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El número de las fronteras

El poder del hambre

El régimen, los rebeldes, los yihadistas y las ONG en Siria luchan por el control de trigo.

Los detonantes de la guerra civil de Siria y los roles que algunos productos básicos han desempeñado en ella han sido motivo de debates enérgicos. Sin embargo, las semillas, el trigo y el pan han estado en el corazón del problema desde los inicios. Centrarse en el petróleo como el recurso más poderoso e influyente es pasar por alto la importancia del suministro de alimentos en el país y el poder que ejerce quien lo controla.

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"Hay escasez de alimentos", dice Abu Wael, residente de la provincia rural de Homs, una de las primeras regiones que se levantaron contra el gobierno del presidente Bashar Al Assad en 2011. "Ha sido así en los últimos cuatro años y sólo empeora. El pan se distribuye cada tres días. Antes se hacía a diario. No hay un tránsito regular de trigo o pan". A pesar de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) sobre el acceso humanitario y los miles de millones de dólares en ayuda mundial, el gobierno sirio aún controla en gran medida el flujo de alimentos para los residentes, incluso el que viene de ONG internacionales.

El acceso a los alimentos es un arma de guerra en Siria. Assad ha usado tácticas de asedio para matar de hambre a las zonas controladas por los rebeldes, y su ejército ha bombardeado desde el aire panaderías y a la gente que hace fila afuera de estas. A medida que la guerra se ha intensificado, el acceso limitado a la agricultura y al ciclo de producción de alimentos ha provocado que el país, anteriormente autosustentable, recurra a la importación de trigo y otros productos alimenticios facilitados por Rusia e Irán, sus aliados militares. Estos convenios sirven para alimentar a la población en las zonas controladas por el gobierno. Podría decirse que este sostén es tan útil como el apoyo militar de los países que auspician el régimen de Assad.

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Sin embargo, al norte de Siria y en las zonas sitiadas, algunas ONG de renombre internacional se han asociado con las locales para arrebatar el control del ciclo alimentario al sistema centralizado y dirigido por el gobierno. Todo con tal de que los civiles puedan recuperar sus vidas.

"Siria es la intervención humanitaria más complicada en la historia", dice Daniele Donati, subdirector de la División de Emergencia y Rehabilitación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). "No hablamos de una crisis alimentaria, sino de una crisis de subsistencia. Tratamos de apoyar a las personas para que no tengan más razones que las alejen de su tierra".

"La gente huye de los ataques aéreos. Es el motivo principal", cuenta Rami Alkatib, un trabajador sirio para el desarrollo radicado en Turquía. "Pero si apoyamos la agricultura, la gente permanecerá en sus zonas. La mayor parte de las áreas controladas por la oposición son zonas agrícolas. Si tenemos ataques aéreos en el cielo y no hay comida en la tierra, entonces no hay forma de que la gente se quede". De acuerdo con Donati, la solución de los problemas agrarios en Siria va más allá de proveer alimentos a la gente hambrienta. Se trata de un vehículo para la paz.

La Fundación de Ayuda Humanitaria IHH, una ONG en Reyhanli, Turquía, propor- ciona pan a los sirios. Varias organizaciones trabajan para alimentar a las poblaciones desplazadas de la región y a reconstruir la infraestructura agrícola en Siria. Fotos por David Hagerman

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El alimento básico de Siria es el pan. El pueblo lo compra por docenas y lo come con casi todas sus comidas. Históricamente, el país ha tenido un sistema centralizado en torno a su principal fuente de alimento. El gobierno proporcionaba semillas, otorgaba un subsidio a la producción de trigo, volvía a comprar los cultivos y regulaba la producción de harina, así como el horneado y la venta del pan. Las inversiones del gobierno de Assad y de algún socio comercial de carácter internacional —como Nestlé— hicieron que a finales del siglo XX Siria fuera considerada una nación "con estabilidad alimentaria". El país producía suficiente trigo para alimentar a su población sin que tuviera que depender de las importaciones. En una región inestable y árida, aquello era un rayo de luz.

Pero entre 2007 y 2011 un desastre ambiental causó estragos. La sequía golpeó con dureza al sector agrícola. La producción de trigo se redujo en un 50 % y tan sólo en 2008 el precio de los alimentos incrementó casi un tercio. A pesar de una breve recuperación tras ese año particularmente pobre para las cosechas, la combinación de factores como la disminución de los cultivos, mayores costos de producción y políticas oficiales centradas en la liberalización del mercado, dejó a los habitantes rurales sin trabajo. A principios de 2011 la gente salió a las calles. Si bien el descontento rural no fue la causa precisa de la revolución, el impacto de la sequía en el campo impulsó el apoyo a las protestas contra el régimen.

