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el número del viaje de fin de curso

Asesinos de serpientes

La misión de Justin Matthews es matar pitones birmanas, que pueden crecer hasta alcanzar los seis metros de longitud. Es una de las 1.400 personas que se han inscrito para rastrear, disparar y decapitar cuantas serpientes puedan en un mes como parte...

Una pitón birmana de casi tres metros con un agujero de bala de 9mm en el cráneo.

E

l 1 de julio de 2009, una pitón birmana escapó del terrario en el que vivía como mascota en Oxford, Florida, reptó hasta la cuna de un niña de dos años y la estranguló hasta matarla. La serpiente, de nombre Gypsy, medía dos metros y medio, pesaba seis kilos y no había sido alimentada en un mes. La madre de la niña y su novio –responsable de seis delitos graves cometidos anteriormente– fueron condenados a doce años de prisión por asesinato en tercer grado, homicidio involuntario y negligencia infantil.

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   El incidente era el primer caso conocido en Florida de una constrictor no venenosa que mataba a un infante, y causó una ola de histeria entre los medios de comunicación. Entró en escena un tatuado experto en rescate de fauna salvaje llamado Justin Matthews. Un mes después de la muerte de la niña, Justin acaparó titulares en todo el país cuando capturó una pitón birmana de más de cuatro metros en una alcantarilla justo al lado del supermercado Sweetbay, cerca de su hogar en el condado de Manatee. Identificó la serpiente como una mascota fugada y abroncó a su dueño por no tener implantado el animal un dispositivo de radiotransmisión, como requiere la ley. Llamó a la serpiente Sweetie, un nombre derivado del de la cadena Sweetbay. La prensa local le calificó de héroe.

   Sin embargo, ese mismo verano, la Comisión para la Conservación de la Pesca y la Fauna Salvaje de Florida [Florida Fish and Wildlife Conservation Commission, FWC) descubrió que Justin, en realidad, había adquirido el animal en una tienda de venta de reptiles y escenificado la captura. Justin pidió disculpas públicamente y sostuvo que lo único que intentaba era demostrar los peligros de tener pitones como mascotas. “Lo hice para educar sobre la fauna salvaje”, declaró al diario Tampa Bay Times. Justin pasó a ser considerado un descerebrado que buscaba su gloria personal y publicidad para su negocio de rescates y no tardó en desaparecer de la vista del público.

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   Ahora, más de tres años después, Justin, un larguirucho cincuentón con barba y voz rasposa por los Pall Mall, se encuentra caminando por la Reserva Nacional del Gran Ciprés, un marjal de cipreses de 720.000 acres de terreno en la parte norte de los Everglades, en Florida. Su misión es matar pitones birmanas, que pueden crecer hasta alcanzar los seis metros de longitud. Es una de las 1.400 personas que se han inscrito para rastrear, disparar y decapitar cuantas serpientes puedan en un mes como parte del primer Desafío de la Pitón que se celebra en Florida.

   Muchos medios han descrito el Desafío de la Pitón 2013 como una “caza de recompensas”. Pero el jefe de organización de la competición, Frank Mazzotti, profesor de Ecología y Fauna Salvaje en la universidad de Florida, prefiere definirlo como “una solución de mercado basada en los incentivos”. Los participantes compiten en dos divisiones separadas: una para competidores en categoría general, y otra para quienes tienen un permiso de caza para todo el año. Los ganadores reciben premios en metálico por pieza abatida: 1000 dólares por la serpiente más larga y 1500 al que más haya cazado.

   Para la FWC, principal espónsor de la caza, el Desafío de la Pitón supone un intento de concienciar al público de los peligros que especies invasores, como la pitón birmana, entrañan para los Everglades. Un estudio del año pasado sugiere que las pitones birmanas prácticamente han eliminado en los Everglades la población al completo de mapaches, linces y zarigüeyas. Los biólogos de Florida están preocupados, ya que la pitón birmana podría erradicar a especias raras y en peligro de extinción como el tántalo americano, la rata maderera de Cayo Largo, la espátula rosada y la targüita purpúrea. Si no se encuentra una solución, varios científicos especulan con que la población de pitones podría seguir con su expansión hasta que no hubiera más presas disponibles, a todos los efectos convirtiendo los Everglades en un nido de serpientes de más de 6.100 kilómetros cuadrados.

