Setenta y dos horas en el "Burning Man" jasídico
Un querido líder jasídico baila sobre los hombros de sus seguidores en la celebración del Año Nuevo judío.

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El número A través del espejo

Setenta y dos horas en el "Burning Man" jasídico

Uman, Ucrania, es lugar de entierro del rabino místico jasídico del siglo XIX conocido como Rebbe Nachman de Breslov. El sitio se convierte en una selva en la víspera del Año Nuevo Judío.

Este artículo apareció en el número "A través del espejo" de la revista VICE. Puedes leerla completa AQUÍ.

Si quieres tener la posibilidad remota de acercarte al mostrador de uno de los puestos improvisados de falafel o shawarma que se montaron para beneficiar a las decenas de miles de peregrinos que acaban de llegar, tienes que atravesar una montaña de personas que ofrecen shekels, dólares, y grivnas como si fuera la hora feliz en el bar local. Uman, Ucrania, lugar de entierro del rabino místico jasídico del siglo XIX conocido como Rebbe Nachman de Breslov (en jasídico, "rebbe" es un término afectuoso para "rabino" que también connota un fuerte liderazgo espiritual), se convierte en una selva, en la víspera del Rosh Hashaná (el Año Nuevo Judío). Nachman prometió la redención a cualquiera que visitara su tumba, y por más de 200 años ésta ha sido el paradero de una agitada peregrinación de los judíos de todo el mundo. En la última década, la atmósfera se ha vuelto carnavalesca, ya que los seguidores de Nachman, tradicionalmente jasídicos, se han amplificado con antiguos fans de los Grateful Dead o de Phish, o con criminales reformados, y alcohólicos y drogadictos en recuperación. El idioma operativo es el hebreo, aunque se oyen inglés, francés, yiddish y ruso. Los únicos que hablan ucraniano son los lugareños, a quienes sólo les permiten la entrada a la calle Pushkin si pueden demostrar que viven o trabajan en la zona, una medida que supuestamente ayuda a evitar las aglomeraciones, pero que también previene la violencia entre la población nativa y las decenas de miles de turistas religiosos que llegan una vez al año. Como resultado, los ucranianos son escasos, pero no son los únicos: los peregrinos son todos hombres. Por todos lados veo carteles en hebreo pegados en los postes telefónicos y en las paredes de las sinagogas: ¡ESTÁ PROHIBIDO QUE LAS MUJERES ASISTAN A LUGARES DONDE HAYA GRANDES CONCENTRACIONES DE HOMBRES!

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Un jasídico que había sido DJ en la víspera del Año Nuevo cambió su tornamesa por un cuerno de carnero, que sopla en el borde del lago el segundo día de la celebración. Todas las fotos por Alexander Chekmenev

Observo a un hombre jasídico barbado con una camiseta blanca y unos lentes de sol verdes en forma de corazón saltando de un lado a otro y tocando un disco: imaginen un beat tecno con una voz sintetizada que canta "Rebbe Nachman, Nachman de Uman". Ahora imaginen escuchar eso durante seis minutos. En todo momento, el hombre de los lentes de sol grita por un micrófono, sobre la música: "¡Vamos, rediman sus almas! "Poco después, noto que las cabezas de la multitud giran para mirar algo que se acerca por la calle. Es un carnero, precedido por dos jóvenes campesinos locales. Llegaron para vender la bestia a un peregrino hambriento. Los sigo por la calle, con mi abrigo sobre el brazo —estamos a 21 grados centígrados y el día es soleado—, y damos vuelta a la derecha. Los campesinos, el carnero y yo seguimos a dos jóvenes israelíes que dicen estar interesados. Llevan el carnero y a los campesinos hacia un patio. Dicen que regresarán en cinco minutos, y se marchan para siempre. Les digo a los jóvenes ucranianos que los israelíes han desertado, que sólo han desperdiciado su tiempo. Los muchachos, con sus cortes a rape y sus caras toscas, parecen aturdidos.

