Ladillas, moluscos, gonorrea: así adquirí una ITS (y cómo lidié con ella)
Foto por el usuario de Flickr Larry Hoffman, vía.

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Ladillas, moluscos, gonorrea: así adquirí una ITS (y cómo lidié con ella)

Ocho testimonios de hombres y mujeres que nos cuentan cómo se infectaron y qué hicieron, además de lo que aprendieron de sus respectivas experiencias.

Estás orinando y de repente de tus genitales brota un líquido de un color extraño. Estás teniendo sexo y duele. Sientes inflamación, picazón o incomodidad. Sabes que algo está mal, pero tampoco sabes bien a bien qué hacer. Recurres a Google o a tu médico de confianza y confirmas tus sospechas: tienes una ITS.

Según la Organización Mundial de la Salud, las ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) son causadas por más de 30 bacterias, virus y parásitos diferentes. Se llaman de "transmisión sexual" porque es su medio de propagación más común, sin embargo no es exclusivo: en el caso de las ladillas —pediculosis por pthirus pubis—, por ejemplo, basta con probarse ropa infestada en las tiendas, por rozar sábanas de hoteles o incluso por sentarse en excusados, para adquirirlas. Tener una ITS es un asunto que suele vivirse en silencio y con culpa: en un país donde el tener sexo continúa siendo un tema casi proscrito, infectarse resulta, al menos en el imaginario colectivo, un sinónimo de falta higiene o producto de numerosos encuentros sexuales sin la debida protección. Y si eres mujer, la culpa opera por partida doble: el machismo las tilda de "putas", "sucias" y un sinnúmero de adjetivos que convierte un asunto de salud en una cuestión moral. En el caso de los homosexuales, de inmediato brota la palabra "promiscuidad".

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Pero tener una ITS es mucho más común de lo que se piensa: según la misma OMS, diariamente más de un millón de personas contraen una infección de transmisión sexual. Podrías ser tú, aunque siempre escuchamos que esto le pasó "al primo de un amigo". Por eso es que aquí te presentamos ocho distintos testimonios de hombres y mujeres, quienes nos cuentan cómo se infectaron y qué hicieron, además de lo que aprendieron de sus respectivas experiencias.

Samuel: "el tratamiento fue pellizcarme los huevos hasta que saliera todo el molusco de la piel"

Fue mi novia la que se dio cuenta de que había algo raro. Empecé a presentar unas ronchas raras en las piernas, entre los muslos. Estábamos viendo la tele, en calzones. En un principio pensé que era una de mis múltiples alergias, por lo que tomé antihistamínicos. Sin embargo, las ronchas continuaron expandiéndose. Fui al urólogo y me dijo que ese era un molusco, un tipo de grano que se contagia por vía sexual. Para entonces ya también los tenía en los testículos, y el tratamiento para ese tipo de infección fue pellizcarme los huevos hasta que saliera todo el molusco de la piel.

Le conté a mi novia de inmediato para que se checara, y aunque al principio desconfió, luego se las encontró en la espalda y en las nalgas. Haciendo memoria y sacando conclusiones, supimos que nos infectamos en un hotel boutique. Nos quedó claro que muy probablemente no desinfecten las amenidades del hotel correctamente después de cada uso. El error fue no pasarles siquiera un calcetín antes de empezar a usarlas, ahora llevamos toallitas con cloro si queremos usas esas cosas.

