FYI.

This story is over 5 years old.

Música

'El Anónimo': Así empezó una avalancha cultural que hoy cumple 13 años

La historia de un lugar que se volvió epicentro de la noche capitalina y que más tarde le dio vida a la agencia cultural Nova et Vetera. Festejamos su aniversario.

Transcurría el año de 1993 cuando Santiago Gardeazábal protagonizó un hallazgo que se arraigó en sus recuerdos infantiles. A la salida de la casa de su abuela, en el barrio la Soledad, vio cómo algunos discos sobresalían de una bolsa de basura. Le hizo señas desesperadas a su padre –acumulador consagrado y artista gráfico– para que recogieran y ocultaran el botín de las manos de su madre. Estaba a punto de encontrar un pequeño tesoro: se trataba de una bolsa repleta de discos de música clásica y las ediciones originales de Viaje a pie de Fernando González y Variaciones al redor de nada de León de Greiff, objetos que más adelante ocuparían un lugar fundamental en su vida.

Publicidad

Donde no falte música

Nova et Vetera, la agencia que Gardeazábal se inventó hace 3 años, tomó su nombre de uno de los últimos libros de León de Greiff. Esta expresión latina traduce lo nuevo y lo antiguo, y a través de esta figura ha programado en Colombia a artistas como John Zorn (Masada Marathon y Moonchild), Marc Ribot, Jason Lindner, John Medeski, Mike Patton, Dora Juárez Kiczkovsky, Ibeyi, Swans, Susana Baca, Mulatu Astatke, Arditti Quartet, Jack Quartet, Quatuor Voce, con obras comisionadas a compositores colombianos como Juan Camilo Hernandez, Eblis Álvarez y Leonardo Idrobo, en los auditorios más imponentes de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena; entre ellos el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el Teatro Julio Mario Santodomingo, el Teatro Colón, el Teatro Colsubsidio, el Auditorio León de Greiff, el Auditorio Fabio Lozano, la Universidad de los Andes, la Universidad Javeriana, la sala de conciertos de la Luis Ángel Arango y el Teatro Pablo Tobón Uribe.

Pero no se trata solamente de los artistas que ha traído, sino sobre todo de los encuentros que han sido posibles a partir de estas flamantes visitas. Para Santiago, la idea de Nova et Vetera es que, partiendo de afinidades artísticas, músicos de larga trayectoria puedan apadrinar a otros que están emergiendo, así como propiciar los cruces entre vanguardias extranjeras y nacionales.

Uno de los conciertos más emblemáticos de Nova Et Vetera hasta el momento fue la Marathon Masada de John Zorn en el 2015 (12 conciertos en uno, 30 músicos en escena, más de 4 horas de duración), en parte por su envergadura musical, escénica y logística, pero también por la declaración de principios del artista neoyorquino, para quien la música es el principio y fin de todo. Aunque tuvo bajo perfil, fue un privilegio único tener a Zorn en Bogotá con un proyecto tan vigente, que además no ha estado en ningún otro lugar de Latinoamérica.

Publicidad

¿Y cómo ha sido posible esto?

Recapitulemos.

En su adolescencia, y después de graduarse del colegio, Gardeazábal viajó a Francia para estudiar letras. En los albures de la naciente vida adulta compró una máquina de escribir. Un día golpeó a su puerta una señora que le rogaba que dejara de tocar el tambor. Cuando se dio cuenta de que este joven –entre sudaca y vikingo– lejos de tocar percusión escribía como loco en un armatoste obsoleto que hacía un ruido insoportable, le regaló un computador. Lo que no sabía la inocente francesa es que Gardeazábal dejaría la carrera antes de culminar el ciclo básico.

Al abandonar la universidad empezó a trabajar como vendedor en un mercado parisino de segunda, donde escuchó música de todo el mundo y cultivó la audacia para los negocios. Con morbo y fascinación observaba, por ejemplo, a un chino que vendía ropa interior femenina a precios irrisorios en uno de los puestos del mercado. También había un señor de Algeria que tenía un programa de músicas del mundo en Radio Francia y mercadeaba con vinilos de todo el planeta. Y así, rodeado por el chino que vendía tangas a un euro, el algeriano obsesionado con la música extraña y los gitanos estafadores de turistas, Gardeazábal hizo amigos de todo el mundo. Él vendía artesanías y tenía el pelo largo.