En vista de que los jóvenes sólo hablan ucraniano, de alguna manera termino siendo el intermediario y traduzco y hago las ofertas. Varios judíos alegres se acercan, exigen un descuento de la mitad del precio (uno de los chicos lleva un cartel en inglés que dice 80 DÓLARES), y luego se alejan. Esperamos bajo el sol abrasador; el carnero luce sediento. En un momento dado, un hombre israelí lleva a la bestia y a los muchachos al pórtico cercano de una casa que está alquilando para mostrarlo a un amigo que podría estar interesado. Sin embargo, el casero ucraniano pronto los olfatea. No quiere que la sangre fresca manche su pórtico; los aleja hasta la calle principal, maldiciendo y amenazando con patearles el trasero. "Llegará gente que te explicará algunas cosas. Dolorosamente", dice. Entonces dejo que los campesinos y su carnero se las arreglen solos. A medida que me alejo, quedan unas pocas horas antes del comienzo de la celebración. El chico de mayor edad hace una llamada telefónica. "Recógenos", le dice a la voz en el otro extremo. "No podemos vender el animal". Acabo de llegar a esta ciudad y ya estoy agotado.

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Un peregrino, rodeado de basura, ora en una calle lateral a Pushkin. Durante las fiestas, la ciudad se desborda con la suciedad.

La historia judía de Ucrania durante los últimos cien años no es feliz. Aunque las cifras exactas son difíciles de conseguir —en parte porque el territorio ucraniano cambia constantemente—, había cerca de 2.5 millones de judíos dentro de las fronteras de la Ucrania actual antes de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, dependiendo de a quién le preguntes, existen entre 60,000 y 360,000 judíos en el territorio, resultado de exilios, éxodos y exterminios. Durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, entre 900,000 y 1.6 millones de judíos ucranianos murieron. Y desde los disturbios que comenzaron en 2014, un número significativo ha huido a Israel. Aún así, algunas estimaciones señalan que hay unos cuantos miles de residentes judíos a lo largo del año en Uman; y el país alberga una de las poblaciones judías más grandes del mundo. Pero las relaciones entre judíos y cristianos son a veces tensas, ya que los primeros consideran que sus vecinos son perseguidores, y los segundos que sus vecinos son intrusos.

De hecho, la primera peregrinación a Uman ocurrió en parte debido a la violencia antijudía. En la ciudad hay una fosa común judía de 1768, cuando los cosacos asesinaron a miles de hombres, mujeres y niños judíos, y dejaron tirados sus cuerpos para los cerdos y los perros. Se decía que Rebbe Nachman, el bisnieto del fundador del jasidismo, había pasado por la ciudad y pidió que lo enterraran ahí. Nachman, un místico controvertido en su época, ganó renombre —y bastantes detractores en el mundo jasídico profundamente conservador— por enfatizar el aquí y el ahora, una relación personal con Dios y los aspectos festivos, más que los punitivos, del judaísmo. Antes de morir en 1810, prometió a sus acólitos que si llegaban a orar a su tumba los "sacaría de las profundidades del Gehinnom (infierno)". Fue una declaración revolucionaria, y, desde entonces, sus seguidores han hecho el viaje a su tumba para hacerlo cumplir su promesa.

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Nachman atrajo a un dedicado pero pequeño grupo de seguidores durante el primer siglo después de su muerte —su tipo de jasidismo seguía siendo muy extraño en un mundo judío que rápidamente se secularizaba o se atrincheraba más profundamente en los mandamientos de Dios—, y entonces aparecieron los soviéticos. Los visitantes quedaron reducidos a un puñado lo suficientemente valiente como para enfrentar el ateísmo iracundo de los bolcheviques. Luego, en 1990, en medio de protestas antisoviéticas en Ucrania, unos 2,000 peregrinos celebraron el Año Nuevo Judío en la tumba de Nachman, lo que marcó el comienzo de un resurgimiento que ha crecido en las últimas décadas.

