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Resistencia hermafrodita

El control social mata nuestra sexualidad

OPINIÓN // "No hay que ser un activista LGBTI, ni siquiera feminista radical, para saber urgente una resistencia desde nuestra intimidad a ciertas normas morales que intentan controlar y domesticar nuestros cuerpos".

"Todo es sobre sexo, excepto el sexo", decía Óscar Wilde. Wilde, llevado a juicio por sus preferencias sexuales, supo por experiencia propia que el sexo, o al menos la idea que tenemos sobre el sexo, no es más que un mecanismo de poder. ¿Por qué tanto revuelto en torno a nuestras preferencias sexuales? ¿Qué es lo que esconden? ¿Qué es lo que alrededor de esta idea obsesiona y nos conduce a llevar nuestra intimidad a los discursos, a convertirla en tema de opinión, de debate público?

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En 1970, Michel Foucault, en medio de sus investigaciones sobre la historia del control y el poder de las instituciones sobre los cuerpos y los deseos, que lo llevará a escribir su Historia de la sexualidad, encuentra un tesoro: el manuscrito de las memorias de un hermafrodita francés de provincia de mediados del siglo XIX. Las memorias son publicadas bajo el título Herculine Barbin: las recientes descubiertas memorias de un hermafrodita francés del siglo XIX, acompañadas por el informe médico sobre el caso. Así podemos conocer la fascinante y triste historia de Alexina (en las memorias lleva el nombre de "Camille"); los sufrimientos de vivir con o en dos sexos simultáneos en un mismo sexo, en un momento donde la ambigüedad —y mucho más en términos anatómicos— no tenía cabida.

El siglo XIX se caracteriza por la fiebre de las clasificaciones: la heterogeneidad era sinónimo de engendro, de depravación, de desviación. Sin embargo, esas clasificaciones produjeron una "vegetación de sexualidades dispares", como dice Foucault, alrededor de la cual vale la pena reflexionar. Toda diferencia debía ser clasificada, y la clasificación refleja un afán de control discursivo, de no dejar cabida para lo inconcebible.

Pero volvamos a Alexina. Durante sus primeros años y hasta su adolescencia vive en un mundo rodeado de mujeres, protegida por una fauna femenina de conventos, internados y normales, que no la obligan a afirmarse ni como hombre, ni como mujer; un territorio que le permite darse el lujo de vivir en lo que Foucault llama, "el feliz limbo de la no identidad". Las mujeres la aceptan, incluso notando que hay algo raro en ella; pero es algo que en todo caso genera más placer que sospecha.
Alexina es finalmente arrebatada de ese limbo en el momento en que es inspeccionada por un médico. Su cuerpo se vuelve un caso de estudio para la medicina, la religión y la ley; el control disciplinario prima sobre sus deseos, intuiciones, sensaciones, afectos. A pesar de haber sido llamada hasta entonces con un nombre femenino, la medicina determina que se ha incurrido en un error gravísimo al haber sido considerada mujer, y determina que, de ahora en adelante, será hombre ante la ley, la sociedad, el lenguaje. Se convierte así en Abel. La medicina ha impuesto su verdad sobre ese cuerpo, una verdad biológica que no tiene ninguna vigencia en el ámbito afectivo; la ambigüedad, que fue un limbo de felicidad, se convierte de pronto, gracias a la presión de las instituciones, en una herida que lleva a Alexis-Abel finalmente al suicidio.

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Foucault abre la introducción del texto con una pregunta crucial, ¿hay una verdad sobre nuestra sexualidad? ¿Qué la determina? ¿Por qué las instituciones se empeñan en decidir por nosotros lo que deben ser nuestros cuerpos, los objetos de nuestros deseos, y la forma en que debemos relacionarnos con los otros? En un artículo sobre casos de hermafroditismo en Colombia, publicado por El Tiempo el 18 de Febrero de 1996, se dice lo siguiente "Pese a que un grupo de médicos del Hospital Universitario del Valle (HUV) considera que esta bebé, al igual que otras tres niñas virilizadas, una de Tuluá y dos de Cali, deben ser operadas antes de que cumplan 18 meses, la cirugía solo podrá realizarse cuando tengan la capacidad para decidir por sí mismas. Así lo ordena un fallo de la Corte Constitucional que desde el año pasado prohibió realizar estos procedimientos sin el consentimiento informado del paciente. La disposición colocó en una encrucijada a los cirujanos que anualmente practicaban unas 12 operaciones de este tipo.