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Vampirita Unicornio: "me ganó el romance y me contagié de papiloma"

Llevaba seis meses en una relación formal. Ya sabes: de esas melosas y con planes a futuro. Precisamente por la intensidad y compromiso, un día dejamos de usar condón (desde que inicié mi vida sexual siempre usé condón, adicionalmente a tomar pastillas anticonceptivas). No sólo me preocupaba el embarazo: también contagiarme de alguna enfermedad. Pero esa vez me ganó el romance y pues, ¿por qué no?, dejemos el globito para otros que estén de fiesta. Bueno, pues estando con mi chequeo de rutina con el ginecólogo, me dijo que me iba a hacer una revisión más minuciosa. "Tienes unas lesiones muy graves que indican que tienes papiloma", me dijo. Cuando escuché esas palabras se me fue el corazón al piso. Yo relacionaba el papiloma con cáncer y me entró un miedo tremendo. "Tenemos que tomarte una muestra para saber de qué tipo es". En lo que salían los estudios de laboratorio la espera se me hizo eterna. No dormía, lloraba, y ya estaba anticipando una película de terror. Hablé con mi novio y resultó que yo era una de las pocas novias con las que él había estado usando condón.

Entre nuestras pláticas salió que una ex lo buscó para decirle que había estado "enferma", pero que ya estaba bien al punto de tener "vagina nueva". A ella le habían diagnosticado papiloma y se lo guardó. Nunca se lo comentó en todo el tiempo que anduvieron. El día que me lo diagnosticaron a mí yo estaba muy enojada, pero lo importante era que lo que tenía que hacer. Era un papiloma de riesgo moderado, no de los que provocan cáncer, pero tenía que erradicarlo de mi sistema. La opción para quitar las lesiones que tenía dentro de la matriz era la crioterapia, o sea congelarlas con nitrógeno líquido.

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El ginecólogo me recostó, me abrió las piernas y me insertó una cánula con nitrógeno. Al momento no fue molesto, pero a los 15 minutos empecé con sudoración excesiva y me comenzó a dar un cólico terrible. Estuve una semana con un flujo tremendo. Tuve que estar yendo cada mes para ver que ya no hubiera más lesiones. No volví a tener sexo con él sin condón, pues era probable que aún tuviera el virus latente. Y con las parejas posteriores a él tampoco he soltado el condón. Ya no he presentado más lesiones. Parece que el virus se erradicó de mi sistema, pero el susto nadie me lo quita.

Daniela, mujer trans: "un taxista me contagió de gonorrea"

Cuando tenía 17 años tuve una experiencia sexual con un taxista. Tomé el taxi y él me empezó a agarrar la pierna y en una callejuela de la Colonia Portales. Tuvimos sexo en el asiento de atrás del coche. Nunca lo volví a ver, pero a los pocos días me empezó a arder el pito, lo que me extrañó, porque yo no sabía que del ano —donde me había penetrado— se me podía pasar algo al pene. Luego del dolor me empezó a supurar, fue entonces cuando le pedí a mi madre que me llevara con el Doctor Hernández, el médico de la familia. A mi mamá sólo le dije que tenía "una molestia".

Al doctor le pedí que no le dijera nada a mi mamá, pero él me dijo que "le tenía que contar por mi bien". Me recetó un antibiótico tan fuerte que cada que me lo ponían me desmayaba. Me alivié, pero el susto me duró tanto que no tuve sexo durante casi un año. Eso fue hace muchos años, pero hace poco me hice una prueba de detección de ITS en una de esas campañas callejeras, a cambio de una cajita de condones. ¡Cuál fue la sorpresa que ahí me dijeron que tenía que ir a un laboratorio porque mi resultado había salido positivo para sífilis!

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Ya fui al laboratorio y cuando recogí mi resultado, era positivo. Luego me di cuenta y era el resultado de otra persona. Tuvieron que volver a hacérmelos y ya, ahora sí salieron negativos, lo cual era lo lógico, pues yo no tengo sexo con desconocidos o sin protección. ¡Pero el susto quién te lo quita! Todo por unos condones que me dieron en una cajita metálica que ahora uso para las pestañas postizas.

Dan: "¡Tenia las pestañas y las cejas llenas de ladillas!"