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   Nadie sabe con exactitud cuántas pitones birmanas han acabado en Florida del Sur. Hay quienes culpan al huracán Andrew, que en 1992 arrancó los techos de las granjas de cría de reptiles en Homestead y Florida City, enviando crías de pitón por el aire dentro de sus contenedores de poliestireno (se conoce a esto como la “teoría del frisbee”). Otros culpan a los propietarios de pitones que dejaron en libertad a los animales una vez esto se hicieron demasiado grandes. Una hipótesis de carácter conspiratorio apunta a que científicos del gobierno habrían introducido las pitones en los Everglades para obtener apoyo a una prohibición de las serpientes como mascotas.

   La única cosa en que los expertos se ponen de acuerdo es que la raíz del problema está en el boom del comercio de reptiles en Florida del Sur. En su libro Invasive Pythons in the United States, Michael Dorcas y John D. Wilson apuntan que 110.000 pitones birmanas se importaron del sudeste de Asia entre 1990 y 2006. La mayoría de estas serpientes pasaron o terminaron en Florida, la mayoría de ellas de forma ilegal.

   Sea cual sea la causa, la presencia de pitones birmanas es ahora ubicua en el parque nacional de los Everglades y en los humedales circundantes. Los biólogos creen que puede haber cientos de miles de ellas. A lo largo de los últimos 20 años, expertos en vida salvaje han empleado varios métodos para atajar la invasión y proteger a pájaros, coyotes y otras formas de fauna (incluyendo la pantera de Florida, ya amenazada de extición). Han puesto trampas, las han cazado con perros, rastreado con dispositivos GPS y buscado en plena noche con focos de mano. La estrategia más efectiva sigue siendo la más accidental: pasar por encima de la serpiente cuando vas con tu coche.

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   Florida del Sur está prácticamente libre de cualquiera de los predadores naturales de la pitón birmana; esto, unido a su prolífica capacidad de reproducción, explica el explosivo aumento de su población. Como muchos reptiles, una hembra adulta se reproduce cada dos años, dejando del orden de los 40 huevos en cada puesta. Y los especímenes más grandes pueden ser incluso más fértiles. En agosto pasado, por ejemplo, investigadores en los Everglades capturaron una pitón birmana de más de cinco metros y 75 kilos de peso con 87 huevos en su interior. Esto resulta aún más aterrador si se tiene en cuenta que las pitones birmanas hembra pueden tener cría sin emparejarse. El proceso, que se conoce como “partenogénesis facultativa”, bien podría llamarse Inmaculada Concepción. Según unos investigadores de Ámsterdam, las crías de pitón birmano concebidas de esta forma son genéticamente idénticas a sus madres.

   Los humanos, por lo que se ha podido ver, son los únicos que pueden mantener a raya la población de pitones. Y aunque las pitones son perfectamente capaces de matarnos y devorarnos, rara vez lo hacen. La organización para la protección de los animales Humane Society ha informado de que sólo 17 personas han muerto en Estados Unidos por ataques de serpiente constrictor desde 1978, mientras que 30 personas mueren cada año por ataque de un perro. No hay estadísticas que demuestren cuántas personas han sufrido mordeduras, pero muchas han corrido peligro; en 2006, una empleada de 18 años de un acuario en Tarpon Springs, Florida, fue casi estrangulada hasta la muerte por una serpiente de cuatro metros y 45 kilos enfrente de un grupo de horrorizados turistas, hasta que llegó la policía y redujo a la serpiente con una pistola eléctrica.

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   Los científicos han desarrollado modelos climáticos que predicen que la superpoblación de pitones birmanas podría, con el tiempo, extenderse más allá de Florida hasta todo el sudeste de los Estados Unidos. Esta es la razón de que los organizadores del Desafío de la Pitón animen a los participantes a que detallen en hojas de datos y puntos de localización GPS  dónde encontraron serpientes y qué zonas no han sido aún afectadas. La gran esperanza para tener el problema bajo control sigue siendo reunir tanta información como sea posible mientras se confía en hallar una solución.

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El segundo día del Desafío de la Pitón. Cazadores de pitones y periodistas se maravillan ante una pitón a la que habían disparado en la cabeza.

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a guía de normas del Desafío de la Pitón 2013 presenta por orden una lista de los métodos preferidos para matar una pitón birmana: perforar su cerebro con una pistola neumática, al estilo de Anton Chigurh; dispararle en el cerebro con una pistola; decapitarla con un machete y después dispararle en el cerebro. Matarlas a garrotazos, como en ese episodio de Los Simpson titulado El día del apaleamiento, se desaconseja por arriesgado.

