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Se retiró Ronaldinho: el fútbol quedó herido de por vida

Se fue el jugador que más alegría le ha dado al fútbol en toda su historia.
Ronaldinho con la selección de Brasil | Tomada de El Espectador

David Beckham levanta sus manos. No sabe qué sucede. Al otro costado de la cancha, Zidane y Ronaldo caminan con la cabeza gacha, Raúl anda con la mirada perdida, Sergio Ramos tiene su cadera en alguna esquina del Paseo de la Castellana, y más atrás está Iker, abatido, con las manos a la altura de la cintura, representando el símbolo máximo de la impotencia.

Corre el 19 de noviembre de 2005, y el Santiago Bernabéu, el estadio del Real Madrid con sus hinchas, en un hecho sin precedentes, se ha levantado de su asiento, se ha puesto de pie para ovacionar al 10 de su equipo archienemigo, de su odiado rival, el FC Barcelona. Para rendirse ante la magia infinita de un sinvergüenza, de un cínico, del sublime irresponsable: Ronaldo de Assis Moreira.

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Han pasado 4.441 días desde esa tarde mística en la historia del fútbol. Las tardes han cambiado. El fútbol es más arrebato que idea, la fuerza prima sobre la razón: los insolentes de la pelota han sido reemplazados por los robots del marketing. Hace un par de días, el pasado dieciséis de enero, en la televisión brasileña apareció Roberto de Assis Moreira, el hermano y representante del jugador que más alegría le ha dado al fútbol, para confirmar lo inevitable: Ronaldinho, de treinta y siete años, no volverá a jugar profesionalmente nunca más en la vida.


Contra Inglaterra


Hoy, en el ocaso de la gambeta, a los románticos de la pelota no les queda más remedio que volver a los épicos videos y compilaciones de YouTube para sopesar esta tragedia que enluta a los que disfrutan más un caño que un gol.

Aquí están de nuevo ante esos sesenta segundos extraordinarios en los que el francés Eric Cantona presenta a un muchachito de Porto Alegre, Brasil, nacido el veintiuno de marzo de 1980. Un niño que pareciera tener tobillos de hule y unos pies de oro que va gambeteando al compás de una samba, siempre sonriendo —siempre—, mientras que en el camino quedan regados otros, impávidos ante el negro súper dotado que, sin querer queriendo, los acabó de humillar.

Se va el bohemio del enganche y su magia nunca más la veremos de nuevo porque el fútbol de hoy no tiene lugar para los genios que yerran

“Never grew up, my friends”. Este es el consejo que Cantona regala al final del clip. Una frase certera que condensa la vida futbolística del fundador del jogo bonito, una identidad de juego que marcó a las generaciones nacidas en los años ochenta y noventa, que crecieron viendo los comerciales de Nike en que Ronaldinho Gaucho y otros brasileños amos de la elasticidad le dejan claro al mundo que el fútbol era riza, goce y gambeta. Nada más.

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Esa promesa de nunca crecer, de mantenerse atrevidos e insolentes con la redonda, tuvo frutos más allá de la publicidad: el jogo bonito, sonado por el scratch de Ronaldo, Rivaldo, Cafú, Roberto Carlos y Kaká, pero orquestado por Dinho, ganó un Mundial, una Copa América y una Copa Confederaciones.

En los ocho clubes que militó —Barcelona, Milan, PSG, Gremio, Atlético Mineiro, Fluminense, Flamengo y Querétaro— ganó veinticuatro títulos. Y en 2005, el mundo del fútbol se rindió ante él, cuando la revista France Football le entregó el Balón de Oro. Casi nada.


La magia


Pero el mejor jugador del mundo durante la primera década de este milenio también fue el mejor jugador en bares y clubes: el crack del exceso. Los amargos señalan que el declive futbolístico del 10 se debió a su incontrolable alegría. Fotos como estas se filtraban cada cuanto por las ciudades en que su agasajo y seducción llegaba. El zar del preciosismo, como lo apodó el cronista Alberto Salcedo Ramos, fue un bohemio de una grandeza tal que su alegría, por supuesto, tenía que trascender las canchas y los títulos.

Sus momentos más legendarios y sus fotos más gloriosas no lo muestran alzando copas. Nunca olvidemos su épica aparición en la juvenil de Brasil, regalando años y saliendo campeón del mundo. Invoquemos de nuevo su debut a los diecisiete en Gremio. Cerremos los ojos y escuchemos de nuevo al narrador chileno Luis Omar Tapia vociferando “Jar Jar Binks” cuando se refería a él.

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Inspirémonos con la ópera del tres a cero contra el Real Madrid en el Bernabéu. Bailemos con la samba que bailó en Stanford Bridge. Gocemos con el día en que derrumbó las murallas italianas. Pongámonos de pie con su reconquista de América.

Lloremos con su elástica, sus caños, sus sombreritos, sus recepciones.

En fin…

Se va el bohemio del enganche y su magia nunca más la veremos de nuevo porque el fútbol de hoy no tiene lugar para los genios que yerran. Si acaso, la podremos rememorar en YouTube. En medio de la desesperación, entendamos y asimilemos esto: Ronaldinho, sus tobillos de goma y sus pies de oro no pisarán más una cancha. El fútbol ha quedado herido de por vida.


En Brasil