Cómo 'Black Mirror' pasó de ser un show inteligente a una serie para masas

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Cómo 'Black Mirror' pasó de ser un show inteligente a una serie para masas

En su tercera temporada, que estrenó el pasado viernes 21, el show mantiene su fascinación principal: el hombre, la máquina y la pregunta de quién controla a qué.

Una imagen del episodio "Nosedive", de la tercera temporada de "Black Mirror" (Foto por David Dettmann/Netflix).

En un año que parece no acabar lo suficientemente rápido, Black Mirrorapareció justo en el momento indicado. La serie de Charlie Brooker migró convenientemente del canal inglés Channel 4, al servicio de televisión digital de Netflix, adoptando así una audiencia en América. En su tercera temporada, que estrenó el pasado viernes 21—Netflix presuntamente compró los derechos por 40 millones de dólares—, el show mantiene su fascinación principal: el hombre, la máquina y la pregunta de quién controla a qué.

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Es una premisa ingeniosa. Desde hace décadas, el género del terror ha sido un buen espacio para hablarnos de nosotros mismos. Nada atraviesa el corazón humano tanto como la vulnerabilidad, el miedo, y la paranoia irracional. En todas las culturas, los imaginarios del terror se sienten como un estudio antropológico. Pero, ¿qué nos dice ahora Black Mirror sobre nosotros mismos?

Parece que no mucho. No se necesita del terror ni de la ciencia ficción para entrar en terrenos alegóricos, pero sin duda estos son más potentes cuando se encuentran dentro de estos géneros. La medida puede variar; los filmes de horror japoneses son increíblemente efectivos y autónomos, pero si quieres entender, digamos, el patriarcado de un país, la fascinación del género por la ira femenina te puede ayudar.

Black Mirror, por otra parte, carece completamente de alegorías. En vez de eso, trata sobre la cosa misma. La tecnología es una representación de la tecnología misma… creo. Y nuestra esclavizada devoción por su conveniencia intenta encarnar la idea de que somos, pues, esclavos de su conveniencia.

El cambio más grande de esta temporada lo da Netflix, que ahora muestra el show bajo la categoría de "serie original". Abandonamos los estrictos confines ingleses de las primeras dos temporadas, y entramos a los Estados Unidos (así como a otros países), bajo el lente de exclusivos directores estadounidenses. Como resultado, las texturas de la nueva temporada se ven desiguales, y el ritmo y estilo varía violentamente. Los tonos desteñidos y saturados de la versión inglesa se mantienen, excepto en el primer capítulo —de Joe Wright—, que parece más como parte de un videojuego. El ritmo medido de los dramas ingleses fue cambiado por la agitada edición americana. El episodio de Dan Trachtenberg, "Playtest", se siente como un thriller conspirativo, mientras que el de James Watkin, "Shut Up and Dance", es más un trabajo repetitivo. Es un cambio extraño. Desde mi perspectiva, al otro lado del charco (siendo inglés), la televisión británica suele ser una experiencia más insular, algo que la "era dorada" estadounidense ha adoptado; la clave es contener muchas cosas, tanto en la superficie, como debajo de ella.

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Black Mirror suele ser comparado a The Twilight Zone ('La dimensión desconocida'), otra serie de antología bastante nihilista. Ahí, la tecnología también jugaba un papel importante, pero la atmósfera era de paranoia por la guerra fría. La ciclicidad era fundamental para el programa de Rod Serling. La ansiedad atómica, el macarthismo, la constante amenaza del 'otro'; la paranoia estaba en todas partes dentro de The Twilight Zone, pero el miedo del momento estaba enmarcado en una psicosis repetitiva. Una pieza ambientada, un escenario moderno, un futuro distópico y elaborado; estas no eran decisiones o herramientas narrativas, eran formas de significar las formas en las que estamos condenados a repetir siempre los mismos conflictos, en una historia trágica que no tiene fin.

Black Mirror tiene menos cosas que decir sobre dónde hemos estado y quienes somos en el siglo XXI porque, básicamente, estamos intentando entenderlo. Es una cuestión, no tanto de miedo, sino de comportamiento. Mientras que The Twilight Zone parecía un test de Rorschach, Black Mirror es un artículo sensacionalista.

El show de Brooker muestra indignación, ¿pero con qué fin? Serling estaba preocupado, casi exclusivamente, con la moralidad, y la ironía de muchos de los finales nihilistas del programa se sentían como un dedo que juzgaba y advertía, "te lo dije". Pero el show tiene menos cosas que decir, en gran parte por los altibajos del momento al que pertenece. No hace mucho, la tecnología tuvo que cargar con el peso de la utopía: una herramienta que nos guiara a una nueva era llena de promesas. Shows como Star Trek ('Viaje a las estrellas') nos llevaron a un tiempo en el que la tecnología aliviaba nuestros males, no los activaba. En ese sentido, Black Mirror es un sombrío cuento de hadas de nuestra época, en donde las sospechas de que la tecnología no nos cubre la espalda se vuelen reales.

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Pero esto es un intento unidimensional por manifestar miedos tridimensionales. Algunos episodios han sido extrañamente proféticos: en el final de la segunda temporada, "The Waldo Moment", un presentador de televisión escala incomprensiblemente a altos rangos políticos y consigue el apoyo del público, un inquietante recordatorio de lo que puede pasar en Estados Unidos; y en el piloto de la serie, el Primer Ministro Británico tiene sexo con un cerdo.


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La nueva temporada presenta un episodio que sirve como una metáfora potente de inmigración, un tema político definitivo en los dos continentes a los que pertenece ahora Black Mirror. Vivimos en tiempos absurdos, en los que las construcciones de muros, la verificación de edad para los refugiados y los abogados que menosprecian los derechos humanos, son algo común. Gran parte de lo que hace poderosa a la ciencia ficción es su habilidad para confrontarnos con quienes somos. Black Mirror funciona en ocasiones, pero su interés está en contarnos quiénes podríamos ser. Es una alerta en el ojo del huracán, demasiado ridículo para ser tomado como arte, y demasiado obvio en su narrativa para ser tomado como una metáfora. Black Mirror nos pide que miremos nuestro propio reflejo, pero no le interesa realmente quién esté devolviendo esa mirada.

Black Mirror está disponible en Netflix desde el viernes 21 de octubre