Así son los amores diversos en la Ciudad de México

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Amores Diversos

Así son los amores diversos en la Ciudad de México

La historia de una pareja trans poliamorosa, una relación de tres personas pansexuales, y dos hombres y una mujer que descubrieron el poliamor.

Una pareja trans poliamorosa

Su encuentro fue una coincidencia, en un lugar inesperado: una feria de diversidad sexual, en Ecatepec, Estado de México. A la primera, coincidieron en pocas cosas: Arely vive en el poniente de la capital mexicana y Jann Sánchez en el sureste. Ella no se involucra en las actividades de la comunidad LGBT+, pero él ha sido activista a favor de los derechos de la diversidad. Arely inició su transición de varón a mujer trans hace cinco años. Jann, al contrario, siempre mostró un rol masculino, aunque los demás afirmaban que era niña.

Arely es delgada y Jann robusto. Ambos son de tez morena y de estatura media. Ocupan los asientos delanteros del taxi que Arely conduce. "Estudié programación analística, pero soy ruletera porque para una mujer trans es difícil encontrar empleo", expone. Cuentan que asistieron a esa feria porque faltaba personal y una participante del evento, amiga en común, les solicitó ayuda.

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Era una tarde sabatina de octubre de 2015 y al segundo congeniaron. De las bromas saltaron a la charla personal y Jann le confió que concluía una fallida relación, que la estaba pasando mal: de pronto nacía una inmensa confianza de hablar de sí mismo, pero jamás imaginó relacionarse con una mujer trans. A Arely le pasó igual: había salido con hombres y mujeres cisgénero, con otras chicas trans, pero no con un hombre transexual. Las cero poses incitaron a que la buena charla se extendiera en el camino de regreso.

Sin pretensiones, intercambiaron teléfonos y, a los pocos días, se reunieron de nuevo, en una celebración familiar de Arely. Y sucedió lo que pasa cuando salen dos personas que se caen bien: surgió complicidad, un vínculo. No ambicionaban enamorarse, pero les ganó la curiosidad de saber más sobre sus vidas. "No me importó su condición de mujer trans. Mi relación pasada había sido tormentosa y mi plan no era iniciar otra", afirma Jann, comerciante de 36 años. "Sin pretenderlo, nuestras familias se conocieron. Nos veíamos y conversábamos mucho. El siguiente diciembre la pasé en su casa y de ahí ya no paramos", complementa Arely, de 41.

Si algo los seduce, es visitar taquerías y otros locales callejeros de alimento: durante varias semanas se dedicaron a explorar las varias opciones de sus respectivos barrios. Se veían cuando podían y el tiempo hizo lo suyo: a los cuatro meses la relación se formalizó. Ahora estaban juntos un hombre trans heterosexual y una mujer trans bisexual. "Nos ayuda mucho hablar con la verdad. Cuando alguien más nos gusta, lo compartimos. No reprimimos nuestra sexualidad y eso nos funciona", explica Jann. "Él es muy mujeriego, coqueto, pero no lo oculta. Siempre me dice cuando le gusta otra mujer . 'Adelante', le digo, porque yo, a veces, también soy así. Podemos andar con otras personas pero sin afectar nuestra relación. A veces me dan celos cuando es muy atento con alguien más. Pero lo hablamos. Así nos conocimos y así nos aceptamos", agrega Arely.

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Jann sostiene desde hace una década una relación estable con una mujer cisgénero de 31 años. Ella y Arely se conocen y mantienen un trato cordial, respetuoso. "Quizá somos amigas por la circunstancia", analiza Arely, "pero sería incómodo no llevarnos bien, siempre charlamos. Pienso que, por tener alguna relación, no dejamos de ser individuales. Esa es la diferencia".

La primera mujer importante en la vida de Jann era transexual y ella misma le presentó la palabra trans. "Nunca me interesó que las mujeres me vieran como a una novia y aquella trans me mostró todo lo que tenía en mano. Me hizo ver que yo era un hombre trans. Le puso definición a lo que yo ya sabía", recuerda Jann, quien estudió música y artes marciales. En el campo, su familia no tuvo problema con su comportamiento de niño, pero asumió su identidad de género cuando se fue de Oaxaca y se instaló en la Ciudad de México, a los 18 años.

