Una psicoanalista y un sociólogo nos explican cómo las apps para ligar cambiaron las relaciones
Ilustración por Clementina León.

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san valentín

Una psicoanalista y un sociólogo nos explican cómo las apps para ligar cambiaron las relaciones

El amor en tiempos de Tinder e Instagram.

Tener una relación amorosa o sexual en la historia del planeta Tierra, nunca había sido tan absurdamente fácil. Además de la gran ventaja que te da la existencia de redes sociales –donde cualquier persona que te agrade está a solo un inbox de distancia– ahora hay aplicaciones exclusivamente para ligar.

La segmentación es aún mayor, estamos a un dedazo de poder conocer a alguien con el que existen posibilidades de reproducirnos. Sí, quizás sea intenso pensar en reproducirse con alguien que ni siquiera has conocido o no tienes la menor idea de qué tipo de música escucha o si utiliza crocs, pero esto es una representación precisa y exacta del mundo de hoy. Incluso ante tanta oferta es entendible que suframos de parálisis de libertad de elección, o explicado de forma más clara: cuando decidimos ver algo en Netflix y pasamos más tiempo tratando de decidir qué película o serie ver, que fijando nuestros ojos en alguna.

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"En la antigüedad, donde los espacios de convivencia humana eran mayormente rurales, teníamos pocas opciones de pareja, así que ser muy perfeccionistas a la hora de elegir, no era posible. Los asentamientos urbanos nos han permitido ser más meticulosos con nuestra elección de pareja por una sencilla razón: hay una cantidad casi infinita de personas en nuestro rango de edad. Seinfield retrata muy bien esta situación; Jerry y George descartan constantemente a mujeres por pequeños rasgos que podríamos juzgar como insignificantes: cocinan mucha carne roja, tienen las manos muy grandes, no se ven bien con cierto tipo de iluminación, y así. Se pueden dar ese lujo porque Nueva York tiene suficientes solteras para que salgan con una distinta cada semana por toda una vida", opina el sociólogo Ulises Hadjis sobre la cantidad de oferta actual en las relaciones.

Antes necesitábamos tener muchísimas habilidades para poder tener oportunidad de lograr una cita. ¿Recuerdan cuando les temblaba la voz para llamar a su posible pareja por teléfono? Sí, tiempos hermosos y terriblemente lejanos. Hoy es muy probable que jamás cojas el teléfono para llamar a alguien, y si nosotros somos los receptores de la llamada pues nos hacemos los pendejos y no contestamos, porque, ¡qué hueva hablar por teléfono! ¿Verdad? Que mejor envíen un voicenote por Whatsapp. Hace al menos una o dos décadas, era condición sin equa non poder mantener una conversación en algún bar mientras estabas sentado con tu cita esperando a que llegara el mesero para romper el hielo —y de alguna forma evitar que te descartaran antes de que tomara la orden—.

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Hoy, abres Tinder, checas las fotos de las personas que te salgan y dependiendo de qué tan chida esté la selfie, sus tenis, o qué tan intenso sea el filtro de Instagram que usó para que su nariz no se viera tan grande, descartas o das un buen like. "Actualmente ni siquiera tienes que tomarte un café con la persona para descartarla, simplemente un movimiento de dedo hace ese trabajo.

Hasta principios de los dos miles eran necesarios diversos elementos de seducción. En primera instancia: conversación, olor, modales. Las aplicaciones lo han reducido a la imagen, y ni siquiera a la imagen en términos generales, sino a la imagen configurada en una foto online: puedes ser muy guapo e interesante en la vida real, pero si no haces buenas fotos ni colocas cosas interesantes en la composición de tu retrato, no vas a tener ningún super like. El culto a la imagen fotográfica y el FOMO (Fear Of Missing Out) se han vuelto los dos motores de la pulsión romántica millennial. ¿Se ve bien esta persona? ¿Quiénes más están en la foto? ¿Está en la playa, en una discoteca? Y la más peligrosa de todas: ¿La próxima foto de alguna persona en Tinder no será mejor que la que estoy viendo ahora? Creo que un poco de paciencia no vendría mal", concluye Hadjis.

Ilustración por Deshi Deng.

