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Cultură

Esta casa es un zoo

Los Rosaire aman a los animales como si fueran de la familia.

Estas cacho de fauces pertenecen a Indian, uno de los osos amaestrados de Derrick Jr. Tranquilos, no está furioso. Es parte del espectáculo.

A menos de dos kilómetros de la autopista I-75, a la altura de Sarasota (Florida), hay un campo de 30 acres de terreno irregular que es la reserva en la que viven varios tigres y leones, un par de pumas, chimpancés, osos Kodiak, lemures y otras criaturas exóticas de todo tipo procedentes de todos los rincones del globo. Son los hijos adoptivos de los Rosaire, una familia de circo cuya pericia adiestrando animales hace que Dar, el Señor de las Bestias, parezca tan hábil como el cadáver de Steve Irwin.

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Aunque todos los miembros de la familia Rosaire tienen un gancho especial para comunicarse con la fauna más variada, cada uno de ellos, a lo largo de los años, ha desarrollado un estrecho vínculo con una especie o género concreto. Ahí tenemos a Pam, que adiestra chimpancés; a los “hombres oso” Derrick Jr. y sus dos hijos, Derrick III y Frederick; a Ellian, extraordinaria jinete; a la hermana gemela de Pam, Linda, que aunque se haya retirado todavía es capaz de hacer que perros y otros bichos ejecuten obedientemente una extensa gama de trucos; a Clayton, que a los 17 años se convirtió en el adiestrador de tigres y leones más joven del mundo, y a su madre, Kay, que fue quien le enseñó todo sobre el arte de amaestrar felinos capaces de arrancarte la piel del pecho con una sola y amistosa caricia. Tuve el honor de que los Rosaire me invitaran a ir a sus instalaciones y la oportunidad de charlar con ellos sobre el declive de la industria del circo, una forma de entretenimiento cuyas raíces se encuentran en la Roma Antigua y que está tan profundamente arraigada en la cultura americana que ha deparado una experiencia prácticamente ubicua para cada hombre, mujer y niño estadounidense a lo largo de varias generaciones. Como es comprensible, los Rosaire están perfectamente al tanto de la cobertura que los medios de comunicación hacen de su estilo de vida, en concreto del trato a sus animales. Una vez pude convencerles de que yo no era un simpatizante de PETA haciéndome pasar por periodista, hablaron conmigo largo y tendido sobre cómo el circo americano lleva décadas camino de extinguirse como el pájaro dodo. Y supe que su terminal declive acarrea implicaciones que van más allá de las obvias. La familia Rosaire me explicó que su linaje se remonta a los bufones y juglares cortesanos de la Gran Bretaña de hace siglos y que abarca nueve generaciones de amaestradores de animales, entre otras modalidades circenses. En algún momento, nadie sabe exactamente cuándo, la familia se especializó en el adiestramiento. El patriarca del actual clan Rosaire, Derrick Rosaire Sr., perpetuó el legado de la familia a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX. A Derrick probablemente se le conozca, sobre todo, por su célebre número ecuestre, Rosaire y Tony el Caballo Maravillas, que le valió una aparición en el programa de televisión The Tonight Show Starring Johnny Carson, la cual condujo a su vez a un empleo amaestrando animales para la serie infantil de los 60 Daktari. Nacido y asentado en South Wingfield, Inglaterra, Derrick pasó su juventud de gira con distintos circos a lo largo y ancho de Europa. También se mantuvo ocupado haciéndole varios hijos a su mujer, Betty, miembro de otra familia de circo europea especializada en adiestrar animales, los Kaye. Derrick y Betty introdujeron a su prole en el negocio familiar tan pronto los chavalines fueron capaces de sostener una escoba con la que barrer la bosta de los caballos. Por supuesto, también hubo momentos peliagudos. “Papá y mamá consiguieron un buen contrato para trabajar en Argelia, de modo que tomamos un barco y allí nos fuimos”, recuerda Linda. “Al llegar, cuatro soldados de la Legión francesa nos recibieron y llevaron a los terrenos donde se celebraría el espectáculo. Mi padre preguntó, ‘¿Eh, ¿qué sucede, amigo? ¿De qué va todo esto?’, y ellos respondieron, ‘Bueno, es que hay una guerra en marcha’. Mis padres no sabían eso, tampoco hablaban el idioma. No entendían lo que se decía en las noticias. Esa primera noche mi padre alquiló una habitación en la planta más alta del hotel más grande de la ciudad. Miramos por la ventana y había gente tiroteándose en las calles”. En agosto de 1961, la familia se mudó de Inglaterra a Waterford, Pennsylvania, esperando beneficiarse de la entonces boyante industria circense norteamericana. Meses después se dieron cuenta de un grave problema: hacía demasiado frío para sus animales. “No teníamos ni idea de la geografía americana. Mi padre compró una propiedad en Waterford porque un amigo suyo vivía allí”, me contó Kay. “En agosto todo era muy bonito, pero luego llegó el invierno. Cayó una capa de nieve de más de un metro de espesor, nos congelábamos mientras gente a la que conocíamos jugaba al tenis y disfrutaba de la playa en Florida. ‘Un momento, ¿cómo puede ser esto?’, pensamos, y finalmente nos mudamos a Sarasota”.

