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Cultură

"Tuve un orgasmo y gemí un poco": Algunas personas nos cuentan sus peores historias en un taxi

Los taxis son recipientes de las vergüenzas más grandes y los momentos de soledad menos memorables.
Captura de pantalla de FakeTaxi.

Me considero un romántico de los taxis. Una de las maneras más efectivas y reales de conocer los aires de una ciudad es acomodarte junto a la ventanilla trasera y platicar con el conductor. Hay algo dentro de las cuatro puertas que calma nuestra ansiedad y logra que, con calma y cordura, nos recostemos sobre las telas de los asientos, revisemos nuestros mensajes de whatsapp y meditemos sobre todas las tareas que tenemos que cumplir en el día. Subir a un taxi nos hace sentir más leves, como si nada de lo que sucede afuera importara ya. El tiempo que pasamos dentro de nuestro transporte es único, sagrado y privado, y tiene los mismos niveles de intimidad y confidencialidad que una cita con el psicoanalista.

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Por todo esto, los taxistas tienen la oportunidad de conocernos en nuestros mejores y más tétricos momentos. Están al volante cuando nos ponemos la ropa más guapa que encontramos en alguna tienda de segunda mano para ir a conocer a la suegra, nos llevan a nuestro hogar sanos y salvos cuando nuestro cuerpo se llenó de drogas o alcoholes de más, y hasta son testigos presenciales de la primera vez que volvemos a casa con una persona desconocida para oficializar un adulterio. Los taxis son recipientes de las vergüenzas más grandes y los momentos de soledad menos memorables.

Me ha tocado hacer el ridículo en varios asientos traseros de taxis: desde vomitar hasta casi tener sexo con alguna de mis parejas o ligues de la noche… Pero mi más memorable experiencia fue cuando troné por segunda vez a mi novia por Facebook Chat. Fue un viaje largo en el que tuve tiempo de animarme a hacer las cosas que tenía tiempo postergando. La tranquilidad del asiento, la música ochentera que sonaba en la radio, y el aromatizador que estaba colgado al espejo retrovisor me hicieron sentir en calma y tomé esa decisión bien acertada. O eso creo.

Animado por estos recuerdos, le pedí a varias personas que me contaran sus peores historias en el asiento trasero de un taxi.

ORGASMO EN LOS ASIENTOS TRASEROS

Tenía quince años y estaba con mi primer novio en la parte trasera de un taxi. Mi ex no se aguantaba las ganas de hacer cualquier acto sexual, no importaba si era en público o privado. Las hormonas estaban a todo dar. Creo que el chofer del taxi nos estaba llevando a una fiesta; nos recogió en una plaza comercial.

Mi ex y yo estábamos en ese momento de las relaciones en el que no podíamos dejar de tocarnos. Siempre estábamos uno encima del otro, entonces no era para nada difícil terminar tocando nuestros genitales en el asiento trasero de absolutamente cualquier auto. Comenzamos con un besuqueo bien intenso, de ese que incomoda a cualquier ser humano que esté cerca de la escena. Pero la calentura pudo más y nos valió verga el chofer del taxi. Fue un faje bien intenso, y pues llegamos a un momento bien arriba y no pude más, tuve un orgasmo y quizás gemí un poco. No sé si el chofer se dio cuenta, pero nos valió verga. —Camila, 27.

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ESTABA TAN PEDO QUE ME ORINÉ

Fui a cenar a un restaurante con mis amigos de la escuela. Estábamos celebrando que uno de ellos se casaba con su novia de toda la vida. Era una mesa larga, habíamos más de doce invitados y todos estábamos vestidos bien formales. Entradas, platos fuertes, postres, botellas de champaña, vinos: un festín. Ese restaurante tiene la característica de que ya luego de las nueve o diez de la noche se convierte en una especie de bar. Apagan las luces y un DJ empieza a seleccionar música bailable para que la gente siga consumiendo. Tomé creo que todos los tipos de alcohol del lugar, bailé, seguí comiendo, hicimos videos para Instagram y todo lo que se hace en una celebración de amigos de la escuela que ya casi no se ven porque sus estilos de vida cambiaron brutalmente. Yo no llevé auto ese día, porque sabía que iba a tomar bastante y preferí pedir un aventón. Estaba tan borracho que no me di cuenta el momento en el que mi amigo, con el que había llegado, se fue. Entonces seguí en el lugar tomando hasta que lo cerraron. Ya estaba muy mareado, y ni siquiera sentí que tenía ganas de orinar, estaba a punto de quedarme dormido.

