Cómo es crecer como lesbiana en provincia
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Cómo es crecer como lesbiana en provincia

Crecí en Tlaxcala​, que es una ciudad pequeñísima (por no decir pueblote). Además de compartir mi experiencia, recogí el testimonio de cinco mujeres más que no tienen nada en común más que su orientación sexual: son lesbianas o bisexuales.

¡Ah, la provincia! Esa palabra registrada en el diccionario de nuestro Imaginario Colectivo como sinónimo de "tranquilidad, bienestar y gente amable". Sin embargo, esa teoría de que todo es miel sobre hojuelas en el interior de la república mexicana es completamente falsa (sobre todo si eres mujer, que en nuestro país es todo un reto debido al machismo, al acoso, a los Porkys y sus versiones reloaded, al machismo, a la explotación sexual, a los feminicidios, a cualquier caso que caiga dentro la escala de violencia y su índice de severidad, a la impunidad y un etcétera sin fin). Y es peor si, además de ser mujer, te encuentras identificada con alguna letra de las siglas LGBTIQ+.

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Crecí en Tlaxcala, que es una ciudad pequeñísima (por no decir pueblote). Además de compartirles un poco mi experiencia, recogí el testimonio de cinco mujeres más que no tienen nada en común más que su orientación sexual: son lesbianas o bisexuales. Dos de los testimonios son de mujeres provenientes de Guadalajara y San Luis Potosí (donde hace un par de años realizaron un "magno exorcismo"), que suelen tener un catolicismo activo (no en vano Jalisco y San Luis Potosí fueron estados imprescindibles durante la Guerra Cristera). El resto de los testimonios son de localidades a una hora o dos de la ciudad de México. A pesar de su cercanía a la oficialmente conocida como Ciudad Amigable LGBTTTI, ser lesbiana o bisexual en Cuernavaca o Tlaxcala puede ser una vivencia en la merita sucursal mayor del infierno.

Al descubrir que nos gustan las mujeres, lo primero que vivimos la mayoría es un intenso miedo. E, una de mis mejores amigas que conozco desde el maternal, creció "rodeada de miedo porque no veías salida o información". Suele ser un tema intocable y "no puedes ir diciendo que me gusta la maestra u otra niña". Naces, creces, descubres que eres totalmente (o tantito) lencha y mueres. Es literal. La lesbofobia y la bifobia (y las consecuentes agresiones) siguen a la alza como el dólar. Si le sumas la represión sexual que dicen las malas lenguas que nos caracteriza a la población femenina, la tienes bien cabrona.
Yo considero que hay dos ejes que nos afectan sobremanera. El primero es el qué dirán  y el segundo es la invitación para hundirte en el "fuego eterno del Pecado Mortal" (así, con mayúsculas). Entonces, en el cruce de las coordenadas X y Y aparece un puntito que, a pesar de ser imperceptible, es dolorosamente real: ¿cómo diablos consigues a alguien del género femenino con quien probar las agridulces aguas?

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"Estúpida, mi reputación, idiota"

La provincia puede sufrir de un atraso de siglos… Pero eso sí, cuando se trata del chisme ese siempre está a la orden del día. B, de San Luis Potosí comenta que la misión de muchos "era hablar de la demás gente, de los mismos temas y si hacías algo, estabas en el centro del huracán. 'El qué dirán' era algo inculcado desde que tenías (uso de) razón, era una carga muy pesada y en mi casa la verdad es que se practicaba mucho (…) entonces era tener que hacer lo 'correcto': vestirte 'correctamente', peinarte 'adecuadamente' y a mí me costaba mucho trabajo".

A se dio cuenta que era lesbiana cuando se mudó de la Ciudad de México a Tlaxcala. En un entorno en el que ese rollo de los seis grados de separación realmente sucede, A sentía temor de vivir plenamente su sexualidad "y más teniendo un negocio en el centro, no faltaba quien le pasara el informe a mi familia de dónde y con quién andaba (…) además no faltaba que resultara que (esa persona) era pariente de algún conocido y oso que supieran qué onda". C de Cuernavaca relata que su "círculo social de amigas era muy convencional y mi familia pensaba en las cosas clásicas de cómo deben de ser unos hijos y la vida que deben llevar. A mis amigos no les importó, me apoyaron pero a mi familia les costó trabajo cambiar su forma de pensar y asimilar que las cosas pueden ser diferentes y creer que siendo las cosas diferentes igual puedes ser feliz y llevar una vida plena".