Quería más información sobre lo que había descubierto y en provincia sólo se hablaba de las personas gay. En la capital era distinto. Ahora su reto era trabajar, estudiar, esforzarse al doble que todos los días: su apariencia no coincidía con su documentación y eso, a veces, era un problema. "Comencé a hormonarme por mi cuenta y dejé de hacerlo por temporadas. Llegó un punto en que ya no lo necesitaba. Me decían que tenía la apariencia de niño y eso bastaba. Ahora ya cambié mi nombre en el registro civil. Paso como hombre pero, conforme creces, llega un momento en que no puedes ocultar los cambios. El cuerpo pide la hormona".

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Arely siempre vivió por el rumbo de Tacubaya y, desde los cinco años, supo que era diferente. Pero no se atrevió a confesarse: la poca información que encontró decía que una persona como ella era considerada enferma mental, depravada. Ocultó su yo real y, a los 19 años, se casó con una mujer, con quien vivió más de tres lustros. "Desde el inicio le conté quién era, que me gustaba sentirme mujer. Ella lo entendió, pero nos separamos hace cinco años por otros motivos. Yo estaba mucho más informada, ya sabía que era una mujer trans y meses después del divorcio inicié mi transición. Ya no tenía que cumplir con el papel de hombre proveedor".

Arely trabajaba en seguridad privada. Avisó sobre su cambio y no hubo problema. En su casa sí: sus papás no entendieron que, ahora, su único hijo quisiera ser mujer. Pero fue pasajero, ahora vive con ellos. Los vecinos y amigos se confundieron: toda la vida la llamaron Alejandro, la conocieron en su papel de hombre casado, divorciado y después… mujer. Pero a todo se acopla la gente, comprueba Arely. Ahora le dicen Ale y saben que desde hace dos años cambió de manera legal su nombre: Arely Alejandra. El segundo nombre, fue una petición de sus papás, para que algo quedara de su vida pasada.

"Al principio pensé que para Jann yo sólo representaba una fantasía. Muchos hombres no andan con trans por asunto social, por el miedo a las burlas. Alguna vez tuve una pareja, un hombre cisgénero, pero él nunca tuvo el valor de asumirlo. Era una relación clandestina. Aunque yo no transité a mujer para estar con hombres, o tener pareja. Lo hice porque era mi felicidad. Pero mira, sin querer encontré a un valiente", ironiza Arely.

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En la relación ella asume el rol femenino social y Jann el masculino, pero es una especie de juego: no escapan de ciertas herencias culturales (Jann es "caballeroso, atento" y a veces se aferra a llevar a Arely a su casa "porque es mujer y corre peligro"), pero últimamente se han relajado: Arely soluciona los problemas mecánicos de los vehículos de ambos y Jann cocina. "No somos tan estrictos en cuanto a los roles, depende del momento. Yo le he dicho que cuando estemos con mi abuela, me atienda, porque eso quiere ver mi familia. A veces quieres reafirmarte como hombre y replicas ciertos comportamientos, machismo. Pero en la vida en general, dividimos las obligaciones, balanceamos", explica Jann.

Arely secunda: "Yo no puedo exterminar ciertos comportamientos considerados de hombre. El otro día me agarré a golpes con un tipo por un problema de tránsito. Muchos años de mi vida intenté escapar de mí. Ingresé a escuelas militares, fui escolta, según yo para ratificarme como hombre. Tras 36 años de actuar ese papel, es difícil desligarte". Jann sabe que, con o sin hormonas, la familia "te construye ideas. Las mujeres tienen permiso de mostrar sentimientos, por ejemplo. En mi caso, me dicen: 'querías ser hombre, ahora chíngate, arregla esto, arregla aquello'. Entendemos cómo funciona el género en la sociedad y por eso nuestra relación siempre se nivela en cuestión de roles".

Además de pareja, Arely y Jann son excelentes amigos: charlan, discuten cualquier situación, no importa si requiere tiempo. "Eso afianza la relación", dice Arely. "Podríamos casarnos, aunque a la sociedad le extrañe que dos personas con nuestras características estén juntas. Arely no tiene mucho apetito sexual, yo sí. No es problema, hay muchas cosas que hacer, conocer. Charlar sobre tu vida, el entorno, el país, el planeta. Quizá nos falta un hijo", avienta Jann y afirma que no lo conflictúa la idea de embarazarse. "No me veía así, hasta que comencé una relación con ella", asevera. Arely respira hondo. Un bebé no es su prioridad, pero no descarta que podrían convertirse en, probablemente, la primera pareja trans mexicana que decide procrear.