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Justo después, Assad promulgó algunas reformas en el sector agrícola: la reducción progresiva de la privatización, el aumento a los subsidios, la condonación de las deudas de los agricultores y la creación de fondos de emergencia para ayudar a la población rural. Con el fin de mantener felices a los consumidores, el régimen comenzó a importar trigo de Europa del Este para satisfacer la demanda, pero no fue suficiente.

Mientras que las protestas dieron paso a una guerra sin cuartel y el país trató de adaptarse a la repentina interrupción de la vida cotidiana, el gobierno diseñó una estrategia devastadora para luchar contra las fuerzas rebeldes: bombardear las filas de gente afuera de las panaderías, provocadas por la escasez de trigo en las zonas disputadas. Estos bombardeos han continuado a lo largo del conflicto. En una reciente ofensiva, los ataques aéreos rusos supuestamente destruyeron un establecimiento que había proporcionado pan a cerca de 45.000 personas.

El régimen y los rebeldes se disputaban el territorio, incluidos los silos de cereales y las panaderías en la región nororiental. Cuando los grupos yihadistas vieron una oportunidad entre el caos, también buscaron tomar el control sobre estos recursos. Los archivos del estratega del Estado Islámico Haji Bakr, recuperados por Der Spiegel, indican que ISIS tenía un plan para controlar el mayor molino de harina del norte de Siria. Una vez conseguido este objetivo, el grupo se enfocó en el ciclo de producción: su intención era alimentar a las zonas controladas y ganarse así el apoyo popular.

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Los videos propagandísticos de ISIS enaltecen las virtudes de su producción agrícola con imágenes de los silos llenos hasta el tope, agricultores que laboran en campos bien irrigados y trabajadores que llenan sacos de granos para hacer pan. Sin embargo, algunos videos filmados por un grupo rival desafían la veracidad de la propaganda. El material de archivo, aún sin verificar, sugiere que ISIS podría estar vendiendo los granos al régimen. Esto no es tan descabellado: en 2013, antes de que ISIS se declarara una entidad en el país, los rebeldes y las fuerzas del régimen en la provincia de Idlib llegaron a una tregua temporal. A cambio de una parte de la producción de harina, los rebeldes facilitaron una cantidad desconocida de trigo al régimen.

Hoy en día, las ONG se enfocan en eliminar la necesidad de estas operaciones y treguas incómodas entre las facciones en conflicto mediante la sustitución del sistema previo de producción centralizada. Este sistema, que alguna vez fue autosustentable, se ha derrumbado. El Estado posee menos de la mitad de las panaderías que tenía antes de la guerra. Las fábricas que suministraban fertilizante y levadura a los agricultores están cerradas o destruidas, y la distribución de semillas ha colapsado.

Desde 2012, el régimen ha sido incapaz de comprar una vasta cantidad de trigo a nivel nacional. ¿El motivo? La pérdida de tierras de cultivo a manos de los rebeldes y la incapacidad de transportar granos a los silos oficialistas.

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Debido a esto, el gobierno de Assad depende de la ayuda humanitaria y las compras mediante líneas de crédito a Irán y, más recientemente, a Rusia. En 2014, por ejemplo, Irán supuestamente envió 30.000 toneladas de alimentos a Siria. Si agregamos a la ecuación los paquetes de sanciones económicas que buena parte de Occidente ha impuesto a Siria, tanto Irán como Rusia tienen carta abierta para ganar contratos y reconstruir la infraestructura agrícola del país. Es cierto: Siria siempre ha tenido estrechos vínculos económicos con ambos países, pero a partir de 2013 estas relaciones se volvieron esenciales desde una perspectiva de seguridad alimentaria.

Este apoyo, junto con la manipulación temprana de los programas de ayuda de la ONU, ha sido esencial para mantener la estabilidad en las zonas controladas por el gobierno. Hasta que el CSNU aprobó en 2014 las resoluciones que permiten la ayuda transfronteriza en el país sin el permiso del gobierno, los proyectos de ayuda agrícola no eran capaces de operar abiertamente. Aun así, el gobierno niega a las organizaciones el acceso a las áreas más necesitadas. En mayo, las fuerzas del régimen situadas en el último punto de control bloquearon el primer envío de ayuda llevado a Daraya desde noviembre de 2012.

