La enfermiza verdad que se esconde tras el "wellness" y la "comida limpia"

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Salud

La enfermiza verdad que se esconde tras el "wellness" y la "comida limpia"

Mi desorden alimenticio parecía muy diferente, y entonces descubrí el wellness, pero tampoco era la solución.

Ilustración de Marta Parszeniew

Hace unos años, descubrí el wellness. Mi cuerpo era una carga para mí y lo que comía no parecía darme energía ni activarme: me notaba pesada y fofa. Así que hice un cambio. Me deshice de las barritas de chocolate, la comida precocinada y los pasteles. Leí sobre las dietas a base de verduras y dejé de comer carne, pescado, lactosa, huevos y cualquier cosa demasiado procesada. Había oído historias sobre la leche de soja, las hormonas y la toxicidad, así que intenté eliminar eso también. Todos los días, a la hora de la cena, me sentaba en mi silla y observaba a los demás atacar su comida, y me conformaba sabiendo que, como no podía comer, no iba a comer. Pensaba en la comida todo el día; me despertaba por las noches pensando en perritos calientes, pizza y pollo asado con limón y patatas fritas. En mi cabeza, los amigos y los enemigos de la comida se situaban en dos bandos distintos y veía mala salud a cada paso y en cada bocado. Me volví miedosa y adelgacé. Había encontrado el wellness. Pero yo no estaba bien.

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A finales de 2015, cuando la mayoría de nosotros apenas habíamos despertado del letargo navideño, Ella Mills (de soltera, Woodward) batía records. Su libro de cocina Las delicias de Ella (que toma su nombre de su blog homónimo) vendió más de 32.000 ejemplares durante su primera semana de ventas y se convirtió en el primer libro de cocina de una escritora que más rápido se había vendido en toda la historia. Desde entonces, ha publicado un segundo libro, Las delicias de Ella para todos los días , ha abierto una charcutería en Notting Hill y ha sacado partido de sus credenciales con un servicio de pago online (35 libras, unos 42 euros) en el que ofrece consejos de salud y dietas semanales.

Ella Mills está en la cresta de la ola. Durante los últimos años, la salud se ha convertido en el pasatiempo nacional. Desde el caldo de hueso o la comida sin gluten y los alimentos crudos a las omnipresentes soluciones mágicas, los zumos limpiadores y las tostadas de aguacate, esta cultura alimentaria se centra en un concepto sui generis de la nutrición. Ha pasado una década desde se publicara el innovador libro de cocina Cómo ser una diosa doméstica, de Nigella Lawson, que encabezó los puestos más altos de las listas de ventas de libros llevando por bandera una acogedora complacencia por lo casero. Los libros de cocina que copan ahora las listas no podrían estar más lejos de aquello. De entre los 20 más vendidos en la categoría de Comida y Bebida de Amazon, 18 de ellos son libros dirigidos a comer sano y a la dieta. Algunos de nuestros más queridos escritores culinarios han pasado de hablar de sabores y banquetes a usar términos como depurar y ligereza.

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El "wellness" es lo que está en los menús de esta nueva generación de libros de cocina, un término tan felizmente impreciso que puede que sea más fácil definirlo mencionando lo que no es, más que lo que es. No es una forma fría y clínica de promover la salud ni tiene que ver con las grandes farmacéuticas, los fármacos o las desagradables glucoproteínas. Tampoco está en la línea de esos presuntuosos vídeos que enseñan a hacer ejercicio. Los libros de dietas de la generación de nuestros padres se basaban en una mera evangelización que prometía milagros a gritos. Pero hoy nuestra salud es un desbarajuste. Vivimos en la era de las "epidemias de obesidad", de los escándalos sobre la carne de caballo y del temor a encontrar cosas nocivas y aditivos cancerígenos en la comida. El "wellness" nos eleva por encima de todo este caos alimentario. ¿Por qué no deshacernos de nuestras dietas y volver a lo básico? Esta es la salvación que promete el wellness: nada de nuevas ciencias, nada de tecnología punta, nada de modas; simplemente una mirada hacia una época en la que todo era más sencillo. El wellness es el comienzo de un retorno al Edén, y la primera serpiente a la que expulsar es el gluten.

