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La pura puntita

La pura puntita: ¿Quién le quitó los dados a Dios?

Una novela de Gilberto Lastra.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te van a ensartar en la mesa de novedades.

Una de las características más importantes de la posmodernidad literaria es la burla de otras convenciones, pero pocas veces puede uno encontrarse con una obra posmoderna que sea parodia de sí misma. Gilberto Lastra ha decidido llevar el discurso de la novela del narcotráfico hasta sus últimas consecuencias. El estilo brinca de lo lírico a lo narrativo y al habla coloquial. La anécdota cuenta un secuestro que termina mal (con una muerte no deseada) y que se vuelve el inicio de la carrera "política" de dos sicarios y de una mayor criminalización por parte de un político. El objetivo es asesinar a un candidato presidencial. Del secuestro con el que abre la novela hasta el atentado del final encontramos todo lo que uno puede esperar de una narconovela: violencia, bromas socarronas, crímenes gratuitos, corrupción, etcétera. Lo que distingue a esta novela de otras similares es el desborde, el llevar hasta sus límites todos estos elementos.

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El Chivigón y el Chango son quienes abren la novela. Su pasado, sus errores y astucia marcarán un derrotero que los lectores ya conocemos, pero no por ello deja de sorprender: el mundo del crimen es la meta y ésta sólo se explica por la complicidad de todos los que piensan que están al margen del crimen. Como si el silencio o la omisión no conformaran acciones criminales. Lastra ha atajado el tema desde un escenario kitsch (propio de la posmodernidad y la narconovela) y en el ánimo de llevar el absurdo de la narrativa hasta un extremo, hace hablar hasta las piedras. En esta novela hablan los personajes y hablan Dios y la Virgen de Guadalupe, hablan los políticos y su corrupción, hablan los federales, los gringos, los periodistas. Habla el futbol, cuya dimensión en la novela es directamente proporcional al de la realidad mexicana.

¿Quién le quitó los dados a Dios? recrea las convenciones de la narconovela y le apuesta al exceso de las mismas. No es difícil encontrar los referentes de este mundo ficcional descrito por Lastra; un mundo que desafortunadamente tampoco puede librarse de la avasalladora indolencia propia de estos tiempos.

***

Nadie mira llegar a "El Chango" al aeropuerto: metido en el sonido de los audífonos, camina hacia ninguna parte. Conmiserado de más. Con la mente fija.

Suelta la mochila para darse un respirito en las puertas del pasillo, antes que revisen su atado de ropa los cuerpos de seguridad. Lo espera Tijuana, esa enigmática ciudad, que le es confiada por sus amigos: una de las más prometedoras aventuras de su vida. ¿Cuál vida? Terminando de mirar por la ventana de las salas de espera, recuerda las causas que lo orillan a esa travesía. La carretera y el bulto detrás. La muerte pronta de una niña rica. Sólo alcanza a ver las colas de los aviones, los grandes timoneles. Navega por su cabeza el sentimiento de libertad, de amplitud. Cree por fin se quita la imagen de su amante fiel, preparando la sopa de fideos y chiles rellenos para la comida durante 15 años. Pero no la deja ir, su organismo, sus tripas son de queso con chile ancho. No sabe ni qué. Pero se hace el fuerte por el consejo de sus amigos, y no lo encuentren sospechoso de algo y lo remitan a la cárcel sin el menor motivo. El muro fronterizo ataja su libertad. Poco le dura el gusto de sentirse libre, a sus anchas. Su libertad se reduce a decidir por qué puerta salir a la aventura de TJ. "La pura fiesta". Sabe que su rostro se perderá entre las miles de caras. Anda por las banquetas de esa transitada ciudad, mientras los aviones traen y llevan gente para desperdigar historias por todas partes. Toma rumbo desconocido. Nadie lo ve pasar por las puertas aduanales. Nadie quiere verlo. Jorge Torres es un espejismo. Su rostro se multiplica hasta que los pasillos se hieren con imágenes suyas: idénticas en otros cuerpos, en otras personas: son uno mismo. Todos son Jorges Torres. Todos son "changos". Todos van a ningún lugar. Una marea de migrantes en un mismo país, buscando otro.

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Abandona su pasado en un bote basura: tira la sudadera que trae. Planea que al llegar a Downtown comprará nuevos trapitos. Sale del aeropuerto: el muro: la gran avenida y la rápida circulación. Sus pensamientos se encrespan; las manos se preparan para el trabajo en alguna maquila: los dedos desentumiéndose de su letargo en el avión, de letargo de su vida. Su cabeza inundada de sonidos de máquinas, de tum tum y del tac tac.