Raúl Astudillo, jefe de cirugía pediátrica del HUV, dijo que las cuatro niñas, que son los primeros casos reportados tras el fallo, tendrán que vivir su infancia y su adolescencia en medio de una incertidumbre que les ocasionará problemas de identidad. La recomendación médica es eliminarles los penes, pues tras pruebas de endocrinología y análisis de la funcionalidad se comprobó que la vagina y el útero privilegian la condición femenina". Me pregunto, ¿quién tiene la razón en este caso, la ley o la medicina? ¿Puede un análisis de sangre decidir que la ambigüedad le generará un problema de identidad a esos seres humanos? ¿Pueden los exámenes médicos dar sentencia sobre un problema de identidad? ¿El problema de identidad es no saber si se es mujer o si se es hombre, si se tiene sexo con vagina o con pene? ¿Cuál es el límite entre el sexo, el género, la identidad? ¿Por qué estos cuerpos maravillosos, privilegiados, tienen que decidir? Por un momento pienso en el término "identidad" y sólo veo un punto blanco.

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Invito a que se detengan unos minutos ante esta palabra tan complicada. Tan complicada acaso como la sexualidad.

La represión sexual es la manera en que la sociedad garantiza la civilización. La perpetuación del status quo, que da un cierto sentido de orden y seguridad, es un mecanismo de supervivencia de la especie. ¿Pero y quién dice que nuestro tiempo no da para imaginar la supervivencia "de la especie" desde otras perspectivas? Me parece que los debates actuales en torno a la libertad sexual y a la defensa de nuestros derechos no deben ser en vano. Da para preguntarnos si la manera en que queremos seguir relacionándonos con los demás significa la legitimación de valores desgastados, como el sexo con un fin meramente reproductivo y la instauración de la familia nuclear, que con tanto énfasis proclaman los movimientos cristianos en Colombia.

Nuestro tiempo da para imaginar formas diversas de vivir y asumir nuestros cuerpos y relacionarnos con otros cuerpos, formas no convencionales que es posible que hayan existido desde siempre, pero que nunca antes se habían expresado tan visiblemente. A muchos no nos interesa la mera supervivencia de la especie, sino la manera en que una exploración libre del placer y los sentidos y los afectos puede convertirnos en mejores personas. Esta posición, por supuesto, está poniendo en jaque a los mecanismos de control, y por eso salen todas esas criaturas ominosas de la derecha colombiana a meterle toda la energía que no le meten a acabar con la guerra, la pobreza, la violencia contra los niños y las mujeres, a defender los valores de la reproducción en términos productivos, en términos del castigo contra Sodoma y Gomorra o contra Onín, a quienes Dios extermina por desperdiciar semen.

Supongo que si la sexualidad se sale de control esto tendrá implicaciones en términos económicos, pues hay un miedo a que dejemos de ser productivos, a que nuestros cuerpos empiecen a pertenecernos. La sexualidad debe salirse de control porque no le pertenece al control; el control, si se piensa, propicia la aparición de perversidades subterráneas, criaturas que cuando les preguntan por qué hicieron lo que hicieron, responden, "ese no era yo, no me reconozco".

No hay que ser un activista LGTB, ni siquiera feminista radical, para saber urgente una resistencia desde nuestra intimidad a ciertas normas morales que intentan controlar y domesticar nuestros cuerpos y someterlos a una idea de querernos basada en una negación violenta de la diferencia. Una resistencia desde la posibilidad de amarnos y fundar vínculos sin que el estado, la medicina, la religión, los medios de comunicación medien sobre nuestros deseos. Una resistencia hermafrodita a que la reproducción no ataña únicamente a un sentido biológico, sino que se abra a otras instancias del placer, los afectos y la creación.