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Cultură

Mi abuelo era un traficante de armas psicópata y amigo de William S. Burroughs

Paul Lund fue un mujeriego en serie y un criminal amigo de los Beats. También fue el padre que mi madre nunca conoció.

La madre del autor de niña y su abuela

Mi madre, Josephine, no es ninguna sociópata, simplemente tiene cierta inclinación a la violencia. A los 69 años, esa propensión se había mitigado, aunque creo que si se hubiera tenido que enfrentar a un ladrón que hubiera entrado en su casa, este habría acabado con un cuchillo clavado en el pecho hasta el mango. Mi madre siempre ha transitado por la vida con una energía implacable más propia de gánsters y mercenarios.

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Pero cuando era niño no prestaba atención a esos detalles, aunque sabía bien que si la cabreaba, lo mejor era mantener la distancia entre ambos. Mis compañeros de escuela la llamaban "Don Jo". No fue hasta varios años después que me di cuenta de lo apropiado del apodo, después de descubrir una historia familiar que había caído en el olvido, que se desarrollaba en tres continentes e incluía un delincuente famoso en su tiempo, un juicio por asesinato y un fragmento de una de las novelas más notables e inquietantes del siglo XX. Una historia que me enseñó que el carácter de una persona está determinado solo en parte por la educación que ha recibido y que, a veces, la sangre decide el resto.

Ya de adulto, empecé a conocer mejor a mi madre y advertí que tenía la capacidad de tomar decisiones que harían estremecerse a cualquiera con una calma pasmosa. En 2006, cuando yo tenía 23 años y ella 62, pasamos dos meses viajando de mochileros por India, un proyecto que mis padres querían llevar a cabo cuando se jubilaran. Lamentablemente, mi padre tuvo que jubilarse mucho antes de lo esperado, así que lo sustituí en aquel viaje. Lo pasamos muy bien viajando por el Himalaya y haciendo senderismo con elefantes en la jungla de Kerala. Pero hubo una anécdota en particular que me convenció de que mi madre sería capaz de sobrevivir a cualquier obstáculo que le presentara la vida.

Estábamos paseando por una playa en el norte de Goa durante la estación monzónica. El cielo estaba encapotado y soplaba mucho viento. Vimos un navío de carga oxidado varado en la orilla, azotado por enormes olas que se curvaban sobre sí mismas con fiereza.

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Yo salté al agua.

Fue una estupidez monumental. Estuve nadando entre las olas unos minutos y decidí salir, pero cuando intenté hacer pie en la orilla, no lograba tocar fondo. Me hundía, y las olas me sacudían y me apartaban del barco. Con enorme esfuerzo logré volver a la nave.

De nuevo me encontraba en los bajíos, o al menos eso pensaba, porque mis pies no lograban posarse sobre ninguna superficie. La corriente me arrastraba cada vez más lejos de tierra firme. Mientras nadaba, vi a mi madre allí, de pie, observándome. De repente, se dio la vuelta y empezó a caminar playa adentro. En aquel momento cruzaron dos pensamientos por mi mente: No puede ser tan malo porque mi madre no parece preocupada ni ha echado a correr; sabe que estoy bien . Y, Quizá ha ido a buscar ayuda, porque el pueblo quedaba cerca de allí.

Una vez más, intenté hacer pie. Me hundí. Estaba agotado. Me puse a flotar de espaldas y dejé que las olas me llevaran sobre las suyas. Arriba y abajo, hacia delante y hacia atrás. Como si me estuvieran meciendo para que me durmiera.

Me hice una recriminación: "O sales de aquí o morirás. Así que apáñatelas."

Empecé a nadar con fuerza renovada, cada vez con más ímpetu. Cuando creía que estaba a punto de lograrlo, nadé todavía con más ahínco.

Bajé un pie. Arena. Me tambaleé y caí redondo. El alivio que sentía estaba rayano en el éxtasis silencioso. Cogí aire varias veces. Al fin, mis manos tocaron arena húmeda.

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Mi madre regresó y se quedó mirándome, justo encima de mí.

"¿Estás bien?"

"Ahora sí."

"Pareces aliviado."

"Lo estoy."

Contuve el aliento y entrecerré los ojos mientras compactaba la arena con los dedos.

Alcé la vista hacia mi madre.

"¿Por qué te has ido? ¿Ibas a buscar ayuda?"

"No. ¿Dónde iba a conseguir ayuda?"

Mi madre me miró como al idiota despreciable que acababa de demostrar que era.

"No pensaba quedarme a verte morir."

Había un aspecto del pasado de mi madre sobre el que nunca habíamos hablado hasta hace poco porque ella lo ignoraba, y es lo que explica el misterio de "Don Josephine". Mi madre nunca llegó a conocer a su padre. Este abandonó a su madre en 1945 al saber que estaba embarazada. Mi abuela, Eileen, que murió de neumonía en 1959, cuando mi madre tenía 13 años, sufrió las consecuencias de negarse a abandonar a su hija durante el resto de su vida.