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Jann y Arely van al cine y de compras al Centro Histórico. Su conocimiento sobre establecimientos callejeros de alimentos es tan vasto, que planean crear un blog sobre el tema. A veces el trabajo y las obligaciones no les permiten verse más de una vez a la semana, pero la comunicación es diaria. Es mejor que cada uno viva en su respectiva casa y, cuando el tiempo es menos inflexible, se regalan más de dos días seguidos de convivencia. "Vemos qué nos hace falta. Nos involucramos en todo, todo. Y aquí estamos, felices de habernos encontrado".

Somos pansexuales, somos personas

Aquí están los tres: Gabriela, una mujer cisgénero de 34 años, embarazada de cuatro meses. Daniel, un joven trans de 25, en transición a género no-binario. Julieta, una mujer trans de 26. En una de las habitaciones de la casa en la colonia Euzkadi, al noroeste de la Ciudad de México, cuentan que comparten varias cosas: sostienen una relación emocional y sexual, y son pansexuales y poliamorosos. Un montonal de etiquetas podrían describirlos, o explicar su desenvolvimiento, pero prefieren leerse con una palabra: ante todo, dicen, son personas.

"Me parece que existe más información sobre orientaciones sexuales que de identidades sexuales. La gente cree que una chica trans es un hombre gay muy afeminado, tanto, que se convierte en mujer y, por ello, le gustan los hombres", expone Gabriela, una mujer de cejas pobladas que fantasea con sostener sexo con un hombre, pero percibiéndose también en un rol masculino. Explica: "La pansexualidad no es sólo una orientación sexual que define con quién te involucras sexual y emocionalmente. Yo soy una mujer cisgénero y si me oyen decir que mi fantasía es ser leída como hombre, dirán que quiero ser uno, pero no. Simplemente, ya no me adapto totalmente a lo cisgénero. Prefiero decir que soy una persona que puede involucrarse con otras personas. Y eso significa haber renunciado a varias situaciones de género. La ropa, por ejemplo. Así entendemos la pansexualidad".

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Continúa Julieta, una mujer alta y de melena tupida: "Ser pansexual es cuestionar el hecho de que te atraen las personas a partir de un género, por lo que creemos que debe ser una mujer o un hombre. Es dejar de lado eso. Es ver a los demás como personas". Cuando Daniel transicionó de mujer a hombre, pensaba que le atraían las mujeres, pero después se enteró que también le gustaban los hombres: "Así que podríamos decir que soy un chico trans gay. Es decir, si me pongo a clasificar, soy una bola gigante de nombres. Pero el punto es que me gusta de todo", explica el joven robusto que salió del closet en varias ocasiones: como lesbiana, bisexual, hombre trans, gay y ahora como pansexual y poliamoroso. En septiembre próximo se cumplen cuatro años del inicio de su transición, y apenas hace unos meses descubrió su pansexualidad.

Gabriela, Julieta y Daniel hablan con soltura, relajados. Pero esta seguridad en sus palabras, libres de pretensión o tufo académico, es resultado de años de procesos, varios de ellos pesados y dolorosos.

Hace cinco años, Gabriela y Daniel se conocieron en la marcha del orgullo LGBT+ de la Ciudad de México, cuando él todavía se asumía como una mujer lesbiana. La amistad comenzó. Al siguiente año, Gabriela y Julieta hablaron por primera vez en el mismo evento y Gabriela invitó a la joven trans a un taller sobre derechos humanos. Otra relación amistosa comenzó. Gabriela festejó su cumpleaños en casa y, como Julieta observó que la residencia era amplia, aprovechó el momento para solicitar que le rentara un cuarto.

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Julieta y Daniel, híperconfundido aún sobre su identidad de género, se conocieron en la celebración y empezaron a salir. Julieta ya era una mujer trans asumida desde los 21 años. "Nunca me consideré gay", cuenta, "cuando salí del closet como trans, mi familia me corrió de casa, donde había todo tipo de enciclopedias en las que encontré el término que me definía, desde la adolescencia. Pero no dije nada, intenté ser niño y eso me trajo depresión, el quiebre de mi vida académica y drogas. No era feliz". El estado depresivo se esfumó cuando se reconoció como mujer trans. "Antes acudí a psicoterapia, ya después comencé un tratamiento en la clínica Condesa, donde el medicamento es gratuito". En aquellos años se alojó en casa de algunos amigos, entre ellos una amiga poliamorosa, quien la introdujo a esa otra manera de relacionarse con las personas.