Durante años, había oído hablar de cómo Nachman era un poderoso imán para los que no tienen nada, los que no pertenecen a ningún lado, y los que no tienen redención. Hasta el día de hoy mantiene esa reputación. Para muchos de los judíos que viajan a este ombligo de Europa Oriental, el judaísmo tradicional, con sus 613 mandamientos de la Torá y sus miles de leyes menores —literalmente hay un conjunto de opiniones rabínicas sobre el orden apropiado para cortarse las uñas de los pies—, ha matado al espíritu en favor de la palabra. Ellos buscan menos proscripciones y más baile, canto y júbilo, y quieren salvar sus almas. Y dado que algunos de los seguidores asisten a festivales y consumen ácido, también son conocidos por tener la mejor música. Con la curiosidad de saber más sobre esta reunión de marginados, hice la peregrinación en octubre pasado.

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Un peregrino duerme afuera de un comedor en la calle Pushkin. Muchos visitantes se quedan despiertos toda la noche orando, bailando, cantando y bebiendo a veces. Duermen donde pueden.

Las celebraciones judías comienzan al atardecer, y ésta dura dos días, desde la puesta del sol del domingo hasta la del martes, así que cuando regreso a la ciudad, el Año Nuevo ya ha llegado. Los altavoces están en silencio y los vendedores ambulantes han empacado su mercancía o cerrado sus puertas, ya que usar electricidad y hacer negocios está prohibido. Hay varias sinagogas grandes en Pushkin y los hombres oran dentro de ellas y en la calle, en grupos de miles y en pequeños contingentes. Principalmente de pie, algunos gritan, saltan y golpean lo que tienen a la mano, y algunos susurran pensamientos íntimos al Todopoderoso. Otros simplemente miran a la muchedumbre o socializan con amigos. La sinagoga que tiene la tumba de Nachman está justo al lado de la calle Pushkin, en la calle Belinsky. La multitud es más densa aquí que en cualquier otro lugar en Uman. En el transcurso de la fiesta, voy a intentar ver la tumba una decena de veces, en vano. En esa primera noche, quedo maravillado con una escena en el patio de la sinagoga lo más cerca que puedo llegar, porque es imposible atravesar el torrente de personas que se dirigen al interior—: En el techo de la sinagoga bailan una decena de hombres y niños a la luz de la luna, parece una escena de El violinista en el tejado. Abajo, en el patio, todos los ojos voltean a ver a un hombre sentado en una pared, rodeado de devotos que beben en cada uno de sus movimientos. Me entero que se trata del rabino israelí nacido en Marruecos, Shalom Sabag, un hombre que vino de un pasado secular y ahora es considerado uno de los líderes del jasidismo de Breslov. Un periódico israelí describió a la concurrencia de Sabag como "el minyan [grupo de oración] de Tony Soprano". Lo rodean acólitos, seguidores, jasídicos en gabardinas negras, norteafricanos moderadamente religiosos en jeans y camisetas, chicos con patillas rizadas y jóvenes que, salvo por los kipás, podrían confundirse con fans de Phish, con sus ropas coloridas, sus barbas desaliñadas y su cabello manchado por el sol. Sabag se sienta allí cantando disimuladamente como un mártir silencioso, girando la cabeza de un lado al otro como si estuviera en trance, con los ojos cerrados, la barba casi gris. Me siento como si estuviera en una extraña película francesa de la Nueva Ola, siendo el personaje central un estudio de la santidad.