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Allá por 1968, se empezó a correr la voz de alarma de que un ingrediente potencialmente tóxico se había colado en la comida que más nos gusta. Se señaló como la causa de una serie de síntomas que iban desde la migraña a los dolores de estómago, la sensación de ardor, palpitaciones, entumecimiento y debilidad. Algunos empezaron a actuar por su cuenta evitando los restaurantes que lo inlcuyeran en su menú como ingrediente de algún plato, mientras que otros iban más allá, exigiendo que fuera declarado peligroso por las Autoridades de Reglamentación sobre Inocuidad de los Alimentos. El pánico se fundamentaba en varios estudios médicos, afamadas revistas científicas y la presión de abogados de altísimo nivel. Científicos de reconocido prestigio vincularon el ingrediente a la aparición de TDAH, diarrea, depresión, reflujo ácido y obesidad. Fue una epifanía: por fin una explicación para los cócteles de horribles síntomas que los médicos no habían sabido diagnosticar a tanta gente durante tanto tiempo.

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Hasta aquí, todo muy familiar. Los síntomas son como los que hoy se atribuyen al gluten: hinchazón abdominal, fatiga, aumento de peso y malestar general, las hiperbólicas reivindicaciones sobre su toxicidad y el dinero invertido en (y los beneficios obtenidos de) su eliminación de nuestra dieta. Pero este misterioso caballo de Troya no era el gluten ni mucho menos. Cuarenta años antes del pánico del gluten, era el glutamato de sodio el que acechaba como principal causante de un desastre de salud pública. El caso es que el mito de las enfermedades asociadas al glutamato de sodio ha sido completamente desmentido. No había enfermedad. No había necesidad de revisar la legislación sanitaria ni de retirar el glutamato de sodio de la comida para bebés. Se impuso el poder del pánico.

Ella Mills, alias Deliciously Ella. Foto vía

Instagram

La enfermedad de la celiaquía, que provoca a quienes la sufren diarreas, hinchazón y un agudo dolor abdominal, es una afección real y muy grave que afecta aproximadamente un 1 por ciento de la población del Reino Unido. Una manifestación menos grave de la intolerancia al gluten, conocida como sensibilidad al gluten no celíaca (SGNC), se da en aproximadamente un 5 por ciento de la población. Para las personas que sufren una de estas dos afecciones o las dos, evitar el gluten no es solo una opción de vida sino un imperativo de salud. ¿Pero dónde deja eso a la mayoría restante? Si lees cualquiera de los libros o blogs más populares sobre wellness, se te podría perdonar por pensar que la denuncia contra el gluten es inequívoca. En su primer libro Obtenga el resplandor, la nutricionista de famosos Madeleine Shaw lo llama "papel de lija para la tripa"; Amelia Freer, autora de Eat Nourish Glow (Come, nutre, brilla), le echa la culpa de todo al gluten, desde la "niebla en el cerebro" hasta el dolor de articulaciones. En ningún punto de ninguno de los libros de cocina de Las delicias de Ella hay explicación alguna sobre por qué deberíamos desterrar el gluten de nuestra dieta si no somos celiacos o sufrimos de SGNC. Y sin embargo, toda su dieta se basa en su eliminación.

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Y luego están las hermanas Hemsley, que ganaron la fama, una cafetería en Selfridges y un programa de cocina en el Canal 4 gracias a su historial sobre el tema del wellness, y que han alardeado de que la dieta GAPS es una enorme inspiración para su marca de salud. La dieta del GAPS, o síndrome del intestino y la psicología, es un régimen de "desintoxicación" sin gluten altamente restrictivo popularizado por la doctora Natasha Campbell-McBride. La dieta parece tratarlo todo, desde el autismo al trastorno bipolar, aboga por la ingesta de peróxido de hidrógeno para "limpiar" los intestinos, aconsejando el huevo crudo en la dieta de los niños pequeños y fomentando la desconfianza hacia los profesionales de la medicina. Las Hemsleys, sabiamente, nunca han promocionado las particularidades de la dieta GAPS pero me pregunto por qué se les ocurriría considerar las reivindicaciones de esta altamente polémica (y tremendamente infundada) dieta una buena base de su filosofía de alimentación sana. Nos merecemos hechos, cifras e investigaciones, no solo de las hermanas Hemsley, sino de todo escritor y bloguero que escriba sobre wellness y prometa transformaciones en la salud a raíz de una dieta sin gluten. Una buena investigación sobre salud y nutrición requiere tiempo, rigurosidad y un alejamiento absoluto del talante evangelizador de elementos como la dieta GAPS, y la literatura sobre el wellness debería reflejar eso. Y aun así, todo lo que nos han dicho siempre ha sido eso: que si eliminamos el gluten, perderemos peso, tendremos la piel más sana y el pelo más brillante. Parece un milagro.

