Me fui con mi padre a una reunión de Alcohólicos Anónimos

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Me fui con mi padre a una reunión de Alcohólicos Anónimos

“Hola, me llamo Charlie… y no soy alcohólico”.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Suecia.

Hace siete años, justo después de cumplir los 18, mi padre me dijo que se había unido a Alcohólicos Anónimos (A.A.). Al parecer, hacía seis años que asistía regularmente a las reuniones. Siempre había sabido que mi padre es incapaz de tomarse solo una copa y que se convierte en una persona distinta en cuanto le sube el alcohol.

Mi relación con él se había vuelto tensa desde hacía un tiempo: justo cuando me di cuenta de que bebía demasiado, mis padres se divorciaron. Por eso estaba enfadado y triste con ellos, pero el hecho de que mi padre bebiera me disgustaba todavía más. Cuando estaba borracho, en vez de cuidar de mí, era yo quien tenía que cuidar de él.

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Aunque hubo algún que otro momento realmente malo y se convertía en un asco de persona cuando bebía, era un buen padre. Y nunca se me pasó por la cabeza que fuera alcohólico; nunca se me ocurrió que necesitaba ayuda y apoyo para no recaer.

Cuando estaba borracho, en vez de cuidar de mí, era yo quien tenía que cuidar de él

Una vez hubo confesado, me preguntó si quería ir con él a una reunión de Alcohólicos Anónimos. No sabía mucho sobre esas reuniones. Solo las había visto en películas, y en ellas la gente se sienta en un círculo y dicen: "Hola, me llamo X y soy alcohólico".

También era consciente de las críticas que circulan sobre la organización: hay quien dice que es excesivamente religiosa, que es prácticamente una secta y que no hay pruebas científicas que avalen el tratamiento. Pero nunca lo había experimentado directamente. Por curiosidad —y conmovido por la vulnerabilidad de mi padre—, acepté su invitación.

Partimos a la reunión un cálido día de verano. Estaba en el coche con mi padre, de camino a las afueras de un pueblo sueco. Empecé a ponerme nervioso y me preocupé por cómo me recibiría el resto del grupo, pero también por cómo reaccionaría yo a todo lo que los miembros del grupo contaran. ¿Y si alguien no está cómodo con mi presencia? Mi padre me aseguró que si alguien se sentía incómodo hablando ante gente de fuera del grupo, ese día no vendría a la reunión.


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Aparcamos el coche fuera de un edificio que la organización alquilaba a una iglesia sueca un par de días a la semana. Entramos, subimos un tramo de escaleras y nos metimos en una habitación bastante grande con 15 sillas dispuestas en círculo. Habíamos llegado pronto.

Un hombre, que parecía dirigir la reunión, nos saludó a mí y a mi padre. Tenía una cara amistosa y acento americano. "Tu padre me ha hablado mucho de ti, y has de saber que tienes suerte de tener un padre así de excelente. Tiene un corazón enorme y ha ayudado a mucha gente de aquí. ¡Me alegro de que hoy estés con nosotros!". Fue tan majo que me abrumó y no supe qué responderle.

Fue llegando más y más gente; la mayoría de ellos eran hombres de entre los 30 y los 50 años. Y yo, que tenía 18, me sentía un bebé. Al poco rato, estábamos todos sentados en círculo. El tipo amistoso carraspeó e inauguró la reunión.

Era exactamente como en las películas

"Hola, me llamo David*, y soy alcohólico", dijo.

"Hola, David", contestaron todos al unísono, menos yo.

Era exactamente como en las películas.

David dio la bienvenida a todos el día de la reunión y me presentó como el hijo de Andreas. Resultó que yo era el único pariente que había allí, pero estaba demasiado nervioso como para hablar. Observar estaba bien, pero la simple idea de compartir mis historias personales con extraños hacía que mi corazón latiera más deprisa.

"¿Quién quiere empezar?", preguntó David.

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Hubo un instante de silencio antes de que alguien levantara la mano.

"Yo primero. Me llamo Mats*, y soy alcohólico".

"Hola, Mats". Esta vez me sumé al resto.

Todos tuvieron la ocasión de hablar y, aunque todas las historias eran únicas, trataban algunos temas comunes: la sed que sientes por aquello que no puedes tomar, el caos que acompaña a la recaída y la culpa, la vergüenza y la tristeza.

Una foto reciente del autor con su padre. Foto cortesía del autor

Después de llevar dentro unos 20 minutos, justo cuando la persona de mi derecha acabó de hablar, todos los ojos me miraron. Me entró el pánico de nuevo. No había planeado decir nada.

"Hola, me llamo Charlie*, y no soy alcohólico", murmuré.

Sonó extraño, y me gané algunas miradas confusas por haberme desviado de la frase convencional. Pero algunos del círculo contestaron: "Hola, Charlie".