Entre tonadas de Ray Barretto y canciones tradicionales de Sierra Leona transcurrieron un par de temporadas. Pero en el 2003 decidió volver a Bogotá.

Publicidad

Dos meses después de su regreso, se reencontró con su mejor amigo de la infancia, Mauricio Espitia, quien aterrizaba de un viaje intenso por Brasil. Por un lado estaba el sueño de crear una suerte de cafetín literario y por otro la idea de promover la fiesta y la venta de bebidas exóticas. Decidieron abrir un bar en un lugar relativamente periférico, teniendo en cuenta que no pertenecía a ninguna de las dos localidades donde se concentraba la actividad nocturna: La Candelaria y Chapinero.

Para entonces el local estaba absolutamente maltrecho y tuvieron que darse a la tarea de manufacturar sillas y mesas a partir de toneladas de madera que bajaron de una finca en Guayabal de Síquima. Los primeros músicos en llegar al recinto, atraídos por el escenario vacío de aquel sótano lánguido, fueron Óscar Pérez y Nicolás Balcázar, que se pusieron a ensayar de inmediato.

El viernes 5 de diciembre de 2003 el bar El Anónimo le abrió sus puertas a un público multitudinario y eufórico en la calle 106 con Suba. Esa noche no le cabía una sola persona más.

Una sociedad de sordos para cantarles

En una escena musical limitada por las peripecias de una industria incipiente, donde tanto los medios culturales de comunicación como los lugares de música en vivo han sido escasos, centralizados y efímeros, la idea de adecuar un pequeño local en un centro comercial de un barrio residencial del noroccidente de la ciudad para música en vivo parecía, cuando menos, un disparate, y por eso a Santiago y a Mauricio les auguraron fracaso absoluto. El segundo año, y contra todos los pronósticos, tuvieron que ampliar el local. Una noche llegaron a embutir a 600 personas en un concierto de Bomba Estéreo.

Publicidad

En el mismo 2003, Tocata y Fuga –el bar mítico del barrio La Merced que Beatriz Castaño comandó por poco más de cuatros años y donde dieron sus primeros pasos bandas legendarias como La 33– había cerrado sus puertas. Los ideólogos de El Anónimo no sabían que estaban a punto de llenar el vacío que la desaparición de este bar fundacional dejaba en Bogotá, y entonces se convirtieron en una especie de madre sustituta para aquellos entusiastas de la música y de la rumba que habían quedado huérfanos por el cierre de Tocata y Fuga. Entre la adecuación artesanal, las lecturas de poesía de León de Greiff y el consumo habitual de bebidas alcohólicas, El Anónimo empezó a volverse un bar único en su especie en Bogotá, concurrido como pocos. Con esta inesperada apertura empezaba a escribirse un nuevo capítulo en la música capitalina.

Como parte de esta aventura iniciática, Luis Daniel Vega (cabeza del sello Festina Lente) –quien desde entonces hasta estos días ha sido un adalid musical indispensable– también llegó por accidente alguna noche. Fascinado por ese rincón bohemio enclavado en un barrio misteriosamente residencial, Vega inyectó los oídos de los socios y visitantes del lugar con la música más extraña del momento, detenido a medio camino entre lo folclórico y lo vanguardista. Y esa música trajo más música y esos primeros visitantes anónimos se multiplicaron en cientos de anónimos más.

Publicidad

Durante el primer año no hubo filtro musical para la música en vivo. Tocaron ruedas de cumbia y bullerengue rolo, así como La Polifónica, Asdrúbal, La revuelta, Curupira y Primero mi tía. Con estos también llegó La Distritofónica y su imbatible arsenal de folclor jazzero y desparpajado. También empezaron los jam de jazz todos los martes y jueves, ejecutados en su mayoría por músicos de la Universidad Javeriana. Después llegaron Tico y Toño Arnedo, Joel "Pibo" Márquez, Samuel Torres, La 33, La Mojarra Eléctrica, Chocquibtown, Systema Solar, Velandia y la Tigra, Meridian Brothers, Bomba Estéreo, Pernett y Sidestepper.