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Cerca del lugar, hablo con dos policías ucranianos. Hay una fuerte presencia policial aquí. En 2010, un israelí fue apuñalado y asesinado, y aunque el antisemitismo en Ucrania podría considerarse bajo, existe la preocupación de que aumente con el reciente alboroto y la invasión de Rusia. Cada año, Israel envía algunos oficiales de policía para ayudar a mantener la paz, en esta ocasión eligieron una escuadra de 15 agentes, incluyendo un médico de combate y un experto en desactivación de bombas. Principalmente, los veo apostados en la cruz que está sobre la colina que se yergue sobre el barrio judío. La cruz fue colocada hace unos años y ha sido una fuente de mucha tensión desde su montaje. Poco después de su aparición, un grupo de judíos intentó quemarla sin éxito. Desde entonces ha estado bajo intensa vigilancia.

Chezi, de Atlanta, quien creció de forma secular y cuya esposa se divorció de él porque solía despertarse a propósito en la noche para estudiar las Escrituras.

Le pregunto a un oficial ucraniano, un joven guapo de cabello arenoso y nariz ligeramente eslava, cuál es su función principal. "Asegurarme de que no haya bombas", dice, "y tampoco carne de cerdo". Sin embargo, por lo que observo, la función de la policía parece mucho más pedestre. Aunque se permite fumar en el Rosh Hashaná, los judíos no pueden prender fuego. Eso significa que puedes inhalar todo el humo que te plazca, pero no puedes encender cigarros. Una persona no judía debe prenderlo por ti, o puedes encenderlo con el cigarro prendido de otra persona. Los policías que veo pasan mucho tiempo prendiendo encendedores; a menudo, piden un cigarro a cambio. Cuando estoy a punto de irme, el policía con el que había estado hablando me pregunta si alguna vez he estado en Israel. Sí, le respondo. "¿Es tan sucio como aquí?", me pregunta. Donde quiera que mires en Uman, hay basura.

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Paso un noche de agonía por mi nariz constipada. La ciudad está sucia. Polvosa, llena de vasos de café de polietileno, bolsas de plástico y servilletas pisoteadas. Los botes de basura están desbordados; literalmente hay agua sucia de retrete en las calles. La ciudad de Uman tiene capacidad para 5,000 turistas. Según cifras diferentes, hay entre 30,000 y 60,000 turistas este año. Y el problema se ha estado gestando incluso antes de que la gente llegara a Uman: En el aeropuerto de Kiev, algunos peregrinos se apoderaron de los altavoces y pusieron canciones jasídicas; estalló un baile improvisado, la gente cantaba a través de megáfonos. Es debido a incidentes como estos, y a una actitud negativa general hacia los habitantes locales que observé en muchos de los jasídicos, que varios ucranianos resienten a los turistas, aunque reconocen que traen consigo una mejora económica.

Pero hay un precio que pagar por todos esos dólares, shekels y grivnas. En Uman, el drenaje está tapado, la red eléctrica está sobrecargada y no hay suficientes camiones de basura para mantener el orden correctamente. Cuando me reúno con la vicealcaldesa, Liudmyla Kyryliuk, me dice que la Fundación de Caridad Rabino Nachman de Breslov contribuye con cerca de 23,000 dólares a la limpieza de las calles, la remoción de basura, el suministro de agua adicional y los servicios de emergencia. Es evidente que esto es totalmente inadecuado. Alrededor de la calle Pushkin, la gente se va a dormir a los rincones y recovecos, en tiendas de campaña que han instalado en calles laterales, o apiñados en filas de literas en tugurios y cocheras sin agua corriente ni electricidad. Esto significa que, entre los vasos de café, bolsas de papas fritas, empaques de plástico llenos de guarniciones de vegetales y platos de papel, hay bastante papel higiénico sucio, ya que muchos de los lugares de "hospedaje" no tienen baños. La gente caga donde puede. Y les sorprendería saber dónde. Varias personas describen al Rosh Hashaná en Uman como el "Burning Man" del mundo judío. Creo que en Burning Man deben tener mejores baños y mejores drogas. Un tipo con el que hablo me pregunta si tengo algo de hierba tan pronto apago mi grabadora; más tarde, veo a un montón de gente que podría haber sido su proveedor. Se resguardan tras los arbustos o en callejones para fumar toques, siempre con el cuidado de fumar sólo de una bacha prendida.

