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El número de la reencarnación

Atravesar México es más peligroso que nunca

La implementación de múltiples retenes de inmigración en las carreteras del sur de México ha resultado en un incremento de ataques a los migrantes centroamericanos que buscan cruzar a Estados Unidos.

Isais Luis Betanzos, miembro de la Policía Estatal.

Cuando una pandilla del barrio El Progreso, en Honduras, lo amenazó de muerte, Iván Castillo supo que la cosa iba en serio. Ya habían matado a dos de sus hermanos y, encima, él les debía dinero a los malandros. "Estaba desesperado", me dijo, un hombre de 22 años con cara de niño. No podía pagarles. Después que un miembro de la pandilla lo visitara en su trabajo, decidió huir a Estados Unidos. En septiembre de 2015 salió con su único hermano vivo rumbo a Tapachula, una ciudad en el estado de Chiapas, en el sur de México. Su madre y su padrastro los esperaban allá.

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Semanas después, cuando se reunieron todos, comenzaron a caminar por la vía férrea en dirección noreste, hacia Chahuites. Más de,1m000 kilómetros los separaban de la frontera estadunidense. Renunciaron a la relativa seguridad que les proporcionaba una camioneta para evitar que los detuvieran y posiblemente los deportaran en uno de los muchos retenes de inmigración que hay a lo largo de las carreteras del sur de México. En el camino fueron emboscados por dos hombres con pistolas y machetes. "Cállense, no traten de correr", les advirtió uno. Luego los obligaron a sentarse y a quitarse la ropa.

Les robaron el dinero que llevaban —apenas 270 pesos mexicanos— y un celular. Antes de que los hombres se pudieran vestir de nuevo (Castillo los había convencido de que no hicieran desnudar a su madre), los ladrones les sugirieron que se alejaran de las vías férreas: otra banda los esperaba más adelante y los tipos no respetarían a la madre. "Por eso decidimos escalar", me dijo.

La familia caminó más de cinco kilómetros hasta llegar a las colinas ondulantes que se veían al norte del ferrocarril. Se camuflaban entre los árboles y cada 30 metros se trepaban a uno para chequear los alrededores. Cuando por fin vieron que no había oficiales de migración o ladrones cerca, subieron a la autopista, detuvieron un camión y viajaron hasta Chahuites.

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Hace dos años los migrantes de Centroamérica rara vez se encontraban con bandas de atracadores en su ruta al norte; al menos no era algo que ocurriera en el sur de México. Los migrantes viajaban a Chiapas y a Oaxaca sobre una terrible red de trenes de carga conocida como La Bestia. La carrilera atravesaba Chahuites, una adormecida ciudad costera de casi 11,000 habitantes, y los migrantes pasaban por ahí sin detenerse. Aunque La Bestia nunca fue segura, viajar en ella les permitía saltarse posibles peligros en sitios como ese o en áreas escasamente pobladas entre los pueblos.


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Con la implementación de Programa Frontera Sur, un proyecto creado por el gobierno mexicano y respaldado por Estados Unidos para prevenir que los emigrantes de Centroamérica crucen a México y a países más al norte, cambiaron las cosas. Hoy en día nuevos retenes móviles cubren el sur de México y casi ningún migrante viaja en el tren. Para evitar encontrarse con agentes de migración, los migrantes caminan varios días sobre las colinas y entre pueblos pequeños.

Siguen las carrileras como los marineros siguieron alguna vez la Estrella del Norte; las vías férreas son su único punto de referencia en un país que desconocen. Eso los convierte en presas fáciles para los ladrones y violadores que se esconden en el espeso follaje del sudeste de Oaxaca.

El presidente de México, Enrique Peña Nieto, anunció el Programa Frontera Sur como un plan que garantizaría la seguridad de los migrantes. Durante el despliegue del programa en julio de 2014, afirmó: "Podemos asegurar el trato digno y humano de los inmigrantes". Pero los detractores del programa señalan que el momento en que lo crearon demuestra que sus intenciones no son tan puras. En junio de ese año la crisis de migración infantil alcanzó su pico, cuando un número sin precedentes de niños migrantes no acompañados llegó a Estados Unidos sin papeles. Los críticos también señalan la falta de transparencia del programa: el gobierno de Peña Nieto no ha dado detalles sobre la implementación del Programa Frontera Sur o sobre cómo este protege a los migrantes. De julio de 2014 a junio de 2015, la intensificación de las medidas de migración en México resultó en un aumento del 71% en aprehensiones de emigrantes centroamericanos y refugiados potenciales.

