Así se vio el debate presidencial en la cantina más vieja de Tijuana
Imagen cortesía de El Dandy del Sur.

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elecciones 2018

Así se vio el debate presidencial en la cantina más vieja de Tijuana

Hasta la legendaria rocola del lugar tuvo que guardar silencio durante los 97 minutos en que hablaron los cuatro candidatos.

El Dandy del Sur, la cantina más vieja y tradicional de la fronteriza ciudad de Tijuana, Baja California, se encuentra inauditamente silenciosa esta noche de domingo. En unos minutos los comensales entenderán el valor de 100 pesos, debatirán sobre ello y refrendarán sus preferencias políticas.

No están callados por luto ni por recato, ni por Ley Seca oficial. Más bien, lo que pasa es que hoy el segundo debate presidencial está ocurriendo a unos escasos 12 kilómetros de ahí. Y los cinco televisores que lo empiezan a transmitir dentro de El Dandy le han robado el trono y el protagonismo a la rocola, que invariablemente reina en el lugar.

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Ahí están los elementos que hacen de este bar norteño la leyenda que muchos recuerdan iluminada por una luz roja: los meseros trajeados, atendiendo la barra cubierta de formaica, así como las cerca de 15 mesas diminutas; los clientes para los que el domingo es tan viernes como siempre, y las paredes tapizadas de fotos de gente famosa —desde el chef Anthony Bourdain, pasando por el actor Gael García y hasta el músico Gustavo Cerati— pasándola bien en esos 50 metros cuadrados de superficie, que desde 1956 han visto subir y bajar a Tijuana en el ranking de las ciudades más peligrosas del país.

Hasta hace cinco minutos, cuando las pantallas aún transmitían un taquillero partido de futbol soccer, El Dandy era la romería que se repite puntualmente cada fin de semana. Ahora, con la aparición de los cuatro candidatos en un foro morado, montado dentro del gimnasio de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), la comunicación dentro del local se ha reducido a frases estrictamente necesarias: "Otra ronda de chelas, por favor", "Te encargo otro plato de chicharrones", "Súbele a la tele, ¿no?".

En tanto se suceden los turnos de los debatientes, la atmósfera se destensa. Las parejas se susurran al oído, brindan y aplauden con cada puntada o chiste involuntario que generan los cuatro a cámara. Los visitantes solitarios asienten o niegan con la cabeza, se hacen amigos de otros solitarios y no le quitan la vista a las pantallas, ni a su mesero de cabecera.

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Entre todos suman cerca de veinte personas. Pero al observarlos con detenimiento uno entiende que, al igual que la misma Tijuana, todo son tan distintos que cada uno de ellos cuenta por veinte mil.

Otra ronda para la mesa cinco

El grupo más numeroso del lugar ya está ambientado desde el partido de futbol. La proximidad de cuerpos, las mejillas encendidas y las cubetas vueltas a llenar con cervezas heladas hablan por sí mismas. A estas alturas del debate, ellos también son los de lengua más suelta y celebran ante la más mínima provocación de cualquier frase que escuchan salir del televisor.

Uno de ellos, quizá el de mayor de edad, empuña un whisky en las rocas, se levanta y le hace a todos una seña de silencio. “Cállense, chinga’o, que va a hablar El Peje”, dice ante la aparición de Andrés Manuel López Obrador, el candidato de izquierda que va a la cabeza de todas las encuestas.

El político, sonriente y hasta burlón, habla con la parsimonia que lo caracteriza acerca del aumento al salario mínimo que instauraría, en caso de resultar triunfador en las elecciones del 1º de julio. Dice que es la primera vez que coincide con algo planteado por José Antonio Meade, el contendiente apoyado por el presidente en turno; que aquello de tener mejores ingresos es una propuesta fundamental y que, por cierto, él va a ganar.


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La mesa de jóvenes estalla en aplausos y gritos con esta última afirmación. "A huevo, ese es mi gallo". "Hasta mi familia, que es toda priísta, va a votar por él". "Yo digo que ese güey va a ganar, a menos que lo maten como a Colosio (en 1994, en el mismo Tijuana)". Las expresiones en desbandada se suceden con buen ánimo.

Una de las chicas —quienes por cierto son las que más visitan El Dandy, según me cuenta Juan Carlos Molino, el gerente del sitio— le hace una seña al mesero. Éste la entiende al instante y le pide al jefe de barra que le mande “otra ronda para la mesa cinco”.

En las televisiones aparece Ricardo Anaya, candidato de la coalición que se encuentra en segundo lugar de preferencias, retoma el punto del salario mínimo y sugiere la posibilidad de que los mexicanos perciban diariamente 100 pesos (unos 19 dólares) para sobrevivir con dignidad. Las reacciones llegan otra vez de inmediato, pero ahora son generalizadas y nada favorables. Actualmente, el salario mínimo mexicano apenas rebasa los 88 pesos.

“Con 100 pesos no pago ni la mitad de una de estas cubetas de chela Tecate (que cuestan $250 pesos y contienen 10 botellas de medio litro cada una), que no nos quiera ver la cara. Me cae que todos los políticos son tan cínicos y miserables, que en una de esas mejor ni voto porque no les creo nada”, afirma otro del grupo de los millennials. “La próxima ronda se la invito yo, con mi salario mínimo”, bromea.