La manipulación del acceso a los alimentos por parte del gobierno vuelve esencial la intervención humanitaria, cuyo objetivo es crear un ciclo de alimentación autosustentable que no esté patrocinado por el régimen.

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Voluntarios distribuyen pan fresco a los refugiados sirios en un pueblo a las afueras de Reyhanli. Algunos trabajadores de las ONG han tenido que sobornar soldados para entrar a las zonas sitiadas.

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Según estadísticas compiladas por el Programa Mundial de Alimentos, hoy en día una bolsa de pan en Siria cuesta entre dos y cuatro veces más que al inicio de los disturbios, dependiendo de si la panadería es pública o privada. Los activistas han informado que en algunos lugares el pan cuesta decenas o incluso cientos de libras sirias más de su precio original, debido a la escasez y el costo de llevarlo al mercado. Por supuesto, el gobierno se lleva una tajada: recauda "impuestos" mediante la incautación de productos, en los puestos de control de las carreteras. Esto incrementa los precios por encima de los niveles que provoca la escasez.

Las agencias de ayuda han apoyado tradicionalmente a estas poblaciones desplazadas a través del suministro de alimentos. Pero hoy los programas oscilan entre esfuerzos de riego y agricultura —incluida la germinación de la semilla—, molienda de trigo, reconstrucción de molinos destruidos y la entrega de harina a las panaderías. El problema ya no es sólo garantizar el paso de los suministros, sino fijar los precios y distribuir los productos finales.

Es complicado. Rami Alkatib cuenta que en muchos de los proyectos que ha puesto en marcha desde el sur de Turquía, su organización adquiere las semillas de las áreas gubernamentales y luego las lleva de contrabando a una zona sitiada. Alkatib y Abu Wael me contaron que tienen que lidiar con comerciantes corruptos y sobornar a soldados para entrar a la zona. La financiación de sus programas es reducida. La FAO, por ejemplo, informó que el año pasado sus proyectos agrarios de emergencia sufrieron una falta de inversión de más de 70 %.

Aun así, los trabajadores de ayuda humanitaria creen que la creación de empleos en el campo va a resolver el problema de los desplazamientos. Alkatib dijo que ha visto familias regresar de los campamentos de desplazados internos ubicados en la frontera de Turquía y Siria, donde disponen de alimentos. "Hay un impacto", contó. "Reportamos el regreso de sesenta a ochenta familias gracias a la autosuficiencia". Los proyectos de jardinería han permitido a los residentes ser autosuficientes, aun cuando los suministros básicos como la harina no están disponibles. "Ahora hacen el pan con diferentes semillas. Solían hacerlo a partir de la harina. Hoy utilizan trigo bulgur u otras hierbas".

En el área rural de Homs, Wael ha puesto en marcha un programa de cultivo de trigo que garantiza la disponibilidad de semillas y molinos, aunque aún no se han logrado satisfacer las necesidades de la zona. Incluso con semillas y molinos, la escasez de combustible sigue siendo un obstáculo. No es necesario sólo para el transporte de los materiales, sino para hacer funcionar los generadores que alimentan molinos y panaderías.

Más allá de las necesidades de consumo local y de proporcionar sustento a los residentes, el mantenimiento de los cultivos es una parte integral para la conservación de las estructuras sociales. Las organizaciones de la sociedad civil, así como los Comités de Coordinación Local de Siria, consideran que el trigo y el pan son la mejor manera de decretar impuestos y aranceles, que costean los servicios para la población. "Las zonas controladas por la oposición hacen todo por seguir siendo autosuficientes durante nueve meses al año o algo así", dice Alkatib. "Los consejos locales generan ingresos con el horneado y la venta del trigo. Así es como llegan al precio que les dan los agricultores locales por el insumo".

No es secreto que Wael y Alkatib, así como sus ONG asociadas, copiaron la estrategia de los yihadistas para tomar control de la población mediante el trigo y el pan. Sin embargo, lo importante es que trabajan para permitir que los más afectados por la guerra en curso tomen el control de sus propios medios de subsistencia. La solución pacífica y política del conflicto sigue siendo difícil de alcanzar, pero Wael dice estar orgulloso de "inyectar vitalidad, crear un ciclo de actividades para la comunidad y restaurar el equilibrio natural", sin importar qué tan pequeño sea este. Cuando uno vive bajo asedio, un poco de normalidad puede ser de gran ayuda.