Están aniquilando a las manadas de búfalos en Montana

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Así es como el mundo se acaba, no con una explosión

Están aniquilando a las manadas de búfalos en Montana

Como no me dejaron documentar la matanza, demandé al gobierno de EU.

El 6 de febrero, abogados de la Unión Estadunidense por las Libertades Civiles (UELC), que me representaban a mí y a una organización conservacionista llamada Buffalo Field Campaign, presentaron una carta con la intención de demandar al Servicio de Parques Nacionales de EU. La carta declaraba que la agencia, que controla algunas de las tierras más majestuosas del país, violó la Primera Enmienda —que prohíbe prácticas que reduzcan la libertad de expresión— al negar a los ciudadanos el acceso a su "Actividad de matanza selectiva de bisontes" en el Parque Nacional Yellowstone. Cada año, los guardabosques del Servicio de Parques capturan y masacran a cientos de búfalos salvajes, pero durante más de una década han negado que estas actividades —llevadas a cabo en espacios federales por oficiales públicos con dinero de impuestos— sean vistas o documentadas. "El público", dijo la UELC, "tiene un gran interés en saber lo que el gobierno está haciendo".

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Alguna vez vi un video de bisontes siendo preparados para su clasificación y sacrificio. Había sido filmado en Yellowstone en 2004, el último año que el Servicio de Parques permitió presenciar sus operaciones con bisontes. En el video, los búfalos están enojados: braman y patean. Los jinetes gritan: "Áha, tooo, arre" y sonríen mientras golpean a los animales desde los toriles. La cámara cambia hacia los lastimados cuerpos de los animales, los cuales pasan a las rampas por un cuello de botella. Avanzan uno encima del otro como lombrices en una cubeta. Luego los vaqueros les clavan ganchos en la nariz. Sostienen las cabezas de los animales, sus ojos están hinchados, rojos y puedes escucharlos jadear y ver el terror en su mirada. Les meten una aguja en el cuello para ver si están enfermos. También vi otro video de lo que les hacen: oficiales del Servicio de Inspección Sanitaria de Animales y Plantas del Departamento de Agricultura de EU, por ejemplo, les meten dildos por el ano para hacerlos eyacular y así conseguir muestras de semen.

74 por ciento de los estadunidenses, según una encuesta de 2008 de Wildlife Conservation Society —una organización que lleva proyectos de conservación— creen que los búfalos son "símbolos vivientes del oeste estadunidense extremadamente importantes". La misma WCS declaró: "Sería difícil pensar en un mamífero más simbólico para Estados Unidos". La National Bison Legacy Act —un acta gubernamental que busca rescatar a esta especie—, que está en espera de aprobación en el Congreso, busca adoptar al bisonte "como el mamífero nacional de Estados Unidos". La imagen del bisonte americano, coloquialmente llamado búfalo, se encuentra en las monedas estadunidenses —como en la de cinco centavos—. También está en canciones folclóricas, como en el himno extraoficial del oeste estadunidense, "Home on the Range": "Oh, dame un hogar donde haya búfalos". Dieciocho estados tienen un pueblo o ciudad llamada Búfalo; el de Nueva York fue bautizado así por la abundancia de bisontes que había en el siglo 18 en un arroyo cercano. El bisonte es el mamífero oficial de los estados de Oklahoma, Kansas y Wyoming, y es parte del escudo de Indiana. El Servicio de Parques Nacionales celebra a la especie al poner un bisonte en su logo.

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Dado que los antepasados de los estadunidenses masacraron a los búfalos durante el siglo 19 en una especie de holocausto de vida silvestre, esta iconografía es perversa y un poco deprimente. Quizá es una expresión de culpa nacional, un intento de expiar un pecado original. Alguna vez hubo tantos búfalos en EU —según varios estimados, llegaban hasta a los 60 millones— que una sola manada en el altiplano podía verse desde lejos. "De todos los cuadrúpedos que han vivido en la Tierra, tal vez ninguna otra especie ha tenido manadas tan enormes", escribió el conservacionista William T. Hornaday en su monografía clásica de 1889, The Extermination of the American Bison (El exterminio del bisonte americano). "Habría sido igual de difícil contar las hojas de un bosque que el número de búfalos". Los bisontes eran más felices en los pastos de las praderas y llanuras, aunque vivían casi en cada estado, desde Maine hasta Florida, desde las aguas del este hasta las Rocky Mountains (en el oeste), desde Texas hasta Montana. Si los pensamos en términos de biomasa, éstos han abarcado la concentración más grande de una especie animal en la historia del planeta.

