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Cultură

Consejos para aprender a defenderse del acoso callejero

Hay varias cosas que se pueden hacer y que te podrían ayudar la próxima vez que tengas que lidiar con un boquisucio o un manisuelto en la calle.

Ilustración por Sara Pachón.

"Pónganse de pie, cierren los ojos y empiecen a caminar al ritmo de la música. Identifiquen qué sentimientos y sensaciones tienen".

Así lo hice junto a otras 23 mujeres y un hombre. Al ritmo de "Empire Ants" de Gorillaz caminamos, a ciegas, en una habitación de unos 18 m2 en el centro de Bogotá, Colombia. Al mismo tiempo luchaba contra la tentación de abrir los ojos y contra la incomodidad de "ponerme en contacto con los sentimientos y las sensaciones" en un salón lleno de personas desconocidas rozándome. La música cambió. No sentí que nadie se atreviera a caminar al ritmo del post punk que ahora sonaba.

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"¡Qué colita tan rica!", gritó una voz desde uno de los extremos del salón. "¡Tan bonita y tan solita!", la siguió otra en el otro extremo. "¿Quieres que te chingue? ¿Eso es lo que quieres? ¿Que te chingue?", dijo una tercera voz. En medio de las frases, que a veces cogían de frente orejas desprevenidas, empecé a sentir la conexión con los sentimientos de los que habían hablado antes de empezar el ejercicio. Me di cuenta de que había bajado la cabeza y que mi cuerpo estaba tenso. Comencé a sentir un cosquilleo en la espalda que usualmente siento cuando me da ansiedad, y me di cuenta de que los extremos del salón habían quedado desiertos: todas estaban condensadas en un nudo en la mitad del minúsculo espacio.

El evento lo dirigía el Observatorio Contra el Acoso Callejero (Ocac), un grupo de seis amigas, todas en sus veintes, que en 2014 decidieron unirse y darle un nombre a sus ganas de enfrentar los chiflidos, las miradas y las palabras no solicitadas que recibían en la calle. Eventualmente decidieron incluir a otras en sus conversaciones, y compartirles lo que por dos años habían estado discutiendo en sus reuniones y en su página de Facebook. Así nació el Taller Maleta de Herramientas, un evento de dos días para aprender a lidiar y a responder a los roces en el transporte público, los "mamacita" y las agresiones físicas más violentas.

Supe del taller y del Observatorio en febrero, cuando conocí a Jennyfer Vanegas, una de las integrantes del Ocac. Lo que me contó Jennyfer prometía enseñar a soltar los mejores comebacks y uno que otro movimiento de Artes Marciales Mixtas frente a las frases que los hombres ––muchos hombres, todavía–– le escupen a uno en la cara. Dos meses después recibí un correo con la fecha y lugar del evento y la noticia de que había sido elegida para conocer la Maleta de Herramientas. La selección, luego me enteraría, se había hecho en función de las personas que tuvieran colectivos propios y que pudieran difundir y replicar lo que las seis integrantes del Ocac nos enseñarían. Toda una gestión de formación en cadena.

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***

Llegué al lugar la tarde de un viernes. Natalia Giraldo ––una de las integrantes del Ocac con quien hasta ahora solo había hablado por correo–– me abrió la puerta, me saludó y me presentó a la segunda Natalia, de apellido Idrobo, y a Daniela Villa, las otras dos integrantes del Ocac que dirigirían el taller ese viernes. Mientras terminaban de imprimir material y de digerir los nervios, la primera Natalia me contó cuál era la idea del taller: "identificar qué es acoso callejero, qué personas son víctimas de ese acoso, en qué lugares y cómo se puede reaccionar".

En medio de sillas que apenas terminaban de acomodarse y mugre que acababan de barrer, me dieron mi propia Maleta de Herramientas, que el resto de asistentes recibiría al final del taller: una mochila negra con dos manos estampadas pintando dedo que incluía una infografía con la definición de acoso callejero —formas de violencia verbales, gestuales o físicas que se ejercen sobre la identidad sexual o de género de una persona (mujeres, gays, trans, lesbianas)— otra de cómo responder al acoso, un mapa dibujado de una ciudad, un botón y una cartilla con toda esa información condensada y con instrucciones de cómo replicar el taller.

La gente empezó a llegar y a ocupar las sillas del salón: un hombre, el resto mujeres, todas jóvenes, muchas tímidas. Sólo algunas, ya conocidas, hablaban entre sí.

