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Comida

Odio al planeta, seré vegano

El problema es mucho más complejo que no comer carne porque los animales sufren. Quizá tiene que ver con un modelo basado en la sobreexplotación que no es viable, pero sí cómodo.

Luego de ver videos y más videos en YouTube, un grupo de matarifes dio conmigo y me mostró algunos secretos de su ancestral oficio en peligro de extinción. La matanza de cerdos es particularmente sonora, por cierto. Tuve pesadillas onda leng tch'e —obviamente, la muerte por mil cortes, no la banda de grindcore death heavy doom metal belga—.

Decidido a terminar con el sufrimiento animal, determiné descarnar mi dieta y ya hasta bajé unas guías de internet en las que se garantiza que el destino recompensará mi heroica acción con la siempre anhelada pérdida de peso y otros beneficios a la salud.

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Vivo en la Ciudad de México, un lugar rico en hortalizas, raíces, tubérculos, hongos, leguminosas, cereales, frutas, semillas y demás; parece fácil el veganismo.

Saludable incluso con una dieta rica en calorías —sin proteínas animales, restringidos el alcohol y las grasas (adiós, aceite de oliva), mínimo consumo de alimentos procesados, pequeñas cantidades de sal y especias (incluso en las salsas), postres bajos en grasa y la total libertad de comer la cantidad que quiera—, de acuerdo con Simone Baroke, analista de Euromonitor, quien en noviembre pasado publicó el artículo Going Vegan for Weight Loss and Heart Health.

Aunque de creer en un estudio de la Universidad Médica de Graz, tales beneficios quizá tienen que ver con el evitar sal, azúcar y alimentos procesados: los vegetarianos presentaron casi el doble de patologías alérgicas que los consumidores de carne, 166% más patologías cancerosas y 150% más patologías cardiovasculares, dicta Vegetarier: Mehr Krankheiten & weniger Lebensqualität als Viel-Fleischesser.

Estudiaron 18 enfermedades crónicas y los vegetarianos enfermaban con más frecuencia en 14 de ellas. Por si fuera poco, sufren más del doble de trastornos de ansiedad o depresión, resultados que confirman otra investigación de la Universidad de Hildesheim.

Instintos animales: Conservación

Está bien, tal vez el tema de la salud es cuestionable, pero evitaré el sufrimiento de otros seres vivos; eso seguro.

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Para su consumo, este país asesinó 6.6 millones de animales durante 2014, confiesa el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Cada año, cada mexicano devora 16 kilos de carne de cerdo y otros 16 de vaca; además, 31 kilos de pollo y 22 de huevo.

Como tengo malos hábitos —sobre todo alimenticios— apostaría a que supero al promedio. Calculo que salvaré un puerco gordo yo solito por año.

Así, me lanzo al súper para comenzar mi nueva vida sin sangre.

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Haciendo el súper, o de cómo sobreviví

En el carrito: pan doble fibra, jugo de arándanos y galletas de avena.

Todos estos productos cuentan con el sello de calidad de algún gigante de la industria alimenticia que se anuncia por televisión. Todo está bien hasta que reviso las etiquetas. "Reviso" es un decir, navegué por la página de El Poder del Consumidor.

El pan no es integral, es pintado. Dos rebanadas equivalen a una cucharada cafetera de azúcar y contiene caramelo IV, sospechoso de ser cancerígeno.

El jugo antioxidante es en realidad concentrado de manzana —con 2% de jugo de arándano— y un litro tiene el equivalente a entre tres y cinco veces más la cantidad de azúcar que necesita un adulto al día.

Las galletas no son de avena, son con avena y cuatro cucharadas cafeteras de azúcar.

En promedio, cada mexicano compra mil 928 calorías diarias en alimentos y bebidas envasados, da cuenta Euromonitor. Son 380 calorías más que en Estados Unidos, o una rebanada de pizza diaria por habitante, o unas 50 pizzas adicionales al año por habitante. Sí, somos analfabetas funcionales ante etiquetas tan legibles como la letra de doctor.

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La gran mayoría de los productos empaquetados también contienen mucho sodio. Cada vez consumimos más y cada vez es más frecuente la hipertensión. Cualquier conexión es cosa tuya.

Parado a medio súper caigo en cuenta de que vivo entre productos poco saludables y artículos de uso diario y origen animal.