En un periodo de 50 años, desde alrededor de 1850 hasta 1900, casi todos fueron exterminados, víctimas de las fuerzas mercantiles desatadas por el arreglo euroestadunidense —"la excesiva codicia del hombre", como escribió Hornaday, "su destrucción sin sentido"— y sus pieles se volvieron mercancías preciadas en ciudades del este y Europa. Cientos de cazadores que viajaban en los recién construidos ferrocarriles estuvieron encantados de satisfacer la demanda con una despiadada campaña de saqueo. Millones de bisontes que pastaban en las praderas y llanuras de las tierras altas fueron remplazados con vacas que de ahí en adelante tuvieron libre acceso al forraje —una bendición financiera para la industria ganadera—. Además hubo un beneficio político extra, uno que el gobierno estadunidense notó en el camino hacia el Destino Manifiesto* y el asentamiento del oeste: al aniquilar al bisonte, los cazadores de mercado destruyeron el economato de las tribus nativas, donde éstas vendías productos a precios menores y eran independientes y rebeldes. Para éstas, los bisontes significaban comida, combustible y ropa.

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Ya para 1900, el bisonte salvaje había ido desapareciendo en Norteamérica hasta que sólo quedaron 23 animales en el Parque Nacional Yellowstone, donde estaban protegidos de los cazadores. El bisonte de Yellowstone, "amenazado con estar en peligro de extinción", según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se ha recuperado en los últimos años y ahora hay unos cinco mil animales. Nunca han sido domesticados, nunca han sido acorralados o cruzados con ganado. Son genéticamente puros, salvajes en cuanto a comportamiento, y sobreviven como lo hicieron sus ancestros: peleando contra la nieve, el hielo, los depredadores y el hambre. Son los últimos de su especie, el único eslabón que queda de las manadas que han vagado en ese país durante más de 11 mil años.

En febrero pasado, una semana después de que la UELC presentara su carta, yo estaba parado en una brecha cerca de Yellowstone, escuchando los ruidos de los bisontes que habían sido acorralados. Había bramidos de hembras y machos, terneros llamando a sus madres, el sonido de las fustas de los vaqueros, las crueles voces de los hombres y el estremecimiento de los enormes cuerpos de las criaturas siendo aplastadas contra las rampas de metal. A través de un telescopio pude ver, a dos kilómetros y medio abajo del valle en el que estaba parado, una estructura laberíntica de hierro y madera, la Stephens Creek Trap, que era de donde salían los bramidos. Los animales habían sido sacados de su hábitat y perseguidos por jinetes que los arrearon hacia este laberinto. Pude percibir, a través del telescopio, que varias decenas de bisontes estaban siendo introducidos a los rediles, que algunos de ellos serían llevados a los mataderos.

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La meta de la demanda de la UELC era ver, oler y escuchar de cerca los búfalos que eran acorralados, golpeados, latigueados, seleccionados y llevados en camiones hacia su muerte. El Servicio de Parques prohíbe que la gente vea estas actividades debido a la aparente preocupación "por la seguridad y bienestar del público, del personal y del bisonte". Yo creo que la verdadera preocupación es que si el público sabe lo que le hacen a la manada de búfalos en Yellowstone, bien podría exigir un cambio en la política.

Voluntarios de la Buffalo Field Campaign frente a un bisonte muerto en una colina, en las afueras del Parque Nacional Yellowstone.

Entre las obligaciones del Servicio de Parques Nacionales está no solamente la protección a las reservas, sino también "preservar las especies salvajes nativas y los procesos para sustentarlas". El porqué esta obligación es ignorada en el caso del bisonte depende de quién hace el razonamiento.