La ciudad se desdobla ante su vista: la accidenta geografía y conjura su pasado: amorfa; amorfo: la inmensa favela de Tijuana florece en sus ojos. Tijuana es tierra de nadie, nadie tiene el control: el control es su fatal destino. Y él, ni se lo imagina. De nuevo "El Chango" ante lo incierto, ante el atentado de los días y sus caleidoscópicas situaciones. La muerte es más benévola que la pobreza. Jorge Torres, entre miles de changos como él. El único entre miles de únicos. Con el anuncio verde bilingüe, toma el rumbo a avenida Revolución. Una peregrinación: sus piernas se niegan a andar. Sus pasos se acortan conforme se acerca al Downtown.

Un sueño: las cuadras pierden la dimensión de las clases sociales: un hotel de lujo erigido igual a un volcán: una isla y la playa son casas de cartón. Un oasis marxista. Jorge Torres busca un lugar para dormir, los pasillos del aeropuerto son atiborrados de sus compañeros de vuelo. Además no recuerda cómo regresar.

Al pasar un mall y una inmensa farmacia, la barda más larga de su existencia no termina, se prolonga igual que su cansancio. Un desierto de pavimento se extiende ante su vista, surcado por interminables negocios. Y el tráfico inclemente, despiadado: embestidor, y al dar la vuelta sobre la sinuosa calle, desaparece. Evitando a los polleros, evitándose a sí mismo, Jorge Torres. Empieza a morir. Jorge Torres, "El Chango" comienza a inquietarse. Llega a la avenida Revolución. La zozobra en su mirada se resume: en una estructura plateada y grande, que encuadraba de nuevo el muro. La muerte es troglodita. Ese muro es una tumba larga y todavía le cabrán más y más. Del otro lado, la patrulla, los cancerberos. Ni a Dante se le ocurriría una escena así. Una calle que desemboca en el infierno. Una calle colorida, llena de gringos y chinos, de chinos y pochos, de pochos, y…: ¡Pásele, ¿qué le ofrecemos? Está en doscientos ochenta, pero se lo dejamos en siete dólares… Sí. La máscara del Santo está en eso. Pero te rebajo seis dólares: ¡Cinco pues!

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Jorge Torres: "El Chango", se detiene en cualquier esquina. Mira hacia un lado y al otro, cual si explorara ese laberinto invisible que crece en su vista. Minotauros con anuncios a la calle Nueve, a la Ocho, a la Revolución. En cada uno de los negocios se detiene a preguntar por los puestos laborales que ofrecen: ¿De dónde vienes?: De Chicomala: Tienes acento chilango, ni quien te la crea . Sólo falta que se quiera hacer luchador. Tijuana desaparece cualquier rasgo de identidad de todos los que pisan su suelo. Al menos con eso va a dejar de ser "El Chango". Se le va a quitar la cara de simio. Con una máscara en la cara va a evolucionar. Todos los van respetar. Pero qué chingaos. Nunca va a dejar de ser el ramillete de mañas heredadas de su madre. Nunca va a dejar de ser Jorge Torres.

En una de las estaciones del autobús, el anuncio de una maquiladora china instalada en la ciudad y requiere de personal capacitado. Para algo es solución. Y Jorge Torres no permitirá pasar la oportunidad de conseguir dinero para su chuleta y lugar para dormir. Podrá hacerlo en la misma nave de la fábrica. No que no. Ya tengo chamba. Dos tres horas de chamba y a la parti. Si me va a ir bien. La virgen de Guadalupe no me suelta. ¡Eso!, Virgencita chula y hermosa como milagrosa y empalagosa. Suave con la chamba.

Entran a la ciudad de Oaxaca, la balacera se escucha entre las calles, se estrella contra las paredes y los vidrios de los edificios. La camioneta avanza en un terreno poco desconocido para los hamponcillos, porque viajan con frecuencia en los torneos de fucho llanero por todo el país. A cada vuelta de rueda, la tensión en crescendo los hace dudar si el destino es el correcto. Uff. Las imágenes televisadas no cuadran con las que estos dos chilangos naturalizados de cualquier parte, ven al acabar las telenovelas. Las barricadas en las avenidas son impenetrables posiciones políticas y armadas.

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Y a pensarla:

—¿Nos rajamos…?

—Pues, ¿qué le vamos a hacer?

—Se me hace que simón. Esta madre está de más caliente que tu hermana. ¡Nos van a dar en la madre estos cabrones! ¿No que tú muy chido con el gordito tenebroso?

—…

—De retache. Pero ya no traemos pa' gas ni pa' mi motita. ¿Ónde es el chante del Larry?

Bien… ¿Qué pasa con mi niña?… ¿El procurador ya se puso las pilas?… ¿Cómo que no ha identificado el rumbo?… Pues… ¿para qué tienen tanto pavoneo en la seguridad?… Cuando hables con él, dile que no vaya a salir con el cuentecito de las líneas de investigación, porque le armo un refuego por estupido. Y que no se vayan a enterar los medios de comunicación. Paga por la misma mentira estructural —risas—, debería visitarme en el Tepeyac, si le puedo hacer el milagro con todo y su partido, al fin son bien mochos.