Mi padre era pederasta e hice que lo metieran a la cárcel

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Identidad

Mi padre era pederasta e hice que lo metieran a la cárcel

Sé que lo merece y sé que la sociedad está más segura con él tras las rejas pero no puedo evitar sentir dolor por lo que hice.

"No puedes decirle a nadie", dijo.

Fue el 25 de abril de 2012. Era un día soleado y estaba almorzando con mi hermana en un café al aire libre. Mi hermana me dijo que mi padre lleva 20 años abusando de mis cuatro hermanas menores frente a mis narices. También dijo que no planeaba decirme hasta que mi padre muriera para no avergonzar a la familia. Pero como mi padre acababa de heredar una suma enorme de dinero, inmediatamente le pidió el divorcio a mi madre y quería la custodia de nuestra hermana menor, que en ese entonces tenía 16 años. Mi hermana dijo que quería que hiciera todo lo posible para que mi mamá se quedara con la custodia de mi hermana e hizo énfasis en que no podía hacer público lo que estaba pasando.

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No podía creer lo que me dijo. Nunca me imaginé que mi devoto padre fuera capaz de abusar de sus propias hijas. Sin embargo, en ese momento supe lo que tenía que hacer. Si mi padre estaba violando a mis hermanas, tenía que irse. Y no iba a mantenerlo en secreto.

Llamé al Servicio de Protección Infantil esa noche para pedir orientación. Me sugirieron que hablara con mi madre antes de llamar a la policía. Esa misma noche le marqué por teléfono y le pedí que viniera a mi casa. Mientras la esperaba, sentí como si un demonio antiguo y furioso se estuviera apoderando de mí. En cuanto llegó, le pregunté si estaba enterada de lo que estaba pasando. Bajó la mirada y dijo "Sí" en voz baja. "Pero me voy a hundir con mi esposo. Dios me lo envió".

Perdí la cabeza. Le grité tan fuerte que escupí. Mi rostro se distorsionó por la ira y la desesperación. Ella veía al piso, sin decir nada, con la boca cerrada firmemente. Seguí gritando, insultando y haciendo preguntas. ¿Cómo pudo permitir que le hicieran eso a sus hijas? Exigía una respuesta.

La confrontación duró horas y mi madre se negaba a ceder o cooperar. Llegó un punto en el que ya no podía seguir por el agotamiento. Le pedí que se fuera y le juré que no me iba a detener hasta ver a mi padre en la cárcel por lo que había hecho. Se fue rápido sin decir una sola palabra. Cuando salió, le azoté la puerta.

Quince minutos después escuché que alguien tocaba la puerta. Era mi madre.

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"Tu padre confesó todo. Necesito que me acompañes a la estación de policía para presentar una denuncia. No quiero hacerlo por teléfono", dijo finalmente.

Todavía recuerdo a mi madre sentada en su auto en el estacionamiento del juzgado, con las piernas afuera y dándole la espalda al auto. Y al oficial escribiendo tranquilamente el reporte. Cuando regresamos a casa de mis padres, el lugar ya estaba lleno de policías.

No lo arrestaron esa noche pero sí lo obligaron a irse de la casa. Unas semanas más tarde, huyó de Estados Unidos con 20 mil dólares de la cuenta de ahorros conjunta que tenía con mi mamá. También mandó cartas a mis hermanas el día del padre donde decía que la falta de interés que tenía mi mamá por el sexo era la razón por la que abusó de ellas.

Parecía que había empezado una nueva vida con un nuevo perfil de LinkedIn y cientos de publicaciones en Facebook sobre sus aventuras en su nuevo país. Nosotros no podíamos hacer otra cosa más que ver cómo nuestro padre escapaba alegremente de la justicia. Pero al final regresó a EU.

Mis padres eran muy religiosos. Sus vidas estaban definidas por la fe y el apego a la Biblia. Mis hermanas y yo estudiamos en casa y crecimos en una granja pobre en la zona rural de Kentucky. Ninguna iglesia era lo suficientemente conservadora para mis padres. Por eso mismo, expresaban su devoción en casa con nosotros y otras personas que estaban inconformes con los excesos de la iglesia moderna. Casi siempre estábamos solas en casa. Socializar era imposible y los hobbies no existían.

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Mi padre era distante emocionalmente y abusivo físicamente pero aun así lo amaba. Crecí aislado y privado de afecto físico. Tenía envidia de mis hermanas porque siempre estaban sobre el regazo de mi padre y él siempre les demostró su afecto. Después supe que cada que veía a mi padre acurrucado con mis hermanas, normalmente en el comedor o en la noche cuando jugaban videojuegos, era porque las estaba manoseando. En la noche, cuando mi madre y yo nos íbamos a dormir, mi padre hacía cosas peores. Pero nunca lo supe. Mi padre abusó de mis hermanas frente a mí por 20 años y apenas me daba cuenta.

Mi padre parecía decidido a negar los cargos en su contra mientras esperaba su juicio en la cárcel del condado. Se declaró inocente y se gastó todo el dinero que le quedaba en el sueldo un abogado defensor muy caro. Yo tenía mucho miedo de que saliera absuelto. Si eso pasaba, temía que su primer acto de liberad fuera comprarse un arma, ir a mi casa en la madrugada y dispararme en mi propia cama.