Huérfana y al cuidado de un padrastro resentido, mi madre desterró todo pensamiento sobre su verdadero padre y mantuvo ese hábito durante casi 60 años. Nunca la oí pronunciar su nombre. Hasta tal punto lo había borrado de mi consciencia que tampoco se me había ocurrido preguntarle por él.

Pero hace un año, mi madre me llamó por teléfono, presa de una gran agitación.

"Lo he encontrado. Lo he encontrado", me dijo.

"¿A quién has encontrado?"

"Paul Axel Lund. Mi padre."

Después de años sin dedicarle el menor de sus pensamientos, su curiosidad por el uso de internet la indujo a buscar su nombre en Google.

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Peter Orlovsky, William Burroughs y Paul Lund comiendo en el restaurante holandés Tony's, en Tánger. Foto por Allen Ginsberg.

Esto es lo que el infame autor de la Generación beat William Burroughs opinaba sobre mi abuelo: "Estoy poniendo freno a mi relación con Lund y compañía. Demasiado malo".

Toda una aseveración, teniendo en cuenta que proviene de alguien que mató a su mujer de un disparo en la cabeza haciendo el truco de "Guillermo Tell" en una fiesta y que posteriormente afirmó haberla asesinado mientras se encontraba bajo el influjo de una "fuerza totalmente malévola".

Burroughs y Lund se conocieron en 1955 en Tánger, una zona franca internacional popular por su clima liberal, los tejemanejes de sus habitantes y la ausencia de tratados de extradición. Lund había llegado el año antes huyendo de la policía británica y no tardó en alcanzar la popularidad como contrabandista, siempre dispuesto a deleitar a los periodistas con sus aventuras. Vivió en Tánger hasta su muerte por tuberculosis, en 1966. El encabezado de su esquela en el News of the World rezaba: "El Bucanero: jugó con fuego y deleitó a sus mujeres".

Burroughs escribió que "conocía bastante a Lund y usé algunas de sus historias para El almuerzo desnudo", la novela objeto de las pesadillas de su editor, Jack Kerouac. La amistad entre ambos terminó cuando Lund fue acusado por un delito de contrabando de opio en 1959, cargo del que se zafó al inculpar a Burroughs.

Seis meses antes, Burroughs le había escrito desde Francia para contarle una intrincada trama totalmente desvinculada de los hechos posteriores en la que se "introducía un poco de té de Marruecos en París". Mi abuelo entregó aquella carta a la policía de Marruecos y estos, a su vez, la pusieron en manos de las autoridades francesas. Como consecuencia de ello, él quedó libre y Burroughs fue arrestado en París.

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Paul Lund era un villano. Tanto es así que el escritor Rupert Croft-Cooke tituló su biografía Smiling Damned Villain: The True Story of Paul Lund (Maldito villano risueño: la verdadera historia de Paul Lund). Entre otras fechorías, se dedicó al contrabando de armas para Haile Selassie, al robo de cajas fuertes y viviendas, a la falsificación y al fraude. "Una vez en prisión para cumplir condena por uno de los cargos, al ser preguntado por su ocupación, su respuesta fue: 'ladrón', y se negó a modificar ese dato", relata Croft-Cooke. Lund estuvo en prisiones de India, Egipto, España, Italia y Gran Bretaña.

Un retrato de Paul Lund

Uno de mis pasajes preferidos de Smiling Damned Villain es el que narra la deserción de Lund a Egipto durante la Segunda Guerra Mundial. Tras dos menciones a su valentía en sendos despachos militares, se produjo una tregua en el conflicto y Lund empezó a impacientarse. Para matar el aburrimiento, se marchó sin permiso previo a El Cairo, donde se ocultó en un barrio marginal, lejos del alcance de Europa.

Lund describió aquel lugar a Croft-Cooke: "Estaba plagado de fumaderos de opio y casas de apuestas, burdeles de todo tipo, desertores, comerciantes del mercado negro, ladrones, prisioneros de guerra huidos… toda clase de villanos que te puedas imaginar. El lugar perfecto para descansar tranquilamente".

Se asoció con otros tres desertores para perpetrar un robo en una tienda de relojes "con un selecto inventario de relojes caros" disfrazados de mecánicos. Siguió cometiendo delitos en El Cairo y Alejandría hasta que se dio cuenta de que podrían "reconocernos muy fácilmente", por lo que decidió regresar a la unidad militar de la que había desertado. Logró evitar el castigo porque fue destinado a la batalla de El Alamein.

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Lund poseía cualidades que lo convertían en un verdadero depredador en la sociedad. Corft-Cooke destaca la manifestación definitiva de tales facultades:

"Paul es un asesino, me dijo en una ocasión un compañero suyo de fechorías, no porque haya matado a alguien alguna vez, sino porque no hay duda de que lo haría si lo considerara necesario".