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Además de entrenar a los agentes de patrulla mexicanos en la frontera con Guatemala, desde 2011 Estados Unidos ha financiado el mejoramiento de los retenes de migración y los centros de detención en México. Esta inversión incrementó en 2014. No es de sorprenderse que desde la puesta en marcha del Programa Frontera Sur el número de migrantes centroamericanos que llega a la frontera estadunidense haya disminuido precipitadamente. El presidente Barack Obama, quien fue fuertemente criticado por la crisis de migración infantil, elogió el plan. "Aprecio los esfuerzos que ha hecho México en relación con el aumento de niños no acompañados que vimos llegar durante el verano", dijo el Presidente el año pasado, después de una reunión con Peña Nieto. "En parte, gracias a los importantes esfuerzos de México —incluyendo aquellos en la frontera sur—, hemos visto reducir esos números a niveles mucho más manejables".

No obstante, un resultado innegable del Programa Frontera Sur es el incremento de ataques a los migrantes, como el que experimentaron los Castillo. Los índices de secuestro y violaciones han crecido, los robos han aumentado en más de 80%, y los migrantes han tenido que recurrir a refugios en el camino para mantenerse a salvo.

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Una mañana soleada de octubre de 2015, un destacamento de nueve oficiales de la policía local y la policía estatal se subió a dos camionetas pick-up. Sobre el platón de cada vehículo se pararon algunos con ametralladoras y la división arrancó hacia el sudeste, fuera de Chahuites, para patrullar el área en que operan los bandidos.

Antonio Fuentes se sentó en la cabina de la camioneta que iba adelante. Me contó que era voluntario en el Centro de Ayuda Humanitaria de Migrantes, un refugio de migrantes que queda en Chahuites. Mientras recorríamos el terreno, el hondureño de 24 años habló —sin ocultar los nervios— sobre el primer destino de la ronda:El Basurero. Ahí lo habían asaltado a él una vez.

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El Centro de Ayuda Humanitaria de Migrantes refugia a docenas de migrantes a la vez. La falta de suministros hace que alimentar a todos los que pasan por ahí sea una tarea difícil.

Recorrimos las vías férreas que atraviesan Chahuites. Aunque en realidad cualquier delincuente habría podido ver las camionetas acercarse y alcanzar a esconderse, paramos y los policías hicieron una búsqueda superficial en el área. Un camión se acercó lentamente. Los oficiales lo detuvieron, pero no encontraron nada. Isais Luis Betanzos, el líder de la policía estatal en la patrulla, me pidió disculpas por la falta de acción. "Cuando llegamos a alguno de estos sitios no encontramos nada porque los criminales son personas que trabajan cerca", dijo. Cuando viene la Policía, los delincuentes se camuflan en las fincas cercanas.

Betanzos se paró en los carriles y miró hacia el sudeste en busca de migrantes, de gente que pudiera proteger así fuera tan sólo en ese corto trayecto de su recorrido. Mientras describía el Programa Frontera Sur, sacudió la cabeza: "Gracias a los retenes de migración adicionales, los migrantes buscan rutas alternativas", dijo. "Antes podían irse en tren y saltarse todo esto".

La última parada de la patrulla fue un lugar conocido como El Escopetazo por el arma que utilizan los bandidos locales. Fuentes apuntó a un espacio poco profundo por el que pasa la vía férrea debajo de un puente. Explicó que los delincuentes se esconden bajo el viaducto, esperan a que los migrantes pasen por encima, suben las colinas que hay a los laterales del puente y los arrinconan.