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Ricky es el más joven de los cinco chimpancés de Pam, quien sin asomo de broma dice de él que es “su hijo”. Los hijos (humanos) de Pam se quejan entre sonrisas de que les presta más atención a los micos que a ellos. Una vez amamantó a un chimpancé cuya madre había muerto poco después de dar a luz. Y no, Pam no ha disfrazado a Ricky para la foto. Al bicho le encanta la ropa y la lleva siempre.

Hoy, Sarasota es una tranquila comunidad costera con una población de poco más de 50.000 personas entre borrachines adinerados, familias trabajadoras y jubilados decididos a sudar el tramo final de sus vidas en las prístinas playas de Siesta Key. En las últimas dos décadas, el lugar ha ganado notoriedad por ser donde sorprendieron a Pee-Wee Herman pelándosela en un cine porno, y donde George Bush se quedó mirando inexpresivo a un aula llena de alumnos practicando ejercicios de deletreo al informársele de que un segundo avión se había estrellado contra el World Trade Center. También es mi lugar de nacimiento. Cuando a las ciudades americanas todavía se las asociaba con sus principales industrias, a Sarasota se la conocía como Circus City. “Dando vueltas con el coche podías ver personas entrenando animales y practicando con el trapecio y la cuerda floja en sus jardines”, explica Pam. “La ciudad puso el circo en el mapa. Acudían turistas sólo para ver a los vecinos desarrollar sus habilidades en los jardines de sus casas. Era algo increíble”. La relación de Sarasota con el circo data de los primeros años del siglo XX, cuando varios miembros de la familia Ringling (de los Ringling Bros., famosos por el circo Barnum & Bailey), escogieron la ciudad como residencia de invierno. En 1924, John Ringling y su esposa, Mable, reservaron para ellos la Cà d’Zan, una mansión de estilo veneciano valorada en un millón y medio de dólares (16 millones al actual precio del dinero). Los artistas y empleados de los Ringling empezaron también a instalarse en la zona y, en 1951, Cecil B. DeMille cimentó para siempre el lazo entre Sarasota y el circo al elegir la ciudad como lugar de rodaje de El Mayor Espectáculo del Mundo, una película que ganó dos premios Oscar. Las empresas inmobiliarias no tardaron en percatarse del potencial de los terrenos; en consecuencia, se dispararon los precios. A la comunidad circense no le quedó más remedio que marcharse de la ciudad que había ayudado a levantar.

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La numerosa familia Rosaire. [arriba, de izquierda a derecha] Derrick III; Frederick; Clayton con el perro Snoopy; [centro, de izquierda a derecha] Derrick Jr., la esposa de Derrick, Kay (quien comparte nombre con la hermana de él]; Lisa Lisette, viuda de Derrick Sr., la esposa de Clayton, Danielle; la hija pequeña de Clayton y Danielle, Ella; Roger Zoppe, marido de Pam e increíble acróbata ecuestre; Ellian; el hijo de Ellian, Kaziu Rosaire Dymek; Kazimierz Dymek, marido de Ellian y ex acróbata de primera fila mundial; [abajo, de izquierda a derecha] Linda; Kay; Pam; el hijo de Ellian, Jerek Rosaire Dymek.