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Yaakov Lehman, quien probó el sufismo, el taoísmo y el movimiento Hare Krishna, entre otros, antes de quedarse con el jasidismo de Breslov.

Al día siguiente, camino por la calle principal y me encamino al lago cercano, otro sitio popular para la oración y la danza. El agua, en el judaísmo como en otras tantas religiones, es un elemento purificador, y muchos toman un baño ritual aquí. Me encuentro con dos estadounidenses que rápidamente me invitan a almorzar al lugar donde se están quedando. Es una caminata de diez minutos, y una vez que nos desviamos de la calle principal junto al lago, me alivia ver que la opresión de la multitud es notablemente menor aquí. Tómenlo con pinzas: al llegar a nuestro destino, hay 35 personas alojadas allí. Se escuchan canciones y oraciones que emanan de las otras casas en la calle, e incluso al otro lado del lago, desde la calle Pushkin. Pero en el patio de la casa de una mujer ucraniana llamada Lida, hay conejeras, un gallinero y unos metros cuadrados de tranquilidad relativa.

Es el "lugar de Yoni"; Yoni es Yonatan Hirschhorn, un israelí que ahora es rabino en la Universidad de Maryland Hillel. Es un tipo pequeño, de cabello rubio claro y patillas que se enrollan alrededor de su barbilla como cuernos de carnero. Lleva una sonrisa perpetua llena de preocupación, pues incluso cuando acude a recibirme, debe asegurarse de que se preparen a tiempo las enormes cantidades de comida, que no se tape el retrete, que los invitados tengan alojamiento, que no se rebane el dedo el ucraniano borracho y sin dientes que corta los pimientos, y que el espíritu de Uman impregne su hogar temporal. Una lona azul sustituye a una pared que debía rodear un comedor, pero que no fue construida a tiempo para la reunión de este año. Hay dos y medio centímetros de agua en el suelo del baño —por el drenaje obstruido o las duchas inundadas, no estoy seguro— y duermen de cuatro o seis hombres en una habitación.

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A simple vista, puede verse cómo las cosas se construyen sin orden. Te fijas en una nueva construcción de mala calidad, y te preocupas que pronto pueda ocurrir algo terrible: se derrumbará un techo, una pared o los cimientos, y la pérdida de vidas, y por supuesto, las consecuencias financieras podrían ser desastrosas. Pero, ¿quién debe asegurarse de que se respeten los códigos de construcción? ¿Los turistas, los residentes, los funcionarios de la ciudad? Muchos ucranianos me dicen que el nuevo gobierno es aún más corrupto que el anterior. El ex presidente Viktor Yanukovich era un "bandido", me dicen, pero al menos dejaba algo para el pueblo. El nuevo gobierno se lleva todo. Presuntamente, eso significa que con un soborno a las personas adecuadas, se pueden obtener las licencias, pasar por alto las construcciones mal hechas, e ignorar las normas de la ciudad, sin que la mayor parte del capital llegue a los ciudadanos comunes.

Judíos con distintos orígenes — desde los seguidores del jasidismo de Breslov hasta consumidores de ácido reformados y antiguas almas perdidas— comen challah y carne a las brasas en el "Lugar de Yoni", una casa de huéspedes donde unos 35 peregrinos se alojaron durante su viaje.

Hay elementos de Breslov que me recuerdan a los movimientos de meditación modernos, las terapias individuales de New Age que se centran en la plenitud mental y las relaciones interpersonales de calidad. Yoni explica que para los miembros de la comunidad de Breslov, la religión significa que "en vez de estar motivados por el miedo, vamos a motivarnos por la fe y las relaciones". Existe la voluntad de forjar relaciones con segmentos de la población que podrían ser considerados "peligrosos" para el resto del mundo ortodoxo —un reportero apóstata y un fotógrafo ucraniano, o excriminales y exdrogadictos—, que los peregrinos están dispuestos a abrazar. "Reb Nachman dijo: 'El mundo entero es un puente estrecho, y lo más importante es no tener miedo'", me dice Yoni. Estas palabras del rabino suelen ir acompañadas de música —especialmente house y tecno con bajos pesados— y parecen rebotar en los cielos y en el agua hasta aterrizar en mis oídos dondequiera y cuando sea que pongo atención.