Cuando fui a Yellowstone en febrero, el jefe de asuntos públicos del parque, Al Nash, me dio una hoja de hechos que confirmaba que los bisontes estaban enfermos de algo llamado brucelosis, la cual, si se contagia a los vacunos de los alrededores, podría ser devastadora para la industria ganadera local. La Brucella abortus es una bacteria que pasea dentro del bisonte sin causarle daños, aunque hace que las hembras aborten a sus crías. Los ganaderos, con toda razón, han expresado su horror ante este prospecto y denunciaron a los bisontes como "enfermos". Cuando los animales infringen los límites del parque —como es su costumbre, ya que pasean como sea su voluntad y no les importan las líneas artificiales de un mapa— se dice que son una amenaza porque pueden contagiar de brucelosis al ganado que pasta en el bosque nacional en la frontera de Yellowstone.

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El Departamento de Ganadería de Montana (DOL, por sus siglas en inglés), que supervisa la industria ganadera del estado, exigió al Servicio de Parques, en 1995, que implementara un control para los bisontes que se salen de Yellowstone. El Tribunal Federal del Distrito de Montana decidió a favor del DOL en 2000 y estableció lo que se conoció como el Plan Interinstitucional de Gestión del Bisonte (IBMP, por sus siglas en inglés) que aún está en vigor. Antes del año 2000, el DOL había estado masacrando a los bisontes alejados de las manadas. El IBMP en efecto subordinó las demandas de los ganaderos de Montana al Servicio de Parques, ya que pidió que la agencia, en colaboración con el DOL, pusiera en cuarentena a los bisontes que entraran al estado, que les hicieran pruebas para ver si tenían brucelosis y, en algunos casos, sacrificarlos. El costo del plan llegaba hasta a los 3.3 millones de dólares al año, un estimado de 50 millones de dólares desde que entró en vigor hace 15 años. 99 por ciento del dinero ha venido de fondos federales.

Quienes critican al IBMP lo llaman un esquema políticamente corrupto que no logra dirigirse a los hechos científicos de la brucelosis. Un estudio de 2009 del Journal of Applied Ecology —una publicación británica que busca la aplicación de modelos teóricos ecológicos al manejo de los recursos biológicos— no encontró ni un solo caso documentado donde un bisonte haya contagiado de brucelosis a una vaca. El ministerio de Finanzas de EU encontró en 1992 que el riesgo de transmisión es de casi cero. Paul Nicoletti, veterinario y epidemiólogo del Departamento de Agricultura de EU, le dijo a un periodista de la Buffalo Field Campaign que "no parece haber amenaza". Cuando lo presionamos, el Servicio de Parques admitió en una declaración a VICE: "Tanto los que se dedican al estudio de las enfermedades como los que se dedican a la protección de la vida silvestre están de acuerdo en que el riesgo de transmisión de brucelosis del bisonte al ganado es minúscula".

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Stephany Seay, coordinadora de medios en la Buffalo Field Campaign, cree que la historia verdadera detrás del IBMP es que la política federal de captura de bisontes se debe a un grupo de intereses políticamente poderoso: la industria ganadera. Los bisontes que vagan en las afueras del parque compiten con las vacas por pasto, y los ganaderos, por razones obvias, quieren evitar esta competencia. Mary Meagher, bióloga retirada del Servicio de Parques que estudió a los bisontes de Yellowstone durante 37 años, está de acuerdo con el juicio de Seay. "La brucelosis es una cortina de humo", me dijo. "La probabilidad de transmisión es mínima. Lo que pasa es que los ganaderos no quieren que los búfalos anden solos allá afuera".

Antes de la implementación del IBMP, los oficiales del Servicio de Parques hablaban libremente de la matanza de los bisontes en Montana. John Varley, director de investigación de Yellowstone, dijo al escritor Doug Peacock, en un artículo de la revista Audubon de 1997, que la política del bisonte era "una lucha entre el parque y la agroindustria, y la estamos perdiendo por mucho". El inspector de Yellowstone de ese momento, Mike Finley, describió la matanza como "una tragedia nacional". Le dijo a Peacock: "Estamos participando en algo que es muy desagradable para el pueblo estadunidense y es algo que la ciencia no justifica". Tales declaraciones no han salido del actual gerente de Yellowstone.

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De los estimados cinco mil bisontes en el parque en febrero, sólo algunos cientos han vagado en Montana y la mayoría ya fueron asesinados. La meta de 2015 era "sacrificar", en el lenguaje de la conservación de vida silvestre, a al menos 900 ejemplares, casi el 20 por ciento de la manada.

