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Mundial 2018

Así los está vigilando Putin, amigxs.

Saludad a la cámara.
Fotografía por Kremlin.ru vía Wikimedia Commons

Abundan las diatribas contra el turismo de masas. Para cada anuncio exultando un pueblo mágico, una playa prístina o un hito de la arquitectura, existe otro lamento sobre la pérdida de autenticidad, el daño ecológico o el deterioro del patrimonio cultural del destino en cuestión. Las justas deportivas de magnitud global intervienen en ese fenómeno de una manera ambivalente: ante los beneficios de las inversiones en infraestructura y el consumo de los visitantes, se ocasionan otros tantos perjuicios. Quizá algunos aficionados trotamundos simpaticen por remordimiento con su contraparte nacional y sedentaria. Durante la Copa Mundial de Fútbol en Brasil, por ejemplo, la gran mayoría de la población quedó excluida de los partidos por sus altos precios y ahora debe cargar con el alza en los boletos de temporada regular de los torneos locales debido al costo de modernizar los estadios. Existen, además, otros efectos más difíciles de ponderar. Nadie razonablemente pondrá en duda la necesidad de proteger la seguridad de los cientos de miles de asistentes al Mundial de Rusia 2018. Sin embargo, la vigilancia distribuida mediante tecnologías de la información, una de las señas que distingue al Mundial en curso, genera suspicacias sobre sus usos perniciosos. Los fans sirven de coartada y campo de entrenamiento para la vigilancia de Putin.

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Fotografía: Kremlin.ru via Wikimedia Commons

El Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad del FBI recomendó a los estadounidenses que viajan a Rusia, o bien no llevar sus dispositivos electrónicos, o bien utilizar dispositivos descartables a los que puedan removerles la batería cuando no los usen. Su información de identificación personal, alertó, es vulnerable ante el gobierno ruso y ante cibercriminales. El Centro Nacional de Ciberseguridad de Gran Bretaña, además de emitir una alerta similar para los viajeros británicos, sugirió no utilizar redes WiFi públicas ni las de sus hoteles. Incluso asesoró a la Asociación de Futbol nacional antes de su partida. La Asociación revisó cada uno de los dispositivos (incluidas las consolas de videojuego) de los jugadores y el equipo técnico de la selección inglesa para asegurarse de que contaban con el software de seguridad adecuado. Entre los consejos, se les recomendó no realizar operaciones bancarias o llevar a cabo cualquier actividad en internet –hola Zague– que pudiera avergonzarlos si se hiciera pública.

No deja de sorprender el celo con que las agencias de seguridad alertan a sus connacionales sobre el cracking por parte de entidades foráneas dado el alcance de la vigilancia tecnológica dentro de sus fronteras. Su postura, además, resulta un poco inútil, pues el gobierno ruso ya cuenta con mecanismos para seguir sus pasos. Al igual que durante las olimpiadas de invierno en Sochi, los asistentes a los partidos deben mostrar una identificación expedida por el gobierno ruso a la par de su boleto para entrar a los estadios. Dicha identificación les permite utilizar el transporte público rumbo a los estadios. Por otra parte, tan solo Moscú cuenta con un circuito cerrado de televisión con 160,000 cámaras. De ellas, 17,000 están integradas a la red de transporte publico y 5,000 cuentan con capacidad de reconocimiento facial. Cada una de estas últimas cuesta alrededor de $165,000 pesos y permite identificar 20 caras por segundo con un 90% de aciertos. El sistema compara las caras de las personas con billones de fotos recolectadas de medios sociales así como bases de datos de pasaportes y la policía. El gobierno también utilizará drones para identificar aficionados agresivos durante el torneo y contener la violencia entre los hinchas.

Fotografía: Svetlov Artem via Wikimedia Commons

Uno de los principales reparos a esta clase de eventos critica el destino de las facilidades, construidas ex profeso, tras la clausura oficial: elefantes blancos subocupados, equipamiento urbano subutilizado… En el caso de la tecnología bajo un régimen autoritario los problemas son otros. Ya el New Yorker reportó la prefabricación de un caso de terrorismo por parte del Servicio Federal de Seguridad ruso en que aprehendió y acusó a jóvenes con afinidades anarquistas de tramar la explosión de bombas durante el Mundial. Según relató uno de los abogados defensores, las directivas informales para garantizar el orden por altos funcionarios (del presidente hacia abajo) funcionan como incentivo perverso para que el aparato de seguridad se muestre eficiente.

Si bien el utopismo libertario de la tecnología se ha modulado en los últimos años a fuerza de delaciones y escándalos, sus usos nefastos en el país o nuestro vecino del norte palidecen frente a lo que ocurre en Rusia. Un reporte de la organización Open Democracy denuncia las prácticas del gobierno, que incluyen desde el monitoreo de clips subidos a YouTube hasta la recolección forzada de muestras de DNA. Las tecnologías desplegadas durante este verano difícilmente terminarán arrumbadas en una bodega. Uno podría argumentar que con o sin Mundial, el gobierno destinaría recursos para vigilar a su población. Probablemente. Pero nada como un mega evento como este para poner a prueba y a punto los dispositivos de seguridad de Estado. Hay que decirlo aunque duela: cada boleto para cada partido abona indirectamente en ese esfuerzo.