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Cuando vuelvo para la cena, llego con Alexander Chekmenev, el fotógrafo ucraniano con el que estoy trabajando en la historia. Un tipo de Atlanta llamado Chezi, que creció en una familia secular, pero que ahora es muy observador, quiere que les exprese su gratitud a los ucranianos por permitir a los judíos venir aquí, a Uman, y por ser tan amables. Desea que más peregrinos sean respetuosos con los habitantes locales. Quiere explicar las motivaciones históricas detrás del resentimiento que muestran algunos de los judíos, cómo ven a la policía y los soldados, y cómo temen canalizar cientos de años de opresión. También señala que tal vez los niños se portan mal porque no hay madres aquí, ya que no están permitidas las mujeres. Y los malos tratos abundan: el día anterior había visto a tres jóvenes religiosos caminando por la calle que rodea el lago, mientras le hacían un gesto amistoso a los policías ucranianos que estaban parados al lado de su camioneta. "Kelev tov, kelev tov", le dijo uno de los chicos, con una sonrisa en la cara. Un ucraniano lo saludó con la mano, sonriendo, sin saber que acababan de llamarlo un "buen perro". Alex, un lugareño que vendía abrigos de invierno en el mercado sin mucha suerte, me dice más tarde que los judíos no son muy respetuosos con él. "Me hablan con una condescendencia marcada", dice. "Honestamente, entiendo por qué estas personas se separaron de Cristo".

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Serhiy Alekseev, diputado de la ciudad, se ha ganado la reputación de ser duro con los jasídicos que llegan a Uman.

De vuelta en el lugar de Yoni, me presentan a otro peregrino, Yaakov Lehman, que está vestido casi angelicalmente de blanco, con una barba negra como el carbón, un rostro joven y una sonrisa fácil. Es un hombre mundano, con títulos de universidades como la Escuela de Economía de Londres. Creció de forma secular en Tucson y luego en Santa Bárbara, y se caracteriza a sí mismo como un "bolchevique psicodélico" en su juventud, "con interés en la revolución y en la conciencia alterada". Lehman, que ahora es el fundador de una compañía llamada Wisdom Tribe, la cual pretende incorporar sabiduría antigua a la cultura corporativa actual, llegó al judaísmo ortodoxo —como Jacobo, en ese entonces— de manera seria diez años atrás, después de haber "bailado con los Hare Krishas [sic], respirado pranayama con los yoguis, llegado a la felicidad con los sufíes, y encendido incienso con los taoístas". Estaba reacio a hablar en la grabación sobre su pasado, pero ha escrito públicamente de su eventual acercamiento a la religión de sus antepasados. "Al final", escribe Lehman en una publicación, "fue un amigo no judío de la preparatoria que, después de huir de un intento de asesinato de la mafia mexicana, me mostró el camino para explorar mis raíces. Mientras se refugiaba en mi casa de Santa Bárbara, [mi amigo] caminaba un día por un campo y se encontró a un rabino que plantaba árboles durante la fiesta ecológica judía de Tu Bshvat". La relación de Lehman con el rabino lo indujo a mudarse a Israel y estudiar en una yeshivá. Desde entonces ha estado viviendo en la Tierra Santa.

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Mientras estudiaba en la Universidad de California en Santa Bárbara, Lehman fundó un festival de música llamado Chilla Vista, que continúa hasta ahora. "Siempre me han atraído las expresiones extáticas de la humanidad, en particular en un entorno social, en grandes concentraciones de personas que están unidas por una causa", aclara.