Pedí un taxi para ir a casa. En cuanto me subí me quedé dormido, derrotado. No sé en cuánto tiempo llegamos a mi hogar, pero recuerdo que el chofer del taxi me despertó y me dijo que habíamos llegado. Cuando saqué un pie del auto sentí que tenía todo mi pantalón y ropa interior mojada, pero seguí caminando para no tener que ver si había hecho otro desastre en el taxi. Por suerte, estaba muy oscuro y tenía los asientos altos, así que el chofer solo podía verme si se estacionaba. Ya en mi recámara me di cuenta que me había orinado mientras dormía, pero por suerte el señor taxista no se dio cuenta. —Gustavo, 30.

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TRAFIQUÉ COCAÍNA DEL PUNTO A HACIA EL PUNTO B

Por un par de años fui muy amigo de mi dealer de mariguana. A veces lo acompañaba a dejar mota en varios lugares —siempre caminando—, e incluso jugábamos Play Station en su casa y fumábamos de su bong. Mis otros amigos me advirtieron que la amistad con un dealer nunca era sincera, que en algún momento él iba a pedir algo de mí que me iba a molestar. El día llegó, y como sabía que estaba corto de lana, pues sin pena me propuso "transportar una entrega del punto A hacia el punto B". La tarea consistía en darme una mochila con cocaína y que yo encontrara la manera de llevarla a su destino. Podía ser en mi auto, moto, caminando, transporte público, en burro, o en taxi. La única regla era llevar la mochila e irme. Acepté ya que era muy buena lana y la distancia era alrededor quince minutos en auto.

Pedí un taxi para no hacerlo en mi auto. Me puse la mochila y me monté en el asiento de copiloto para no parecer sospechoso. Tuve mi corazón bien acelerado todo el camino y no hablé con el conductor nunca; creo que ni siquiera lo miré. Apenas llegamos al lugar, me bajé, entregué la mochila y me regresé en el mismo taxi. Estuve muy nervioso durante el camino. Trafiqué casi cincuenta gramos de cocaína en un taxi y gané dinero que hubiese tardado mucho en hacer. —René, 28.

NO LE PAGABA A LOS TAXISTAS CUANDO ESTABA BORRACHO

Tomo taxis de la calle. Nunca uso Uber porque siempre son mucho más caros y a veces se tardan más en llegar. Tuve por mucho tiempo una mala costumbre de montarme en taxis y decirle al chofer: "No tengo efectivo, subo a mi depa y te lo bajo". Casi siempre los taxistas me dejaban, y justo antes de subir me metía por otro lugar a mi edificio para perderme de vista, y ya no volvía a bajar. La verdad lo hacía por la adrenalina, no porque no tuviese dinero. Fue una época bien rara que duró un par de años. Ya no lo hago, pero a veces tengo miedo de los taxis o de que algún chofer me recuerde. —Ronny, 28.

INTERCAMBIÉ PAREJA CON MI MEJOR AMIGA

Salimos de un festival de música borrachos y con varias dosis de éxtasis en nuestro cuerpo. Mi mejor amiga, su novio, mi ex, un amigo y yo, estábamos muy felices porque vimos a Metronomy en vivo. Me senté atrás con mi ex, muy drogada, y a nuestro lado mi amiga con su novio. Nos besamos mucho, ¡estábamos en éxtasis! Todos andábamos bien calientes. Le dijimos al chofer que parara para bajar en una tienda y comprar chelas. Cuando las estábamos pagando le propuse a mi mejor amiga sentarme con su chavo y que ella se sentara con el mío sin avisarles. Intercambiamos pareja. Mi ex y su novio no lo podían creer y nosotras nos reímos y empezamos a besarlos. Quizás fue el mejor día de sus vidas, pero probablemente el éxtasis tuvo mucho poder en esa decisión. —Patricia, 29.

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