“Lo que más apesta son las vísceras”: Diez preguntas a un taxidermista
Fotografías cortesía de José Alberto Herrera.

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“Lo que más apesta son las vísceras”: Diez preguntas a un taxidermista

El proceso animal de devolverle una ilusoria y eterna libertad a cambio de sus vísceras.

Conocí a José Alberto Herrera hace cinco años en Tehuacán, Puebla, la ciudad natal del agua mineral más popular de México. Fue mi primera amistad en esa latitud y una de las cosas que más me llamó la atención sobre él fue su práctica profesional: aunque siempre inquietaron mis nervios varias partes del proceso, la frivolidad ante la muerte y los olores, el oficio de Alberto me seguía atrayendo de varias formas.

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La existencia de la taxidermia se justifica de diferentes maneras, principalmente como una práctica artística que expone, documenta y conserva animales después de morir. La ejecución de esta disciplina ha sido históricamente considerada como un ejercicio cercano al de las artes plásticas, debido a los conocimientos implementados como anatomía, escultura, pintado y disección.

Uno de los aspectos que más trabajo me costaba digerir del oficio de Alberto era imaginar de dónde salían sus animales y cómo transformaba un cadáver en escultura, para devolverle una existencia ilusoria al animal a cambio de sus entrañas y una ilusión fetichosa a sus comisarios.

Le hice diez preguntas a Alberto para conocer más de su vida cotidiana.


VICE: En síntesis, ¿Cuál es el proceso?
José Alberto: Normalmente los clientes mandan la piel congelada o salada. Si es un animal que muere en la región o en algún zoológico cercano, lo mandan completo y nosotros hacemos todo el proceso de desolle, curtido y montaje.

Después, con una máquina rebajamos la piel y la metemos en los químicos que la curten. Durante este periodo hablamos con los clientes para ver en qué posición y de qué forma quieren su escultura, dependiendo de esta última parte usamos moldes o la esculpimos desde cero.

¿Has convivido con alguno de los animales que has trabajado?
Sí, con varios. Es más difícil y duro; el proceso de desollar, o de la copinada, como lo llamamos aquí —quitar la piel—, se vuelve emocionalmente complicado. Después de esa parte visceral no hay tanto problema.

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¿Disecarías a tu mascota?
Cuando me llevan mascotas: perros, gatos o aves, lo hago, pero yo no podría hacer a mis propios perros; convives mucho con ellos. Si es de alguien más, no tengo problema. Si es mío, no me aviento.

¿Disecarías a un humano?
Si hubiera algún permiso o vía legal de hacerlo, lo haría. El método no sé si sería el mismo; habría que investigar, aunque históricamente ha habido procesos de conservación humana muy exitosos, como en el caso de la momificación en diferentes culturas.

Si alguien me dijera: “yo quiero que se haga esto conmigo” o si lo pusiera en su testamento, podría intentarlo. Sería duro, pero si lo haría.

¿Has tenido fantasías sexuales con tu profesión?
No. Tampoco pesadillas.

¿Cuál ha sido el animal que más te ha emocionado trabajar?
Un oso que llegó de Alaska, porque la persona que hizo el proceso de curtido es uno de los más importantes de todos los tiempos en el universo de la taxidermia, y gracias a que trabajamos la misma pieza pudimos construir una buena amistad. Hoy en día, laboralmente, me da muy buenos consejos, él tenía un programa de televisión que se llamaba Alaska Salvaje, su nombre es Russell Knight.

¿Te gustaría que te disecaran?
Sí, aunque si alguien quisiera disecarme, me gustaría que fuera yo mismo. Algo imposible.

¿De dónde te buscan para hacer tu trabajo?
Me llegan animales de todo el mundo, lo más lejos ha sido de África. También me llegan muchos animales de zoológicos y de algunas personas que se dedican a la cacería.

Proceso de copinado.

¿Qué es lo que más feo huele?
Lo que más apesta son las vísceras, por eso es lo primero que sacamos, la bolsa intestinal. Si por error llegas a pinchar la bolsa de los órganos, tendrás una muy mala experiencia.

¿Qué harías si no fueras taxidermista?
Quizás algo relacionado con gastronomía o física.