La bestia —en sentido figurado, pues me refiero al animal con cualquier cantidad de patas— está en prácticamente todo lo que nos rodea, sea o no comestible: de la gelatina al revestimiento de vitaminas o cápsulas. En el antitranspirante y en el producto que da brillo a la madera. En las cuerdas de guitarra y en el hilo con que suturan los cirujanos. Hasta donde sé, en ninguna sala de emergencias han tenido problemas con sus clientes veganos.

Estos ingredientes de origen animal aparecen en los créditos del empaque, pero con nombres artísticos, como E-120 —colorante de cochinilla— y calcio mesoinositol —hueso, utilizado en verduras procesadas, productos horneados y refrescos—. Algunos son famosos y populares, como caroteno, vitaminas A y B, queratina y oleico.

Mejor dejo todo y compro un paquete de soya, piedra angular de muchas dietas vegetarianas y veganas.

¡Diablos, resulta peor!

Es transgénica, fue probada en animales, y es responsable de la deforestación. Y —ojo, caballeros— es rica en isoflavonas, algo así como hormonas sexuales femeninas naturales.

Separaré la basura

Evitar la explotación animal va mucho más allá de comer carne y, en el proceso, nos estamos llevando al mundo entre las patas.

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El 2014 fue un buen año para la industria planetaria de los envases. Se vendieron 1.9 billones de paquetes —sí, en español, millones de millones—, otra cifra de Euromonitor.

Deja de lado si la soya es procesada o transgénica —se ve como carne, huele a carne y sabe como carne, lo que posibilitaría mi conversión al veganismo—, el plástico que hace posible que llegue a mis manos es un reto ambiental.

Esta ciudad desecha 12 mil toneladas de basura cada día. En centros de transferencia y disposición final se invirtieron 900 millones de pesos durante 2014, cifra que en Coahuila alcanzó para el segundo piso Abasolo-Lafragua —que incluye 10 kilómetros de túneles pluviales—, la modernización de 41 kilómetros de la carretera San Buenaventura-Estación Hermanas y para el tramo de Cuatro Ciénegas a San Pedro, es decir, 164 kilómetros de la carretera Monclova-San Pedro.

También equivale a lo que desvió un alcalde de Mexicali que quería ser diputado federal, antes de que el PRI le retirara la candidatura.

Bueno, igual puedo comprar en el tianguis y llevar mis bolsas, ¿no? Asunto resuelto.

No. Dice la Cepal que la agricultura y el cambio de uso del suelo son responsables de una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. En América Latina esta proporción es de dos tercios.

La producción agrícola —industrializada— utiliza máquinas, fertilizantes nitrogenados y agroquímicos que ponen en peligro la biodiversidad. Si a esto le sumas un complejo sistema de distribución con congelados, enlatados o deshidratados, el resultado es una mayor huella de carbono.

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En el caso de los alimentos frescos, por cada caloría que llega al súper se han consumido 10 calorías de petróleo.

Salgo del súper. Es domingo y procuro no utilizar el automóvil —de lunes a viernes tengo que conducir de la Condesa a la San Rafael, mientras veo cómo mis mejores años se pierden en las luces rojas del inmóvil vehículo de enfrente—, pero antes de llegar a la esquina ya tuve que sortear tres montículos de heces, que espero sean caninas.

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Sopeso recorrer en bus las cinco calles que separan la tienda de autoservicio de mi casa. Un ecobiciciclista sobre la banqueta termina por convencerme.

¿Qué hacer con esta nociva plaga?

Me refiero a los perros. Ya decidí que las domésticas —mosquitos, cucarachas y ratones— pueden ser controladas con medidas de higiene y químicos que las inviten a mudarse con los vecinos. Lo que suceda después, ya no es cosa mía.

Los perros callejeros, en cambio, son otro tema. 1.2 millones vagan por las calles de la Ciudad de México, a decir de la Secretaría de Salud local. A su paso, cada día dejan media tonelada de mierda sin un amable humano que los siga con una bolsita en la mano.

Para ellos no hay parques temáticos ni menú especial en restaurantes pet friendly. A lo más, un asilo clausurado por maltrato animal, como pasó con el Refugio Franciscano, luego de casi 40 años en funcionamiento.

A decir de la autoridades, habían entre mil 500 y mil 700 perros enfermos, con patas fracturadas, sin veterinarios y en condiciones de suciedad y hacinamiento. Intervinieron por una denuncia ciudadana en un predio en Cuajimalpa. Según sus defensores en redes sociales, no es más que una estratagema para apropiarse de un terreno de 10 mil metros cuadrados con destacada plusvalía.