"La idea no es darles una lista de instrucciones de qué hacer frente al acoso, sino que entre todas vayamos construyendo el diálogo. Esta cartilla es su arma para hablar con otras chicas".

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La introducción a lo que parecía ser el nivel uno de militancia feminista empezó con un ejercicio que uno no esperaría ser del tipo de parársele en la raya a un tipo en la calle: Natalia nos pidió que nos pusiéramos de pie y que nos presentáramos agregando un objeto que empezara por la primera letra de nuestro nombre. "Soy Tania y me gusta la trucha", dije. Y a medida que cada quien se presentaba tenía que repetir los nombres de las que habían hablado antes. Después de nombrar elefantes, jarras, xilófonos y de romper el hielo de una de las formas más incómodas y, por tanto, efectivas, Daniela-dinosaurios nos pidió que antes de empezar a hacer los ejercicios debíamos recordar ciertas cosas:

1. Teníamos que respetar los límites corporales y emocionales de las demás.

2. Las propuestas no estaban terminadas. Cada quien podía hacer los aportes que considerara pertinentes.

3. Cada quien podía participar en lo que quisiera. Nada era obligatorio.

Daniela nos dio las instrucciones para el ejercicio en que caminaríamos, con los ojos cerrados y al ritmo de la música, mientras la escuchábamos a ella, a Natalia y a Natalia gritarnos: "Esa gorda contamina visualmente" o "Si estás vieja, agradece que te digo algo".

Después de cinco minutos de terapia de choque, la música paró, abrimos los ojos y nos volvimos a sentar.

"¿Cómo les fue? ¿Quién quiere decir qué sintió?", preguntó Daniela.

Un par de manos se levantaron.

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"Yo sentí mucho fastidio e incomodidad. Quería salir corriendo".

"Yo quería pegarle a alguien".

"Yo sólo sentí incomodidad con el discurso, pero sentí que todos los cuerpos alrededor mío no estaban en mi contra".

"Alguien, a mí, me dio un cabezazo".

"A mí me dio mucha impotencia sentir que no podía hacer nada frente a las frases que escuchaba".

"Yo me quedé quieta. Sentí miedo. Sólo quería tirarme al piso y gritar".

Tenía ganas de dar patadas como adolescente en medio de un moshpit. Varias hablaron de cómo la situación las había hecho sentir como en un tumulto en el transporte público, expuestas y sin forma de evitar el contacto con desconocidos. Para otras el hecho de cerrar los ojos había evocado callejones oscuros en los que no se sabe quién va a aparecer al otro extremo. A otras incluso las había hecho pensar en situaciones que habían vivido en su propia casa. Pero todas, sin excepciones, se habían sentido mal.

"El acoso pasa por el cuerpo, por eso los sentidos son la principal herramienta para percibirlo, saber qué es y cómo podemos reaccionar", dijo Natalia.

Según un boletín del Observatorio de Asuntos de Género de la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, frente a la afirmación "las mujeres que se visten de manera provocativa se exponen a que las violen", el 37 por ciento de los colombianos manifestó estar de acuerdo. Y si bien el porcentaje presenta un avance frente al 59 por ciento que manifestaba estar de acuerdo en 2009, sigue siendo alarmante el porcentaje de colombianos que, frente a una violación, se apresuran a evaluar lo que la víctima hizo mal.

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La situación se torna aun más difusa cuando se habla de actos que no se consideran abiertamente como agresiones y violencias contra la mujer. Ese es el caso de los "piropos", los insultos y los gestos más cotidianos que se dan en espacios públicos y que, muchas veces, ni las mujeres mismas reconocen como actos violentos.

La instrucción de la última actividad de ese día: marcar en un mapa de una ciudad qué lugares se sentían seguros y cuáles inseguros.

El resultado: todos los mapas terminaron tachados de lugares que se sentían peligrosos (un taxi, un parque, transporte público, cruzar un puente peatonal por arriba, o por debajo, andar sola por donde sea en general) mientras que los lugares seguros se podían contar con la mano (la casa, un museo, un supermercado).

"Creo que es evidente que transitamos los espacios en la ciudad condicionadas a la violencia", dijo Natalia antes de concluir ese día de taller.

Después de salir, me colgué al hombro la mochila con las dos manos pintando dedo estampadas y me fui a mi casa en el transporte público.

***

Al siguiente día llegó la parte que más de una había esperado ansiosamente desde el día anterior: cómo defenderse del acoso.