El de Ringling sigue siendo el nombre más grande dentro del negocio (y probablemente el único que aún obtiene beneficios), pero el circo representaba años atrás una forma de vida estable e increíblemente variada para un buen número de norteamericanos con talento. Clayton, Pam y Derrick Jr., junto a los dos hijos de éste, son los únicos Rosaire que trabajan y salen de gira con sus animales con regularidad, pero las ofertas de trabajo que reciben son mucho menos frecuentes que antaño. Hay muchos y variados motivos que explican el declive de popularidad de la industria, pero los Rosaire afirman que un acontecimiento histórico en concreto, el que se considera uno de los más esperanzadores avances del siglo XX, prácticamente destruyó su antigua forma de vida. “La peor crisis llegó con la caída del muro de Berlín”, explica Kay. “De la noche a la mañana, los artistas de circo de los países del Bloque del Este tuvieron permiso para salir al extranjero. El mercado se inundó de artistas circenses de poca monta, la mayoría búlgaros, rusos y polacos. Muchos habían ido a escuelas de circo muy rudimentarias, no eran verdaderos acróbatas ni adiestradores. No lo llevaban dentro. Por otra parte, los defensores de los derechos de los animales estaban muy activos por entonces. Los productores de espectáculos circenses aprovecharon eso como excusa para no contratar gente de aquí. En lugar de un número con un tigre podían contratar cinco artistas circenses cutres de Europa del Este y meterse el dinero sobrante en el bolsillo”. Kay, como su hermana Linda, prácticamente se ha retirado del negocio familiar. Pero, a diferencia de Linda, que abandonó el circo cansada de los rigores del cuidado de animales grandes durante la vida en la carretera, desde su marcha Kay ha hecho de ellos una parte aún mayor de su día a día. Tras tres décadas dedicándose a rescatar mascotas abandonadas, Kay fundó hace seis años el Big Cat Habitat and Gulf Coast Santuary, el lugar en el que residen felizmente los animales de los Rosaire. Tratándose de una entidad sin ánimo de lucro, el santuario se financia en su mayor parte gracias a donaciones de particulares y pequeñas subvenciones. Por supuesto, resulta muy difícil sostener una iniciativa de esta envergadura, pero los Rosaire siempre han encontrado formas inventivas de mantener las cosas a flote. La mayoría de los fines de semana, por 10 dólares puedes dar una vuelta por los terrenos de los Rosaire y asistir a una demostración de sus habilidades en una pequeña y sencilla pista de circo. Y una vez al año rescatan sus trajes de fantasía e invitan a sus colegas circenses a participar en una función benéfica con objeto de recaudar fondos para el hábitat. Es lo más parecido a una verdadera función de circo que pueda celebrarse en lo que técnicamente es un jardín particular.

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El emú Fluffy llegó al santuario de los Rosaire después de que cerrara el zoo local, dejando sin hogar a los animales.   Hace cinco años, Derrick III estaba atendiendo a los osos cuando de repente se desató una pelea. A los osos no se les aprecian fácilmente los cambios de emoción, ni los entrenadores más experimentados pueden saber siempre cuándo están enfadados. Derrick se encontró atrapado en medio de la trifulca y éste fue el resultado. Él le quita importancia diciendo que simplemente estaba en el lugar equivocado en el peor momento y que no guarda rencor a sus animales. Pero, joder, esto tuvo que doler.

