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Identidad

El verdadero origen del futbol: evitar la masturbación

Ni pan y circo ni un mero entretenimiento. El fútbol no nació como un espectáculo para distraer a los hinchas cada fin de semana.

Ni pan y circo ni un mero entretenimiento. El futbol —ese deporte de masas que genera miles de millones en el mundo— no nació como un espectáculo para distraer a los aficionados cada fin de semana. El futbol fue creado para salvar a los hombres del vicio.

Segunda mitad del siglo XIX. La ahora prestigiosa (y mixta) Uppingham School tenía ciertas normas: si alguno de sus alumnos —en ese entonces sólo varones— era descubierto en un momento de autoexploración corporal sería automáticamente expulsado. Andar con la mano entre las piernas arruinaba el ambiente de pureza que el centro quería mantener en la escuela.

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Aunque, claro, la carne es débil y la tentación está siempre a la vuelta de la esquina —especialmente, a ciertas edades en que las hormonas rebotan por todo tu cuerpo. Así que desde la dirección del centro se proponía la práctica del deporte como arma fundamental para luchar contra ese vicio llamado onanismo.

Los motivos de esta represión sexual impuesta se pueden imaginar con facilidad. Nada nuevo, en realidad. La sociedad victoriana tenía una especial preocupación por aquello de la masturbación por motivos tan disparatados como sus efectos secundarios (la clásica ceguera que ha asustado a generaciones y generaciones) y, sobre todo, por el peligro que suponía para la supervivencia del Imperio Británico: existía el miedo de que masturbarse fuera el primer paso hacia la pecaminosa e intolerable afición a masturbar a alguien más. La línea que separa la autocomplacencia de la homosexualidad es demasiado fina. Claro que sí.

Uno de los nombres propios detrás de estas retrogradas teorías fue el del reverendo Edward Thring, director de Uppingham School durante más de 30 años. Considerado uno de los padres de los métodos de enseñanza en la educación pública inglesa y merecedor de un artículo en la Enciclopedia Británica, Thring estaba obsesionado con la lucha contra el horroroso pecado que cometían los jóvenes ingleses aliviándose a sí mismos.

Para su particular cruzada contó con la inestimable ayuda e inspiración de su hermano. No es que John Charles Thring fuera un santo puro y casto. O sí, pero eso no importa. La influencia del hermano del reverendo fue bien distinta. JC Thring fue una pieza fundamental en el desarrollo de las normas del futbol.

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Junto a Henry de Winton, Thring publicó en 1848 (pocos años antes de que su hermano llegara a la dirección de Uppingham School) el primer conjunto de reglas del futbol adoptado en la gran mayoría de las universidades inglesas, las Reglas de Cambridge.

Así, como señaló David Winner en su libro 'Those Feet: A Sensual History of English Football', el reverendo habría colaborado desde la dirección de la escuela a la expansión del futbol como deporte.

Y no sólo eso. El reverendo, en su influyente papel dentro de la educación fue uno de los que moldearon el concepto de la hombría victoriana. Nacía con él un movimiento en el que el deporte y el músculo conformarían los pilares sobre los que seguiría manteniéndose el imperialismo.

Entre tanta palabra con tinte épico había dos elementos clave para mantener la hombría: la práctica del deporte y la represión sexual, algo que además, iba de la mano. El deporte libera la tensión suficiente como para olvidarse de que las hormonas pueden provocar el pecaminoso acto. Y claro está, si hay que practicar algún deporte para fomentar la masculinidad de tus alumnos y tu hermano es un fanático del futbol, lo más probable es que pase lo que sucedió: los alumnos de Uppingham School tuvieron que jugar futbol para evitar caer en la masturbación. Y con ellos, los de todas las escuelas inglesas que siguieron la metodología marcada por Thring.

Así, la expansión del balompié se aceleró gracias a la represión sexual. En el pasado mundial de futbol, el gobierno de Brasil repartió millones de preservativos, pero si el futbol se extendió como la pólvora fue, entre otras cosas, para que los zagales de la época no se dejaran llevar por la autocomplacencia continuamente.

Porque, como todo el mundo sabe, jugar futbol te quita las ganas de masturbarte. Eso y que el futbol no es para mariquitas, ¿verdad, Capello? Aunque no lo parezca, entre una cosa y otra han pasado más de 150 años.