Una vez me metí a un hostal en el centro de Puebla con mi pareja (esto es importante recalcarlo, porque ni siquiera era un ligue casual). Sólo estuvimos una noche ahí y regresamos a Nayarit. De pronto, estando en casa, una de mis hermanas me hizo la observación de que tenía los ojos llenos de lagañas. Al acercarse para quitármelas, se dio cuenta de que no eran legañas, eran ladillas. ¡Tenía las pestañas y las cejas llenas de ladillas!

Obviamente corrí al baño para revisarme todo el cuerpo y me di cuenta de que también tenía las piernas y los brazos llenos de ladillas. Le llamé a mi pareja y él no tenía nada, lo que estuvo súper raro. Otra cosa que fue extraña es que ni en el vello público ni en la cabeza tenía nada, sólo piernas, brazos, cejas y pestañas.

Mandé a mi mamá a la farmacia a comprar un shampoo y con eso y vinagre me logré quitar las ladillas del cuerpo. Entre mi hermana y mi mamá hicieron equipo y me quitaron con las uñas las que tenía en las pestañas. Después lavé sábanas, fundas de almohadas, y toallas, dejando todo aislado por un tiempo. Yo creo que fueron las toallas con las que me sequé en el hotel las que tenían las ladillas, porque en las sábanas dormimos mi pareja y yo, y a él no le pasó nada.

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Es horrible la sensación. A pesar de que se me quitaron, duré mucho tiempo sintiendo que aún las tenía. Yo pensaba que esas cosas sólo te pasaban durante el sexo casual, pero también te pasan siendo fiel, romántico y creyendo en el amor, jaja. Por cierto: las burlas de mi familia siguen hasta ahora, a pesar de que hayan pasado ya diez años de lo que te estoy contando.

Juan Ramón: "sufro artritis por culpa de una clamidia"

En un viaje a Colombia mis amigos me invitaron a un sauna en donde tuve sexo con un desconocido. Fue con condón, pero también me hizo sexo oral. Al regresar a México, empecé a tener un leve escozor en el meato urinario y una secreción por la uretra que salía previa al orinar. Inmediatamente tomé antibióticos —como médico pude tener acceso a ellos fácilmente—, lo que me quitó el ardor y la secreción, con lo que yo creí que ya se había solucionado el problema. No me hice cultivos ni estudios de laboratorio.

Desgraciadamente a las dos semanas regresó la secreción y entonces inició mi "viacrucis". Ahora sí con cultivos de la secreción, exámenes de orina, biometrías y exámenes de VIH: todo salió negativo. Sólo aparecían "abundantes leucocitos sin bacterias" y como no sabía lo que era, entré en pánico y pensé en otras enfermedades como tuberculosis. Visité dos urólogos, y los dos me mandaron hacer diferentes pruebas y un "cepillado" (te meten una especie de cepillo para lavar biberones en la uretra y te tallan para captar cualquier bicho). Obvio en el laboratorio me veían con asco y se comentaban entre los laboratoristas que quién me lo hacía. Al final siempre mandaban un hombre y mi impresión es que me veían con asco y yo con la vergüenza de exponerme ante ellos.

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Iniciando el segundo mes empecé a tener unas lesiones en el glande que parecían quemaduras, con lo que se incrementó aún más mi miedo y paranoia. El segundo urólogo dijo que eran hongos, espera ¿HONGOS? ¿Yo? Pero ni siquiera había tenido sexo con nadie desde que esto empezó y hasta una vez agua oxigenada me puse. Estaba en la desesperación total por no tener un diagnóstico. Este urólogo me dio una crema para hongos y obvio no se quitó. Para el tercer mes se agregó un dolor muy molesto en las articulaciones que no me dejaba estar sentado. La secreción ya había desaparecido en el segundo mes, pero las lesiones en el glande seguían y eran muy aparatosas.

