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Intenté ligar con tíos usando sus métodos más agresivos

"Hola, me llamo Ana Iris. Recuerda mi nombre porque en tres horas estarás gritándolo en mi cama".
Todas las fotos por la autora

"Ojalá fuera tu ginecólogo para después olerme la mano". No es una coletilla de Arévalo ni un chiste de Bertín en la intimidad. Es lo que un varón —blanco, heterosexual y que probablemente había consultado la guía de frases para ligar de Forocoches— consideró efectivo para ligar conmigo en 2015. También está el tipo que el año pasado me entró con un "voy a quitar todos los muebles de mi casa para que cuando vengas solo puedas sentarte encima de mí".

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En el último festival al que planeo ir, a riesgo de ser acusada de misandría y consciente de estar cayendo en una generalización seguramente injusta, decido probar e intento ligar empleando las consignas más violentas que los tíos han usado para llevarme a la cama a lo largo de mi vida.

En la lista de cosas que hacer antes de poner rumbo al festival apunto, entre comprar Omeprazol y no olvidarme de la chaquetilla por si refresca en el mañaneo, empollarme el canal de YouTube de Álvaro Reyes, el gurú de la seducción más machista de internet (y eso que internet, de machismo, sabe un rato). Entre todas las premisas de Reyes, me quedo con una. "No esperes su permiso. Siéntete con derecho de hacer lo que quieras. Pedir permiso es síntoma de inseguridad". Claro que sí.

Mis prejuicios me hicieron equivocarme con ellos dos

Después de más de una cerveza (quiero pensar que los individuos que alguna vez me asustaron con sus artimañas de seducción también las necesitaron), me lanzo al ruedo con la primera de las consignas que tengo apuntadas para que no se me olviden.

Mi primera víctima es un chaval con pinta de jugar al rugby en un equipo de Pozuelo. "Que dice mi amiga que si quieres follar conmigo", le digo sin presentarme. "Bueno, la verdad es que tengo condones de sobra, para ti y para tu amiga", me responde mientras me rodea los hombros con el brazo. Por un momento llegué a creer que, por primera vez en toda mi vida de fémina de metro cincuenta, había intimidado a alguien. Pero solo por un momento. Álvaro Reyes 1- Ana Iris 0.

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Le cuento al chaval que lo que acaba de pasar forma parte de un experimento que después escribiré en VICE y le pregunto si le ha parecido bien que le aborde de esa manera. Sigue rodeándome con el brazo mientras apela a la falta de iniciativa del género femenino y me habla de "las chicas con dos huevos" como de una especie que el Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente debería declarar como protegida. Le explico que, a las mujeres, generalmente no nos apetece que nos entre de esa manera un desconocido. Hay veces que ni siquiera queremos que nos hable un desconocido.

A pesar del fracaso que, paradójicamente, ha supuesto mi éxito, voy un paso más allá: elijo esta vez a dos chicos que comparten un mini de calimocho. En estos momentos ya uso la técnica masculina de echar la red y "pez que caiga, bienvenido sea". "Ojalá fuera vuestro urólogo para después olerme la mano", les digo. No me oyen, quizá porque de fondo suenan Die Antwoord. Se lo repito más fuerte. Me siento muy ridícula. Uno de ellos se lleva la mano a la barbilla y me mira muy serio. "Pero, ¿qué dices, tía, por qué nos dices eso?". El otro se ríe y me suelta un "vaya ascazo". Creo que ni siquiera han entendido que estaba intentando flirtear por lo ridículo del método. Recupero la confianza en la especie humana en general y en el género masculino en particular. Pero por poco tiempo. Durante las dos noches que durará mi experimento, los chicos del calimocho serán los únicos que:

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a) reciban mis proposiciones de mierda sintiéndose atacados.

b) no me deriven a alguno de sus amigos porque quieran serles fieles a sus novias ("que si no…", añade alguno).

"Hola, me llamo Ana Iris. Recuerda mi nombre porque, en tres horas aproximadamente, estarás gritándolo en mi cama". Así le meto ficha a la tercera de mis víctimas, que me responde que "él tiene tienda en el camping, que seguro que está mucho más cerca". "Pues la verdad que te follaría ahora mismo" , "me acabo de enamorar" o "tú has salido en mis sueños, en los que acababan con una paja mañanera" son algunas de las respuestas que me dan hasta que decido tirar la toalla. Probablemente la falta de costumbre les haga creer que estoy de broma. Me voy con la sensación de que no sienten que puedo llegar a ser una amenaza física para ellos.

A mi vuelta a Madrid pienso en la masculinidad mal entendida, en el daño que, también a ellos, les hace el machismo, en si alguno de ellos se hubiera sentido "poco hombre" declinando una proposición sexual, por muy zafia que fuera, por mucho asco que diera. Seguramente ninguno de ellos ha sentido miedo cuando le han piropeado al ir solo por una calle mal iluminada. Quizá ni les hayan piropeado por una calle mal iluminada. Escribo a Diana López Varela, autora de No es país para coños, para pedirle que me aclare un fenómeno que no soy capaz de entender del todo.

Sí. Uno de ellos accedió a ligar conmigo con mis tácticas violentas

"Efectivamente, seguro que no les impusiste miedo ni terror. Y como es tan excepcional que una mujer le falte el respeto de esa manera a un hombre, es muy probable que pensaran que estabas bromeando antes de que les dijeras que se trataba de un experimento. Y desde luego no se vieron en la necesidad de huir, porque tú no les vas a coger después de decirles cuatro "babosadas" y les vas a agredir sexualmente. Físicamente, si no es imposible, es muy complicado que hagas eso".

Diana me habla, además, del poder simbólico del acoso verbal, del trasfondo de las frases con las que me intentaron ligar y me asustaron y que ahora yo he empleado sin conseguir el mismo resultado. "Decirle a una mujer ciertas cosas la empequeñece, le da a entender que el que manda es el hombre y que ella es un mero objeto del que puede disponer cuando quiera y al que puede humillar cuando quiera también". El problema de este experimento, el factor con el que no había contado era ese: sentirme pequeña, saberme expuesta a una agresión porque estoy acostumbrada a ello. Aunque por mi boca estuviera saliendo un "oye, tú, ¿follas o estorbas?".