El martes pasado después del terremoto, en las calles de la Ciudad de México las personas estaban pegadas a la pantalla de teléfono llamando o texteando insistentemente a sus seres queridos. Los abrazos entre desconocidos, la solidaridad y las manos sobre las cabezas en señal de negación son de las cosas que más recuerdo.Cuando bajé los escalones de mi edificio sentí que pisaba una especie de arena movediza, en la que cada paso que daba podía fácilmente tumbarme o hacerme perder el equilibrio. No sé cuántos segundos fueron, pero en mi cerebro fue una película de 90 minutos que se repite constantemente hoy en día. Pensé en mi familia, en mi ex novia y en las cosas que nunca hice; en las mentiras que le dije a mi mamá y las hamburguesas de mi papá; en las drogas que no consumí, en las relaciones que nunca tuve, en mis dos perros muertos, en mi fallida carrera de futbolista, en el único disco que compuse e inevitablemente, en que emigré de mi país buscando una mejor calidad de vida y en que no sabía si iba a poder salir vivo de ese edificio de la colonia Roma. En esas escaleras pensé en todos los errores y aciertos de mis largos y tediosos 28 años de vida como nunca antes.
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Después de salir terminó el temblor. Sentí que cualquier problema que tuviera con algún ser querido me valía mierda y tenía arreglo. Quise volver con mi ex novia, hacerlo bien esta vez. Quise olvidar cualquier pelea que tuve con algún gran amigo y arreglar cualquier problema que, en ese momento, era del tamaño de una hormiga. Los minutos en que te das cuenta que estás vivo, tienes hogar y en que otras personas lo perdieron todo o están muertas, te cambian la vida para siempre.Horas después, cuando pude prender mi teléfono y tener señal, busqué entre todos los mensajes que me habían llegado la conversación de mi ex y mis padres para decirles que estaba bien y que los amaba como nunca. Hay una extraña fuerza en este tipo de desgracias, que te unen con las personas que amas y pueden lograr un "nuevo comienzo" a partir de ellas. Por más raro que suene.Platiqué con algunas personas sobre quiénes fueron los primeros que llamaron o contactaron después del terremoto.
Álvaro, 30 años
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Por WhatsApp llegó el primer mensaje en el grupo de amigos y eso me tranquilizó un poco; una preocupación menos saber que a ninguno de ellos le había pasado nada grave. Sin más que hacer me lancé en dirección a mi hogar para verificar que siguiera en pie. En el trayecto, mientras observaba la devastación en los alrededores, me llegó un mensaje de una tía de Guadalajara que por fortuna había podido llamarle a mi madre a su trabajo. Me escribió que mi mamá estaba bien pero que no podía llamar por celular (y no usa internet). Fue una sensación maravillosa. Cuando llegué a mi hogar vi que mi hermano estaba ahí, pues su trabajo queda cerca. Ni abrazos ni nada parecido, ambos estábamos demasiado desconcertados como para intercambiar gestos de cariño, pero sabíamos que vernos el uno al otro nos había devuelto un poco de tranquilidad.Primero le escribí a mi hermana por whatsapp ya que las llamadas no entraban. Intenté escribir, pero me di cuenta que tenía las manos paralizadas y solamente me salió escribirle: "¿güey?" Días después lo leí y me cagué de la risa. Ya luego que dejó de temblar salí a la calle y le volví a escribir preguntando si había podido hablar con mi mamá y me dijo que no. Me contó que había una fuga de gas en el edificio, así que le dije que saliera lo más pronto posible. Como a los dos minutos mi mamá nos escribió y nos dijo que estaba en la calle, y que el edificio donde trabajaba estaba super dañado —en la Roma— y cuarteado. A los diez minutos pude contactar a mis amigos, uno de ellos estaba escuchando la radio y pude enterarme de qué estaba pasando en la ciudad, de los edificios caídos y muertos. Sí pensé lo peor, pensé que me iba a morir y que se iba a caer el museo donde trabajo. Se sentía muy endeble el edificio y sentí que se iba a desplomar el piso. Pensé que mi casa se había caído y que mi hermana estaba ahí, entonces me congelé por un momento. Aún tengo secuelas de haber vivido el terremoto. Me siento triste, preocupada y ansiosa. No he podido dormir bien y a veces siento que cualquier movimiento es un temblor.
Sylvia, 28 años
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