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Bajo fuego en Gaza: Aviones, llamas y estruendos desde el cielo

Nada es muy seguro cuando tienes misiles volando sobre tu cabeza.

Los residentes de Gaza observan los restos de la que solía ser la casa de la familia de Jamal Al-Dalou, un oficial de Hamas. Su edificio quedó dañado durante el ataque.

Al norte de Erez, del lado israelí del retén hacia Gaza, me reciben algunos soldados israelíes. Están gritando porque quieren que me pare adentro de una zanja. Mi amigo el taxista me dejó ahí con un grupo de otros periodistas y todos esperamos a que nos escolten al retén; en el fondo, las sirenas antimisiles advierten sobre el inminente fuego enemigo. Los soldados nos dicen que la zanja es el lugar más seguro, pero parado en ese lugar del que no me puedo mover mientras los misiles vuelan sobre mi cabeza, no me siento muy seguro.

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Un general, incómodamente alegre, llega para darnos instrucciones, y nos informa que hay un rumor de que Hamas no está dejando a los periodistas y trabajadores de ONG salir. “Así que, los podemos dejar entrar, pero su salida no depende de nosotros”. Nos subimos a unos autos con nuestros tripies y chalecos antibalas en las piernas, y nos llevan hasta el retén.

Israel tiene un sofisticado sistema de defensa antimisiles, el cual incluye refugios antibombas y la estrella del evento, el Iron Dome; un sistema diseñado para ubicar misiles enemigos y destruirlos en pleno vuelo. Pero dada la reacción de los soldados y el personal en la frontera a las sirenas antimisiles que se escuchan a nuestra llegada a Erez, parecería que todo esto no existe. Las manos se agitan por el aire y los presentes entran en pánico, mientras nos gritan frenéticamente que corramos al edificio. Una vez dentro, tenemos que firmar unos documentos de exención de responsabilidad; la forma en la que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) quedan exentas de toda responsabilidad en caso de que un periodista en Gaza termine demasiado cerca de una de sus bombas. Y ésta, en el lugar más densamente poblado del planeta, es una verdadera exención.

Sin embargo, firmamos y nos formamos para pasar por una gigantesca cabina metálica de inspección de pasaportes. La mujer en el retén me dice: “Eres muy valiente”, lo que casi me hace preguntarle, de la manera más amable, si puede hablar con uno de sus compatriotas sobre dejar de bombardear Gaza.

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El conductor de una ambulancia espera los últimos dos cuerpos enterrados bajo los escombros de casa de Al-Dalou.

Una vez fuera del retén, llegué frente a un hombre serio sentado en una silla de plástico, quien podría o no haber estado de humor para sellar mi pasaporte. Hamas ha complicado las cosas para los periodistas extranjeros, ya que cada persona necesita tener a un residente de Gaza del otro lado quien garantice que uno no es un espía. Luego de algunas llamadas de pánico, un par de palestinos alegres, Mohamd y Fady, llegaron por mí, y lidiaron con el hombre de la silla de plástico con una serie de gritos y manotazos. Mi árabe es bueno, pero si hubiera sabido que esas cosas eran tan eficientes, definitivamente las habría agregado a mi vocabulario hace tiempo.

Ahí parado en el retén, el sonido de los drones se escuchaba incesantemente sobre mi cabeza. Veo como caravanas de autos marcados de la ONU y Medecins Sans Frontieres se alejan, lo que parece desmentir los rumores de que Hamas no está dejando a la gente salir. De repente, hay un fuerte estruendo: los israelíes estaban bombardeando el camino que lleva del retén a la ciudad de Gaza. Doy un salto y termino por tomarle la mano a Mohamd, lo que me da ese aire de tranquilidad profesional a la que aspiro.

Entramos al auto. “Ya sabes que hacer, Mohamd: rápido, rápido, rápido”, dice Fady. Mohamd pisa el acelerador y salimos a toda velocidad hacia el final de la calla, donde el auto se detiene y todos encienden un cigarro para celebrar nuestra salida de la zona tan bombardeada por Israel, y una que los militantes de Gaza suelen usar como base para disparar sus misiles. Atravesamos las calles desiertas, las únicas personas en las calles son aquellas en busca de artículos básicos.

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Mohamd y Fady me dejan con algunos amigos, quienes me llevan al hospital Al-Quds en la Ciudad de Gaza. El Dr. Khalil Abu Foul, el director del servicio de la Media Luna Roja en Palestina, nos dice que se están quedando sin suministros. “Un caso promedio requiere de seis distintos tipos de tratamiento, lo que implica que podemos usar las medicinas de un mes, en una semana”.

Los esfuerzos por sacar cuerpos de los escombros de la casa de Jamal Al Dalou. El oficial de Hamas no estaba en casa en ese momento, pero 11 miembros de su familia murieron durante el ataque.

Cuando regresamos a casa, descubrimos que la casa de un oficial de Hamas, Jamal Al Dalou, fue uno de los objetivos durante el más fuerte ataque desde el comienzo de la crisis en Gaza; 11 miembros de su familia murieron, pero el oficial de Hamas no estaba en casa en ese momento. Pudimos estudiar el daño, ver como los residentes y los servicios de emergencia se habrían paso entre los escombros con dos escavadoras para intentar sacar los últimos dos cuerpos atrapados. De repente, se escucha un grito y todos se mueven hacia delante para intentar dirigir la excavadora.

Escalamos las montañas de escombro, hay pedazos de cables y concreto mezclados con partes de lo que había sido una casa particular de tres pisos, para ver como las ambulancias hacen fila para llevar los cuerpos al hospital. Nadie espera que encuentren a alguien con vida. Al voltearnos hacia la calle, nos damos cuenta que la gente mira hacia el cielo y empieza a correr; nunca una buena señal. Los residentes de otra casa a unos cien metros de la de Al Dalou acaban de recibir un mensaje de texto de las FDI en las que se les informa que su casa será atacada. La zona está repleta de gente y servicios de emergencia, así que es difícil salir corriendo; y muchos no pueden hacerlo, pues siguen trabajando en la primera casa. Bajamos a las calles e intentamos conseguir un taxi, evitando las calles en las que se podría sentir el choque de la explosión. Después me enteré que el ataque nunca ocurrió, pero el mensaje en sí fue suficiente para dejar a la gente traumatizada.

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Al caer la noche, se escuchan los disparos. Escuchamos el ruido de los barcos de guerra israelíes que disparan desde la costa de Gaza, un sonido que se ha convertido en la clásica canción de cuna en Gaza. No hay donde esconderse, así que la gente se queda en casa y reza por no ser el siguiente objetivo. Israel asegura estar atacando a oficiales y militantes de Hamas, pero en el lugar más densamente poblado sobre la Tierra, la mayor parte de las bajas han sido civiles.

Sigue a Ruth en Twitter: @_Ms_R

Imágenes cortesía de Ruth Michaelson/Transterra Media

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