Una leyenda cuenta que algunos músicos de jazz que iban a la Clínica Barraquer a operarse los ojos pasaban a tocar al Anónimo antes, tal vez como sortilegio frente a las contingencias del quirófano.

Hacia el año 2011 Gardeazábal viajó a Medellín para hacerse cargo de la programación del teatro Pablo Tobón Uribe. Atraído por la mística antioqueña –Teresita Gómez, Fernando González y, sobre todo, León De Greiff– se dio a la tarea de renovar uno de los teatros más emblemáticos de Medellín. Después de esa aventura creó Nova et Vetera, en el 2013, agencia con la que ha hecho 135 conciertos en más de 16 ciudades, y que fue ganadora de la beca del Ministerio de cultura para asistir al Classical Next en Rotterdam.

Para Gardeazábal, estar entre el comercio y el arte es habitar un lugar muy peligroso: "Al músico se le exige qué tocar, al programador se le exige qué programar, pero no se entiende que componiendo una programación también hay un discurso, y que eso es lo que un teatro, una institución, una agencia independiente o un programador quiere decirle a la ciudad". Para él, por ejemplo, uno de los mejores programadores que hay en Colombia es Benjamin Calais, por eso hay conciertos que se han tocado en MatikMatik que también se han tocado en el Teatro Colón, así como hay muchos otros conciertos que solamente se han tocado en Matik–Matik.

Publicidad

Una utopía de Santiago es que, por ejemplo, un puñado de teatros en Arica, en Puno, en Valparaíso, en Guayaquil y en Cartagena hicieran una comisión de una obra para compositores latinoamericanos con otros músicos –gringos, europeos, asiáticos–, y que esa obra tuviera circulación en todas las ciudades. Esa es la red descentralizada que hace falta.

Con respecto a las audiencias, es claro al expresar su desacuerdo con que el público tenga un papel protagonista en la presentación artística. En ese sentido se declara conservador y valora el hecho simple de tener el respeto de quedarse en una silla y apreciar –ojalá en silencio– lo que alguien tiene para decir.

En el recodo de cada vereda

En un país de andar cultural lento, donde las opciones han sido o bien aferrarse con idilio al pasado y a un costumbrismo peligrosamente nacionalista, o bien dirigir la mirada hacia afuera, cayendo en los altibajos del esnobismo extranjerista, Nova et Vetera se ha propuesto buscar lo esencial de lo vernáculo y lo foráneo al tiempo que del pasado y el futuro.

A la manera surrealista de Fitzcarraldo –aquel enigmático personaje de Werner Herzog que decide llevar a cabo su improbable sueño de construir un teatro de ópera en Iquitos, en la cuenca amazónica del Perú–, Gardeazábal ha mantenido los oídos atentos a las vicisitudes de una escena musical en construcción, precaria y torpe en sus maniobras y a la vez repleta de músicos gigantes, inquietos e inconformes, fabricantes de cánticos urbanos tan contemporáneos como revoltosos y de tonadas folclóricas que surgen de la tradición y al mismo tiempo la desafían, volviéndola música impredecible y universal. Quizás por eso una de sus metas inmediatas es echar a rodar una ópera por los ríos del Putumayo en el 2017, con el compositor angoleño Víctor Gama.

Trece años después del inicio de su transitar por el mundo de la música, Santiago y sus cómplices siguen trabajando a medio camino entre el pesimismo lúcido y la satírica ebriedad.

El músico al poeta en contrapunto
Dobla: ¿Sí cabe tánto loco junto?
Poeta, histrión, juglar, trovero, mimo,
chantre, capelmaestre, titerero,
funámbulo, bufón, violínviolero
y otros que callo y otros que suprimo
¿Cabe o no Cabe tánto loco junto?

Libráculo de fugas – León de Greiff

***

El Anónimo estará celebrando su aniversario número 13 durante todo diciembre. Siga todos los detalles por acá.