   El 25 de enero, tercer fin de semana de la competición, sólo 25 serpientes habían sido capturadas. Justin Matthews –vestido con pantalones de camuflaje color tierra y un sombrero cowboy de paja– está vigilando el banco derecho de un dique de gravilla, donde las pitones van a veces a calentarse al sol. De su cinturón cuelga la funda de un machete. “Cualquiera puede dispararle a una serpiente”, dice, como si esto fuera algo sencillo. Su táctica es más personal: agarrar la serpiente por la cola, esquivar su ataque y a continuación atravesarle el cerebro con el machete. Antes del evento, Justin había declarado a la prensa su intención de cazar a las pitones con Harris, su halcón adiestrado, pero más tarde abandonó la idea, citando la falta de árboles desde los que el ave pudiera atacar.

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   Cazando con Justin se encuentra su cuñado Roy Suggs, también de 50 años. Roy, con su fedora de camuflaje y gafas de sol integrales, parece satisfecho con su papel de comparsa barrigudo y zumbón. Odia profundamente a las serpientes; su trabajo, dice, consiste en alertar a Justin de su presencia y luego salir pitando.

   Justin no es únicamente un hombre salvaje que gusta de matar serpientes. Como educador licenciado en fauna salvaje, está más interesado en la investigación y la conservación. Además del halcón, su colección de animales incluye a una zarigüeya (Fancy), un mapache (Bandit), una tortuga (Tank), un caimán de dos metros y medio (Wally), una perra loba (Nakia), una iguana (Causeway), un búho cornudo (Cosmo) y tres grandes serpientes, dos boas constrictor y una pitón birmana llamadas, respectivamente, Bon Jovi, Steven Tyler y Axl Rose.

   Antes de que escenificara la captura de aquella pitón “asesina”, Justin era conocido en los círculos de la fauna salvaje en Florida por haber domesticado a los perros lobo que habían estado merodeando por el parque estatal de Manatee. Cuando la historia apareció en los periódicos locales, un grupo de indios seminolas invitó a Justin a su reserva y le pusieron de apodo “el que duerme con lobos”.

   Mientras Justin y Ray estudian la orilla del pantano, pasa como un rayo un hidroavión, medio oculto por un muro de espadañas. En el vehículo está Bill Booth, bombero en el condado de Myakka y presentador de un programa local de caza y pesca. Justin, un poco a regañadientes, me cuenta que Bill ya ha capturado cuatro pitones, y que tiene a un equipo de filmación de National Geographic pegado a él como una lapa. Justin y Roy no han visto una sola pitón en cinco días. Lo único que han capturado ha sido una demacrada garza blanca, que entregaron en persona en las oficinas principales de la FWC.

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   Este es mi primer viaje a los Everglades. Había esperado que estas vastas marismas fueran una especie de primordial santuario de la vida salvaje, lleno de los trinos y saltos de los animales del pantano. Sin embargo, los únicos animales que vemos están muertos: el reseco pellejo de un caimán, un águila ratonera eviscerada y los caparazones de varias tortugas, los huesos de sus patas sobresaliendo como alas de pollo desechadas.

   Alrededor de las 4 de la tarde llegamos sin ninguna serpiente a uno de los dos puntos de control del Desafío de la Pitón. Lo atiende una mujer de baja estatura y gafas, la bióloga de investigación Joy Vinci, cuyo extenso conocimiento de las serpientes le hacen acreedora del respeto de los encallecidos cazadores de pitones aquí reunidos. Sabe lo difícil que puede ser encontrar pitones, aunque su población crezca de manera exponencial. Mientras fuma de un cigarrillo electrónico, me cuenta que en una ocasión estaba siguiendo a una por el pantano con un transmisor-receptor cuando de repente se dio cuenta de que la serpiente estaba justo detrás de ella, bajo el agua. “Finalmente se alejó nadando”, dice.

   Al atardecer, una camioneta negra llega rugiendo al punto de control. La ventana trasera está decorada con el lema “Florida Python Hunters”. Los Cazadores de Pitones de Florida, un equipo de cinco personas, están en ese momento a la cabeza de la competición de cazadores con permiso anual. Dos hombres grandes, George Brana y Ruben Ramirez, salen del vehículo, hurgan en la parte de atrás y sacan a rastras dos grandes fundas de almohada. George mete la mano en el interior de la suya y extrae una gigantesca y brillante serpiente viva cogida por el cuello. Ruben saca una serpiente muerta más pequeña, su cabeza abierta por un disparo con pistola de perdigones.

