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Bebés tras las rejas

Estar embarazada en la cárcel conlleva muchos temores, en especial la incertidumbre de si van a dejar que te quedes con tu bebé o no. Platicamos con una madre que vivió en persona los horrores de dar a luz en prisión.

Captura de pantalla vía.

El embarazo puede ser un periodo de mucha ansiedad para las mujeres. Cuando vas a tener un bebé, es normal tener miedo de abortar, a que tenga malformaciones, a que el parto sea difícil y a la forma en que lo vas a criar. Sin embargo, estar embarazada en la cárcel no es preocupante, es aterrador. ¿Qué pasa si no recibes la atención medica necesaria? ¿Qué pasa si no te dejan salir de tu celda cuando se rompa la fuente? ¿Qué pasa si pierdes al bebé y nadie sabe qué hacer?

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Estar embarazada en la cárcel conlleva muchos temores, en especial la incertidumbre de si van a dejar que te quedes con tu bebé o no. La ley permite a las mujeres estar con sus bebés durante los primeros 18 meses de vida en una unidad especial de maternidad. No obstante, desde que empiezan la labor de parto muchas mujeres saben que en algunas horas les arrebatarán de los brazos a sus bebés y que regresarán a la cárcel solas, inflamadas y con leche en el pecho.

De acuerdo con el informe más reciente de la Asociación Nacional para la Prevención del Maltrato Infantil (NSPCC, por sus siglas en inglés), cada año nacen en promedio 100 bebés dentro de las cárceles de Inglaterra y Gales. Por otro lado, según un informe publicado en 2013 por la CNDH en México, existe una población de 377 menores de edad viviendo con sus madres en prisión. No obstante, el cuidado prenatal en la cárcel sigue siendo de muy mala calidad. Las cárceles no tienen un estándar universal para lo que deben proporcionar a las mujeres embarazadas y, además, ninguna ley les exige que impartan cursos prenatales. No importa que estés embarazada, sigues siendo una prisionera. El mismo informe revela que los hijos de las mujeres que dan a luz en la cárcel tienen más probabilidades de nacer muertos o con enfermedades congénitas en comparación con los bebés que nacen en un ambiente libre.

Maddie Logan*, una mujer de 30 años de edad originaria de la ciudad de Bristol, Inglaterra, vivió en persona los horrores de dar a luz en prisión. Desde el principio le informaron que no podría quedarse con su bebé. "Estuve deprimida los nueve meses porque me dijeron que no iban a dejarme quedar con mi bebé", dijo.

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El parto de Maddie se retrasó dos semanas por el miedo. "Estuve aguantando en mi celda por 14 días hasta que por fin me llevaron al hospital para inducir el parto", dijo. "Nada de lo que hacían me ayudaba. Primero me dieron unas pastillas que no funcionaron. Después rompieron mi fuente pero tampoco funcionó. Al final decidieron administrarme más oxitocina".

El bebé "salió de inmediato" en cuanto los guardias entraron a decirle a Maddie que sí podría quedarse con su bebé. Ruby Logan llegó al mundo en cuestión de media hora, a unos metros de los dos guardias que custodiaban a su madre.

"Era horrible tener a dos hombres que apenas conocía a mi lado en todo momento. En especial dentro de una habitación tan pequeña donde sólo cabían una cama de hospital y dos sillas", señaló Maddie. "Imagínate despertar por el llanto del bebé a media noche y ver a dos guardias vigilándote desde el otro extremo del cuarto. Al menos podrían haberse quedado en la puerta. Ni que me fuera a escapar. Las ventanitas ni siquiera abrían".

Durante todo su embarazo, Maggie vivió agobiada por la incertidumbre. "Creí que tendría que entregarla a un familiar y que no podría verla por casi dos años y medio, hasta cumplir mi sentencia", explicó. "También me preocupaban otras cosas. Por ejemplo, cada que presionaba el timbre que me dieron y no venía nadie, me ponía paranoica porque creía que pasaría lo mismo cuando llegara la hora del parto".