En el último día del Rosh Hashaná, me reúno con Serhiy Alekseev, un diputado de la ciudad. Es uno de los únicos ucranianos que encuentro en el área de Pushkin que no trabaja en un comedor, vigilando las calles o transportando suministros. Es un tipo fornido; parece un carpintero o un electricista. Alekseev está alineado con el Partido Svoboda, que ha sido ampliamente criticado en los últimos años por ser xenófobo, nacionalista y antisemita. Incluso,el Congreso Judío Mundial lo llamó un partido neonazi en 2013. Sus miembros han refutado esas afirmaciones. Alekseev me dice que la gente "elige a una persona, no a un partido", y que de todos modos, Svoboda es más o menos "normal".

La idea de construir una cruz gigante en una colina sobre un sitio de peregrinación judía llegó en un sueño a Valeriy Kislinski, retratado aquí.

El diputado está furioso por el estado de la peregrinación a Uman. Había salido en las noticias algunos meses atrás por acabar con una tienda construida ilegalmente en la calle Pushkin, y se ha ganado la reputación de ser duro con los jasídicos que llegan a su ciudad. En enero de 2016, los medios de comunicación informaron —y un video parece corroborar la afirmación— que un hombre jasídico le sacó un cuchillo a Alekseev después de que una discusión sobre la limpieza de una calle para el tránsito de un quitanieves se salió de control. Él propone un límite de 5,000 personas a la vez para el Rosh Hashaná, las cuales llegarían en autobús, rezarían, y luego se marcharían, para permitir que otro grupo de peregrinos obtenga su dosis de oraciones sin sobrecargar la infraestructura de la ciudad. Alekseev me lleva a un paseo de dos horas y me señala la basura, el papel higiénico, y lo que él asegura son violaciones al código de construcción. También comenta sobre "la gente que camina en la orina y la mierda" que fluye hacia el lago. Menciona el hecho de que no se examina a los peregrinos por posibles riesgos de salud en el aeropuerto; en varias ocasiones señala a alguien cercano y se pregunta si el acusado tiene tuberculosis. Esto sin tener en cuenta el hecho de que la tasa de incidencia de la enfermedad en Ucrania es de 91 por cada 100,000 individuos; En Israel y Estados Unidos, donde proviene la mayoría de los peregrinos, la tasa es de 4 y 3.2, respectivamente. Pero Alekseev tiene razón sobre la infraestructura sobrecargada, los sobornos y la corrupción que permiten que las normas locales sean ignoradas o pasadas por alto. Al pasar por los desagües bloqueados, los riachuelos de aguas negras y las tiendas de campaña a lo largo de la orilla del lago, empiezo a entender su furia, aunque no esté de acuerdo con todos los blancos de su enojo. "Se trata de un negocio, no de la fe", dice acerca de la peregrinación. Sin embargo, aunque está molesto con los jasídicos, realmente está furioso con los funcionarios de su propio gobierno. Todos están comprados, me dice, mientras nos dirigimos desde el barrio judío hasta la cruz en la colina. Un simple soborno a la persona adecuada en Kiev permite que una constructora evada todos los códigos y normas. "Vivimos en un sistema feudal".

La polémica cruz fue idea de Valeriy Kislinski hace muchos años. Kislinski, a quien Alekseev presenta como su asistente, es un tipo flaco con una gorra de beisbol y una barba gris incipiente. Kislinski contrasta bastante con su jefe: habla lentamente, con poca seguridad, y mientras Alekseev es como un toro suelto en la ciudad, Kislinski es más una mosca que sobrevuela los flancos. La visión religiosa llegó a él en un sueño —coloca una cruz en la colina junto al lago— y poco tiempo después planteó el asunto a un consejo de activistas y ONG. Dice que les gustó la idea porque "de esa manera los extranjeros sabrían que están en nuestro territorio". Kislinski insiste en que ésa no era su intención, y que el montaje de la cruz se retrasó un par de años debido a ese malentendido. Cuenta que toda la noción de que una cruz pueda estar "en contra de alguien" es un anatema para el cristianismo y añade que simplemente era el sitio correcto, tal vez incluso la voluntad de Dios. Pero cuando él y varios otros, incluyendo a Alekseev, finalmente pusieron la cruz en 2013, hubo un alboroto. Los funcionarios de la ciudad y los líderes judíos consideraron el acto como una provocación.