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Una pitón se enrosca en el brazo del capitán Jeff Fob, de Miami-Dade, en su demostración de la técnica adecuada para capturar a estas letales criaturas durante el acto inaugural del Desafío de la Pitón.

Joy extiende la serpiente muerta sobre el suelo de grava y comprueba que mide un poco más de dos metros. Los cazadores conservaron viva a la serpiente más grande ya que descubrieron implantado bajo su piel uno de los radiotransmisores que los biólogos utilizan para rastrear pitones de forma individual. Joy la deposita con cuidado en el interior de un enorme refrigerador en su camión, con planes de volver a soltarla más adelante o diseccionarla.

   George dice que capturaron a las dos serpientes en Florida City, un pueblo pequeño fronterizo con la parte sur de los Everglades. Se muestra evasivo respecto a cuántas lleva capturadas, pero mencionó que eran más de ocho. Con dos semanas de concurso restantes, todo puede suceder. “Alguien podría encontrar un baile de apareamiento”, dice, refiriéndose a las reptantes orgías en las que una aglomeración de pitones macho trata de fecundar a una única serpiente hembra situada en el centro. “Si ocurre eso”, continúa George, “alguien podría coger cuatro o cinco pitones, así, pum pum pum. Y ponerse de repente en cabeza”.

   Tras dejar nuestro equipo en un campamento cercano, conduje con Justin y Roy hasta un bar llamado Lucky’s Loop Road Outpost, escondido en medio de las frescas praderas de la Reserva Nacional del Gran Ciprés. Allí nos encontramos con Lucky Cole, su propietario, un hombre jovial de blanca barba. Lucky se ofreció a hacernos una visita guiada por las instalaciones, de unos doce mil metros cuadrados y consistentes en unos cuantos trailers interconectados, una piscina elevada y una galería de tiro particular.

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   “Esas pitones han acabado con todo en los alrededores”, dice Lucky sentado bajo un toldo militar, mientras se enciende un puro con un soplete. “Por aquí había conejos, zarigüeyas, mapaches, ranas, venados, todos los animales pequeños. Hasta había armadillos. Ahora ya no. Hay más fauna en Miami que en los Everglades”.

   A medianoche, un grupo de cazadores de pitones se reúne en la propiedad. Alguien produce cuatro litros de licor casero de manzana en un contenedor de plástico de té dulce. Se pasan tazas unos a otros. A medida que la fiesta se hace más confusa y ruidosa, le hago a Justin la pregunta que hasta entonces había estado evitando: ¿por qué simuló la captura de aquella pitón en 2009?

   Justin me cuenta que, poco después de que la niña de dos años muriera estrangulada, un trampero de fauna exótica llamado Vernon Yates había aparecido en televisión comparando las pitones birmanas con grandes osos de peluche (Vernon niega haber hecho esa comparación). Justin expresó su desacuerdo: “Si yo no alimentara a Axl en un mes y se quedara suelta en una habitación con una niña de dos años, ya verías lo que pasaba”. Vernon se convirtió al instante en su enemigo jurado.

   Poco más tarde, Justin compró la pitón más grande y de aspecto más atemorizador que pudo encontrar y la dejó en libertad en las cercanías del Sweetbay. Después llamó a la policía. Una caterva de reporteros y cámaras de televisión se desplazó hasta el lugar y, al día siguiente, Justin era una celebridad a nivel local. Pero entonces Vernon, que había visto imágenes de la captura en televisión, identificó la serpiente como una que él mismo había capturado un año antes y vendido a la tienda de suministros. “Los grupos de defensa animal nos están arrebatando nuestros animales”, me dijo Vernon más adelante por teléfono, “y gente como Justin Matthews les dan poder”.

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   Justin fue acusado de delito por “uso indebido del número de la policía” y pasó una noche en la cárcel. También se le impusieron el pago de una multa de 700 dólares, dos años en libertad condicional y cien horas de trabajo comunitario. La gente dejó de llamar a su servicio de rescates, y las granjas y escuelas de primaria locales de invitarle a hacer presentaciones. Perdió su casa, su camión y trece kilos de peso por el estrés. Cuando supo del Desafío de la Pitón, al principio no quiso saber nada. Fue su esposa la que le convenció para que participara. “Necesitas hacer esto, Justin”, le dijo ella. “Para redimirte”.