De los estimados cinco mil bisontes en el parque en febrero, sólo algunos cientos han vagado en Montana y la mayoría ya han sido asesinados. La meta durante 2015 era "sacrificar", en el lenguaje de la conservación de vida silvestre, a al menos 900 ejemplares, casi 20 por ciento de la manada. Los oficiales del Servicio de Parques me dijeron que el IBMP estableció un máximo de tres mil bisontes en el parque y que la matanza selectiva de este año era el primer paso para llegar a ese número. James Bailey, un profesor retirado de biología silvestre de la Universidad Estatal de Colorado y autor del libro de 2013, American Plains Bison: Rewilding an Icon (El bisonte de las llanuras estadunidenses: la reintroducción de un ícono), me dijo que el número de tres mil animales es "un número político, no un número biológico o ecológico. Es lo que los ganaderos están dispuestos a aceptar".

"Los bisontes sólo son un problema en el estado de Montana", dijo. "Y la industria ganadera de Montana tiene tanta influencia política que el Servicio de Parques termina haciendo su trabajo sucio".

Un búfalo muerto cerca de Gardiner Basin, Montana.

En mi segundo día en Yellowstone me encontré con seis voluntarios de la Buffalo Field Campaign que trabajan con Seay. El grupo despertó al amanecer en un hostal cerca de la carretera 89, a 16 kilómetros de Yellowstone.

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En las instalaciones del hostal desayunamos un venado atropellado que el grupo encontró y cocinó. Luego, cargados con radios de dos vías, telescopios y cámaras, nos dirigimos a un punto alto cerca de la 89 para vigilar la Stephens Creek Trap, donde el DOL y los guardabosques del Servicio de Parques tenían bisontes acorralados. Estas personas ahora estaban poniendo a los animales en tráilers de 18 ruedas para enviarlos al matadero. El sol alumbró las montañas, los rayos acariciaron el valle y soplaba un frío viento. Seay, una montanesa de 44 años, trabajó anteriormente para la Asociación de Conservación de Parques Nacionales, pero la corrieron debido a diferencias ideológicas (Seay dice que ella era "demasiado radical"). Ella prefería los métodos de confrontación de la BFC. "Los confrontamos de frente", dijo Seay. "Por algo se llama field campaign [campaña de campo]".

Los voluntarios de la BFC han estado muchos meses en la cárcel por actos de desobediencia civil —encadenándose a algunas vallas, por ejemplo— y se les han imputado crímenes como alteración del orden, violación de "resoluciones de manejo de bisontes", obstrucción e interferencia con operativos federales. El grupo demandó al gobierno estadunidense y al estado de Montana para que revocaran el IBMP. Le pidió al Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EU que enlistara al bisonte bajo la protección del Acta de Especies en Peligro de Extinción. Sus líderes, incluyendo a Seay, han cabildeado a congresistas y legisladores de Montana. Pero el mayor logro del grupo, dijo Seay, es su videografía documental. "Apuntamos nuestras cámaras hacia el Servicio de Parques y al DOL para que el público vea lo que están haciendo".

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Seay dirigió nuestros telescopios hacia la escotilla y murmuró hacia las distantes siluetas hormiga de los vaqueros, quienes golpeaban con látigos a los bisontes. Los bramidos de los búfalos se alzaron y desvanecieron en el aire. Vimos cómo los hombres hormiga hacían que decenas de animales entraran en estampida a través del redil. Seay miró su reloj: 8AM. Generalmente los tráilers parten a esta hora hacia alguno de los varios mataderos de Montana, cada uno cargado con 60 bisontes hacinados dentro de apestosos contenedores.

Los integrantes de la BFC se separaron en dos unidades llamadas Bighorn y Jackrabbit: una escalaría las colinas para tener una mejor vista del redil y la otra seguiría a los tráilers hacia el norte, hacia Montana.

Yo me fui con Jackrabbit, que llevaba a Seay al volante, a una voluntaria pecosa de 24 años de Connecticut llamada Heather Ashey y a mi fotógrafo Michael Coles. Jackrabbit, chilló el radio de dos vías que sostenía Heather. "Aquí Bighorn, estamos en posición. Sólo la mitad del tráiler está lleno".