Piénsenlo. ¿Qué tanta paciencia tenemos para aguantar los problemas y situaciones que suponen tener una pareja? Apenas nuestra pareja nos queda mal para ir al cine, se pone una playera que no nos gusta, tiene pocos seguidores en Instagram o no salió tan guapa en el selfie que subimos a nuestra historia, pues nos lo pensamos dos o tres veces si vale la pena seguir con ella. ¿Por qué? Pues porque sabemos que apenas abrimos cualquier app para ligar, habrán un chingo de elecciones nuevas –y quizás mejores–. O bueno, hasta las mismas redes sociales tradicionales funcionan. Basta que pongamos algún selfie donde salgamos guapos y los inbox no van a tardar en llegar. Ustedes saben que es así. El pelear para que una relación funcione parece ser cosa de nuestros papás y abuelos.

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"Hang The DJ", de la maravillosa y sumamente hermosa Black Mirror toca el tema de la actualidad de las relaciones millennials casi mejor que nadie: la excesiva oferta, la cantidad de parejas por las que tenemos que pasar para encontrar al indicado, o los one night stands gracias a las hermosas mieles de cualquier aplicación para ligar. Y claro, la característica más millennial de todas: la insatisfacción por sentir que todas las relaciones son terriblemente vacías y que pasamos más tiempo viendo historias de Instagram que estando realmente con personas.

Estamos ante un punto de la humanidad en la que nada volverá a ser como antes. Rompimos el "techo de cristal" que siempre nos había limitado como seres humanos, logramos trascender las barreras espacio temporales y, finalmente, podemos conseguir nuevos prospectos de ligue mientras estamos cagando. Increíble. Pero, mientras escroleamos el catálogo de personas es inevitable pensar, ¿cómo diablos esto está afectando mi mente? ¿Genera un cambio psíquico el saber que en cualquier momento podría conseguir una pareja mejor, más atractiva, más chistosa y que sus pedos huelan más florales? La respuesta se escapa, probablemente sí. La cuestión, sin embargo, tiene que cambiar hacia cómo estamos asimilando el nuevo mercado de opciones y qué relaciones queremos formar ahora.

En cierto punto se puede argumentar que actualmente ya nada nos satisface. Brincamos de una relación a otra sin mirar atrás y sin interés por generar conexiones que realmente puedan llegar a ser profundas. Por otro, verlo de una manera más pragmática y limitarnos a decir que ahora la gente se puede conocer por otras mil maneras, y eso está de lujo. La doctora Montserrat Minchaca, especialista en psicoanálisis, comenta que independientemente de las aplicaciones para ligar las relaciones ya están bajo un cambio. "Cambian pero no de manera uniforme ni homogénea, ni generalizada”, escribe. Cuando se trata de brechas generacionales el cambio se muestra un poco más claro: "Este aparece a menudo entre la población más joven: la modalidad de relaciones indefinidas donde el reconocimiento mutuo en términos de 'noviazgo' parece estar mal visto o implica compromisos que no se quieren asumir y resulta más 'fácil' o conveniente, dejar la puerta abierta a otras opciones. En la población que ronda los 30 o 40 años, es donde he podido constatar mayor dificultad para establecer relaciones de pareja. De pronto parece que el ejercicio mismo de la sexualidad fuese un tema que exige demasiado. La pregunta sería, ¿por qué? ¿Se tratará de desconfiar en la capacidad del otro —es decir, de uno mismo— para amar? ¿Será que amar se mira inalcanzable, como palabras mayores o como palabra desgastada y superflua?", concluyó Minchaca.

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Ilustración por Perro Prieto.

Parece una ilusión seguir el guión de "Hang the DJ” y pensar que a través de miles de simulaciones llegaríamos a descifrar si una persona es la correcta o no. Nuestro "match definitivo" y último que pondría un fin a la búsqueda incesante por una pareja que realmente se ajuste a nuestra manera de amar. Y es muy poco probable que nuestra pareja ideal aparezca de esta manera, simplemente porque las relaciones y cómo nos relacionamos está dentro de un flujo que ya está corriendo. Citando a Heráclito: "No te puedes bañar en el mismo río dos veces". Y pues sí, el tiempo pasa y los arquetipos de las relaciones cambian con él mientras te encuentras en una, no puedes estar en la misma relación dos veces, ni siquiera una simulación podría delimitar cómo van a cambiar las relaciones durante el transcurso de una. "No podemos esperar una universalización en la forma en que las parejas se forman o dejan de hacerlo. Tampoco podemos sentenciar si será correcta o nociva, ello aparecerá en cada sujeto, en la medida en que se traduzca en una forma de vivir que le daña o lo deja insatisfecho consigo mismo", cuenta Minchaca.

