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Te vas a arrepentir de llevar esas minigafas de sol

Dos malas noticias: a) la historia no va a ser benévola con esta moda; y b) las gafas ridículamente pequeñas no son un elixir de la eterna juventud.
Lauren O'Neill
London, GB
MA
traducido por Mario Abad
Foto: WENN Ltd / Alamy Stock Photo 

Soy: una persona a la que le encanta la ropa (cada mes, en cuanto he cobrado la nómina, me pierdo en las simas de ASOS y horas más tarde regreso, con una sensación de arrepentimiento tan abrumadora que casi no me deja respirar, y con siete camisetas y unos pantalones de pana que sabía que me iban a quedar demasiado largos en cuanto los añadí a la cesta).

También soy: una criatura sugestionable que sigue a Kylie Jenner en Instagram (una de esas cosas que, más que una opción, parece una obligación en mi vida. ¿De qué otro modo, si no, se entera una de qué está de moda entre los adolescentes mientras se deja envolver por la ilusión de poder burlar a la propia muerte?).

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Así que no te sorprenderá saber que he salido de mi último trance consumista cubierta de vómito figurado: me he comprado una de esas abominables gafas de sol diminutas.

Como consumidora, siempre he estado convencida de que la moda popular no es más que un juego creado por la gente muy rica para ver qué basuras consiguen que nos pongamos la prole. Está claro que el estilo es una forma de expresarse y que todo el mundo tiene derecho a ponerse lo que le apetezca. Pero el estilo de unos pocos se convierte rápidamente en moda general, y muchas veces acabamos comprando cosas que ni siquiera nos gustan simplemente porque se llevan.

Durante los años en los que he formado parte del público consumidor de tendencias, la “moda” nos ha dado: cinturones superanchos, leggings brillantes, alpargatas con plataformas, vaqueros de cintura baja, vaqueros de pernera ancha, vaqueros con corte carrot, vaqueros con blazer, vaqueros con zapatos de punta cuadrada, pantalones de camuflaje, camisetas SAVE THE RAVE, pantalones de ciclista como prenda de uso diario y vestidos ceñidos al cuerpo. Hemos acabado arrepintiéndonos de muchos de los elementos de esta lista.

Lo que intento explicar es ese momento en que te pones a mirar fotos tuyas de 2009 y te preguntas muy seriamente qué leches le pasaba a tus cejas y en qué momento te pareció buena idea comprarte unas Converse de llamas. Lo mismo te pasará cuando revises tu álbum de fotos de 2018: de las 273 fotos que lo componen, ¿en cuántas de ellas apareces sin esas horrendas gafas?

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La regla de las gafas de sol es la siguiente:

“Tu percepción de lo buena que estás con las gafas aumenta un punto porcentual por cada centímetro de tu cara que estas cubran”.

Esta es la razón por la que todo el mundo en Love Island lleva gafas de sol del tamaño de planetas pequeños y por la que en verano te apetece follarte a todo el mundo. Naturalmente, esto se debe al misterio que las gafas ocultan: el no saber qué hay tras esas lentes oscuras nos permite proyectar exactamente lo que queramos sobre esas áreas ocultas.

Sabes que es así. Yo también lo sé. Entonces, ¿por qué me compré unas gafas en miniatura que dejan a la vista casi la totalidad de mi absolutamente anodino rostro?

Nuestros compañeros de i-D, los entendidos en moda, opinan que esta tendencia de las minigafas, en esencia, es una forma de decir que eres CAPRICHOSA, LIBRE, y que TE LA SUDA TODO, y que NO LLEVAS GAFAS PARA TAPAR LAS OJERAS PORQUE TÚ ACEPTAS TUS OJERAS COMO SON; y creo que tienen razón, porque va muy en la línea de este momento actual que vivimos en la moda, definido por el empoderamiento.

Pero seguramente esas no sean las razones por las que añadí un par de estas gafitas al carro como colofón a mi compra compulsiva en ASOS. Me las compré porque estaba influenciada por Kylie Jenner, y por Bella Hadid y por todas esas guapas y glamurosas portadoras de minigafas de sol. ¿Sabéis qué otra cosa tienen en común esas portadoras de minigafas? Que son más jóvenes que yo.

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No digo que me las haya comprado porque tenga miedo a la muerte, pero tampoco lo estoy negando. De alguna forma, la moda —sobre todo las microtendencias como esta, que brotan y se marchitan según los designios de las redes sociales— parece estar intrínsecamente ligada a la juventud y al deseo de conservarla. Y es que la juventud es el fetiche de la moda, y las microtendencias —que a menudo se manifiestan en el mercado como opciones baratas y de fácil acceso— van dirigidas a consumidores jóvenes al corriente de la cultura popular. Nadie podía culparme por querer esas gafas minúsculas porque son preciosas y la gente joven de la que me rodeo en internet me ha expuesto a ellas constantemente.

Pero cuando las saqué de su envoltorio, me las puse y me miré en el espejo, a la inclemente luz del día, el hechizo se rompió. Más que una modelo de Depop, parecía un insecto gigante. Me di cuenta de que, aunque las gafas diminutas y la ilusión de juventud estaban muy bien, también es positivo poder quitarse las gafas de la cabeza una vez puestas o poder ver a través de ellas. ¿No? Fue en ese momento de preocupación por la funcionalidad cuando me cayó la venda de los ojos y supe que no había elixir de la eterna juventud —ni minigafas— que pudieran salvarme y que, aunque lo hubiera, sus beneficios no valían el tener que pasarme un verano entero pareciendo que voy disfrazada de personaje de The Matrix en Halloween.

Nadie tiene por qué pasar por eso. Podéis llevar gafas de sol normales y vuestro yo futuro os lo agradecerá cuando esté mirando fotos antiguas y riéndose con los amigos de las pintas que llevabais. En serio, vas a morir, y el hecho de que lleves esas gafitas de sol no cambiará nada.

@hiyalauren

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