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La culpa es de ellos y, de ninguna manera, de todos aquellos que les otorgaron su libertad. "Acelérale, que nos está alcanzando". Tampoco es responsabilidad de quienes pueden adoptar, donar o apoyar esta iniciativa, pero se limitan a un tuit solidario. No quiero ni imaginar la cantidad de comida que necesitan, no digamos lo que deben limpiar después.

A los pocos días, la noticia del Refugio Franciscano se diluyó en la desmemoria colectiva.

¡Está vivo!

La mayor parte de lo que se cosecha es para engorda. No es que el jugo sea pura azúcar —comentario que escuché de un joven que sostenía en la mano una gaseosa color caramelo de 600 mililitros—, hablo de los granos que alimentan pollos, peces, conejos, cabras, vacas, caballos y demás. Todos seres vivos y sensibles, pero, ¿qué hay de la explotación agrícola y la del planeta mismo?

Entonces recuerdo haber leído sobre la cuscuta. No tiene hojas —no puede realizar la vital fotosínstesis—, por lo que chupa a otras plantas. Como semilla puede vivir 10 años, pero una vez germinada únicamente tiene 10 días para cazar su presa.

Cuscuta. Foto vía.

Daniel Chamovitz es director del Centro de Maná para Biociencias de las Plantas, en la Universidad de Tel Aviv. Él define a la cuscuta como "el perro rastreador del mundo vegetal", ya que puede distinguir a las posibles víctimas por su olor, aunque carece de nariz y cerebro.

Si la inteligencia es la capacidad de resolver problemas, las plantas lo son. Y parte de esas soluciones son reacciones químicas —el olor a pasto recién cortado es una de ellas, producto del estrés—. Así, no se puede estar seguro de la inexistencia de sufrimiento vegetal ante la carencia de un sistema nervioso central.

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Me suena a falsos sentimientos de culpa y remedios fútiles para acallar conciencias, porque un video de una trilladora jamás competirá con el de la caza de focas. Al menos no en una sociedad cada vez más sumida en sí misma, al grado de dotar de humanidad a sus mascotas.

El planeta seguirá girando y habrá vida que se adapte, como las arqueas que se la pasan de lujo en ambientes muy ácidos o alcalinos impensables para la vida hace no mucho tiempo. Ya lo dijo Ari Volovich, "la madre naturaleza no es más que una infanticida que goza de muy buena prensa, la conciencia ecológica es el macro del síndrome de Estocolmo".

Lo que están en riesgo son las favorables condiciones que hacen posible que la plaga humana prolifere y la solución no está en ser un verdadero vegano y cosechar mis propios alimentos —mi departamento del Infonavit es muy amplio, pero tendría problemas con los vecinos por los corrales—. La solución puede estar en ser coherente y no usar popotes, sin importar si es agua de horchata o refresco.

También puedo apoyar iniciativas y a productores locales, más allá de la pantalla de la computadora. Sobre todo, puedo dejar de criticar a quienes comen carne o van a las corridas de toros. Es increíble lo rápido que pueden pasar de la protesta a la violencia, cuantimás cuando lo hacen desde el ciberanonimato.

Ya sabes lo que dicen de las del juicio, los seres más evolucionados carecen del tercer molar.

Por supuesto, siempre habrá otra opción, como seguir al margen, amenazar de muerte a una mujer en los comentarios del video porque creo que abandonó a su perro y acudir a eventos como la Feria del Taco Vegano. Aprovecha, habrá food trucks con tacos al pastor, hamburguesas, milanesas empanizadas y productos lácteos y de piel que jurarías son hechos por animales de verdad.

El problema es mucho más complejo que no comer carne porque los animales sufren. Quizá tiene que ver con un modelo basado en la sobreexplotación que no es viable, pero sí cómodo.

La hoy criticada industrialización nos permite dejar que otro se ocupe de nuestras más nimias necesidades y caprichos. Quiero un jugo de lichi porque me dijeron que es muy bueno y a la verga si no es temporada o tiene que traerse desde Asia.

Agradezco a los losers pero verdaderos veganos Mariana y Yisus por su amable contribución para la realización de este artículo.

Sigue a Octavio en Twitter:

@octcardenas