FYI.

This story is over 5 years old.

Testimonios

"Asaltamos una joyería, nos llevamos 50 mil pesos y oro": testimonios de adictos a medicamentos legales

Conversamos con cinco personas que consumen Clonazepam, Rivotril, Rohypnol, Olanzapina y demás sustancias psicotrópicas de prescripción para uso médico.
Todas las fotografías son de Jorge Damián Méndez Lozano.

Con la llegada, estudio y popularización de alternativas como los cannabinoides para tratar enfermedades y trastornos psicológicos como ansiedad, depresión y estrés postraumático, se ha puesto sobre la mesa el tema de las medicinas de prescripción, aquellas que cada año forman parte significativa en las estadísticas sobre causas de muerte.

Para conocer más a fondo sobre los usos y efectos de las popularmente llamadas pingas, medicamentos de prescripción o pastillas psicotrópicas de uso médico, pertenecientes al grupo de los opiáceos —depresores derivados de la amapola, planta de la que también se extrae la heroína— y las benzodiacepinas ―tranquilizantes, sedantes y anticonvulsivos―, charlé con cinco usuarios regulares de estas drogas legales.

Publicidad

Según la Organización Mundial de la Salud, "droga es toda sustancia que, introducida en un organismo vivo, puede modificar una o varias de sus funciones". Al parecer, hoy en día el conocimiento farmacológico pulula en las calles y la diversión en las pingas.

Lee los testimonios abajo.


Juan Ramón, 30 años

Empecé a consumir pingas ―pastillas― porque mis primos y mis hermanos me las daban para revertir el efecto del cristal ―metanfetamina―, pero después me gustaron mucho y me enganché. Una de las pingas que más uso desde hace ocho años es el Clonazepam ―psicotrópico utilizado para revertir ataques de ansiedad, epilepsia, insomnio, pánico―, me pongo muy relajado del cuerpo, de muy buen humor, ando para arriba y para abajo; pero si las pruebo de más ya no recuerdo lo que andaba haciendo, he perdido la memoria varias veces, no recuerdo dos o tres días de mi vida. Despierto y no falta quien me diga en la calle: "Te pasaste de verga, cabrón, me robaste, ya ni te vuelvas a parar aquí". Y yo sin acordarme de nada.

Un día desperté en mi cama junto a dos bolsas de mujer y una cadena de oro, muy bonita, con una medalla de San Judas Tadeo. Revisé una de las bolsas y había 35 mil pesos y monedas americanas, me saqué mucho de onda y cerré mi casa con cadena y candado, no tenía ni idea de cómo había llegado eso a mi cama. A los días entré a un centro de rehabilitación y un bato me dice: "Qué onda compa, ¿te acuerdas de mí?" Y le contesto: "Pues la neta no". Según él durante tres días nos metimos clonaz y en medio del desmadre asaltamos una joyería de la que nos llevamos 50 mil pesos y oro que le vendimos a su tío. Hasta la fecha no me acuerdo absolutamente de nada. Las pingas te borran la memoria.

Publicidad


Yo me tomo cinco o seis pastillitas diariamente. Me cuestan 25 pesos, es muy fácil conseguirlas. Si las mezclo con cerveza pierdo la noción del tiempo. Antes tenía un taller de herrería y como era un trabajo muy estresante las clonaz me hacían el paro relajándome, por eso me gustan, aunque todo abuso es dañino. Las pingas provocan abstinencia si no las tienes a la mano. Recuerdo que me gustaba fingir y crear problemas con la madre de mis hijos para pelear y tener motivo para salirme de la casa dizque muy enojado, pero realmente me iba a la calle a comprar la sustancia. Otra cosa que me pasa cuando no tomo pingas es que si mi hija quiere jugar conmigo y no me he tomado mis pastillitas me pongo muy irritable. No soporto nada. Y sí es muy notorio cuando consumo clonaz, se me pone la cara tumbada, la vista caída y mi cara de pendejo como si estuviera borracho; aparte me ponen muy peleonero. Si ando rainol ―en referencia a Rohypnol, utilizado como anestésico en cirugías; también llamado la pastilla de la violación, por sus efectos sedantes y amnésicos que incapacita a una víctima para actuar y recordar lo sucedido― busco problemas porque todo me vale madres, todo. En una ocasión entre ocho policías no me podían subir a la patrulla; me salió mucha fuerza y no sentía los golpes.

Comencé en las drogas a los 14 años: marihuana, cristal, luego pastillas. Todo comenzó cuando mi mamá se separó de mi papá y se casó con mi padrastro que es borracho, cocainómano y jugador de conquián. Tiene dinero. Me golpeaba mucho. Una vez conté que me dio 47 chicotazos con un cable de la luz. Le pregunté por qué me pegaba tanto y me dijo que era para que nunca sufriera hambre. No supe qué me quiso decir, desde ahí me fui de casa y comencé a drogarme.