Aunque Kay sea la fundadora del santuario, la familia al completo hace lo que está en su mano para asegurarse de que los animales gozan de los cuidados y atención que necesitan. La hermana de Kay, Pam, que tutela cinco chimpancés y afirma ser la única mujer en el mundo capaz de manejar bestias de este tipo cuando llegan a una edad avanzada—momento en el que se vuelven increíblemente malhumoradas—, tiene esperanzas de abrir un santuario similar en un futuro próximo. Pam no se cansa de repetir, con todo el énfasis del que es capaz, que la gente no debería nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, tener un chimpancé como mascota. Una lástima que su amiga Charla Nash, propietaria de un chimpancé de casi 90 kilos de peso, no le hiciera caso: en febrero del año pasado, el animal le arrancó a Charla los labios, la mandíbula, la nariz, los ojos y las manos. A pesar de lo sucedido, Pam dice que los chimpancés siguen gustándole más que la mayoría de los humanos. “Trabajo con chimpancés porque son mis seres favoritos”, dice Pam. “Me aman. Me tratan como a una niña. Mi marido tardó diez años en poder hablarme y tocarme, aunque fuese levemente, delante de ellos”. Hablando con cualquier Rosaire queda claro que si trabajan con animales es porque los aman como si fueran parientes sanguíneos. Es su destino. No son ni mucho menos una familia adinerada, lo cual significa que su proyecto está siempre bajo riesgo de quiebra. Linda es la única que posee casa propia; el resto vive en tráilers desperdigados por la propiedad. Aun así, son felices. El suyo es un trabajo sin posibilidad real de tomarse vacaciones o algo de tiempo libre: los animales precisan cuidados los 365 días del año, y la mayor parte de los beneficios que obtienen de giras, actos benéficos y funciones que celebran en sus terrenos van a parar, literalmente, a las bocas de sus animales. “Todo sea por pagar la comida”, dice Clayton. “La gente olvida que los animales exóticos comen comida exótica”. La mayoría de su prole adoptada nació en cautividad: huérfanos procedentes de algún zoo o mascotas exóticas abandonadas por gente rica que se dio cuenta de que no iban a lograr convencer a su lindo gato montés de que hiciera sus necesidades en una caja. A esto hay que sumar que Florida es la principal puerta de entrada de gran parte de los animales exóticos importados ilegalmente a los Estados Unidos. Muchos de ellos, como podréis suponer, reciben pobres cuidados o, directamente, son abandonados. “La mayoría de los que poseían mascotas ilegales antes de que se endurecieran las normas al respecto eran traficantes de drogas”, me explica Kay al preguntarle yo por el dilema en torno a los animales exóticos en el estado de Florida. “Tenían fama de ser propietarios de grandes felinos. Los utilizaban para librarse de los cuerpos.” Más recientemente, la Fish and Wildlife Conservation Comission de Florida [Comisión para la Conservación de la Fauna y la Pesca—ndt] ha estado realizando grandes esfuerzos para regular qué especies de animales es legal importar a Estados Unidos. Es también la organización responsable de asegurarse de que personas como los Rosaire cuidan a sus bestias de forma correcta y cumplen rigurosamente con una estricta serie de normas. Nada de esto, sin embargo, satisface al PETA, al Frente de Liberación Animal y a otras organizaciones pro-derechos de los animales más pequeñas. Muchos de estos grupos creen que los animales, en especial las especies no nativas, jamás deberían ser adiestrados o mantenidos en cautividad, sin importar las circunstancias que rodearan su llegada al país. “Ni una sola de esas organizaciones dispone de un extenso santuario sin ánimo de lucro que pudiera dar hogar a los animales si se clausuraran nuestras instalaciones”, replica Clayton al preguntarle acerca de los grupos que acusan a los Rosaire y otros artistas de circo de maltrato animal.

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Me puse en contacto con PETA para saber su postura oficial respecto a los animales de circo. Las respuestas, como era de prever, fueron definitivas y condenatorias.

“PETA se opone a la utilización de animales exóticos en circos o en cualquier otro espectáculo y a la idea de ‘entrenar’ animales salvajes en general”, me dijo Lisa Wathne, especialista de PETA en animales exóticos en cautividad. “A los animales amaestrados y utilizados en esos espectáculos se les está negando todo lo que para ellos es natural. Pasan sus vidas en extremo cautiverio, privados de actividades normales como ir donde quieran, cazar, escoger pareja y cuidar de sus crías. Su adiestramiento se basa en el abuso, el miedo y las privaciones”. A menos que sufra alguna lesión cerebral o sea irrecuperablemente tonto, cualquiera puede deducir que sería una insensatez dejar en total libertad a los animales nacidos en cautividad y a sus camadas. No importa cuál sea la postura al respecto: métete en la cabeza que sólo hay dos caminos para las bestias abandonadas: acabar en un santuario o en un zoo—donde, admitido, pueden recibir más o menos cuidados—, o ser puestos a dormir el sueño eterno. Si esta segunda opción te parece preferible, te reto a que vayas al Big Cat Habitat o a cualquier otro santuario con buenas garantías, a que hables con los cuidadores, pases allí unas cuantas horas y, después, vuelvas a tu casa sin sentirte como un gilipollas con ínfulas de superioridad moral.

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Como podéis ver, Derrick Jr. ama a su oso pardo europeo, Peter. Tanto, de hecho, que su familia hace chistes acerca de “el gran Peter de Derrick” [‘Peter’, una forma coloquial de llamar al pene—ndt]. Derrick quiere que sepáis que sólo le pone bozal a sus osos cuando hay alguien cerca a quien ellos no conocen. Por ejemplo, fotógrafos tomando fotos para una revista.

Le pregunté a Lisa que pasaría con estos animales si viviéramos en el mundo ideal del PETA, y si la organización cree o no si lo más conveniente sería aplicar la eutanasia a aquellos animales para los que resultase imposible encontrar cobijo, como sostienen los Rosaire. Lisa eludió la segunda parte de mi pregunta pero explicó que ellos brindan apoyo y ayudan a encontrar un refugio adecuado a las criaturas exóticas sin hogar. “En casos así, PETA aboga por ubicar a los animales sólo en santuarios cualificados y bien acreditados o en zoos acreditados por la Asociación de Zoos y Acuarios”, dice Lisa.