Los cambios en la manera de relacionarnos amorosamente surgen de manera natural y constante, pero Minchaca nota que esto no necesariamente se debe a las aplicaciones de ligue existentes hoy en día, sino que más bien es un proceso largo en donde las aplicaciones entran como factor de juego mientras se hace más palpable o visible la manera en la que queremos una relación, incluyendo todo el bagaje cultural, económico, personal y social del individuo que las usa. La pregunta según Minchaca, por tanto, debería ser re dirigida hacia otra cuestión: "¿Bajo qué condiciones se daban las relaciones 'estables' antes y en qué medida esas condiciones han cambiado? Por ejemplo: la participación indudable de las mujeres en la producción económica, lo que la conduce a una autonomía que plantea términos muy diferentes en la relación de pareja. La caída de las religiones que sancionan la conducta moral y sexual de los individuos; la apertura y el reconocimiento a las diversidades sexuales, la experimentación, la búsqueda del encuentro con el otro y el impacto económico que implica independizarse".

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En términos prácticos, las dificultades que más nota Minchaca en la nueva manera de relacionarnos van muy de la mano de cómo han evolucionado los roles familiares tradicionales y cómo cada vez funcionan en menor medida. En entender el rol de cada participante en una pareja y que sean capaces de volverlos "dinámicos, flexibles, intercambiables y respetables". Sin embargo, Minchaca agrega que "bien puede funcionar el modelo tradicional de familia siempre que sea algo que no dé lugar a cuestionamientos y tensiones en el interior de cada familia en particular, es decir, que sea asumido y aceptado por partes iguales. Parece que existe una desconfianza muy grande a que la pareja sea capaz de 'estar' en términos amplios: afectivo, económico, familiar. En consulta, en mi caso particular, no aparece frecuentemente el tema de las relaciones virtuales, a distancia y en el anonimato; al menos no aparece como problema. Es más frecuente que aparezcan los conflictos generados por la desconfianza de los amigos virtuales de las parejas, los celos, la persecución y desánimo porque 'los dejaron en visto', no les dieron like o porque 'pasaron ya 30 minutos, no me contesta y veo que está en línea' o porque 'me bloqueó'. Aquí el tema del control de la vida del otro parece tener una fuerza considerable con la que se pretende medir el grado de amor".

Ilustración por Claire Milbrath.

Entonces, ¿las aplicaciones son buenas o malas? ¿Debo aprovechar las paradas sanitarias para ligar o no? ¿Me estoy jodiendo la vida usando Tinder? La respuesta recae sobre la psicología del individuo y de la sociedad en la que vivimos: "No creo que la aparición de los sitios de internet para conocer personas, por sí mismo, cause un impacto negativo en la creación de relaciones significativas", opinó Minchaca. "Me parece, más bien, que la aparición de estos sitios es resultado de un tipo de sociedad, de una forma de vida, en la que la prioridad parece guiarse por el consumo y la imagen. Esto puede constatarse en las publicaciones mismas, no sólo de las apps o sitios para conocer personas sino en las redes sociales en general. Puede verse una cara muy bonita, exquisitamente 'trabajada' en la foto del perfil de una persona y leer sus comentarios sin un ápice de sentido, es decir: sin haber logrado desarrollar la capacidad de expresarse, de comunicarse, como si se pretendiera que la imagen por sí misma lo dijera todo.

Entre el consumo y la imagen, la batalla se pierde para poder dar lugar al otro. Paradójicamente, las exigencias a nivel consumo en favor de la imagen, exigen cargas de trabajo que dejan exhaustos a los individuos, sin tiempo ni fuerza ni ganas para entrar en contacto con el otro y así desarrollar la capacidad de tolerancia, aceptación y reconocimiento que exige su existencia y su presencia. Si añadimos los tiempos de traslado en las grandes ciudades, podemos entender por qué los sitios, apps y redes sociales tienen tanto éxito y convocatoria", concluye Minchaca.

Estamos en un momento bien raro para tener una relación. Las aplicaciones nos hacen querer más y más sin pensar siquiera en si lo que tenemos en frente es realmente valioso o no. Preferimos deslizar nuestros dedos hacia la izquierda y ver si la próxima selfie que nos aparezca es lo suficientemente mentirosa como para engañarnos, hacernos sentir bien con nosotros mismos y poder lucir ante nuestro grupo de Whatsapp de amigos de la escuela nuestro más nuevo, radiante y brillante ligue. ¡Qué momento para estar vivos!

Puedes seguir a Diego en Instagram
Puedes seguir a Sergio en Instagram y encontrarlo en Tinder.