En palabras de Croft-Cooke, Smiling Damned Villain pretende ser un "retrato" de Lund. El autor elude atribuir al sujeto de la novela cualquier tipo motivación psicológica subyacente.

"Eso probablemente lo sabrá un criminólogo mejor que yo", continúa.

No soy criminólogo, pero el retrato de mi abuelo que dibuja esta novela es, a todas luces, el de un sociópata. Quise conocer la opinión experta del psicólogo criminalista Robert Hare consultando su libro Psychopathy Checklist Revised , obra que se ha postulado como el referente para el diagnóstico de psicopatías.

De los 20 síntomas que enumera, Lund los cumple prácticamente todos, como la falta de remordimientos, la versatilidad para cometer actos delictivos, la reincidencia, la impulsividad y el carácter manipulador.

Paul Lund concede una entrevista sobre el contrabando a las puertas de su bar en Tánger

Respecto a la promiscuidad y la proliferación de relaciones conyugales breves, el libro cita numerosos ejemplos (entre ellos mi abuela); tampoco podía faltar el encanto superficial del que suelen hacer gala. Ese carisma se tradujo en un reguero de bebés, por lo que, tras un poco de indagación, no me costó encontrar a una de las hermanastras de mi madre, que vivía en un parque de caravanas en el sur de los EUA. De ella obtuve una sorprendente revelación: su hijo, sobre quien pesaban varios delitos, se está enfrentando a un juicio por asesinato. Su madre asegura que ha heredado los genes sociópatas de su abuelo.

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Mi primo espera la celebración de su juicio en una penitenciaría estatal. Pero, ¿en qué posición deja eso al resto de la familia? ¿Somos solo una cadena de retrocesos evolutivos? ¿Un colectivo de descerebrados cuya existencia se debe exclusivamente al estilo de vida desinhibido de un sociópata practicante del amor libre? No puedo hablar por mi primo ni por los que han crecido en la pobreza en los EUA, un lugar que hace que dar una vuelta por las peores calles de Inglaterra sea como un apacible paseo campestre, en comparación.

En 2005, el científico James Fallon realizó una tomografía de su cerebro para un estudio sobre el alzheimer. Simultáneamente, estaba trabajando en otro proyecto que requería escanear los cerebros de psicópatas. Para su sorpresa, los resultados señalaban que su cerebro coincidía con las conexiones patológicas que presentaban los sujetos de su estudio. Tras investigar sobre su pasado familiar, Fallon descubrió que procedía de un extenso linaje de asesinos.

Si tenía el cerebro de un psicópata, ¿por qué era un padre de familia ejemplar que cumplía la ley a rajatabla? Finalmente llegó a la conclusión de que el amor incondicional que le profesaban sus padres había evitado que acabara convirtiéndose en un monstruo. Paul Lund también había disfrutado de una educación relativamente correcta: su madre era una mujer adusta y distante que relegaba la crianza de su hijo principalmente a las niñeras, pero su familia era numerosa, acaudalada y muy respetada. Quizá este aspecto contribuyó a que Lund no cometiera actos que podrían considerarse sádicos o propios de un enajenado mental, pese a que seguía siendo un completo cabrón.

El escritor Ian Francis, quien da charlas sobre Lund, coincide en que este carecía de moral. Le telefoneé antes de empezar a indagar sobre el pasado de Lund para preguntarle si sería conveniente preparar a mi madre para afrontar una verdad tan horrible.

"Lund era amoral, no malvado", fue su respuesta.

Croft-Cooke dijo que Lund era un hombre "que plantaba cara a la abominación de la realidad sin pestañear y con inteligencia". Reconozco esa capacidad en mi madre. Se había resignado a que iba a morir ahogado en India, por lo que tomó una decisión que le evitaría más sufrimiento: no verme morir. El realismo salvaje puede llegar a ser una herramienta poderosa. El mundo es un lugar hostil, y la toma de decisiones que contravienen los convencionalismos sociales constituye un instrumento de supervivencia.

Si bien Paul se servía de esta cualidad ambigua para su beneficio, su hija la había utilizado para ayudar a los demás, a pesar de haberse criado en un entorno mucho más desfavorecido que el de su padre. A los diez años, por ejemplo, me portaba bastante mal en clase y sacaba cada vez peores notas. Ya me habían echado de una escuela. Después de que el director me llamara a su despacho por mal comportamiento una vez más, mi madre encontró una forma de inspirarme. Me dio un ejemplar de El Hobbit, me mandó sentarme en una silla de la cocina y me aseguró que si me movía o hacía algún ruido, me mataría a palos. Tuve la sensatez de obedecerla y aquel día empecé a leer.

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Traducción por Mario Abad.