La policía ucraniana e israelí vigila el área de la colina, y la atmósfera es tensa mientras Alekseev le da la mano a los ucranianos, quienes lo conocen de vista, luego se arrodilla y besa la figura extendida de Jesús en la cruz de madera. Desde nuestro punto de vista —y el de Cristo— estamos mirando desde arriba a miles y miles de judíos reunidos en las orillas del lago. Es difícil pensar en cómo la idea de que esta cruz fuera montada justo en este lugar no fuera vista como un acto de provocación. Pero tal vez Kislinski, sin saberlo, está dejando en claro otro punto. Hay más en común aquí de lo que las dos partes están dispuestas a admitir. Jesús y Nachman eran dos rabinos excéntricos, ambos fallecieron cuando tenían treinta y tantos años, eran parias, fueron desdeñados por sus semejantes y los dos eran imanes para la gente marginada, débil, rechazada y en sufrimiento. Pero no creo que eso fuera lo que estaba buscando.

Alekseev toca la polémica cruz.

Con la llegada del ocaso termina la celebración. Estoy ansioso por dejar este lugar, por dejar la basura, las multitudes, las canciones, el ensimismamiento, el polvo. Deseoso del silencio y la tranquilidad que no puedes conseguir en el aeropuerto, en el avión, o en la zona de recolección de equipaje. En todas las partes de mi viaje de regreso, desde Uman hasta Kiev, Estambul y Nueva York, hay peregrinos que vuelven a sus hogares. Mientras llegamos a la puerta del Aeropuerto JFK, un peregrino que lleva un cubrebocas corre por el pasillo. "Señor, debe permanecer sentado", le dice la azafata exasperada. Él se sienta. Justo en medio del pasillo, delante del baño, mientras otros aplauden y le celebran su perspicacia.

Esto es emblemático de lo que he visto en los últimos días. Esperaba encontrar multitudes estridentes, caos, e incluso prostitución desenfrenada. Las multitudes eran amables. No había tanto caos sino desorden, y no vi ninguna propensión a la prostitución que no pudieras encontrar en tu ciudad natal o en la mía. Lo que sí encontré, sin embargo, fueron individuos amistosos, acogedores y cálidos hacia mí, un compañerismo —aunque no del todo— judío, y al mismo tiempo ruin e irrespetuoso con sus anfitriones católicos y cristianos ortodoxos. Y no puedo decir que ese sentimiento no haya sido recíproco. Es difícil desentrañar cientos de años de resentimiento entre los pueblos, y tal vez es pedirle demasiado a los peregrinos que regresen a un país donde expulsaron a sus antepasados —o peor— y comportarse como si la historia no hubiera ocurrido.

Me pregunto si estamos en un punto de quiebre, y unos meses más tarde, me entristece y me horroriza, aunque no me sorprende del todo, saber que un grupo de ucranianos —que los testigos afirman estaban rapados y gritaban frases antisemitas— allanaron la tumba de Rebbe Nachman y la profanaron con la cabeza de un cerdo. Hay una esvástica tallada en su frente, y según informes, varios israelíes fueron hospitalizados por el ataque. Entonces, en la víspera del Año Nuevo, alguien arrancó el ícono de Jesús de la infame cruz, supuestamente en represalia por la cabeza de cerdo. Me acuerdo de Lehman, Yoni y Chezi, y la admirable manera en que se comportaron mientras eran invitados en una tierra extranjera, y me pregunto si regresarán el próximo año. Me pregunto si Kislinski está soñando otra vez.