Cuando Daniel y Julieta iniciaron una relación, él le contó que quería portar ropa de hombre y ella sospechó cuál era su verdadera identidad. Un día le mostró un video sobre la vida de un chico transexual. Daniel echó a llorar. Ese mismo era su caso. "Mi familia es muy tradicional y católica. Me daba mucho miedo, aunque ahora mi mamá ya lo entiende", cuenta Daniel.
En ese proceso, la relación se intensificó pero se rompió antes de llegar a los dos meses. Julieta quería poner en práctica lo que había aprendido sobre poliamor, pero aún la dominaba la inseguridad: Daniel era una persona sociable y temía que se cansara de la relación. Prefirió decirle adiós. Él, por su parte, aunque sostenía otras relaciones sexuales, también estaba empeñado en una relación monógama. Al mismo tiempo, Gabriela tenía sexo con otras personas, pero su novia, con quien vivía, no estaba de acuerdo: "Los tres queríamos algo estable, pero eso lo confundíamos con monogamia. Daniel y Julieta entraron a una situación como la mía, de inseguridad y violencia", comparte la mujer.

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***

Daniel y Julieta se distanciaron. La amistad de Julieta y Gabriela se fortaleció cuando la segunda sostenía una relación estrecha, pero muy complicada, con su pareja de entonces. "Con mis ex, formé triejas, en las que nadie más podía entrar. Había celos, no era bueno", cuenta Gabriela, "nadie me había dicho que el poliamor estaba bien, que es posible. Aunque si no tienes orientación e información para desbaratar las ideas de la monogamia, sale mal. Julieta fue quien me dijo que mi forma de pensar no tenía nada malo. Además, mis ex no valoraban mi trabajo en derecho humanos, Julieta sí. Ella me validó. Lo que no me dieron 10 años de relaciones, Julieta me lo dio en uno".

La relación emocional comenzó y, al poco tiempo, la sexual. Gabriela mantenía su otra relación, pero siempre salía a flote el tema de la trieja exclusiva. Prefirió alejarse, fortalecer el vínculo con Julieta. Daniel, entonces, ya salía con un hombre cisgénero, a quien advirtió que era poliamoroso. No funcionó. Pretendieron ser monógamos, pese a que Daniel no estaba de acuerdo con la idea. Intentaron triejas… y no, no salían bien las cosas.

Al comenzar su transición a hombre, una de sus etapas consistió en alejarse de las mujeres, de Gabriela y Julieta. Pero con el tiempo las buscó de nuevo, cuando no le iba como esperaba en su relación con el chico cisgénero que, con sus altibajos, hoy ya cuenta tres años. Cierto día, cuando Julieta y Gabriela celebraban más de un año afectivo, Daniel les confesó que quería involucrarse con ambas de manera emocional. Ellas aceptaron la propuesta. Daniel dice que, "más que la idea de ser un chico trans, ahora me gusta pensarme como un no-binario. Lo trabajo desde hace meses y prefiero que me digan Dani".

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"Somos una relación abierta, existe un vínculo entre nosotros, pero no hay exclusividad, podemos involucrarnos con otras personas, emocional y sexualmente, cosa que no pasa con las triejas", explican. Hace cinco meses, Gabriela se embarazó, muy probablemente de Julieta. "Yo no debería ser fértil, pero llevo un año sin hormonas, hay posibilidad. De todas formas, es lo de menos, lo importante será relacionarnos y asumir esa maternidad-paternidad", señala la mujer trans. "Lo platicaron conmigo y deseo asumir una de las paternidades del bebé. Por eso, ahora quiero pasar más tiempo con ellas", indica Dani, quien las visita, de manera fija, los jueves, y a veces los fines de semana, depende de los tiempos.

La comunicación entre los tres es constante porque administran en Facebook el grupo Poliamores Ciudad de México. "Estamos al pendiente de la convivencia en las redes, en el grupo de Whatsapp. Tratamos de reunirnos, ver películas sobre el tema", cuenta Gabriela.
Daniel estudia comunicación y cultura en la UACM e inició un negocio de conservas y mermeladas. Julieta es ilustradora, ayuda a Daniel a promocionarse y se desempeña como niñera y recepcionista en un consultorio de psicólogos. Gabriela, quien estudió comunicación, por ahora no trabaja, pero es masajista. Los tres planean fundar una asociación civil que efectúe talleres sobre género y prevención de la violencia.