Publicidad

Juan Alonso, 26 años

Con el medicamento controlado haces todo aquello que reprimes en su momento, por vergüenza o miedo; te da por bailar, robar o enamorar a una muchacha. A mí me gusta la Fluoxetina ―antidepresivo― y la Paroxetina ―utilizada en trastornos de pánico, ansiedad, depresión― me ponen contento, feliz, cero depresión, adiós dolor. Si las tomo en exceso y las mezclo con alcohol o marihuana se me aguada el cuerpo. A veces me gusta mezclar en la jeringa unas gotas de clonaz con heroína y cristal: me pongo muy loco.

Todo empezó a los 12 años con un primo de mota y perico ―cigarro de marihuana espolvoreado con cocaína―. Luego le comencé a poner a las pastillas; para mí es muy fácil conseguirlas porque a mi papá se las recetan, está diagnosticado con esquizofrenia paranoide. Miraba que cuando no podía dormir o estaba de mal humor se tomaba una pastillita, y yo también las empecé a probar. Después cuando vio que era muy marihuano me dijo que quería que dejara de consumir mota y que me daría unas pastillas para que la dejara. Yo le contesté que nunca dejaría la mota, entonces, si seguía fumando y aparte me metía pingas me iban a dar ganas de levantarme con energía y me terminaría metiendo un pase de cocaína, o sea, de una me iría a otra. Al final me llevó con un psiquiatra que me dio Rivotril ―depresor del sistema nervioso central, contiene clonazepam―; nunca dejé la mota, ni la cocaína. Mi papá no sabía que tenía varios años robándole su medicamento.

Publicidad

Con las pingas se borra la memoria. Una vez, cuando tenía 18 años, traía dos cajas de Rivotril, llevaba 17 pastillas cuando perdí la memoria, es que tengo una tolerancia muy fuerte. Desperté en mi casa y tenía unas mochilas junto a mí, normalmente no robo. Apenas estaba abriendo los ojos cuando entró una amiga a mi cuarto y empezó a cachetearme y a decirme que por qué me había pasado de verga con su pareja. No sabía de que hablaba hasta que me platicó que le había pegado a su novio y a dos amigos de él. Se supone que los batos estaban haciendo un mural en la calle y yo llegué a tirarles el placazo de mi barrio, me les dejé ir y le pegué a los tres; aparte les quité carteras, celulares, mochilas y sus latas de aerosol. Pero no era todo, al novio lo mandé al hospital porque el bato me sacó un cuchillo y no sé cómo se lo quité y se lo encajé en la pierna. Te digo que ya no me acordaba de nada pero con lo que me dijo la morra me justifiqué diciéndole que si me buscan me encuentran. "¿Para qué me saca un cuchillo?, a la otra que la piense mejor", le dije a la morra.



Siempre digo que las pingas te borran la memoria y te dan valentía. Por eso cuando ando pingo me da malilla ―abstinencia― por tirar trompos [por pelearme]. Si es lunes, temprano, sé que los contras ―enemigos― andan trabajando y no me puedo agarrar a vergazos. Tengo un camarada que es karateca y boxeador, llego a su casa y le digo: "Sabes qué carnal, tengo un chingo de ganas de tirar trompos, ¿hay manera?". Y él me contesta: "Pues la neta no ando pingo, pero, arre". Y nos agarramos a vergazos y podemos terminar bien, o no, pero no hay pedo, al otro día nos volvemos a ver y le invito unas pingas, ¿cuál es el pedo?

Publicidad

Sí tengo que describir el efecto de las pingas diría que es una euforia total, adrenalina pura, me hacen sentir como Hulk. A veces, en la noche, me tomo una pinga para dormir y cuando menos lo pienso ya ando en la calle caminando y a todas las personas las miro chiquitas y orejonas.

Regularmente me tomo siete o 10 pingas diarias. Si fumé mucho cristal y no he cerrado los ojos en varios días y quiero dormirme sí o sí, me tomo una Olanzapina ―fármaco utilizado en trastornos de esquizofrenia, bipolaridad y ansiedad―, yo les digo tumba burros. Las rivotriles y las clonaz las uso para cualquier ocasión, una fiesta o trabajar. Cuando me engancho de la heroína y la quiero dejar agarro de estarme metiendo pingas, porque no son tan fuertes como la heroína inyectada pero me ayudan con la malilla, la hace más soportable.


"El Chuko", 42 años

Las pingas me ponen calmado, relax. En el mundo de las calles y las drogas decimos que dan para abajo porque te tumban. A mí me gustan las sustancias que me ponen calmado como la heroína. Uno de los efectos de las pastillas es que robas cosas porque piensas que nadie te mira, o sea, te da valentía, adrenalina, algo bien. Rivotriles, rainoles, clonazepames y diazepanes ―ansiolítico― son iguales, la única diferencia es que unas pegan más fuertes que otras. Rainol pega más, te pone a toda madre dependiendo de la cantidad, cada quien tiene su sistema, a uno les da para arriba, a otros para abajo, unos quieren robar, otros pelearse. Yo me pongo violento y luego no me acuerdo de nada.