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El problema es que, como explica Alan Levinovitz en su libro La mentira del gluten, no es necesariamente beneficioso eliminar el gluten a menos que sea medicamente necesario. Si el gluten no supone un riesgo para la salud personal -y eso debe valorarlo un médico-, una dieta sin gluten no tiene por qué irte bien. Y esta cruzada contra el gluten puede que no solo sea infructuosa -y cara: según Levinovitz, los productos sin gluten son de media un 272 por ciento más caros que sus versiones con gluten-, sino que podría ser perjudicial. La nutrición es un campo muy cuestionado de una imposible complejidad y pocas veces se llega a un acuerdo sobre lo que es y lo que no es bueno para nosotros. A falta de más certezas, los enfoques más seguros y posiblemente los más saludables en cuanto a nutrición se sirven de la variedad: de grupos alimentarios, macronutrientes e ingredientes. Prometer la cura de todos los males y la buena salud por medio de la exclusión de grupos completos de alimentos podría ir en contra de una de las pocas certezas nutricionales que tenemos.

Así que ¿qué más da si unos cuantos se gastan un poco más y se alimentan un poco menos, persiguiendo un milagro sin gluten que seguramente nunca llegue? Eso no tiene por qué afectarnos a los demás. Pero lo hace. El lenguaje que se utiliza en los círculos de los amantes wellness no solo señala los supuestos efectos del gluten en nuestra salud, sino que trasciende la ciencia dietética y nos lleva a otro mundo. En los blogs más populares sobre wellness, he leído que es "malo", "venenoso", "contaminante" y "tóxico". Hay incluso una web australiana muy famosa llamada glutenisthedevil.com (literalmente, "el gluten es el diablo"). Ya no se trata solo de nutrición, sino de moralidad, y cuando la comida se ve imbuida de este tipo de lenguaje en tono de escándalo, la mesa de la cena puede convertirse en un campo de minas.

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Me desespera el término 'comida limpia' (…) implica necesariamente que cualquier otra forma de comer -y, por extensión, quien come así- es sucia o impura y por lo tanto, mala – Nigella Lawson

Hablé sobre esta obsesión por la pureza con Nigella Lawson, cuya percepción de la alimentación sin sentimiento de culpabilidad contribuyó a cambiar mi actitud hacia la comida cuando estaba en mi momento más vulnerable. "Me desespera el término 'comida limpia'", me dijo, "aunque realmente me gusta la comida que viene etiquetada así. [La "comida limpia"] implica necesariamente que cualquier otra forma de comer - y, por extensión, quien come así- es sucia o impura y por lo tanto, mala; y no es solo una forma de perseguir y avergonzar a otras personas, sino que genera en uno mismo un sentimiento de vergüenza que se aleja totalmente del verdadero propósito alimentación sana".

Nuestra dieta se convierte en una cuestión moral cuando esta es la cultura de la comida que fomentamos, y el gluten es solo el comienzo. "Me gustaría que la gente reconociera eso antes de decir "Oye, prueba esta dieta de eliminación tan guay, no tienes nada que perder", se lamentaba Alan Levinovitz cuando le pregunté sobre este culto moderno a las dietas de eliminación. "¿Nada que perder? No, hay mucho que perder".

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Antes de abrazar el "wellness", mi trastorno alimentario parecía muy diferente. Si el wellness va de amar la comida, cuidar el cuerpo y nutrirte, los trastornos alimentarios están en el extremo opuesto y giran en torno a la volatilidad, la privación y el miedo. Mi trastorno bulímico era de manual. A mí siempre me han gustado las matemáticas y el desafío que supone encontrar sentido a un mundo de caos mediante la claridad de los números. Cuando caí en una depresión durante mi adolescencia, esa pasión encontró una salida a través de la dieta. Mi mente era un lío de números: cuántas calorías había ingerido y cuántas había quemado; cuánto ejercicio equivalía a una barrita de Mars; mi peso, dos veces al día; el número de días y semanas que tardaría en convertirme en la persona que quería ser.