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"También tenía miedo de abortar o de que no llamaran a mi familia a tiempo para avisarles que iba a dar a luz. Oh, Dios", dijo suspirando. "Temía muchas cosas. Estar embarazada y encerrada es muy diferente a estar embarazada y libre. Es más presión. Si pasa algo y te espantas, no puedes ir al doctor y ya; tienes que esperar".

Maddie insiste en que no recibió ningún trato especial en la cárcel a pesar de que estaba a punto de ser mamá. "No me trataban mejor por estar embarazada. Me hacían ultrasonidos con regularidad pero no me cuidaban más. Nunca me dieron cursos prenatales. Tampoco me asignaron colchones especiales. Si lloraba o tenía algún malestar, lo único que hacían era mandar a un guardia a que me acompañara y ya, eso era todo. No quiero hablar mal de ellos pero en realidad no les importaba. Sólo cumplían con su trabajo".

A Maddie la arrestaron por tratar de meter drogas y un teléfono a la cárcel para una amiga. Al principio, la sentencia que le dieron fue de cinco años pero cuando el juez se enteró de que estaba embarazada le redujo la condena a tres años y medio. "Tenía dos semanas de embarazo cuando me arrestaron. Me encerraron de inmediato, me mandaron directo a prisión preventiva y decidieron mi sentencia en cuestión de semanas", explicó. Maddie era adicta a la heroína y trató de introducir drogas a la cárcel para pagar sus deudas. "Es una larga historia. En resumen, me intimidaron para que aceptara tomar el lugar de otra persona porque debía mucho dinero, y prometieron que mi deuda quedaría saldada si cumplía la misión".

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A lo largo de su sentencia, Maddie fue trasladada de la cárcel Holloway, ubicada en Londres, a Bronzefield y luego de vuelta a Eastwood Park, donde hay dormitorios especiales de maternidad. "Era mucho mejor que estar en la cárcel", dijo Maddie. "Te dejan salir a caminar en las instalaciones con tu bebé. Está enrejado pero al menos hay un jardín enorme. Hay veces en las que es necesario que permanezcas en tu celda, pero tienes las llaves de tu propia puerta. No te encierran con el bebé".

Maddie asegura que no habría podido soportar su sentencia sin Ruby. Su bebé la motivó a seguir. "Me habría gustado saber desde el principio que iba a poder quedarme con ella. Entiendo que es su deber revisar mi historial. Si me hubieran encerrado antes por actos violentos, no me habrían permitido ir a Eastwood Park. Por suerte, no era el caso".

Maddie y Ruby salieron de la unidad especial de maternidad en 2010, cuando Ruby tenía apenas seis meses y medio de edad. "Ruby ya tiene seis años y está muy sana", dijo Maddie. "Es adorable. No recuerda nada de la cárcel pero supongo que algún día tendré que decírselo".

Maddie no es la única que ha pasado por algo así. Según cifras recientes, cada semana nacen dos bebés en la cárcel. Aún así, las autoridades siguen ignorando las necesidades físicas y psicológicas de las mujeres embarazadas. Todos son hombres, desde el inspector general, el superintendente y hasta los guardias. La cárcel es una institución diseñada por hombres y para hombres.

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Muchas mujeres se dan cuenta que están embarazadas después de su primer examen médico y tienen que asimilar la noticia durante su primera noche tras las rejas. Las futuras mamás viven en las mismas instalaciones que todas las demás mujeres y duermen en colchones muy delgados con cobertores gastados. Deben comer lo que sea que les avienten los cocineros de la prisión, sin importar si tienen o no antojos y soportar la rutina correctiva y estricta de la cárcel al igual que todas sus compañeras. Si tienen náuseas matutinas y deciden saltarse el desayuno, no pueden de pedir un poco de pan tostado a medio día.