—Bueno, ya se van —asintó Seay.

Podíamos escuchar las distantes patadas y cornadas de los animales dentro de la escotilla y el azote de sus cuerpos contra las paredes del tráiler.

—Jackrabbit, el tráiler está arrancando. Llevan un pequeño convoy —dijo con desesperación.

—¿Un convoy? —preguntó Coles. —¿Para qué? —Vi a través de mi telescopio tres carros frente al tráiler y tres detrás y estaba sorprendido de que fueran patrullas policiales: del DOL, del Departamento de Parques de Montana, de soldados de Montana, y del Servicio de Parques Nacionales.

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—Es para asegurarse de que los búfalos sean enviados a su muerte con seguridad —respondió Seay ácidamente.

Dejamos que el convoy nos rebasara en la 89, Seay se puso detrás de él e inmediatamente un camión de soldados frenó y nos hizo quedarnos atrás. "Intenta dejar un espacio entre nosotros y los búfalos", dijo.

En la intersección de la 89 y la 90, el convoy dio vuelta hacia el este. "Probablemente hacia el matadero en Big Timber", dijo Seay. Big Timber era una ciudad a 58 kilómetros.

Seay se le cerró al camión de soldados y éste, al darse cuenta, se salió del camino. Lo rebasamos mientras el conductor meaba. Seay pisó el acelerador hasta el fondo y rebasó al convoy de DOL. El conductor de DOL no nos vio venir. Mientras lo saludábamos sonrientes, éste tomó su radio del tablero y parecía estar gritando.

Ahora estábamos justo detrás del tráiler de búfalos, desde el que volaban mechones de pelo café. "Los bisontes están asustados y se les está cayendo el pelo", dijo Seay. Podíamos ver a los animales hacinados; suelen atacarse el uno al otro cuando los amontonan artificialmente. El conductor de DOL se hizo hacia el carril izquierdo e intentó rebasarnos. Seay no lo dejó. Ella sonrió. "Hace mucho que DOL no lidia con este tipo de maniobras como ahora que nos estamos acercando tan cabrón a un tráiler de matadero".

El tráiler se desvió bruscamente e imaginé que algún bisonte se había liberado y había tomado el volante. De repente Heather gritó: "¡Tengo que orinar!" Había estado reprimiendo su vejiga durante la última media hora. Seay hizo un quejido. "¿No te puedes aguantar?" Como prueba de su dedicación, Heather se bajó los pantalones y meó en un frasco de vidrio en el asiento trasero. Todos le aplaudimos.

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En ese momento el soldado estatal que cachamos con las manos en el pene se alineó detrás del convoy de DOL y temimos que nos detuviera. Sólo nos vio feo. Coles le tomó una foto.

Las montañas fueron disminuyendo y la carretera, pasando al lado del río Yellowstone, nos llevó hacia una espectacular pradera al este de Montana, un importante hábitat de búfalos, donde en 1880 un cazador llamado Vic Smith reportó una manada de diez mil animales. Me deprimió ver que lo único que quedaba de ellos eran los pedazos de pelo café que volaban desde el tráiler.

Cuando el convoy pasó Big Timber, la ciudad a donde pensamos que llevaban los bisontes, Seay reflexionó sobre nuestras opciones. Ya que había rastreado tráilers de matadero en otras ocasiones, sabía que el convoy se dirigía a una de dos instalaciones a más de 160 kilómetros. "Demasiado lejos", dijo. "No sabemos a cuál. Y los perderemos si pasamos por gasolina, que es lo que debemos hacer".

Mentó madres y detuvo la persecución. En la salida de la carretera donde dimos vuelta había una señal que pedía a los turistas visitar una colonia vestigial de perritos de las praderas, la cual, como el bisonte, alguna vez había tenido incontables miembros. Había hasta seis millones de perritos de las praderas antes de la llegada de los ingleses. Los perritos de las praderas fueron envenenados, sofocados, quemados o acribillados para dar paso a la civilización euroamericana. Los ganaderos los odiaban —y siguen haciéndolo—, ya que estos pequeños roedores se comen el pasto de sus vacas. Aún queda menos del dos por ciento de su población original. Para mí, la señalización era como la lápida del Viejo Oeste.