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Cuando encontré el "wellness", creí haber hallado una salida a la tormenta. Lo que buscaba era alguien que me dijera que había cosas que no convenía comer pero que podrían ser buenas para mí. Al mismo tiempo, no estaba preparada para pulular suelta por mi mundo de neurosis alimentarias. El wellness me llamaba la atención precisamente por las restricciones que conllevaba. No hay nada que temer cuando la comida mala viene etiquetada como "comida mala", y cuando lo que queda es una cura milagrosa. Buscaba algo como los libros de Las delicias de Ella , que alardeaban de consistir en "valores nutritivos, no calorías" y ridiculizaban la "asquerosa" comida precocinada para trazar una línea entre los regímenes alimenticios y el amor por la comida. Está claro que no fui la única que se vio arrastrada por la comodidad de una dieta con prescripción: en la introducción de su libro de cocina, la experta del "wellness" Madeleine Shaw, describe cómo pasó los años de su adolescencia contando calorías, con ansiedad, con un trastorno alimentario, sufriendo ingesta compulsiva, y cómo lo dejó todo atrás en las sombrías costas británicas cuando viajó a Australia y allí, entre el sol y el surf, descubrió el wellness - por medio de dieta restrictiva y ejercicio- y se curó.

El wellness no provoca trastornos alimentarios. Pero cuando defendemos e incluso insistimos en una dieta tan restrictiva, moralista e inflexible, y se dirige su comercialización a mujeres jóvenes y se disfraza de cuidados personales, ¿cuánta responsabilidad puede atribuírsele?

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Parece claro: los trastornos alimentarios son un lío y provocan infelicidad, y el wellness es una forma de dar salida a la ansiedad y el desajuste. Pero entre las líneas de los libros sobre wellness, yo leo una historia diferente, y no solo está el gluten en la línea de fuego. Ya en el primer libro de cocina de Madeleine Shaw, el vocabulario que se emplea para describir incontables comidas y la forma en que nos hace sentir indica una visión poco tolerante de la salud: "basura", "fatiga", "mala", "enemigo", "engaño" y "grasa" son algunas de las palabras que utiliza. También nos recuerda que puede que nuestros amigos intenten sabotearnos la dieta, y que debemos aprender a ignorarlos. Ella Mills nos suplica que nos demos un premio cuando el ansia nos posea y que, con el tiempo, esos premios en forma de comida empezarán a parecernos "algo realmente asqueroso".

Esto da pie a un tipo de enfoque de la nutrición del "todo o nada" en el que los deliciosos matices de cocinar, comer, y sentir placer se eliminan completamente. Cuando pregunté Michelle Allison, dietista y defensora acérrima de la campaña " Salud para todos los tamaños", acerca de esta dicotomía, esta fue su respuesta: "No se nos presenta una tercera opción en la cultura de la dieta; solo hay blanco o negro, bueno o malo, dieta o descontrol… Y mucha gente se pasa la vida oscilando entre los dos estados como si fueran un interruptor de la luz, encendido o apagado". Nadie resume el totalitarismo del wellness como la misma autora de Las delicias de Ella. "No es una dieta, es un estilo de vida". Y así es como te engancha.

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El wellness no provoca trastornos alimentarios. Pero cuando defendemos e incluso insistimos en una dieta tan restrictiva, moralista e inflexible, y se dirige su comercialización a mujeres jóvenes y se disfraza de cuidados personales, ¿cuánta responsabilidad puede atribuírsele? Cuando me apunté al wellness, me proporcionaron los medios para racionalizar mis inseguridades alimenticias, quitándole importancia a mi miedo a la comida y ocultándolo bajo una capa de respetable consciencia de mi propia salud. Mi enfermedad estaba oculta a plena vista; es más, se convirtió en algo de lo que estar orgullosa.

La ortorexia es la obsesión por la comida "buena" y la que no lo es. Aunque los expertos aún han llegado a un acuerdo en cuanto a su diagnóstico, un portavoz de Beat, la mayor asociación de lucha contra los trastornos alimentarios del Reino Unido, me dijo que se ha observado un aumento del número de personas que sufren el trastorno en los últimos años, y añadió que "esto puede verse agravado por el énfasis en lo que se ha denominado "alimentación sana", lo que podría animar a muchos a ir más allá de los cuidados y desarrollar una fijación o una obsesión". Algunos consideran la ortorexia un trastorno alimentario, mientras que otros la ven más próxima a un TOC, pero independientemente de su diagnóstico, sus síntomas -aversión a las "comidas malas", inflexibilidad en la dieta, preocupación por la salud física a costa de un precio social y emocional- parecen seguir aumentando.

