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Lo personal y lo político

Estoy intentando nuevas formas de amar y me está costando más de lo que creí

Esto de las relaciones abiertas y el amor libre se lee muy bonito, pero en la vida diaria es mucho más difícil de lo que parece.
lo personal y lo politico
Imagen por Jimmy Palacio | VICE Colombia.

Artículo publicado por VICE Colombia.


El fin de semana pasado me rompieron el corazón tres veces. La sucesión de eventos que llevó a esta catástrofe fue rápida, súbita, mortífera. A cada ruptura le asigné una imagen dentro de mi cabeza, un recuerdo. Y a cada una de ellas —una, dos, tres— la he repasado como un pequeño fotograma doloroso que ha cobrado vida y vuelto a morir, todo a mi antojo, detrás de mis ojos, durante estos días.

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La primera de ellas me muestra a mí misma bailando. Es viernes en la noche y estoy en una discoteca nueva mientras suena "Don’t you Want Me", de The Human League. El clásico me transporta a una chickflick producida en los 80, pero a la parte más triste de esa chickflick, porque por el rabillo del ojo puedo ver cómo el tipo que más me gusta está cerquita de mí bailando con otra.

La segunda imagen es mi cuerpo de espaldas, mirando hacia una de las calles de Chapinero a través de la ventana de mi apartamento. Tengo resaca, estoy trasnochada y estoy sosteniendo mi celular en una mano mientras que con la otra me molesto el pelo nerviosamente. La voz que escucho muy lejana del otro lado es la de otro tipo, uno que a ratos creo que amo y a ratos me toca odiar. Su voz se enreda un poco, como siempre, cuando me está dando la noticia que yo ya sabía, pero que no quería escuchar. La imposibilidad tangible de lo que ya era imposible teóricamente cobra una forma y un cuerpo y una fecha y otra vez un nombre, y yo me siento chiquitica mientras mantengo la entereza completa en la voz, la mía, que él sigue escuchando a distancia.

La tercera imagen vuelvo a ser yo. Mi cuerpo está boca abajo contra mi cama, mientras el maquillaje de llamas verdes con negro que me hice en la cara para la fiesta de esa noche termina de emborronarse con mis lágrimas, derritiéndose entre mis cachetes y mi sábana. Estaba llorando en la madrugada y no sabía bien por qué. Quizá era el cansancio acumulado de un fin de semana movido. Quizá había sido el ron que tomé de más, o quizá era el tipo que acababa de irse y la soledad que, ahora y cada vez más seguido, le sigue a las noches y a las madrugadas de fin de semana. Quizá, y este era el quizá más probable de todos, era su recuerdo, que se había convertido en la cicatriz más honda de mi vida. Quizá era su recuerdo que había pasado a saludar y linda hora para hacerlo.

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Mi mayor deseo para este nuevo año fue deconstruir mi manera de amar, desentender eso que llevaba entendiendo como amor desde hacía 26 años. El amor nos lo muestran en todo lado y lo hacen ver como una ecuación simple: "1+1=2" o "1+1=1", si se quiere, para las románticas. Nos enseñaron que no nacimos completas y que debemos gastar el resto de nuestras vidas encontrando esa otra mitad que quién sabe dónde putas estará metida. A muchas se nos han ido los mejores años de nuestra juventud en eso.

El año pasado entendí muchas cosas sobre el amor a la fuerza, luego de tener a mi +1 y darme cuenta que a las sumas también le llegan las restas, los ceros (0) y los números negativos (-). Luego de varios años de una relación monógama, tradicional y hegemónica, que me trajo los mejores años de mi vida, tuve una ruptura honda, en donde la vida, con la ayuda del feminismo, me dijo amiga, date cuenta. Cuando volví a salir al ruedo de las relaciones empecé a tener varios tropezones que no recordaba que sucedían al momento de querer relacionarse con las personas que me gustaban. Me di cuenta de que algo de esa ecuación, y todo lo que esta implicaba, ya no estaba funcionando para mí, que quería tomar las riendas y encaminarme para otro lado. Quería empezar a ser una mujer que amaba diferente, y a la que amaban diferente.

El amor no podía ser como ese matacho mal dibujado que nos hicieron de él hace tanto tiempo, con los bordes reteñidos para no salirnos. Este no podía significar dependencia, ni entrega total, ni posesión, ni sumisión, ni control, ni sufrimiento, ni drama, ni mucho menos ego, algo que me había jugado muy malas pasadas en todas mis relaciones pasadas. ¿Si el amor era una elección, por qué no podía serlo también la manera en la que se quería amar y ser amada?

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Coral Herrera, una escritora feminista, afirma algo en lo que yo concuerdo y es que lo romántico es político. Por ello, según ella, el romance y el amor se construyen a través de la ideología del momento histórico. Y el momento histórico que nos tocó a nosotras, por desgracia, fue el del patriarcado y el del capitalismo. Estas dos visiones de mundo construyen, tristemente, nuestra forma de amar: un amor machista con todo tipo de abusos que suceden seguido en varias relaciones y que representan la forma de amar del patriarcado y un amor capitalista que impone como una de las máximas consignas la concepción de la propiedad privada a través de la monogamia: tú eres mío, yo soy tuya, ese es el acuerdo.