Con toda la pena del mundo fui a ver una amiga dermatóloga y le conté lo que me había pasado. Vio mis lesiones y me dijo que era una balanitis. Me preguntó si había tenido en algún momento secreción uretral y por supuesto le dije que sí. Luego me preguntó si había tenido conjuntivitis. Le contesté que sí, que tuve una conjuntivitis severa —como a las dos semanas de regresar de mi viaje— que me duró 21 días. Para concluir me preguntó por dolor de articulaciones y es ahí donde quería llorar. Me dio como diagnóstico una Artritis de Reiter o Artritis Reactiva a una infección por clamidia.

La clamidia fue fácil de erradicar, pero la desregulación en mi sistema inmunológico es lo que estoy pagando aún, ya que ahora tengo que tomar antiinflamatorios para el dolor y un medicamento para disminuir y evitar la progresión de la artritis. Ocasionalmente la balanitis reaparece, lo que me ha traído problemas cuando he estado con alguien pensando que pueda ser contagioso y pues me quedo con las ganas. Este problema lo desencadenó la clamidia, la cual fue por sexo oral. A la fecha tengo limitación por el dolor de la artritis y siento vergüenza de pensar en lo que pasé y lo que sigo pasando.

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Tatiana: "mi actual novio me contagió herpes"

No es fácil decirlo, pero me contagió mi actual novio hace más de un año. Nuestra primera vez fue muy pedos después de una fiesta. Usamos condón, pero no sirvió de nada pues el momento del contagio fue cuando me dio sexo oral. Nunca me di cuenta de que él tenía un fuego labial. Por la mañana noté que mis labios vaginales estaban hinchados, pero pensé que había sido por la noche anterior y la deshidratación del alcohol. Incluso llegué a pensar que se trataba de una infección, cosa que ya me había pasado antes.

Al día siguiente, mi vulva parecía un zombie cayéndose a pedazos. Tenía llagas por todos lados, me dolía al caminar, al sentarme. No sabía qué hacer, así que consulté al doctor Google y después de leer varios párrafos de artículos médicos, sentí que me caía un balde de agua fría: tenía herpes. Lloré mucho, me daba mucha pena contarle a alguien, me dolía mucho físicamente, pero más era el miedo de confirmarlo. Temía que, de ahora en adelante, a todas mis parejas tendría que decirles algo tan mío. Y para alguien que no estaba acostumbrada a hablar de sí misma, era un pedote.

Me sentí rota, usada, tonta. Dudé de mí misma, dudé de mi capacidad de decidir. Le conté a mi mamá y su cara de decepción me confirmaba todo lo anterior. Acudí a una ginecóloga de emergencia y ella me confirmó que efectivamente era herpes, y que realmente la gente hace mucho más pedo de lo que es, pues se ha satanizado mucho a las personas (en especial a las morras) por contraer enfermedades de transmisión sexual. Pero también me que el herpes es como si fuera una gripe sumamente molesta. Aparece cuando recién te contagias y puede volver o no, dependiendo de tu sistema inmunológico, pero eso sí: el virus se queda para siempre como un residente en tu sistema.

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Me recetó Aciclovir, que es un antiviral, en pastilla y pomada, la cual debía ponerme todos los días por la mañana y la noche. Después de siete días de sufrimiento las llagas se fueron y pude hablar con mi novio. Le conté todo y por fin se le ocurrió decirme cómo justo después de darnos, tuvo un fuego labial enorme, pero no tuvo ningún otro pedo. "Qué injusto", fue lo único que pensé. Al final creo que fue lo que necesitaba en ese momento. Gracias a tanto tiempo poniéndome crema en lugares que nunca me había visto, conocí realmente mi vulva y mi vagina. Aprendí que ser mujer con herpes no significa que no sirvo o que estoy rota. Pero principalmente aprendí que el herpes no me define, pero todo lo que he logrado después del contagio, sí.

