Después de vagar sin rumbo por Estados Unidos y para evitarnos más problemas con las autoridades gringas (habíamos estado en el país demasiado tiempo sin permiso), decidí viajar a Nicaragua con mi novia.
Con una cámara fotográfica, nuestro incomprensible y casi nulo español, y varias advertencias de yankis sobre los peligros de ser secuestrados y/o decapitados por los desalmados capos de la droga, llegamos a los extensos barrios de Managua. Nicaragua nos recibió con todo.
Publicidad
Una tarde, mientras estábamos sentados en la calle comiendo helado, vimos cómo un taxista le sacó una pistola a un niño que se le había atravesado.Por suerte, a nosotros nos amenazaron con mutilarnos sólo una vez, cuando nos salimos del camino que subía a las montañas que rodean la capital. Después de eso, el camino de regreso a la ciudad fue bastante amargo.Más de Dave.