las de aquellos japoneses arrojados al barro por el golpe de un palo gigante de corchopán, fue porque los liderazgos políticos acudieron a la gran cita sin dejarse en casa el esperpento: tras dudar entre convocar elecciones autonómicas o fundar un nuevo país, fue precisamente que Rajoy no retirase el 155 puesto sobre la mesa del Senado, precisamente para evitar la declaración de independencia, lo que provocó la DUI según Puigdemont.

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MIRA: En fotos, la manifestación en Barcelona por la unidad de España


El presidente ya cesado dejó pasar turno para dar paso al Parlament que declaró que aquello no sabemos lo que será, pero que ya no es lo que era. Qué fácil hubiese sido evitar el gran follón que ahora viene, pero qué pocas ganas de evitarlo había.

Dos no se quedan sentados si ambos tienen ganas de salir a bailar y la música sonaba fuerte desde hacía semanas en Madrid y Barcelona. A pesar de los intentos finales por buscar salidas intermedias, la realidad inevitable se imponía y caíamos en la cuenta obvia de que uno no le saca brillo al 155 si no es para usarlo, ni pone sobre la mesa el botón nuclear de la DUI para acabar usando una escopeta de feria autonómica.

Como en un baile perfectamente coordinado, la activación del 155 daba paso a que saliera a la pista el Parlament catalán

La primera escena del desencuentro final se producía en Madrid. El fondo sur pepero del Senado (con mayoría absoluta en la cámara) jaleaba cada una de las medidas de excepcionalidad que Rajoy enumeraba para Catalunya. Cesaremos al Govern. Oé. Asumiremos el control de los Mossos. Oé-Oé. Disolveremos el Parlament. Oé-Oé-Oé. El 155, el artículo barra libre/sírvase usted lo que quiera, echaba a andar y si su finalidad era la de asegurar la unidad de España, algo en el ambiente —quizá los gritos de los senadores populares jaleando la mano dura contra el Gobierno de Catalunya— nos decía que unidad, unidad, entendida como tal, no iba a llevar a Catalunya la aplicación de esas medidas.

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Como en un baile perfectamente coordinado, la activación del 155 daba paso a que saliera a la pista el Parlament catalán. Con la discoteca medio vacía o medio llena según se mirase, pero en todo caso con la discoteca a la mitad de aforo —los diputados de Ciudadanos, PSC y PP habían abandonado sus asientos— se producía la votación secreta —Piolín observaba— que daba lugar al inicio de la República catalana.

Volveremos a la casilla de salida de una Catalunya dividida por la mitad y el mismo problema aún sin resolver

Comenzaba la fiesta por el nacimiento de un nuevo país y costaba creer que aquello fuese una fiesta observando ese parlamento dividido por la mitad –mala manera de parir un país- y, sobre todo, observando las caras de los políticos independentistas, que estaban, por decirlo de alguna manera, también a la mitad. Había más preocupación que otra cosa en los rostros de quienes aseguraban que un nuevo país había nacido y no era de extrañar: si el 155 trae cualquier cosa menos unidad y solución al conflicto, una declaración unilateral de independencia trae cualquier cosa menos independencia.

El encargado de echar el telón al día social y políticamente más complicado de los últimos tiempos fue el presidente Rajoy con la convocatoria de elecciones bajo el brazo: serán un jueves 21 de diciembre, demasiado pronto para los fans acérrimos del 155, que pedían que el show durase más. En las próximas navidades, si todo transcurre medianamente bien —cosa improbable a estas alturas del espectáculo— volveremos a la casilla de salida de una Catalunya dividida por la mitad y el mismo problema aún sin resolver. Si hay que volver a empezar una y otra vez desde el mismo punto, al menos que sea cuanto antes.

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Puigdemont y quienes apoyan la independencia en estos momentos viven en una realidad paralela a la de Rivera y quienes apoyan la legalidad española

Esta semana arranca una nueva etapa que, en el mejor de los casos, nos llevará de nuevo a la casilla de salida del problema: unas elecciones en diciembre tras las cuales, puede que la representación independentista volvería a ser mayoritaria en Catalunya. Una etapa en la que el gran riesgo es que se rompa el tablero con lo que eso supone de conflicto civil. Albert Rivera, al finalizar la manifestación de ayer en Barcelona, denunciaba que Puigdemont vivía en una realidad paralela y el líder de Ciudadanos no era consciente quizás de que, más que denunciar, definía bien la situación. Efectivamente Puigdemont y quienes apoyan la independencia en estos momentos viven en una realidad paralela a la de Rivera y quienes apoyan la legalidad española.

En las próximas semanas en Catalunya convivirán esas dos realidades que van a chocar necesariamente. Lo harán en lo jurídico y en lo físico. En lo jurídico el Piolín legal carga fuerzas para las querellas contra Puigdemont y el resto de miembros del cesado Gobierno catalán que comenzarán a caer de un momento a otro. En lo físico, el Govern actual no se da por cesado y ya anuncian los altos cargos de la Generalitat que seguirán acudiendo a sus despachos desde hoy mismo, ya no como consejeros, sino como ministros de la nueva República catalana. Vayan metiendo palomitas en el micro.

Si el objetivo de esta gran desobediencia por parte del Govern a la legalidad española tenía como objetivo internacionalizar el conflicto, la estrategia está funcionando. Los dirigentes europeos apoyan a España en este momento del pulso pero miran preocupados la situación y piden calma en los próximos pasos. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, pedía a Rajoy durante el fin de semana que usara la fuerza de la razón y no la razón de la fuerza para resolver este asunto, toque por el 1 de octubre.

El Govern actual no se da por cesado y ya anuncian los altos cargos de la Generalitat que seguirán acudiendo a sus despachos desde hoy mismo, ya no como consejeros, sino como ministros de la nueva República catalana

Europa mira y seguirá mirando. Y lo que verá en los próximos días le va a incomodar: detenciones de líderes políticos y tensión en las calles. Cuando desde fuera se observa el conflicto con incomodidad, las grietas en ese apoyo sin fisuras al Gobierno de Rajoy, tarde o temprano van a abrirse. Es la tesis independentista para llegar a una solución pactada y tutelada desde fuera, que se consolida al ver que una pequeña muestra de grieta está comenzando a aparecer: parte del Gobierno de Bélgica se ofrece para concederle asilo político a Puigdemont.

Cada día es un nuevo paso por un terreno por el que nunca habíamos paseado. Nunca nos hubiéramos imaginado un referéndum, legal o no, en el que la policía golpease a votantes y ya lo tenemos en el pasaporte vital. Nunca hubiéramos visualizado al parlamento catalán dividido declarándose país sin la otra mitad y ya lo hemos visto. Era una cosa exótica pensar en la suspensión de una autonomía en España y en esas estamos. El siguiente hito al que asistiremos será el de las realidades paralelas conviviendo en la calle y en los juzgados. La pregunta ahora es cómo y hasta cuándo. Si la teoría de las dos realidades se aplica hasta sus últimas consecuencias, ¿participarán quienes viven en la realidad de la República catalana en unas elecciones convocadas por el Gobierno de España?