La mano ensangrentada del cazador de pitones Jim Ferguson. Se hizo un corte mientras buscaba serpientes cerca de Mack’s Fish Camp, en los límites de los Everglades de Florida.

A

l día siguiente, Justin y Roy se aventuraron por un dique diferente. El camino de grava está flanqueado por mangles y marcado con huellas de caimán. Roy, en un momento dado, ve lo que cree que es una pitón birmana, enviando a Justin a toda velocidad rivera abajo. Sin embargo, resultó ser una serpiente corredora negra.

   “Es el karma”, suspira Justin. “Por eso no estamos capturando ninguna serpiente. Ojalá no hubiera hecho aquella llamada a la policía”.

   “Sí, pero se necesita suerte, tío”, dice Roy.

   Tras tres infructuosas horas, abandonan y vuelven sobre sus pasos. Cerca de la entrada al dique nos topamos con Bill Booth, el cazador que nos había pasado a toda velocidad por el canal el día anterior. Bill, un hombre fornido y seguro de sí mismo, con bigote y mejillas quemadas por el sol, nos dice que hacía poco le había disparado a una pitón birmana mientras las cámaras de National Geographic estaban grabando. Esto elevaba su número total a cinco serpientes, poniéndole en cabeza de la competición general. Ante los ojos de envidia de Justin, Bill añade, “Si gano en esta cosa, a lo mejor tengo una llamada de Jay Leno”.

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   Ya en el camión, Justin dice, “Tengo que capturar al menos una”. Tras una pausa, añade: “Pero aunque no sea así, estamos ayudando a la causa diciéndole a la FWC dónde no están las serpientes. Eso es parte de la redención”.

   Condujimos bajo un sol de justicia hasta una tienda cercana llamada Tippy’s para comprar unas Gatorades. La encargada, Molly, una mujer etérea cubierta de pedrería turquesa, nos dice que desde el inicio de la competición se han detenido allí docenas de cazadores de pitones, husmeando en busca de consejos.

   Detrás de ella, sujeta a la pared, hay una foto de una pitón birmana abultada hasta un nivel grotesco, con los datos relevantes garabateados debajo: “4 metros y medio, 102 kilos, un venado de 34 kilos en su estómago. Noviembre, 2011”. Molly menciona alegremente que ella misma mató a una hacía poco. “Hace un par de semanas me encontré una en la entrada de mi garaje. Intenté matarla con un cuchillo, pero al final tuve que pasarle por encima con el coche unas cuantas veces”.

   Esa tarde, antes de marcharme de los Everglades, me detuve una última vez en el punto de control. En lugar de Joy había tres chicos de veintipocos años con aspecto de cansados. Desde mi última visita nadie había llevado más pitones; la única acción de la que habían oído rumores era una modelo en traje de baño haciéndose fotos en el dique. Un solitario disparo de rifle resonaba de vez en cuando en la distancia.

   Una vez finalizada la competición localizo por teléfono a Frank Mazzotti en su laboratorio, en la cercana Davie. Me dice que en total se cazaron unas 70 pitones. “Hay gente decepcionada por un número tan bajo”, dice, “pero es casi exactamente el que podríamos haber predicho. La competición ha logrado lo que se pretendía, que era concienciar a la gente”.

   Los datos recogidos durante la competición deberían servir para comprender el tamaño que están alcanzando las pitones birmanas, dónde se esconden y de qué se alimentan, añade Frank. Se ha pasado las últimas semanas realizando necropsias y examinando las heces de las pitones capturadas. “Aún tardaremos seis meses en recibir los resultados de los análisis”, dice con un suspiro.

   Esa misma noche hablo con Justin. Él y Roy pasaron seis días más en los Everglades, dos de ellos con Bill. “Ahora nos llevamos bien”, dice Justin. No vieron ninguna pitón, pero la experiencia le inspiró a solicitar un permiso anual de caza.

   Tras haber comprobado que su halcón no era útil en un terreno casi sin árboles como los Everglades, Justin dice que está considerando comprar un cernícalo. “Pueden planear, así que no necesitas árboles”, dice con un tono que sugiere que los cernícalos podrían ser la respuesta al inminente apocalipsis pitón en Florida. “Con tantas hierbas afiladas, resulta una ayuda tener un pájaro que ve 50 veces mejor que tú”.

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