En el sofá de su casa en la Euzkadi, exponen qué significa para ellos el poliamor. Daniel dice que es una forma de vida que otorga libertad: "Es político vivir así. Es salir de la convención de la pareja". Julieta añade: "Es una parte fundamental en mi vida, quizá más importante que mi lado trans y pansexual. Es una elección, que no cualquiera se atreve a asumir. Implica no sólo cambiar tu manera de relacionarte, sino hacerte responsable de ti. Nadie tiene obligación contigo, la gente se puede ir cuando quiera. Los vínculos se forman a partir de un amor y cariño real, no por la necesidad del otro".

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"El poliamor per se es un reto que uno escoge para conseguir autonomía", finaliza Gabriela, "en el sentido de manejar emociones, espacios, tiempos en las relaciones con las otras personas. Ser poliamoroso implica trabajar estos contextos. Si haces eso, creas un cambio contigo y con quienes te relacionas. Amas a la gente porque compartes. Yo amo a Daniel y a Julieta por esa razón".

Fotos cortesía de Soren, Julio y Tonatiuh.

Descubrieron el poliamor o el poliamor los encontró

En la sofá descansan Soren, Julio César y Tonatiuh. Relajados, cuentan que desde hace un año existe un vínculo entre los tres, cuando Soren comenzó un noviazgo con Julio. Y sucedió, en el caso de cada uno, tras varias decepciones, duelos, rupturas y, sobre todo, presumen, luego de aprender y aceptar diversas opciones de relacionarse.

Soren y Tona empezaron a salir cuando estudiaban la universidad. Fueron novios tres años, decidieron vivir juntos y tiempo después se casaron. El primer lustro bajo la misma casa, fueron monógamos. Eso habían aprendido y no lo cuestionaban, pero ya habían roto con ciertos roles de género: ella trabajaba y él se ocupaba de la casa. Cuando iniciaron juntos la maestría, Soren se reencontró con un ex y tuvieron sexo. No pudo con la culpa y se lo contó a Tona. Él se decepcionó, no esperaba una confesión así y la echó de casa. Pero ella nunca se fue. Le explicó que su única ambición era sexual, que lo amaba como siempre. En la prepa, Soren ya anhelaba salir con dos hombres.

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Una amiga del posgrado les contó que en Francia la figura del amante estaba normalizada y Tona comenzó a cuestionarse. "Entré en caos. Me di cuenta de que Soren y yo seguíamos bien, pero no me gustaba que estuviera con alguien más", recuerda. "Salgo con otra persona, pero, ¿en qué cambió nuestra relación?", cuestionó entonces Soren. "Me esforcé para que todo siguiera como siempre y, a nivel sexual, mejoramos", comenta la mujer. El conflicto y los celos permanecieron en la cabeza de Tona tres años, mientras intentaba comprender que existían otras formas de involucrarse y que Soren tenía razón: su relación no se había modificado.

Tona no salía con alguien más, pensaba que no era correcto. Soren seguía viendo al ex, pero sentía remordimientos. "Me decía: 'soy una mala mujer'", dice ahora, sin contener una risotada. La pareja compartía con sus amigos la nueva etapa de su relación. En la maestría todos aseguraban que pronto quebrarían. Pero no pasó. La confusión llevó a Tona a buscar información sobre relaciones abiertas, infidelidad, posesión y machismo. "Me ayudó la teoría. Entendí que no estaba mal, que había otras opciones. Cambié la idea de tener control, eso es lo que provoca sentimientos como los celos, los cuales desaparecieron. Pero al principio, aunque Soren decía que yo podía hacer lo mismo, no tenía interés, quizá pensaba que sería conflictivo", señala.

Sus amistades opinaban que la situación no era pareja, pues Soren se involucró de manera sentimental con su viejo amor. "Soren mantuvo otras relaciones, unas cinco, en distintos momentos. Cortaba y se sentía mal, yo igual. Ella quería presentármelos, pero ellos no querían saber nada de mí. Soren les contaba la situación y decían: 'No, yo te quiero toda para mí. No me late que estés casada'. Terminaban", cuenta Tona.

