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VICE Sports

La larga carrera de Ayrton Senna

Qué habría pasado si, de algún modo, el piloto brasileño hubiera esquivado su trágico destino aquel día en el Gran Premio de San Marino
Ilustración por Iván Zaragoza

Amigos de la hipérbole, los diarios matutinos el lunes 2 de mayo esta vez no fallaron por mucho en el diagnóstico. "¡Inmortal!", "¡Milagro!". Un tabloide italiano cabeceó "Lázaro sobre ruedas" encima de una fotografía del casco amarillo canario sobre la pista de Imola. Ninguno publicó, curioso caso de unanimidad, fotografías de lo que pensaban era un cadáver. "Le vi las pupilas dilatadas", dijo el Profesor Watkins al relatar sus auxilios iniciales. "No soy religioso, pero sin duda alguna fuerza superior lo reanimó. Ni bien lo preparábamos para la traqueotomía ahí miso en la pista, dio dos grandes bocanadas y comenzó a respirar una vez más." Milagro en portugués se escribe milagre.

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Su escudería, semanas más tarde, ofreció tres motivos distintos para el accidente, todos disputados por la prensa y los aficionados; hasta su familia, mientras él convalecía en el hospital, opinó sobre el asunto. La relación entre Williams y su piloto de los 20 millones de dólares por temporada, estaba por quebrarse. Años después del accidente, ya retirado y algo amargo, en una entrevista con un periódico brasileño, reconoció que estaba en aquel momento no le tomaba las llamadas a sus empleadores.

La temporada 1994 fue, al tiempo, desastrosa y un alivio: ni un solo punto conseguido en solo cinco carreras disputadas y un contrato rescindido por un lado; por otro, el piloto se recuperó de sus heridas —vértebras impactadas, la retina del ojo derecho desprendida, brazo, rótula y costillas quebradas—, rehabilitó los reflejos y amasó una vez más las suficientes fibras musculares para resistir las fuerzas centrífugas que genera su monoplaza. Lo que nunca volvió fue la confianza plena en el Williams FW16 que lo había llevado contra el muro de contención en Tamborello. Las dos últimas carreras apestaron a remordimiento. Incluso la telemetría al interior del auto, filtrada por algún integrante del equipo de ingenieros a la prensa, exhibió esa duda. Antes del Gran Premio de San Marino, los sensores en los pedales del FW16 decían que el piloto presionaba hasta el fondo, 100%, el acelerador en curvas pronunciadas. En las últimas dos carreras, salvo por las rectas extendidas, no volvió a marcar un 100% cerca de una curva.

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Ya encanecido, lo vieron millones por la televisión, con su tradicional reloj de carátula amplia y correa de metal en la muñeca saludando al público en el Maracaná de Rio de Janeiro. Él fue el designado para de iluminar el pebetero con la antorcha olímpica merced a su arrastre popular y su reticencia a entrar en los procesos políticos locales. Lo mismo pasó dos años antes, cuando el árbitro silbó el final del humillante 7-1 en la semifinal de la Copa del Mundo, el público coreaba: "¡Senna baja al campo!". Unánime.

Desde antes del milagro en Tamborello (ese también fue el tituló del libro de un periodista inglés especializado en deportes de motor; ahí examinaba las supuestas causas del accidente —una concatenación de factores desafortunados—, y también recopilaba los testimonios de casi todo el personal médico involucrado en la recuperación del piloto), para fatigar una metáfora, perdió el turbo. Pasó, con platillo, presentación espectacular, y sueldo rumorado en 35 millones de dólares por la temporada inicial, con dos subsecuentes de 30 millones por año más bonos por pole position y carreras ganadas, a la escudería escarlata de Ferrari. Con el cambio regresó el triunfo pero quizá no del todo la magia. Quizá era la memoria del impacto, o quizá era sus exactitudes técnicas cada vez se volvían más minuciosas, más detalladas e inalcanzables para el equipo de ingenieros de la firma. Con los del caballo negro quedó de subcampeón en 1996, con una seguidilla de cuatro victorias consecutivas en la última sección del campeonato —un espectáculo en Japón y un controvertido triunfo sobre el joven Schumacher en Estoril—. Más de eso, no hubo.

1997 fue un año mediocre, y lleno de tensión: seis abandonos de carrera y un penosísimo incidente en el que los temperamentos rebasaron a la sensatez: golpeó con ese casco icónico el rostro de su antiguo compañero británico Damon Hill por un par de rebases que el brasileño consideró en exceso temerarios y desleales mientras peleaban por el tercer puesto. De aquel tenebroso San Marino le quedaba el recuerdo en las vértebras. El año de su retiro la lesión era insoportable y lo obligaba a someterse a sesiones de fisioterapia intensiva ahí mismo en el paddock para poder soportar el rigor de los cientos de kilómetros alrededor del circuito. Ese aroma a remordimiento parecía no írsele del todo.

Con su inglés quebrado, en un video que circuló mucho cuando anunció su retiro en 1998, dejó una frase para la posteridad: "Para alguien tan competitivo como yo, tan motivado para ganar, hay dos grandes terrores: el primero es a la muerte. El segundo a lo ordinario".

Ayrton Senna murió en la pista de Imola cuando perdió el control de su Williams y se impactó contra el muro de contención en la curva de Tamborello. El eje y la llanta derecha impactaron su casco, lo que le provocó la muerte instantánea. Tiene asegurado su lugar como uno de los mejores, si no es que el mejor piloto de la historia de la Formula 1.