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Puede que la industria de la dieta haya orquestado el más exitoso y valioso reposicionamiento del mercado alimenticio de la historia moderna (en 2014, el mercado británico de los alimentos sin gluten estaba valorado en 230 millones de euros)

Por supuesto, hay personas que pueden dedicar sus vidas a perseguir la buena salud y seguir estando mentalmente sanos, igual que siempre habrá gente que sufrirá trastornos alimentarios "de una forma sana" o de cualquier otra. Pero cuando el wellness supera al individuo, pasando de ser un estilo de vida personal a convertirse en la novia de la industria dietética, impulsado por los supermercados que solo ven en la col rizada, el aceite de coco y las semillas de chía una gran oportunidad de ganancia, es cuando se convierte en un problema para todos nosotros. Cuando la búsqueda de la salud se convierte en una obsesión y un temor, deja de ser sana. Aún peor: cada vez está más claro que ese bienestar que perseguimos no nos quiere a nosotros.

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"Hasta hace solo cuatro años, yo era un monstruo devorador de azúcar, y me refiero a una adicción total", arranca Las Delicias de Ella. Esto implica, claro está, que si ella, que se autodenomina exadicta al azúcar, puede conseguir tener una buena salud, cualquiera puede. Esto es wellness para todo el mundo. En su libro récord de ventas, en el que alaba los valores nutritivos, la curación y la transformación, es coherente que introduzca en escena como chivo expiatorio a un "extraño" antinatural, malsano y adictivo. El azúcar blanco es un anatema en los círculos del wellness. Todos sabemos que tomar demasiado azúcar puede ser perjudicial para la salud, por lo que no sorprende que el wellness defendiera que hay que tomar menos azúcar y menos a menudo. Lo que es menos comprensible es por qué Tess Ward, escritora sobre alimentación en el wellness, en su obra titulada un poco irónicamente The Yes Chef pretenda "evitar cualquier alimento blanco" o "refinado", confiando en cambio en una especie de benevolente Madre Naturaleza que no estoy muy segura de que exista. En su lugar, recomienda el consumo de azúcares "naturales" como la miel, la melaza de caña y el azúcar de palma de coco, si bien no especifique por qué estos productos son más naturales que los edulcorantes obtenidos de la caña de azúcar.

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No podemos tomarnos a Madeleine Shaw al pie de la letra cuando se burla de las "calorías vacías" del azúcar, las mismas calorías que nos permiten movernos, respirar y sobrevivir. Tampoco está muy claro por qué, solo porque el jarabe de arce contenga algunos nutrientes valiosos, debemos eliminar completamente la caña de azúcar de nuestra dieta (y menos teniendo en cuenta que el jarabe cuesta cinco veces más por gramo). Si el objetivo final es realmente solo la buena salud, ¿por qué parece insistirse menos en la reducción de la ingesta de azúcar y más en fomentar las formas más caras y menos accesibles del mismo? Como confirma Alan Levinovitz, "la gran diferencia entre las distintas formas de azúcar es el precio y los alimentos en que se encuentran. "Si los defensores de la comida sana pretenden conducirnos hacia la salud únicamente por los caminos más caros y exclusivistas, deberíamos cuestionarnos su integridad. Cuando la gurú del wellness Amelia Freer, afirma que el azúcar es "una droga que nos engorda", lo dice todo. Porque, como tantas veces ocurre en un mundo que venera la delgadez, una conversación que aparentemente trata sobre el azúcar y el wellness es en realidad una conversación sobre la obesidad.

La autora del libro de cocina "The naked diet", Tess Ward. Imagen vía Instagram

La grasa constituye el epicentro de la cultura del wellness, aunque jamás se dirías por la forma en que la industria la comercializa. Tess Ward señala rápidamente que su "Dieta desnuda" es más bien un estilo de vida, al igual que Madeleine Shaw marca mucho la diferencia entre su pasado contando calorías y su presente sin gluten. Las delicias de Ella rechaza de continuo cualquier afirmación que sugiera que su dieta se basa en la "privación". El wellness no es una dieta, se nos dice, sino una actitud pura y sostenible, muy alejada de las vulgares conversaciones sobre dietas, adelgazamiento y cuerpos.

Y sin embargo en todos estos libros - los mismos que nos dicen que no concentremos nuestra autoestima en nuestro aspecto, sino en quiénes somos y cómo nos sentimos- se observa un constante y arraigado miedo a la obesidad. Disipando nuestros temores de que alimentos "como el aguacate y las almendras engordan" Las delicias de Ella está reforzando la ansiedad que genera la obesidad. Cuando Madeleine Shaw presume de que sus consejos de estilo de vida redundan en una "psique más eficiente y sana", es normal que una se pregunte dónde ha quedado el discursito de "sé tu propia animadora".