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Cuando Soren avisaba a un nuevo novio sus intenciones de relacionarse con dos personas, notaba que el comportamiento cambiaba. "Ya sólo querían sexo, no involucrarse emocionalmente. Uno de ellos sí conoció a Tona. Nos vinculamos los tres, pero después se empezó a alejar porque quería a una sola persona. Y nos quedamos con las ganas de buscar a alguien que no tuviera problema", relata Soren.

Exploraron en internet y encontraron el ámbito swinger. Disfrutaron las relaciones sexuales pero comprendieron que no sólo ambicionaban eso. "Queríamos formar amistad y pocos se prestan para eso, sólo es lo sexual. Se arman fiestas, reuniones. La costumbre es que los hombres son heterosexuales y las mujeres bisexuales. Hay una onda machista, se ve a la mujer, a veces, como un objeto, aunque algunas también están empoderadas", cuenta Soren. Tras dos años se desencantaron: sólo fue posible crear un vínculo con otra pareja, pero muy pocas veces coincidieron. Como sea, gracias a ese ambiente conocieron otro mundo. En un sitio web de swinger se anunciaban eventos de poliamor: reuniones, cine-debates: películas en donde algún personaje sostuviera dos relaciones simultáneas. Vicky Cristina Barcelona, por ejemplo. Perdieron la pista pero una pareja les compartió el teléfono de Julio César, uno de los organizadores de ese grupo poliamoroso.

***

La mayor parte de su vida, Julio César fue monógamo. Creció con esa idea y defendía la fidelidad. "Para mí era un atentado a las emociones", dice. Estuvo en una relación estable desde los 21 años. "Mi pareja tuvo sexo con otro hombre. Nos dejamos de ver y después nos encontramos de nuevo, aunque yo no procesaba el asunto del engaño. Volvimos a vivir juntos, pero yo seguía pensando que me iba a lastimar de nuevo. Eso lo jodió todo y nos separamos en malos términos. Según yo, me había hecho lo peor de mi vida".

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Julio estaba desolado y eso lo llevó a cuestionarse. Se preguntaba qué había hecho mal: "Primero le eché la culpa a ella, pero me di cuenta de que había opciones que no vi antes. Tenía necesidad de socializar e ingresé a grupos de Yahoo. En uno llegó un correo que anunciaba un programa de radioweb donde hablarían de poliamor. Después formé parte de un grupo que se llamaba Poliamor en México, y me pregunté si de verdad se podía amar a más de una persona. Yo no había podido con una infidelidad… pero de pronto sentía que me estaba quitando una venda que nunca elegí cargar". Su visión se amplió y ahora enfrentaba el reto de aterrizar un nuevo conocimiento y paradigma: el poliamor.

Las respuestas llegaron. Desechó las ideas que aprendió sobre monogamia: "Descubrí que había más opciones y me sentí embaucado: me habían metido a un lugar que yo ya no quería. No sabía a quién responsabilizar, pero sentí más libertad, gracias a las conversaciones en el grupo en internet". En 2008, los integrantes plantearon la idea de una reunión. Ese día, hablaron sobre sus vidas, los celos, la monogamia, de la idea de pertenecer a la pareja. Aún no había mucho que decir sobre el poliamor. Después, colectivos de personas interesadas en el tema, invitaron al grupo a hablar de la propuesta.

"Yo, aún no asumía saber mucho de poliamor pero me aventé para aprender y hablar de algo que aún me dolía mucho, pues pasé por un duelo largo, largo. En el proceso, me brincó la idea de que todos asumimos que tenemos la misma idea sobre el amor, pero no sabemos nombrar qué es. Nadie habla de eso. Así, ¿cómo vamos a asumir relaciones amorosas?", cuestiona Julio.

Las reuniones se celebraron: talleres, algunas conferencias. Surgió el Colectivo Poliamor en México, se creó un perfil en Facebook y el debate se intensificó. Eso ayudó a Julio a aterrizar conceptos y aplicarlos a su vida: "Al principio se hablaba de que el poliamor era tener una habilidad. Sonada a un oficio y se banalizaba. Yo lo terminé viendo como una decisión, una postura ética. Hay que hacer ese trabajo emocional, porque implica que te duelan cosas que no quieres ver. Y debes aceptarlo. Fue una liberación ver esas alternativas y me entusiasmé con cómo serían mis siguientes relaciones".