Ellian ha entrenado tan bien a su caballo de cinco años, Navarro, que el animal obedece incluso a jinetes de habilidad media. Ellian dice que, cuando Navarro relincha, a veces parece que esté diciendo “Mamá”.

Además de protestas y campañas de difamación ad hoc, los Rosaire han sufrido ataques personales. La mayoría de las veces se limitan a ignorarlos e irse al siguiente pueblo. Sin embargo, algunos de sus oponentes más descarados han llegado a llamar a las salas que contratan sus espectáculos para decir a los promotores que los Rosaire maltratan a sus animales. “Antes de emprender una gira, estamos obligados por ley a comunicar nuestro itinerario al USDA [Departamento de Agricultura de Estados Unidos]”, dice Kay. “Tenemos que enviarles nuestra ruta por fax de modo que en cualquier momento, sin avisar, puedan venir a comprobar que los animales están bien. Hay activistas pro-derechos animales que, de alguna forma, se enteran de nuestros itinerarios y telefonean a las personas para las que tenemos que trabajar. Les dicen que no deben contratarnos, que es inmoral que en sus circos actúen animales amaestrados. Quién sabe cuántos promotores habrán dejado de contratarnos por culpa de estas llamadas”. Si se da algún tipo de mal trato en el Big Cat Habitat, yo no lo he visto. Las recientes estrecheces económicas han provocado que más gente que nunca se haya deshecho de sus animales grandes o exóticos, y los Rosaire figuran entre el reducido grupo de personas de corazón gigante dispuestas a tomarlos a su cargo. Que las bestias deban o no ser amaestradas y puestas a actuar en números circenses es un debate en el que no voy a entrar aquí. Lo que sí puedo decir es que muchos de los animales marginados que viven en el Big Cat Habitat no han sido entrenados para participar en espectáculo alguno. La mayoría son huérfanos por culpa del hombre, ya por abandono o por destrucción de su entorno natural, y son muy pocas las personas que disponen de los recursos necesarios para dedicarles sus vidas. Basándome en lo que he visto durante el tiempo que pasé con los Rosaire, creo de corazón que sus afortunados animales están, dadas las circunstancias, en la mejor de las situaciones posibles.

Pocas cosas les gustan más a Ricky y Geraldine que montar en la scooter de Pam. También ella disfruta lo suyo llevándoles de paseo.   El lemur Gremlin también se apunta a la acción motociclística.

Los Rosaire conducen sus asuntos de forma coherente y profesan gran devoción por sus animales y por el oficio que han escogido. Podríais argüir que supervisan el proyecto como si fuese “un circo de tres pistas”, si sabéis lo que significa la frase. En inglés viene a ser sinónimo de una situación caótica, desordenada. Bien, pues en este caso es todo lo contrario: tras el circo de tres pistas de la familia hay una meticulosa atención al trabajo y una férrea dedicación. “A la gente de circo le molesta mucho esa expresión. Es injusto que la gente diga cosas como, ‘Oh, fue una escena terrible, un caos, el juzgado parecía un circo de tres pistas’. Te puedo asegurar que si los juzgados estuviesen tan bien organizados como un circo, no tendríamos tantos problemas”. Yo no tengo forma de saber si lo que los Rosaire dicen de la eficiencia que reina en el circo es verdad, pero existe el rumor de que el ejército americano mandó tropas al de los Ringling durante la 1ª Guerra Mundial para que vieran de primera mano un ejemplo de cómo se manejan las cosas con rigor y eficacia. Y me siento inclinado a creerlo. Pese a que su modo de vida es por necesidad metódico, es importante remarcar que la familia sigue considerando su labor diaria como una forma de caridad. Continuarán en la brecha mientras sus animales sigan teniendo un sitio donde dormir a pierna suelta y entreteniendo al público de vez en cuando. La familia Rosaire es, después de todo, gente de circo. “Queremos que el público se marche pensando, ‘Vaya, ha sido increíble. Esta gente es increíble. Y los animales eran preciosos. Lo he pasado bien’, me dice Kay. “Y eso es lo que nosotros vemos: niños que lloran porque no quieren irse. Porque les gustaría quedarse en el circo. Así es como queremos que se sienta el público al acabar el espectáculo”. Os animamos encarecidamente a que veáis el premiado documental Circus Rosaire para tener más información sobre la historia y las aventuras circenses de esta familia. Lo podéis encontrar en circusrosairemovie.com. Los Rosaire querían además que dijéramos que en bigcathabitat.org pueden hacerse donaciones grandes y pequeñas al Big Cat Habitat and Gulf Coast Sanctuary. Dicho está.