Joaquín: "creí que era un barrito, pero realidad eran condilomas"

Hace más o menos un año, tuve una racha de situaciones que aparecieron por coincidencia, pero como siempre he querido estar atento a mi salud, me hice varios estudios de laboratorio. Al realizármelos se descartaron una decena de enfermedades (y de ITS), pero también me llevaron a hacerme estudios de un área no tan frecuente, el área genital. Meses antes, masturbándome, me había encontrado un "barrito" en la ingle, cerca de la base del pene. Al cortarme el vello vi que el barrito tenía punta blanca. Lo que me causó extrañeza fue no haber sentido alguna molestia hasta entonces, por lo que tampoco le di mucha importancia.

Después de un mes, el barrito no se iba; después de dos meses, tampoco; al cabo de tres un "barrito nuevo" había aparecido. Aproveché esos estudios entonces para confirmar lo que ya sospechaba: no eran "barritos" se trataba de un par de condilomas.

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Me dirigí nuevamente al sitio seguro dónde, además de diagnóstico daban tratamiento, la Clínica AIDS Healthcare Foundation México (AHF México). El doctor muy amablemente pudo detectar ambos condilomas, y al tratarse de un caso no tan severo, pudo realizarme el tratamiento. Consistía en aplicar un ácido directamente en los condilomas que los cauteriza y evita su propagación.

Como me explicaron, los "barritos" —que en realidad son verrugas genitales— son resultado de haber adquirido el Virus del Papiloma Humano, que en los hombres no tiene mayor efecto que la aparición de estos, a diferencia de las mujeres. Esta condición casi asintomática, hace que se vuelva una ITS altamente contagiosa, por lo que, para evitar su propagación, es necesario un constante chequeo y autoexploración, cosa que desde entonces hago.

Franco: "Hasta hace poco tiempo, a los pacientes de Hepatitis C no nos quedaba otra opción que esperar la muerte"

Es difícil saber con quién, cómo o cuándo fue que me contagié. Solo sé que de repente un día me encontré con la noticia que era portador de Hepatitis C. Me enteré por unos estudios de rutina donde me hicieron unas pruebas de función hepática y resultó que tenía las enzimas hepáticas altas. Yo lo atribuí al uso excesivo de alcohol y cocaína, pero eso no era realmente el problema: me mandaron a hacer pruebas de hepatitis B y C la sorpresa es que era positivo a el VHC. La verdad no sabía nada del virus y no di gran importancia.

Me explicaron que hay una cepa del virus que está muy de fuerte en personas homosexuales y que probablemente fue así como lo adquirí. Debo decir que tenía algunos amigos sexoservidores con los que irresponsablemente decidí tener relaciones no protegidas por exceso de confianza o de drogas, así que ahí tenía la respuesta. Con la hepatitis C el problema justamente es que no se nota: pueden pasar muchos años sin que te des cuenta de que eres portador, por ello se llama hepatitis C crónica. Nunca hubo un síntoma, nunca hubo un problema, nunca hubo nada.

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Cuando los médicos irresponsablemente te dicen que "no tienes nada" pues no haces nada y eso fue lo que me pasó: resultó que cuando fui a la consulta para saber los resultados, la doctora que me atendió minimizó la situación por lo que yo asumí que podía seguir con mi desmadre y cogiendo a pelo y así lo hice durante el siguiente año, hasta que regresé a consulta el año siguiente y otra doctora me preguntó que como andaba con el tratamiento para la hepatitis C.

Yo muy seguro le dije "yo no tengo hepatitis C", y entonces ella me mostró los estudios que su colega del año anterior no había sabido interpretar. Como no sabía nada acerca del virus supuse que lo típico era ponerme en cuarentena y que comería dulces (eso es lo que había oído siempre), pero no. Esta segunda doctora me mandó con otro especialista y es así como llegue con el gastroenterólogo, pues, por increíble que parezca, no hay suficientes hepatólogos en el IMSS así que ellos son lo más cercano a un especialista que nos puede atender.