La mala noticia es que no hay una guía paso a paso sobre qué hacer en cada situación de acoso. La buena noticia es que sí hay varias cosas que se pueden hacer, que le han funcionado a varias de las que estaban presentes ese día y que te podrían ayudar la próxima vez que tengas que lidiar con un boquisucio o un manisuelto en la calle.

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Digamos que, si me pusieran a hacer una guía de lo que aprendí ese día, más allá de las cosas que yo pienso, sería de la siguiente manera:

Hay que saber qué cosas quisieras hacer y con qué te sientes cómoda

Ponerse a responderle a un tipo que te acaba de decir "mamacita" podría ser el peor escenario para algunas personas. Hay personas que prefieren no tener ese tipo de confrontaciones. Por eso, lo primero es saber qué te hace sentir cómoda, y a partir de eso escoger estrategias de respuesta que se acomoden a lo que te haga sentir bien.

Actuar con cabeza fría

Aunque a veces puede ser jodido, lo primero es tratar de mantener la calma. Es probable que si alguna vez le respondiste a alguien en la calle pintándole dedo o soltándole un insulto, lo que recibiste a cambio fue: "¿por qué tan bravita?" Muchas veces eso es lo que está buscando el que ofende: que reaccionemos con rabia. Así que tranquilízate, piensa con calma y respóndele con lo que no espera.

Responder sin palabras

Las miradas y los gestos corporales también pueden ser una forma de responder. A veces cambiar el caminado o asumir una actitud altiva te pueden ayudar a expresar tu molestia o inconformidad. Lo mismo con las miradas, puedes fruncir el ceño o mirar fijamente. Es más, cambiar la forma de caminar o la forma en que miras te puede servir para evitar el acoso. La próxima vez que tengas que pasar al frente de un grupo de tipos que sientas que te van a decir algo, camina como si los fueras a robar, a lo mejor así no se meten contigo. Igual, sé responsable y evalúa los riesgos.

Ser firme y concisa

Una de las cosas que pueden pasar si decides responder verbalmente al acoso es que termines ahogándote en un ir y venir de preguntas y explicaciones con una persona que, muy probablemente, no está interesada en escucharte. Por eso tus respuestas tienen que ser concisas, breves, firmes y, si la situación lo amerita, repetitivas. Ejemplo:

–Mamacita.
–No me gusta que me hables así.
–¿Pero por qué, mamita?
–No me gusta que me hables así.
–¿Por qué tan bravita?
–No me gusta que me hables así.

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Puedes jugar con los tonos para enfatizar la idea. Trata de ser firme y de expresarte con confianza y firmeza.

Cuando la amenaza es física

Hay momentos en que puede ser necesario responder físicamente ante la amenaza de un ataque. Para esto, la cuestión también es un poco de creatividad: ve cómo las cosas con las que cargas normalmente tienen el potencial de volverse armas.

Las llaves de tu casa, si te las pones entre los dedos, apuntando hacia fuera, y cierras el puño pueden ayudarte a dar un golpe más contundente. Lanzar el contenido de una botella a la cara pueden darte tiempo para huir de una situación peligrosa. Incluso puedes lanzarle una toalla higiénica a la cara a alguien: aprovecha lo intimidante que puede ser una toalla o un tampón para algunas personas. Y aprovecha lo que crees que son desventajas, por ejemplo, ser pequeña: podría ser más fácil pegar una patada en la entrepierna.

Cuando es alguien más el agredido

Todo lo anterior también lo puedes aplicar cuando no seas directamente la persona que recibe el ataque. Igual, puedes reprochar con palabras, frases inesperadas o con miradas. También puedes acercarte a la persona víctima del acoso, a veces preguntarle a alguien amablemente si está bien puede ayudarle a llevar la situación. Pero evalúa la situación, a veces la persona puede estar muy alterada y no responder de la mejor forma si te acercas.

Lo más importante es que las situaciones de acoso no pasen desapercibidas, que todas sus formas, incluyendo los "piropos inofensivos", sean sancionadas y se empiecen a ver como actos reprochables, y actos que, además, tienen consecuencias directas en el bienestar de las mujeres.

***

Antes de cerrar los dos días de taller, sin planearlo, varias asistentes terminaron contando historias de conocidas suyas, o sus propias historias, sobre casos de acoso que habían padecido. Y mientras cada una de las que decidió hablar contaba una, varias de las asistentes empezaron a soltar lágrimas que hablaban de un sufrimiento con el que se aprende a cargar y que en muchas ocasiones pasa desapercibido.

Prueba estos consejos y cuéntale por acá a Tania si funcionó o no.