Publicidad

He llegado a amanecer en mi cama golpeado, sin tenis, sin cartera y sin recordar qué pasó. Una vez me tomé unos rainoles y lo único que recuerdo es que me metí al barrio de una pandilla rival y les busqué pleito a todos, me creía Superman. Ya cuando se aclaró mi mente estaba en mi casa muy golpeado y mi familia me estaba curando. Cuando uno es drogadicto le roba a la familia —porque es lo más fácil y porque no te echan a la policía—, pero después te cierran las puertas y llega la soledad y uno se droga con más fuerza. Conseguir pastillas es fácil porque las dan los hospitales psiquiátricos y siempre hay manera de que a uno le receten unas, o siempre alguien tiene un familiar enfermo y uno se las roba y las vende a los amigos. Yo las compro en una tiendita de droga. Hoy se anda usando mucho el Tramadol ―medicamento para eliminar el dolor―porque no requieren receta y son baratas y te dan como para arriba.


Luis, 30 años

Comencé a meterme pingas a los 15 años con los amigos, lo mío son los rivotriles y las clonaz. Miraba que los de mi barrio traían feria y yo también quería andar robando y asaltando. Soy muy cochino con las pastillas, me tomo 20 diarias y se me desconectan los cables de la cabeza; en un rato estoy consciente y de pronto no sé lo que hago. Me arrepiento de asaltar, de robar o de herir en una pelea. Si quiero pelearme, agarrar valor y atentar y no quiero enfrentar las consecuencias de mi violencia me tomo unas pingas, me peleo casi diario por problemas del barrio.

Publicidad

Las pastillas me relajan, me ayudan a dejar de pensar en los problemas con mi familia, se me olvida que me dejaron mis hijos y mi esposa, aunque lo que más me deprime es que nunca conocí a mi padre biológico. Cuando tomo pingas me gusta dibujar a mis hermanos, a mis amigos o hago tatuajes. Las pingas son como la mota, te da para abajo pero mucho más. A mí en lo personal me han hecho alucinar. Una vez estaba muy pingo con mis camaradas alrededor de una fogata y comencé a ver que uno de ellos se inflaba y luego se desinflaba, la cabeza la tenía de tamaño normal pero con el cuerpo de araña, todo muy loco.

La adicción es divertida pero no del todo porque se me borra y olvido lo que hice. He despertado en mi casa y todo muy bien hasta que salgo al patio y veo un auto que me robé y no tengo ni idea de dónde. También he despertado con joyas, drogas y dinero que no es mío y, pues, termino en la cárcel. Cuando me da el síndrome de abstinencia por las pingas siento mucha ansiedad y lo único que puedo hacer es tomar café y comer dulces porque el azúcar me tranquiliza. En la familia me reprochan ser adicto porque me aíslo de ellos. Sé que con la pingas puedo morir, un compañero se murió por exceso de pingas, se tomó muchas y ya no despertó.


Julio Cesar, 24 años

A mí las clonazepam me ponen muy violento, puedo golpear a una persona y no darme cuenta del daño que estoy haciendo hasta que mis amigos me cuentan lo que hice. Tampoco me doy cuenta del daño que me hago a mí mismo, tengo marcas en las manos y en el pecho porque me quemo yo solo con cigarros prendidos y cuchillos al rojo vivo para sentir dolor.

Publicidad

Desde niño estuve medicado porque soy hiperactivo y tengo déficit de atención. Recuerdo que me daban unas pastillitas rositas que me ayudaban a concentrarme, pero en su momento me las quitaron porque me quedaba como tarado, no me movía, me hinchaba y comencé a engordar. Entonces me tuve que poner a hacer deporte: karate, patineta, patines, futbol.



Empecé con las pingas en tercero de secundaria porque me ayudaban a estudiar. Me levantaba en la mañana, me tomaba un café y una clonazepam y la cabeza me explotaba muy chingón, eso me ayudaba a pasar las materias. Cuando me tocaba exponer en clase, las clonaz me quitaban la pena, el nerviosismo, el temor y me gustaron porque me volví bueno para el estudio. Pero como toda droga, aunque sea legal, es mala. Del estudio pasé a andar de vago en la calle asaltando y robando a gente. Ya no me controlaba, hasta llegué a pelearme con mi mamá, nunca le puse una mano encima, pero si la empujé. Duré varios años estando todo los días, todo el día, pingo. Amanecía en mi casa con celulares, con tenis nuevos, con aparatos de aire acondicionado, bocinas, pero que no eran míos y nunca recordaba de dónde salían. Mi mamá me preguntaba dónde había obtenido las cosas y le contestaba que me las habían regalado. Luego las vendía.

Trato de no ser tan goloso con las pastillas porque me quedo dormido, no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor. Las clonaz son como la marihuana, pero más para abajo. Con decirte que he estado en cuatro centros de rehabilitación por pingo. Tres de esas cuatro veces he llegado al centro de rehabilitación dormido, o sea, me han sacado de mi cuarto totalmente dormido y cuando despierto ya estoy acostado en un cuarto del anexo.

Con las pingas sí me da hambre y como, aunque me adelgazan y demacran la cara. Lo bueno es que si no tomo muchas me pongo muy trabajador. He chambeado vendiendo tacos, lavando autos, vendiendo Bon Ice y de obrero en maquiladoras.