Ahí me preguntaron si tenía seguro de gastos médicos mayores. Le dije que no, y entonces me explicó la verdadera situación: debía empezar con un tratamiento súper agresivo con interferón pegilado y rivavirina, pues los medicamentos de última generación eran excesivamente costosos y el IMSS no los tenía aún. Y vaya que son costosos: el tratamiento por 3 meses cuesta aproximadamente $800,000.00 pesos.

El tratamiento consistió en 48 semanas tomando 6 pastillas de rivavirina y una dosis inyectada de interferón pegilado de 100 microgramos, con efectos secundarios aterradores: la rivairina causa resequedad de las mucosas del cuerpo y todo el tiempo andas con una resequedad en la boca espantosa, la comida no sabe a absolutamente nada y la piel se pone de cartón. Por más agua que tomes siempre andas con la piel reseca y con una comezón que pareces perro con sarna.

El interferón te tira literalmente a la cama, unas ocho horas después del piquete empiezan los dolores de huesos, junto con una fiebre espantosa, cuerpo cortado, dolor de cabeza, mucho sueño, como si tuvieras una gripe de esas que no te levantas de la cama. Todos estos efectos duran más o menos cuatro días, así que tienes dos como para sentirme medio bien, porque se acerca el 7 y ahí vas de nuevo. Pero lo más duro son los efectos secundarios a largo plazo y en la bioquímica del cerebro: conforme pasan las semanas, empiezas a notar que se te cae el pelo, de repente la ropa ya no te queda pues empiezas a perder peso. En mi caso bajé 20 kilos en esas 48 semanas.

El simple hecho de abrir los ojos te molesta y prefieres dormir y estar encerrado casi todo el día, las ganas de hacer cosas se van, las ganas de comer también se van y junto con ellas las ganas de vivir. Llega el momento en que no quieres continuar con el tratamiento pues caes en un estado de depresión terrible: a mí me pasó y aunque nunca pensé en el suicidio, sí pasaba por mi mente la idea de que "si me muero pues no pasa nada y el mundo sigue".

Así me avente algunos meses hasta que caí con el psiquiatra. Al principio me rehusé a tomar antidepresivos, pues ya era demasiado medicamento para mi cuerpo y además no quería engancharme con pastillas y esas cosas:. Venía saliendo de las drogas y lo que menos quería era más adicciones.

El psiquiatra me explicó que junto con la terapia psicológica debía tomar unos antidepresivos para ayudar a mi cerebro a producir endorfinas, así que acepté. Poco a poco las cosas mejoraron y aunque tenía los efectos físicos aprendí a convivir con ellos. Puede parecer un poco loco, pero platicaba con mis medicamentos y les pedía que me ayudaran con mis planes de la semana.

Así transcurrieron 48 semanas hasta que terminé el tratamiento y me dieron las dos noticias: siempre hay una buena y una mala. La buena es que estaba indetectable, la mala es que tenía que esperar los seis meses de rigor para saber si seguía indetectable o el tratamiento había fracasado, pues tristemente solo el 50 por ciento de los tratados logran mantenerse negativos. Además, muchos pacientes deben suspender el tratamiento pues no pueden con los efectos secundarios, ya que es más el daño que el beneficio.

Hasta hace algunos años si fallabas al tratamiento significaba que ya no tenías más opciones que cuidarte para que el hígado no progresara con más daños y resignarte a esperar la muerte, pues como dije, la mayoría de los que padecemos esto nos damos cuenta cuando el deterioro es muy avanzado. Hoy por fortuna existen más opciones y aunque aún son poco accesibles, cada vez están más cerca y cada vez hay más casos de personas curadas. Yo aún estoy esperando que me den mi resultado de los seis meses, pero muy listo para enfrentar lo que venga.

Aprendí a vivir realmente, ya no necesito de las drogas para sentirme bien y me
mantengo limpio desde hace un año y medio. Aprendí que existen personas que se interesan por mí y a interesarme por los demás; aprendí que la vida es más sencilla de lo que parece y que si le sonreímos también nos sonríe.

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