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Vino añejado

José Sarabia tiene 74 años y dice que, desde hace como veinte, pasa a darse una vuelta por El Dandy cada que puede. El hombre viste al más puro estilo norteño: los pantalones bien ceñidos por un cinto de cuero; la camisa blanca de manga larga, abotonada hasta arriba; el sombrero igual de impecable, ocultando una parte de su rostro en donde ya asoman unas arrugas.

Tras sorber el fondo de su copa de vino tinto, sacude la cabeza en signo de abierta desaprobación y cuenta que él nació en una Tijuana muy distinta a la de ahora. De entrada, dice, le tocó ver cómo el Partido Acción Nacional (PAN) se convirtió en el único capaz de quitarle la hegemonía al Revolucionario Institucional (PRI) en el estado.


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“Hace 30 años que nos gobierna el PAN, pero las cosas no van tan bien como pensábamos que irían. Además, a nivel nacional la situación también ha empeorado y la gente está muy enojada. Yo nunca he sido de votar, pero ahora sí me voy a animar. Aunque todavía no estoy muy seguro de por quién, creo que va a ganar López Obrador. En Tijuana va a arrasar”, asegura.

El joven que atiende la barra le acerca otra copa de vino y José agarra un segundo aire. “Qué bueno que me esperé a ver la premiación del partido de fútbol, porque en mi casa no tenemos tele y me hubiera quedado sin ver el debate”, dice, con la mirada ya un poco adormecida. “¿Y usted qué hace por acá, eh? Se le oye que no es de Tijuana. Déjeme invitarle una ‘bien fría’”.

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Una copa de memes

Fúser Palacios también ya se conoce bien esa cantina. Él tiene 25 años, nació en la Ciudad de México y vivió mucho tiempo en Tijuana, hasta que decidió irse a estudiar medicina a San Diego, California. Ahora reside allá, pero de vez en cuando cruza ‘la línea (así le llaman acá a la frontera con Estados Unidos)’ para visitar a sus amigos e ir por un trago a El Dandy.

Con un ojo al debate y otro a su celular dice que le parece un tremendo desperdicio poner a dialogar a los candidatos, cuando sólo saben criticarse entre sí. “Se suponía que uno de los puntos principales de este debate era la migración, y hasta ahora yo no he escuchado a ninguno de ellos decir algo concreto. Todos nos dimos cuenta que por todo este show hasta pusieron bonita la ciudad y la universidad. Pero sin propuestas nada de eso sirve. Es puro gasto”, dice convencido.

De pronto, el chico suelta una carcajada y me enseña en su timeline de Facebook una primera tanda de memes. Primero, uno de López Obrador guardándose la cartera cuando Ricardo Anaya se le acerca; luego, del Bronco pidiéndoles abrazarse, en vez de cortarse las manos; finalmente, de las distintas expresiones de dolor y hasta confusión en el palco de ciudadanos, quienes por primera vez en la historia tuvieron una breve participación en un debate presidencial.

Después de reírse un rato, y de pedir la cuenta, Fúser se despide. Una de las meseras le pregunta que por qué se va, si la transmisión aún no termina. Él le paga, se dan un beso en la mejilla y le explica que a esta hora el cruce a San Diego está a tope. “Mejor avanzo, mañana tengo clases desde temprano”, le dice, y sale esquivando una mesa donde dos mujeres manotean y le clavan la mirada al verlo pasar.

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Las rubias y las margaritas

Son "las gringas de la mesa dos", le escucho decir al jefe de barra. Y tal parece que sí. Mientras acaban con los últimos chicharrones de un cuenco salpicado con salsa picante, ambas charlan en perfecto inglés sobre dietas descontinuadas y series de Netflix.

Inicialmente, el debate es incidental en su conversación. Luego una de ellas, la menos rubia, se interesa y le pregunta a su compañera si sabe algo de esas escenas que a todos mantiene atentos en El Dandy.


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Ella le responde que sí, le da una lección básica de tendencias políticas y corrupción en México, y hace hincapié en que Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco —el único independiente de los candidatos—, “es un ranchero que propuso cortarle las manos a los ladrones. Literalmente”.

La menos rubia se dobla de risa con cada cosa que escucha. Después vuelven a las calorías, al gimnasio que ya pagaron y al que no van, y a Game of Thrones. Luego llegan más cervezas y chicharrones a la mesa y, justo en ese punto, cuando todos alrededor están más eufóricos que nunca, a la más rubia se le ocurre contarle que hubo otra candidata independiente que renunció a estar en la contienda hace apenas unos días.

Le habla de Margarita Zavala y del rumor sobre el alcoholismo de su esposo, el expresidente Felipe Calderón Hinojosa. Con los ojos abiertos como platos, la menos rubia le pregunta si es “Margarita, como el nombre del coctail que se hace con tequila”. Y la respuesta afirmativa que recibe viene acompañada justo de dos margaritas que encargan a su mesero.

“Salud”, se dicen y voltean a ver a los quince mexicanos que, con todo y lo distintos que parecen, coinciden en vitorear con más ganas la última aparición de López Obrador.

En cuanto el debate acaba, cada quien empieza a intercambiar sentires con el de al lado. Y entonces un mesero de bigote negrísimo, que ha observado casi todo en silencio, cruza la estancia y enciende por lo alto la rocola.

Las pantallas de tele se apagan y entonces sólo suena una canción de Los Cadetes de Linares. La noche en el Dandy apenas empieza.

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