Además de la mala calidad de la comida y la malnutrición, está comprobado que el sistema institucional tampoco ofrece una atención médica prenatal de calidad ni apoyo emocional. Según un estudio reciente en el que se encuestó a 1,082 madres que cumplían su sentencia en alguna de las cárceles estatales de Inglaterra, casi dos terceras partes informaron haber sufrido de depresión y el 56 por ciento se sentían solas.

Otro problema grave del que casi no se habla es el aborto. Public Health England, el sistema de salud de Inglaterra, no tiene un registro de los abortos que ocurren dentro de las prisiones estatales. No obstante, se cree que el aborto es algo común e incluso existen historias aterradoras de mujeres que han tenido que limpiar su propia sangre después de perder su bebé. El aborto es de por sí una experiencia traumática, dolorosa y desoladora en la comodidad del hogar o de una habitación de hospital. En una fría celda de concreto es una pesadilla.

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Clive Chatterton, uno de los superintendentes más experimentados, también ha sido testigo de las fallas en el sistema penitenciario, la única diferencia es que él nunca estuvo encerrado. Chatterton consiguió empleo como carcelero en la famosa cárcel Strangeways en la década de los setenta. Después trabajo en otras 13 cárceles y estuvo a cargo en tres de ellas. Se jubiló en 2012. Ahora tiene 62 años de edad.

"Hay que aceptarlo, la cárcel no es un lugar agradable y menos para una mujer embarazada, en especial porque la mayoría de las mujeres terminan en la cárcel por delitos menores y sin violencia" – Clive Chatterton

Según Chatterton, en los 37 años que trabajó en el sistema penitenciario, su peor experiencia fue cuando estuvo a cargo de Styal, una cárcel de mujeres. Chatterton escribió una carta a Ken Clarke, el ex secretario de justicia, en la que decía lo siguiente: "Nunca había visto un grupo tan grande de personas tan dañadas, frágiles y con necesidades tan complejas".

"Styal me abrió los ojos", señaló. "Había cerca de 460 presas y a veces más de 40 estaban embarazadas. La mayoría estaban en diferentes etapas del embarazo. Con frecuencia, las mujeres embarazadas solicitaban que las transfirieran a alguna unidad especial de maternidad pero si se les negaba un lugar, los bebés terminaban en orfanatos. Los empleados afirman que ver como separan a un bebé de su madre después de 18 meses es una de las experiencias más traumáticas que han visto".

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Chatterton también mencionó que muchas mujeres deciden no solicitar el traslado a una unidad especial de maternidad porque preferían dejarle el bebé a alguno de sus familiares. "Otro de los factores que disuadía a las mujeres de solicitar un traslado era la distancia. Si no había lugar en Styal, era probable que las llevaran a algún lugar a cientos de kilómetros de sus familias".

Styal solía ser un orfanato en la época victoriana. A diferencia de otras instituciones, las inspecciones que se le han realizado recientemente muestran resultados positivos. "Las habitaciones son coloridas como en las guarderías pero no demasiado porque también las mamás viven ahí", dijo Chatterton. "Habían guarderías y niñeras que llevaban a los bebés a dar un paseo fuera de la cárcel y se permitían visitas todos los días".

A pesar de que Chatterton tiene una opinión positiva con respecto a la unidad de maternidad de Styal, insiste en que no es el ambiente adecuado para una mujer que va a ser mamá. "Hay que aceptarlo, la cárcel no es un lugar agradable y menos para una mujer embarazada, en especial porque la mayoría de las mujeres terminan en la cárcel por delitos menores y sin violencia".

A medida que aumenta la población de mujeres en la cárcel —más de 30 por ciento el año pasado en Inglaterra y 175 por ciento en México—, también aumenta el número de niños que separan de sus madres. A pesar de que existen ocho unidades penitenciarias de maternidad en Reino Unido, que en total pueden dar asilo a 73 madres y a sus bebés, aún se rechazan muchas solicitudes. Según el informe reciente de la NSPCC, "No se aprovecha por completo la capacidad de estas unidades". En 2013, las unidades de maternidad albergaron apenas a 38 mujeres, es decir, sólo se utilizó la mitad del espacio disponible".