En los mismos libros que nos dicen que no concentremos nuestra autoestima en nuestro aspecto, sino en quiénes somos y cómo nos sentimos- se observa un constante y arraigado miedo a la obesidad.

Si el wellness predica que la única comida "buena" es la que no engorda, entonces no parece muy distinto de hacer dieta. Y teniendo en cuenta que hacer dieta ha demostrado no solo no ser efectivo (un asombroso 97 por ciento de los que hacen dieta recuperan al menos el mismo peso que han perdido durante los siguientes tres años, contradiciendo el despiadado optimismo de la industria), sino a veces también injustificado (" Salud para todos los tamaños" es una organización que lucha por desmentir que todo el que está gordo está enfermo) e incluso peligroso, puede que la industria del wellness no sea tan mágica después de todo. Puede que la industria de la dieta haya orquestado el más exitoso y valioso reposicionamiento del mercado alimenticio de la historia moderna -en 2014, el mercado británico de los alimentos sin gluten estaba valorado en 175 millones de libras (230 millones de euros) y su popularidad sigue aumentando. Es posible que el mayor mito del wellness sea que busque siquiera al wellness.

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¿Y a partir de ahí, qué? Podríamos encontrar un indicio en un estudio realizado a mediados de los sesenta. En él, un grupo de mujeres - tailandesas y suecas- comen un plato de arroz picante elaborado con sabores e ingredientes típicos de la cocina tailandesa. Los científicos descubrieron que las mujeres tailandesas -a las que el picante de la comida no desconcertó tanto como a las suecas- absorbieron cerca de un 50 por ciento más de hierro que las otras. Cuando se dio a comer a las participantes alimentos en puré (elaborado con alimentos que disfrutan comiendo), absorbieron una media del 70 por ciento menos de hierro que cuando se les dio la misma comida en piezas enteras. El placer que estas mujeres esperaban y luego experimentaban con la comida realmente contribuyó a obtener una mayor nutrición que cuando se les dio los mismos nutrientes de una forma menos apetecible. Fue un resultado sorprendente, y pone de manifiesto lo que el wellness a veces pasa por alto: que cuando separamos placer de nutrición en nuestra dieta, acabamos alimentándonos peor - física y emocionalmente- que nunca. Disfrutar de la comida, por tanto, es bueno.

Cubriendo la salud con un espeso manto de reglas y restricciones en lugar de con placer e intuición, al wellness se le escapa un detalle importante. Y ni siquiera está claro que la idea perfecta de salud que el movimiento fomenta sea un objetivo loable en sí mismo. La Organización Mundial de la Salud indica que la salud es un "recurso para la vida diaria, no un objetivo de vida", una advertencia fundamental que el wellness ignora por sistema. Incuso aunque elijamos priorizar la salud en nuestras vidas, el cuidado de la misma no tiene por qué ser complicado.

Hay incontables rutas hacia la buena salud fuera del dogmatismo del wellness y la comida limpia. Recréate en el dulce y embriagador aroma de la cebolla caramelizada con mantequilla. Cuando llegue tu cumpleaños, haz tu propia tarta y aférrate al derecho de darte un capricho igualmente cada vez que lo necesites. Déjate llevar por el convencimiento de que ahora la comida es, por regla general, más segura, más placentera y más nutritiva que nunca antes en la historia de la humanidad. Confía en que tu cuerpo sabe lo que necesita. Y cuando tengas antojo de patatas fritas, chocolate o calabacín, presta atención a esas ganas: el sonido de tus tripas no es un acto de sabotaje. Recuerda sobre todo que lo que te alimenta no solo es la comida que comes sino el placer que obtienes con ello.

Si no te fías de mí, hazlo de la dietista Michelle Allison: "Comer una gran variedad de alimentos, probar cosas nuevas y obtener placer a través de la comida es bueno. Combina eso con una estructura regular de comidas y aperitivos, y esfuérzate por incluir la mayoría de los grupos alimenticios en tus comidas; así estarás cubierta". Comer bien es realmente así de sencillo. La clave de una buena salud no consiste en esconderse tras la dieta de moda o un régimen de eliminación. No vas a encontrarla, como por arte de magia, en el fondo de un paquete de semillas de chía o como premio por la pérdida de peso, el tiempo que pasas en el gimnasio o la desintoxicación. Comer bien es tremendamente intuitivo, con placer y sin vergüenza. Te diga lo que te diga la industria del wellness, tú ya tienes el secreto. Lo has tenido todo el tiempo.

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