Cuando estábamos de vuelta en Chahuites, le pregunté al primer oficial de la policía municipal, José Hilario Cruz Castillejos, por qué es tan difícil atrapar a quienes atacan a los migrantes. Se retorció en su asiento y frunció el ceño. "Tenemos sospechosos, pero no tenemos suficiente evidencia", dijo. "Si atrapas a un criminal, llega otro a ocupar su lugar. Además, esto no debería ser nuestro problema", agregó después de una pausa. "Los ataques a migrantes son problema del fiscal".

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El fiscal de Chahuites, Marcelino Daniel Matías Benítez, es el encargado de investigar los ataques contra los migrantes. Admitió que desde la implementación del programa Frontera Sur el crimen se ha disparado. "Hacemos lo mejor que podemos con los recursos que nos da el Gobierno", dijo. Agregó, con orgullo, que hace un mes su oficina no recibía ninguna queja de migrantes víctimas de asaltos. "Eso es prueba de que no ha habido ningún ataque, ¿cierto?", preguntó. "Nuestras acciones están dando fruto".

Al otro lado de la oficina del fiscal, cerca del centro de Chahuites y del otro lado de la vía férrea que divide el municipio, se encuentra el Centro de Ayuda Humanitaria de Migrantes, donde Antonio Fuentes trabaja como voluntario. El día después de nuestro recorrido con el destacamento de la policía me dijo que un grupo de migrantes había sido atacado en uno de los lugares que visitamos.

"Eran tres personas, todas con armas", relató Alex Ramos*, uno de los migrantes agredidos, sobre los delincuentes. "Pensé que me iban a matar".

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El Instituto Nacional de Migración de México otorga a los migrantes que prueban haber sido atacados una visa humanitaria para permanecer en el país. En tal caso, los refugia el Centro de Ayuda Humanitaria de Migrantes. No obstante, Ramos prefirió no solicitar la ayuda. Le asustaba quedarse en Chahuites mientras el fiscal investigaba el caso, pues el proceso puede tardar meses. No conocía el lugar y le preocupaba que los ladrones tuvieran infiltrados en la oficina del fiscal. "Uno no sabe quién está escuchando", dijo. Ya en Chiapas un agente de migración le había pedido 500 pesos y lo había amenazado con deportarlo si no pagaba. "¿Cómo va a luchar un migrante por sus derechos?", preguntó. "No puede".

El 60% de los migrantes que pasa por las puertas del refugio de Chahuites ha sido víctima de agresiones. Al lugar llegan entre 30 y 50 nuevos migrantes cada día y, sin embargo, en el mes previo a mi visita, la oficina fiscal sólo había recibido una queja. La habían puesto Iván Castillo y su familia, que se comenzaron a quedar en el refugio desde que presentaron su denuncia.

El Centro de Ayuda Humanitaria de Migrantes fue fundado en 2014 con la ayuda de un cura católico, quien maneja un refugio más grande y mejor preparado en Ixtepec, en el norte. Como Fuentes, muchos de los voluntarios que trabajan en los refugios son migrantes que consiguieron o están en el proceso de conseguir su estatus legal en México. El flujo constante de inmigrantes pone a prueba la capacidad que tiene el refugio para servirle a una población que normalmente llega hasta 50 personas. Fuentes me dijo que se les había acabado la comida una semana antes de mi llegada, y que se había ido a dormir con el estómago vacío. Los migrantes duermen en colchones sucios de espuma o simplemente sobre el suelo, en una habitación comunal con techo de lata. A menos de que estén buscando refugio en México, sólo pueden quedarse ahí lo suficiente como para sanar sus pies ampollados y comer un poco antes de seguir hacia el norte.

A pesar de las críticas que han hecho los defensores de los derechos humanos, no hay señales de que el Programa Frontera Sur vaya a desaparecer en un futuro cercano. Afortunadamente, a pesar de que no hay suficiente comida, todo apunta a que el refugio de Chahuites tampoco desaparecerá. Cuando le pregunté a Fuentes cómo se siente cuando se va a dormir sin comer, esperaba que se expresara con tristeza o rabia. En vez de eso, sonrió. "Me hace feliz porque lo poco que podría comer se lo estoy dando a otra persona".

*El nombre fue cambiado para proteger la identidad de la fuente.