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¿Por qué se usan tan poco estas unidades? Porque la mayoría de las veces se rechazan las solicitudes por lo poco flexibles que son las evaluaciones de riesgo y los criterios de seguridad. Lo peor de todo es que muchas mujeres ni siquiera solicitan su traslado. Es probable que esto se deba a que les han dicho que no les van a aprobar su solicitud de traslado o quizá porque creen que la cárcel no es el lugar más indicado para criar a un bebé. También podría ser porque no quieren estar tan lejos de su familia o de sus hijos mayores.

Sea cual sea la razón, el punto es que el sistema penitenciario sigue siento un factor que daña las relaciones entre madre e hijo. Aún cuando la madre sale de la cárcel y por fin se reúne con su bebé, el daño está hecho porque ya se perdió una etapa muy importante en el desarrollo del bebé. La madre podría sentirse como una desconocida porque el niño ya tiene un lazo más fuerte con la persona que lo cuidó.

Sobra decir que, cuando encierras a una mujer embarazada, también encierras a un bebé inocente y lo privas del ambiente seguro y estimulante que merece. Como es de esperarse, es probable que a largo plazo sufra un daño considerable en su desarrollo físico, social y emocional.

"Para empezar, las mujeres embarazadas no deberían ir a la cárcel. No es el ambiente adecuado para el desarrollo de un niño" – Alex Hewson, de Prison Reform Trust (un fondo que lucha en favor de las reformas en las cárceles)

Se podría decir lo mismo de los niños que se quedan sin mamá cuando una mujer va a la cárcel. A fin de cuentas, dos terceras partes de la población femenina en prisión es menor de 16 años y, por otro lado, una tercera parte tiene hijos menores de cinco años de edad. Cada año, 17 mil niños tienen que decirle adiós a sus madres porque éstas aún tienen que cumplir su sentencia, y se calcula que 3 mil de ellos tienen menos de dos años de edad. Sólo el cinco por ciento de estos niños tienen la posibilidad de crecer en su hogar.

Sin embargo, los hijos de las prisioneras siguen siendo un grupo invisible que, al parecer, no merece nuestra atención. A los servicios de salud generales y pediátricos no les interesa saber si uno de los padres del niño se encuentra en la cárcel. Sin embargo, cuando crecen, los niños cuya madre está en la cárcel tienen el doble de probabilidad de desarrollar trastornos mentales en comparación con los niños cuya madre no está en la cárcel.

Las mayoría de las mujeres que cometen delitos pertenecen a sectores vulnerables de la población, por lo que necesitan que las ayuden, no que las castiguen de una forma tan estricta. La mitad de las mujeres en prisión han sido víctimas de violencia doméstica, 53 por ciento sufrieron abuso infantil y más de una tercera parte ha sido víctima de abuso sexual. Peor aún, de las 3,959 mujeres encarceladas en Reino Unido, ocho de cada diez fueron condenadas por delitos no violentos y muy pocas son delincuentes reincidentes. En México, la población total de mujeres en la cárcel hasta 2013 era de 11,901, aunque no todas las cárceles en el país llevan un registro. Según un informe de la organización México Evalúa, el 60 por ciento de los presos purgan penas menores a tres años por delitos no graves ni violentos.

Es por eso que Alex Hewson, miembro importante de Prison Reform Trust (un fondo que lucha en favor de las reformas en las cárceles) insiste en que "para empezar, las mujeres embarazadas no deberían ir a la cárcel. No es el ambiente adecuado para el desarrollo de un niño".

Citando a Dostoevski, "El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos y no por el trato a sus ciudadanos destacados".

* Los nombres de Maddie y Ruby fueron cambiados

@MayaOppenheim