Pensé en lo que quería decir. Mi relación con el alcohol es algo complicada. Bebo cuando salgo, a veces demasiado. Mi padre me ha visto resacoso, y me da un poco de cosa. Una vez, en la comida del Día del Padre, me dolió mucho: él estaba decepcionadísimo, y yo me encontraba como una mierda. Y de vez en cuando, cuando me enfado, a veces siento la necesidad de beber.

De vez en cuando, cuando me enfado, a veces siento la necesidad de beber

Pero entonces, pienso en cómo mi padre gestionaba sus problemas bebiendo, y eso me ha hecho fácil pasar por alto el ansia. No me veo llegando hasta el punto de beber para bloquear lo que siento. Creo que, en ese sentido, el alcoholismo de mi padre ha aportado algo positivo.

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"Hoy estoy aquí", dije al grupo, "porque quería ver cómo es una reunión de Alcohólicos Anónimos, ya que sé cuánto habéis ayudado a mi padre". Mi padre me sonrió, alentándome. "Estoy muy agradecido por ello, y es muy generoso de vuestra parte dejarme formar parte de la reunión de hoy y permitirme escuchar vuestras historias".

Y eso fue. Recuerdo claramente el nudo en la garganta al acabar de hablar; no solo porque soy lo peor hablando en público, sino principalmente porque me emocioné de verdad al escuchar las historias más íntimas de los demás. Me contaron cosas que normalmente no compartirían con nadie de fuera del grupo.

"Hoy estoy aquí porque quería ver cómo es una reunión de Alcohólicos Anónimos, ya que sé cuánto habéis ayudado a mi padre"

El siguiente en hablar era mi padre. Igual que hizo aquella vez en la cena unos meses atrás, se presentó como alcohólico. Por fortuna, en la reunión no sacó a colación ningún momento de aquellos cuando yo era pequeño y él todavía bebía.

Me di cuenta de que eso había sido parte del miedo que tenía a asistir a esta reunión, que tuviera que vivir de nuevo esas experiencias con tanta gente a mi alrededor. Estaba contento de que tanto mi padre como yo hubiéramos dejado atrás todo eso. Estoy seguro de que en otras reuniones habrá compartido esas historias, pero conmigo allí, decidió hablar sobre lo bien que se sentía ahora que estaba sobrio.

Asistir a una reunión de Alcohólicos Anónimos con mi padre fue apabullante. Sentí muchas emociones a la vez: felicidad, orgullo, amor, esperanza y gratitud, pero también una profunda tristeza al ver lo difícil que había sido la vida de mi padre y del resto de los asistentes. Al final de la reunión, todos se levantaron y se cogieron de la mano. Rezamos la plegaria de la Serenidad, cuya letra no me sabía, aunque es bastante famosa y empieza así: "Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar…".

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Asistir a una reunión de Alcohólicos Anónimos con mi padre fue apabullante. Sentí muchas emociones a la vez: felicidad, orgullo, amor, esperanza y gratitud, pero también una profunda tristeza al ver lo difícil que había sido la vida de mi padre y del resto de los asistentes

Más tarde le dije a mi padre que me parecía que la experiencia es completamente religiosa, pero respondió que no necesitas ser una persona religiosa para estar en Alcohólicos Anónimos. Me explicó que creer en "algo superior a ti" ayuda a que des los pasos para cambiar.

Pero él y muchos otros del grupo eligen ver a los otros miembros como ese "poder superior". Pensé que tal vez tenía razón, puesto que la relación con mi padre es una de las razones por las que intento sacar la mejor versión de mí mismo.

Mi padre está a punto de celebrar 15 años sobrio. A día de hoy, sigue asistiendo a las reuniones, y me ha dicho que no está seguro de si sería capaz de seguir sobrio si no hubiera seguido yendo, incluso después de estos años.

Nunca conseguiré librarme de los recuerdos de todo lo que mi padre se hizo a sí mismo y le hizo a nuestra familia cuando estaba borracho. Pero bueno, los dos estamos mucho mejor que cuando estaba en el pozo

"Voy a reuniones para que me recuerden el hecho de que soy uno de esos que no deberían beber jamás. Me han ayudado mucho", me explica ahora. Ahora también hace de padrino de otros miembros.

Nunca conseguiré librarme de los recuerdos de todo lo que mi padre se hizo a sí mismo y le hizo a nuestra familia cuando estaba borracho. Pero bueno, los dos estamos mucho mejor que cuando estaba en el pozo. Alcohólicos Anónimos no es para todos, y desde luego que no es el único camino a la sobriedad, pero en nuestro caso, me gusta centrarme en el hecho de que si no hubieran ayudado de esta manera a mi padre, podría haber seguido siendo un extraño para mí.

*Los nombres de las personas implicadas se han cambiado para proteger su anonimidad.