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Testimonio

Así son los combates clandestinos de niños en Bangkok

Me fui a la bestia citadina a meterme en los rotos más insospechados.
Foto del autor | VICE Colombia

Sacas tu cámara y estás muerto, me dijo Siam en el momento más tenso.

El primer combate inició con el ran muay, el baile de calentamiento: meditativo, para concentrar energías, también para lanzar hechizos contra el adversario. Los niños se acercan a unas vasijas de piedra en las que sus manos son envueltas con cuerdas de cáñamo. Las sumergen en cera de ámbar; las incorporan con trozos de vidrio.

Suena un platillo de metal enorme que da inicio al primero de los cinco asaltos. Por cuestiones económicas y de seguridad, solo pude presenciar una pelea en la que, afortunadamente, el perdedor no murió, como es posible en estos combates. Sunan terminó con el tabique roto.

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Sunan: nueve años, trabaja en un campo de arroz y cuida a su búfalo en una pequeña aldea cerca de Ayuthaya, a unas tres horas de Bangkok. Su vida transcurre en medio de los eventos usuales que acompañan la infancia de un ser humano cualquiera en esta parte del mundo, pero siempre, al regresar de la escuela, se pone a entrenar: se prepara para su primer combate en el circuito callejero. Es tan pobre que no tiene unos guantes de box, de tal suerte que entrena a puño limpio contra un costal de granos que cultiva su padre, al tiempo que patea troncos de plátano como rutina. Sunan tiene un tatuaje en su espalda con una leyenda.

Lo conocí siendo boletero de fin de semana de la jungla de autobuses de Victory Monument, de donde salen las camionetas de ganado hacia y desde Ayuthaya.

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Me bastó caminar muy poco por las sórdidas calles de Bangkok para darme cuenta, al menos en esa parte de la ciudad, de que estaba en la ciudad de la explotación humana. La ciudad es un hervidero: una metáfora humeante de una cocina con sarro, la grasa pegada a las ollas, las paredes manchadas.

Muy entrada la noche, saliendo de la ciudad imperial, lo único abierto era los ping-pong shows, espectáculos que, en complicidad con la aparición de la espesa oscuridad nocturna, se erigen como un oasis de seducción para el viajero solitario. Los ping-pong shows son estos bares en donde mujeres desnudas juegan con pelotas de ping-pong en sus vaginas. Son muy populares.
No es un secreto que Tailandia sea famoso por la explotación sexual, ni tampoco que muchos viajeros vienen a estas tierras en busca del llamado sexoturismo. Quizá será porque la prostitución es legal, la infantil no la noto tan mal vista por parte de la gente.

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El hostal donde me hospedaba estaba en Phaya Thai. Cualquiera que haya estado en Bangkok sabrá que las distancias son enormes, aun cuando un mapa indique lo contrario. Confiado en Google Maps, decidí emprender el regreso a pie. Muy cerca de Khao San Road, la calle turística en donde los occidentales se juntan a beber y recibir masajes, conocí a Siam (sí, como el antiguo nombre de Tailandia antes de la Segunda Guerra Mundial).


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Siam era pescador de día y taxista de noche. Montado en su tuk-tuk se paraba en Khao San Road esperando subir a algún turista. Como ya no alcancé metro, tomé el tuk-tuk de Siam.

Mientras íbamos a toda velocidad en una motocicleta que rasgaba las calles, llamó mi atención cómo en cierto modo Bangkok es parecida a la Ciudad de México en donde yo vivo —en general, el Sureste Asiático tiene mucho de América Latina, o al revés, quizá—.

De vez en cuando veías a niños jugando al muay thai en las calles, como si jugaran a patear una pelota.

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El muay thai es el arte marcial más fiero del mundo. Es conocido también como kickboxing tailandés. Va más allá de ser el deporte nacional de Tailandia, porque forma parte de su cultura, de su tradición ancestral, de su identidad. El muay thai es un arte marcial que fue desarrollado por los siameses (hoy tailandeses) como una forma de defensa contra las invasiones chinas. Como no contaban con el acero japonés, ni la pólvora china, desarrollaron un estilo de pelea que combinaba patadas, llaves y puñetazos. El combate de los 8 brazos: puños, codos, rodillas y pies.

¿Por qué usan los pies? Porque son la parte más baja del cuerpo humano; porque no se señala a nadie con el pie; porque no se utiliza el pie para nada; porque ellos se golpean en la cara utilizando los pies.

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Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació el muay thai, pero se cree que fue hace 700, tal vez mil años. Hay una relación entre el muay thai y la religión desde la época de Ayuthaya (antigua capital del reino Siam, orgulloso reino de su tradición guerrera que nunca fue conquistado ni sometido) y del hecho de que Nai Khanom Tom recuperara la tierra de Tailandia. Cuenta la tradición que en el siglo XVIII, él lucho contra la invasión de Birmania y él, solo, con sus puños y patadas, venció a 11 guerreros birmanos, convirtiéndose en el primer dac moai, germen de este deporte

El muay thai no era admitido por organismos deportivos internacionales y fue prohibido en la mayoría de países occidentales debido a su barbarie. En la actualidad se ha relajado para ganar adeptos en Occidente, pero aún tiene la fuerza suficiente para impactar a un espectador desprevenido.