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Un corazón de bisonte.

Ese mismo día, 18 de febrero, el Servicio de Parques Nacionales tenía un tour público de Stephens Creek Trap. Seay no creyó que éste fuera un evento al azar. El tour había sido anunciado exactamente una semana antes de que la UELC presentara la carta de denuncia. "En lo que va del año, BFC ha pedido acceso una y otra vez, pero no pasa nada", dijo Seay. "Luego el Servicio de Parques recibe la carta y ¡boom!, hacen un tour".

Era un día cálido bajo el brillante sol. Nuestro guía, el director de relaciones públicas de Yellowstone, Al Nash, era gordo y genial. (Asumí que no sabía nada de nuestra persecución). "Vamos a darles la oportunidad", dijo con satisfacción, "de que vean lo que pasa aquí". Nos presentó a una delgada y sonriente mujer llamada Jody Lule, la directora de comunicaciones estratégicas, quien estratégicamente no dijo nada durante la hora del recorrido. Cuatro hombres armados de la división policial del Servicio de Parques se aseguraron de que no hubiera problemas.

Nos permitieron ir a los toriles bajo la atenta mirada de los policías. Había bisontes que ya habían sido agrupados por tamaño y sexo pastando nerviosamente en corrales separados. Había pelo por todos lados, el inconfundible símbolo de preocupación. En un corral estaban los terneros, en otro las hembras más jóvenes, en otro los machos y, en otro más, las hembras maduras.

Le pregunté al director de operaciones de la escotilla, un guardabosques guapo y en forma llamado Brian Helms, si veríamos el acorralamiento en acción, la clasificación, las golpizas, los latigazos, las pruebas de brucelosis con agujas, los dildos para sacarles semen y todas esas acciones. Se me quedó viendo detrás de sus gafas oscuras. "Esto es lo que pueden ver", dijo Helms.

—Entonces supongo que nos veremos en la corte —le dije.

Desde uno de los corrales se escuchó un suave bramido. Seay se veía mal. "¿Los escuchan?" dijo. "Los terneros. Quieren a sus madres. Los bisontes viven en familias. Son como nosotros, demasiado parecidos a nosotros. Imagina a tus hijos acorralados así. Y quién sabe cuántas mamás ya han sido enviadas a otro lado. Familias separadas, lazos rotos. Mira a las hembras, a las madres, cómo pastan. Y ve a esta gente", señaló a Nash, Lyle, Helms y a los hombres con pistolas, "ve cómo no entienden. Creen que estoy loca. Yo creo que ellos son los pinches locos".

La coordinadora de medios Stephany Seay y el director de relaciones públicas de Yellowstone Al Nash, en la Stephens Creek Trap.

Al día siguiente, Seay y yo hablamos con la UELC para reportar lo que ella llamaba "la insultante decepción" del tour. "Era un lavado de cerebro", dijo Seay. Los abogados estuvieron de acuerdo. Se espera que la demanda se presente este mes en el Tribunal de Distrito de Montana.

Un día a finales de febrero manejé por el parque Yellowstone con Seay para contar los bisontes dentro del valle Lamar y la meseta Blacktail, desde donde la manada poco a poco se dirige hacia mejores pastos en las elevaciones bajas de Montana. Hacía demasiado frío, el sol estaba congelado detrás de una neblina invernal y el viento soplaba muy fuerte. Los bisontes disfrutaban no muy lejos del camino, rumiando el pasto entre la nieve. Un enorme búfalo, de tal vez unos 900 kilos, se detuvo mientras nos acercábamos, manteniendo su enorme cabeza en alto. Una hembra llegó a su lado y lo acarició con el hocico, sus cuernos rasparon suavemente y los terneros a su alrededor jugaban. Contamos 200 animales y Seay, con voz temblorosa, recalcó que todos estaban avanzando lentamente hacia el norte, hacia Montana, llevados por su antiguo instinto migratorio, dirigiéndose hacia la destrucción.

* Este término se refiere a la ideología expansionista que afirmaba que Estados Unidos debía abarcar del Atlántico al Pacífico, y que entre otras cosas proclamaba "América para los americanos". [N. de la T.]