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La Señora Católica que todas conocemos

En mi caso, sentí una mayor represión cuando me cambiaron de una escuela de método Montessori a un colegio dirigido por una congregación religiosa supuestamente "al servicio de la educación con la niñez y juventud, mediante una promoción de la mujer para implicarla en la transformación social" (creo que la única transformación que viví ahí fue convertirme al ateísmo, ja). D, de Guadalajara señala que ésta es "una ciudad muy católica (o era cuando crecí). Fui a una primaria y secundaria privadas y católicas, así que nunca tuve ningún tipo de información acerca de sexualidad (…) toda mi 'niñez' creí ser 'heterosexual' porque era el único camino". En un plan escolar carente de educación sexual, piensas que la única opción es la heterosexualidad. B declara que, a pesar del peso del catolicismo, "sabía que había algo más que eso tan represivo, limitante, estructurado, religioso y de doble moral."

¿Dónde jugarán las niñas?

Estos dos factores que enlistamos anteriormente son de gran (si no es que total) influencia a la hora de conseguir alguien con quien jugar piedra, papel o tijeras. Tener una relación (aunque fuera platónica) con una mujer era parecido a al video de "All The Things She Said" de t.A.T.u. Sobre encontrar pareja en su terruño, B dice: "me imagino que sí por las normas sociales y religiosas que imperan. Es una sociedad de mucha doble moral. Juzgan mucho y discriminan más." E asegura que "tampoco tienes mucho de donde escoger o muchas están enclosetadas". En Tlaxcala, recuerdo que no había un espacio seguro para conocer a otras mujeres. El único antro gay estaba en una zona un poco pesada y, por supuesto, repleto de hombres. Algunas de nosotras tuvimos nuestra primera experiencia con amigas cercanas. También el papel del internet fue crucial. Ahí vimos nuestras primeras pelis (que tardaban años en descargarse y eran un dramón total como Lost and Delirious), leíamos fanfics femslash, compartíamos preguntas sobre cómo hacerlo con una chica en los foros de Starmedia y chateábamos con quien se nos cruzara por el Messenger o ICQ (grandes Cupidos de su tiempo). Después (de la terapia, de la adolescencia, de la epifanía o, seamos sinceras, del primer orgasmo con una mujer) te das cuenta de que no eres la versión humana del Chamuco y que todo, pero todo el mundo "tiene cola que le pisen" (eso ya lo sabes cuando te enteras de que el reputado y honorable señorcito con apellido rimbombante tiene casa grande y casas chiquitas o que tu prima, la siempre perfecta, tuvo un aborto).

¿Y ahora quién podrá ayudarnos?

La no discriminación se ve rebonita escrita sobre el papel pero en la práctica puede ser un descenso al averno. Cuando hablamos de los mecanismos de protección, solamente una de ellas, E, que es abogada, supo responder con claridad y, lamentablemente, con un gran pero si acudes a las instancias respectivas: "hasta se ríen de ti porque es un tema de polémica que va a dar al periódico y sales más discriminada". La discriminación y la intolerancia son una cuestión diaria. Por ejemplo, A dice que todavía tiene reservas a mostrarse tal cual debido a que "en dos ocasiones, una en compañía de una expareja, nos siguieron y nos gritaron machorras y otra con amigas, entonces me reservo por miedo o por no meter en líos a mi familia". A pesar de la existencia de leyes y mecanismos de protección, D apunta: "no tengo ni idea de instituciones que protejan o a dónde acudir". B añade que "no hay apoyo gubernamental ni social. Por lo tanto, hay cero políticas públicas que vean por los derechos de la población LGBT." D, quien vive en Londres con su actual pareja, afirma: "aún tengo miedo pero en México". C, que ahora vive en la ciudad de México, reconoce que "afortunadamente al día de hoy ya no tengo ese miedo. Pero igual el miedo actual es lo que llegas a ver en las noticias de gente intolerante, por ejemplo que golpean a gays en antros sólo por el hecho de ser gays o ir de la mano de su pareja por la calle".

Ser lesbiana (o bisexual, demisexual, pansexual y etcétera en el espectro de la orientación sexual) suele representar un pase directo y doble a la invisibilidad. No te toman en cuenta en la publicidad (bueno, apenitas salimos en un comercial); tampoco en las cifras oficiales de asesinatos por homofobia (en el que los asesinatos de lesbianas y bisexuales suelen ser presentados como feminicidios). Ojo: tampoco se trata de victimizarnos pero la visibilidad siempre, siempre es importante para no seguir reproduciendo las dañinas estructuras de un orden social establecido que suele ser inequitativo y excluyente.  Es decir, está de la verga y esa no es nuestra palabra favorita precisamente.