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Grado de culto: demasiado cerca de la obra maestra
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Y ahora que debemos admitir que el nivel de Wayne Rooney ha decaído, todavía somos testigos de su grandeza en algunas jugadas —su primer toque, cuando mata el balón y después lo pasa a sus compañeros, moviéndose como un hombre tratando de alcanzar un tren, sus extremidades intentan correr un maratón pero su torso parece no aguantar la demanda— y recordamos cómo era: un jugador con calidad de clase mundial indiscutible.Pero también hacía cosas detestables, como en aquella ocasión en que le pisó las partes nobles a Ricardo Carvalho. Wayne Rooney es un hombre de extremos y contrastes.Estamos demasiado cerca de la obra maestra para verla. En esta analogía somos un crítico de arte y Rooney es el objeto. Rooney es la Mona Lisa, aunque en lugar de sonreír hace otra cosa, su prominente frente pecosa ocupa el primer plano, y su boca tan pequeña parece encerrar mucha ira y absorber sus orejas pero, a pesar de todo, es una obra maestra; nosotros, los críticos de arte, estamos encima de ella todo el tiempo. Las cosas no han cambiado mucho: Rooney tiene 31 años, sigue en el Manchester United, se sigue aferrando al más alto nivel de competitividad, y sigue ganándose la vida como futbolista.
Sólo podremos apreciarlo plenamente por lo que era hace 10 años cuando llegue el inevitable día de su fichaje por un club chino o estadounidense; dos temporadas en el extranjero donde culminará todo ganando descabelladas cifras de dinero mientras anota goles espectaculares de vez en cuando. Sólo entonces, quizá, recobre su nivel como goleador y meta cuatro goles en un solo partido con el Guangzhou Evergrande. Habrá que estar atentos, también, de su continuidad en la selección. Por el momento, lo último que hemos visto de Wayne con Inglaterra es anotar el gol de la victoria en un partido de vida o muerte ante Eslovenia, aumentando su cifra goleadora a una marca casi insuperable de 57 goles. Después ya, seguramente, sea cuando por fin se retire, sin rodillas que lo amparen, a los 36 años. Rooney se ausentará media temporada de la opinión pública antes de reaparecer, completamente calvo, como analista secundario de algún programa de deportes. Sólo entonces nos daremos cuenta: lo perdimos.
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Con el surgimiento de la siguiente promesa inglesa del fútbol —un chico de nombre Liam Felstead-Wickham, de tan sólo 16 años y capaz de anotar dos goles en su debut con el Everton— Wayne Rooney y lo que quede de John Terry y Danny Murphy estarán sentados frente al televisor y uno de los tres dirá: "Me recuerda al joven Wayne Rooney, ¿no lo crees Wayne?" Mientras, Rooney, rascándose la nariz, dirá: "Obviamente en sus primeros años, pero es un buen chico, muchos entrenadores en el Everton están emocionados, creo que sí". Después las cadenas de televisión pasarán las mejores jugadas y goles de Rooney en ultra alta definición —supongo que para ese entonces tendremos televisores en 3D— y entonces los apreciaremos más que nunca. Tomaremos una profunda bocanada y diremos: "¡Joder! ¡Wayne Rooney era un jugador de fútbol brutal!". Pero por el momento estamos demasiado cerca para saberlo.Leer más: La increíble racha de Jack Rodwell, el gafe del fútbol inglés
Punto de entrada: brillante y para el olvido
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Rooney es un sinsentido andante. En ocasiones se le describe como "el último futbolista callejero" en una era donde las academias de fútbol amontonan a los jóvenes y les promueven para alcanzar carreras brillantes; Rooney nos habla de una época donde los chicos conocían la pasión del fútbol. Pero esta descripción parece encerrar algo más, algo que lo hace un mesías y un villano ante los ojos de los medios ingleses que aman inflarlo tanto como pisotearlo. Rooney, el jugador más exquisito de toda una generación inglesa, ha resistido todos los intentos que buscan despojarlo de sus raíces de clase trabajadora; al final del día, es un chico tímido de Croxteth que ha anotado más goles que cualquiera en el Manchester United e Inglaterra. Esto es lo que lo hace un personaje de culto, sus jugadas vagan entre dos extremos: locura y majestuosidad.La conectó con la espinilla, estoy convencido de que lo hizo, y me iré a la tumba jurando que lo hizo. Pero el momento siempre será recordado por el gol ante el rival de la ciudad. Todos los elementos del fútbol se unieron al mismo tiempo: soportó la tentación de jugar para el equipo rival un año antes (renovó su contrato y rompió el esquema de salarios en el United); el City sufría una reestructuración bajo las riendas del jeque Mansour. Y después Rooney se elevó de la nada, y Nani mandó un pase perfecto. Sin duda conectó el balón con la espinilla, pero esto nunca importó: fue gol de Rooney, tres puntos para el United, un paso más hacia al penúltimo título de Ferguson. Old Trafford explotó. Rooney nació para este tipo de momentos."Déjame contarte una historia sobre Wayne. Estábamos entrenando en las viejas instalaciones de Everton, en Bellefield, y Wayne solía practicar con nosotros todos los días. Se pasaba el día chutando balones". Un día tuvimos un partido y Wayne tenía el balón cerca de la línea de gol y le hizo un sombrerito al portero. Todo el cuerpo técnico estaba viéndolo y se quedaron sorprendidos. Todos tenían el mismo gesto en sus rostros. '¿Has visto eso? ¿De verdad ha pasado?' Nadie gritó '¡Qué gol!' Quizá se preguntaban si había sido su intención anotar de esa forma. Y así fue. A partir de ese momento todos dijeron '¡Dios! Qué jugador tenemos' ". — David MoyesTexto: @JoelGolby // Ilustración: @Dan_Draws