Soren y Tona ingresaron al grupo de poliamor en Whatsapp que administraba Julio César y donde había unos 80 miembros. Otro día se efectuó una reunión en casa de la pareja y se conocieron en vivo, en septiembre de 2015. Los tres se reunieron más tarde para definir la creación de un taller. Esa vez, Soren fantaseó con la idea de salir con ambos. Ella también le gustó a Julio pero ninguno habló, hasta que en un chat de Whatsapp él le comentó que había pensado salir con algunas mujeres, pero ninguna había concretado la cita. "Yo sí saldría contigo", propuso Soren.

Julio concluía una relación. Ya había salido con mujeres a quienes presentaba el poliamor: si ellas querían, podían conocer a otras personas, crear vínculos y relacionarse sexual y emocionalmente. Él también tenía ese derecho y no había problema. No lo comprendieron y Julio siguió su camino. Aceptó la invitación de Soren y, el día de la cita, ambos contaron sus respectivas historias. Ella imaginó que nada iba a suceder, pero cuando Julio le dijo que estaba interesado en establecer un vínculo amoroso, no podía creerlo. Tras varias decepciones amorosas, de hombres que huían en cuanto conocían a Tona, Soren buscaba eso. Un día lo llevó a casa. Julio y Tona ya se conocían, así que no hubo necesidad de presentación, pero, entusiasmada, Soren avisó a su esposo que ya había iniciado una nueva relación, cuyo primer aniversario se celebró en febrero pasado.

"Fue mejor salir con alguien del grupo, porque ya no había que explicar el poliamor. Ahora, busco tiempo para estar con Tona, o con Julio, o con los dos. Normalmente los fines de semana nos vemos los tres. Entre semana, algunas veces veo a Julio. A Tona lo veo más porque trabajamos en casa", explica Soren. Él vínculo entre los dos hombres es ella, pero aceptan que, tras la convivencia, ha surgido una amistad. "Algo básico para la buena convivencia, y no entrar en situaciones de competencia, es empatar. Por el grupo de poliamor convivimos mucho o vamos al cine juntos. La relación es bastante buena", indica Julio.

Sus amistades lo han entendido, por fin. Un amigo estuvo en shock algunos meses, pero ya comprendió que Soren y Tona no van a terminar.

Tona prefería que su familia no se enterara: "Son religiosos. De todas formas, no nos escondemos. Una vez vinieron mis papás a la casa cuando estaba Julio y prefirieron irse. Luego les dije que era un acuerdo". Los papás de Soren no tienen problema. Antes de que falleciera, Julio explicó a su mamá su nueva forma de ver la vida, pero piensa que ella se quedó con la idea de que el poliamor es infidelidad.

También se piensa que un poliamoroso es promiscuo, y no, expone Julio: "Esto se trata de que tú decides aceptar la libertad de las personas de vincularse con más de una persona, pero un poliamoroso no siempre tiene dos parejas. Además, el poliamor se trata de más cosas. En las reuniones debatimos temas que, a primera vista, parecieran ajenos. Por ejemplo, si hablas del poder que se establece en las relaciones, puedes cuestionar la estructura del matrimonio y luego la del Estado, y, por lo tanto, la patriarcal, social y política". Tona interviene: "Aunque explicas, la gente afirma que sólo queremos algo sexual, que no nos comprometemos y justo es lo contrario. Esto se trata de cuestionar lo impuesto para que después decidas qué hacer, pero en libertad, por convicción propia. Es político y espiritual". Soren agrega: "Puede ser doloroso porque rompes con ideas inculcadas. Creo que es para valientes".

El deseo de Soren es vivir con dos hombres. Tona, quien ahora sostiene una relación con otra mujer, no está seguro: la convivencia diaria podría ser complicada. Julio no se preocupa mucho por el futuro, deja que las cosas fluyan. En vacaciones, los visita algunos días. Duermen en la misma cama, pero no arman tríos sexuales.

Al final, Julio César cuenta que, en su papel de administrador del perfil en Facebook de Poliamor en México, observa que sí, las nuevas generaciones cuentan con más información, "pero tienen los mismo referentes culturales. Repiten patrones. Todo lo fomenta: la tv, revistas. Hay apertura en la idea de la sexualidad, pero el amor no deja de ser un concepto sagrado que creemos único. El amor no se cuestiona, como la idea de dios". Los tres coinciden en que el poliamor es sólo una opción: "Si tras conocerlo, alguien decide ser monógamo, ojalá lo haga desde la reflexión. Aunque también puede hacer el cambio, si cree que pueda mejorar su vida. Ese es nuestro caso".

@RiveraVazg