Con esto en mente, amar, entonces, amar de verdad, se convierte en un proyecto político. Eso era lo que yo quería. Una rebeldía amorosa que no le siguiera el juego a esas formas tóxicas comandadas por los enemigos naturales contra los que pelea el feminismo, una relación basada en el cuidado, en el respeto, la libertad y la comunicación. Un amor que matara al ego en ambas partes, el cual a veces es el primer enemigo de las relaciones sanas. Un amor, a la final, que comenzara por mí, donde yo decidiera todo lo que metería en esa ecuación y por qué.

Y este proyecto político, al menos el que yo quiero, puede tomar muchas formas. Podía tomar las formas de un poliamor, de un metamor, o de una relación que simplemente fuera abierta. Podía volverse una relación homosexual o podía seguir siendo una búsqueda heterosexual. Podía replantearme totalmente junto a esa persona o esas personas lo que se concebía como sexual dentro de las relaciones convencionales, darle la vuelta, experimentar. Solo sé que desde el año pasado quiero quitarle las categorías a todo lo que concebía en mi cabeza como amor.

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Escrito así, todo esto suena como una aventura emocionante.

Pero luego llega la realidad, la de la verdadera deconstrucción, y ahí empieza a ponerte a prueba la vida. Esa vida amorosa que hace meses estaba buscando y que me emocionaba tiempo atrás. Con el tiempo te das cuenta de que ese concepto tan bonito que ahora tantas mencionamos como “deconstrucción del amor romántico” y que nos llena la boca cada vez que lo decimos, en realidad a veces puede volverse una pesadilla, porque decodificar lo que está casi que inyectado en tu médula es mucho más difícil de lo que crees.

Entonces, entender, por ejemplo, que cada persona representa una página diferente en la vida de cada quien, y que a todas esas páginas se les puede amar sin sentirse mal por eso o por las otras páginas independientes que tienen mis amores, o que el deseo no tiene por qué estar restringido a una sola persona cuando se está en una relación con alguien, o que la heterosexualidad de verdad es el eslabón más débil e inventado y tóxico del espectro de preferencias sexuales, son lecciones que cuestan tiempo (días, meses, años), y lágrimas, y dolor y libros y meditaciones sacadas de YouTube, y amigas que pasen noches enteras tratando de entender contigo, sin que todo esté muy claro en este nuevo mundo que te abriste para ti, donde nada está definido.

De repente, te das cuenta de que eso que llaman deconstruir el amor romántico es salir de lo que tú conoces como zona de confort todo-el-tiempo. Eso quiere decir, o al menos a veces siento eso, que este trabajo interno es equivalente a estar incómoda todo el tiempo. Incómoda porque preferirías que el tipo que te gusta y con el que estás saliendo no estuviera bailando con otra mujer sin voltearte a mirar siquiera. Incómoda porque la circunstancia no te deja estar con el hombre que a veces amas y que a veces odias por no poder estar con él. Incómoda porque el recuerdo de la felicidad que compartiste junto a alguien de la manera más tradicional posible te hace pensar por las noches si alguna vez volverás a ser así de feliz, así de cómoda.

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Es acá donde me pregunto: ¿si toda esta empresa amorosa que estoy intentando implementar en mi vida me hace sentir incómoda, intranquila, no es mejor volver a mi concepción anterior (y todavía muy interiorizada) del amor? La respuesta me la dio esta semana un buen amigo, que abrió su relación de muchos años hace poco: mi comodidad debe radicar en otras cosas, entonces. Mi tranquilidad debería empezar a mudar hacia el dinamismo.

Pero no todo es darse palo y sentirse incómoda. También he tenido avances, también he gozado. Si tengo claro que hay alguien que me gusta, hay alguien que amo y alguien que amo con nostalgia, es porque poco a poco he ido teniendo una apertura, y no me ha dado miedo, ni por un momento, de seguir demostrando mi deseo, mi afecto y mis sentimientos. Si he seguido adelante con situaciones que me han hecho sentir incómoda y me han hecho sentir débil y perdida, es porque he controlado mi ego, he revertido los relatos que el patriarcado nos ha hecho creernos cuando se trata de un hombre y una mujer juntos y los he tomado a dos manos para controlarlos. Dejé de ser la mala del cuento y pasé a ser una mujer que desea, dejé de ser una víctima y pasé a ser una mujer que siente y dejé de ser una débil por ser alguien que recuerda constantemente con amor, siempre con amor.

En fin. Si este fin de semana me rompieron el corazón tres veces significa que, aparte de haber tenido tres tusas, estoy abriendo cada vez más mi corazón. Y si todo está bajo las condiciones que yo deseo para ser amada, estoy dispuesta a que me lo partan tres veces más.

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No es que me tenga que obligar a tener relaciones abiertas y poliamorosas y deconstruidas y despojadas de toda dinámica machista de aquí en adelante, puede que en un rato vuelva al ruedo de la monogamia y la heterosexualidad porque fue lo que mejor me funcionó a mí, pero por ahora estoy bien así, y quiero seguirme incomodando.

Quiero seguirlo intentando.

*Sigan a Nathalia en Twitter.


Esta es la columna de feminismo y género de VICE Colombia, un espacio para la construcción, la discusión y el debate acerca de lo que significa ser mujer en este momento de la historia, a través de vivencias personales y coyunturas políticas. Las opiniones de la columnista no reflejan ninguna postura del medio.