El reglamento fue desarrollado a principios del siglo XX, siguiendo las reglas deportivas del box clásico inglés, que influyeron para deportizar este arte marcial. Naturalmente, existieron importantes diferencias debido al uso de codazos, patadas y rodillazos.

En el muay thai tradicional están permitidos los puñetazos, codazos, ganchos, rodillazos, patadas frontales, laterales, pero en el clandestino está prácticamente permitido todo: golpes en la nuca, en el riñón, en los genitales, incluso seguir golpeando al contrincante cuando está tirado. Usualmente, los combates son definidos por K.O., pero en el clandestino la definición puede ser hasta la muerte.

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Si tú vas a Bangkok, o cualquier parte de Tailandia, es muy fácil asistir a una pelea de muay thai, ya que es un espectáculo de gran interés para los turistas. Hay auditorios y arenas en las que, por unos cuantos baths, puedes entrar a una pelea, como en el Ratchadamnoen y Lumpini.

Sin embargo, está la otra cara del muay thai, el lado oscuro del que no se cuenta nada: en el bajo mundo, en donde mandan las pandillas, existe un circuito de peleas clandestinas, en donde se practica como lo hacían los siameses en la antigüedad: en lugar de usar guantes, usan vidrios pegados a los puños. Me cuentan que es común que el perdedor muera en combate.

Le pregunté a Siam donde podría ver una de estas peleas. "Pero ahí no van los turistas", me dijo, "no es seguro", me insistió, "¿te gusta meterte en problemas?", me preguntó: "Se me da", le dije.

Al día siguiente, tal como acordamos, pasó por mí en su tuk-tuk a mi hostal en Phaya Thai con dirección al barrio de Thong Lo. Phaya Thai se encuentra en el centro de la ciudad y hoy en día es conocido por su abundante vida nocturna, un lugar en el que la marina estadounidense deposita sus tropas en periodos de descanso.

Al llegar, pensé que mi chofer había cambiado de opinión y me había llevado a un lugar para deshacerse de mí. Entramos a una estética peluquería: en la pared había un registro de carnets de identificación de periodistas. Muy sospechoso. Pasamos por una puerta que nos llevó a lo que parecía ser un matadero de cerdos, pero no lo era, sino solamente una pantalla que ocultaba la ilegalidad. Al entrar me di cuenta de que estábamos en un gimnasio.

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—¿Por qué las regaderas ocupan tanto espacio?
—No son regaderas, es un ring de lucha. Ni se te ocurra sacar tu cámara, farang —me dijo, como le dicen a los extranjeros.

Los combates se realizan en lo que solían ser los baños. Los peleadores se preparan para salir en el sauna. La corrida de apuestas empieza con mil baths. Si no apuestas, no puedes estar ahí.

Entonces, aparecieron los niños. Sí, eso: los niños. En uno de cada tres combates los peleadores son niños. Niños que son muy pobres y son embaucados para participar en los combates bajo la promesa de una buena recompensa económica. Si ganan la pelea, se llevan buena plata para sus familias, pero si pierden… pueden perder la vida.

Como Sunan hay muchos. El incentivo económico es grande, ya que nadie quiere recibir una paliza a cambio de nada. Si la cosecha no ha sido buena, hay que aumentar los ingresos. Muchos inician con sus primeros combates en sus aldeas para llegar a ser los mejores de sus provincias y así poder llegar a Bangkok, en busca de fama y fortuna.

El combate de Sunan es uno de los muchos que hay en la noche. Las peleas empiezan con los niños más jóvenes, que tienen entre unos 8 o 9 años, y la noche sigue con otros peladores mayores y más experimentados.

Al término del último asalto, se abre la segunda ronda de apuestas. La cultura de la apuesta, que es muy común en deportes de lucha como el box y las MMA, contamina la esencia del muay thai, porque cuando hay dinero entrando y saliendo fácilmente surge la corrupción.

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Al filo de la noche volví a Phaya Thai sabiendo que ese cuadro enorme de Rama IX que estaba en la entrada de mi hostal, como en cada rincón de Bangkok, dejaba a un país huérfano que no sabía a dónde mirar y hoy es consumido por sí mismo.

Muchos piensan que el muay thai infantil no es del todo malo, porque cumple una función social: sacar a los niños de las calles, de las drogas, del alcohol, de las pandillas.

Es muy común ver a las madres de los chicos afuera del gimnasio debido a que no quieren entrar a ver como golpean a sus hijos. Una de esas mujeres era la madre de Sunan. Gracias a la traducción de Siam le pude preguntar qué decía el tatuaje que tenía en la espalda su hijo: "Si conozco a mi rival me conozco a mí mismo".