Mi salud mental colapsó. Todas las noches tenía la misma pesadilla: perseguía a mi padre en un laberinto enorme (a veces en una casa gigante con cientos de habitaciones y pasillos, a veces en un complejo industrial, a veces en las calles enredadas de una ciudad de Europa del Este). Por más que corría, no podía alcanzarlo. A veces se caía en una grieta o en una coladera y después saltaba con los brazos estirados y las manos listas para estrangularme. Casi siempre me despertaba con un grito ahogado.

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Con frecuencia tenía ataques de pánico y recuerdos tan intensos que me desmayaba. Los factores detonantes eran impredecibles. A veces, las escenas de cazadores de venados o de la vida rural en las película me provocaban estos recuerdos que me dejaban en estado catatónico. No podía moverme, hablar ni respirar. El mundo a mi alrededor se desvanecía y era reemplazado con alucinaciones de mi vida en la granja con mi padre. A veces me despertaba a media noche porque me faltaba el aire. Todos los días tenía episodios disociativos, ataques de ansiedad y pensamientos suicidas.

La relación con mi esposa y mi familia se deterioró rápidamente. Mi madre intentó entregar la custodia de mi hermana al Estado para buscar trabajo y reemplazar el ingreso que le daba mi padre. La relación con mis hermanas era tensa. El único amor que conocían, por más retorcido que fuera, venía del hombre que yo había mandado a la cárcel. Trataron de mantenerse unidas pero se negaron a buscar terapia o cualquier otro tipo de ayuda y decidieron soportar estoicamente su dolor. Se desquitaron conmigo porque era un blanco fácil, supongo. Me acusaron de ser una persona tóxica y mentalmente inestable.

Después de un año de tratar de mantener a mi familia, ya no podía más. Tenía que escapar. Conseguí otro trabajo y me mudé a Seattle. Un par de meses después, mi esposa, con la que llevaba siete años casado, inició una serie de aventuras y luego me dijo que estaba harta. Solicitamos el divorcio. Un par de meses después se fue a vivir con sus padres en Tampa, Florida, y me dejó solo en una nueva ciudad. Para ese entonces, mi familia ya no me dirigía la palabra.

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Perdí mi fe en esa época y caí en un ateísmo frío. Estudié ciencia de forma obsesiva por más de un año y me la pasé leyendo a Richard Dawkins y a Carl Sagan. Vi todos los episodios de NOVA y Cosmos que encontré. La verdad es que traté de alejarme de la religión por un tiempo pero terminé en el nihilismo. Enfocarme en los átomos, las moléculas y la cantidad infinita de basura y gas en el universo —cosas reales— me ayudaba a mantener los pies en la tierra cuando sentía que todo lo que conocía era una mentira. Como no tenía nada ni nadie en quién rezarle, casa vez me sentía más desanimado.

Recurrí al sexo, las drogas y el heavy metal para calmar el dolor y alejar las pesadillas. Escuchaba a Nine Inch Nails a todo volumen en mi auto mientras conducía sin rumbo por las calles de Washington. La mariguana, el alcohol, el MDMA y los hongos me ayudaban a controlar mis peores pesadillas y me ofrecían una breve ilusión de felicidad y tranquilidad. Incluso me volví adicto al trabajo —hacía cualquier cosa con tal de distraerme—. Era un desastre. Estaba agotado, nervioso y empapado en sudor. Subí de peso muy rápido, tenía problemas para dormir y me metía de todo para tratar de llenar el vacío que sentía.

Pasaron dos años. Mi salud mental empeoraba a medida que se acercaba el juicio. Recibí una llamada del fiscal del condado de Pokane en la mañana del 4 de septiembre de 2014. Me informó que mi padre se había declarado culpable y que había recibido una sentencia de 160 meses. Yo fui el único miembro de mi familia que testificó en contra de mi padre en una audiencia semanas después. Esperaba que la juez le otorgara la sentencia más larga posible según la ley. Y así fue.

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Ahora mi padre vive en una penitenciaría de mediana seguridad al Este de Washington. No he hablado con él desde la noche en que llamé a la policía.

La relación entre padre e hijo es complicada en la mejor de las circunstancias. Después de millones de años de evolución, seguimos teniendo un instinto que obliga a los hijos a aprender de sus padres, a ser como ellos, a rebelarse en su contra, a ser diferentes, a ser una fuerza de cambio en la tribu. Yo tomé una sierra, destruí la estructura del orden social y pagué el precio. Por más malvado que sea mi padre, todavía me carcome la culpa de meter a la cárcel al hombre que tanto amaba ya que, como pedófilo, se enfrentaba a un peligro constante. Sé que lo merece y sé que la sociedad está más segura con él tras las rejas pero no puedo evitar sentir dolor por lo que hice.

Sin embargo, el tiempo me ha ayudado a sanar. Ahora tengo más días buenos que malos. Por primera vez desde mi divorcio me siento cómodo con mi soltería y ya no busco relaciones codependientes sólo para sentirme seguro.

¿Seré capaz de perdonar a mi padre? ¿Merece que lo perdone? ¿Qué podría decir para compensar lo que hizo? A veces me dan ganas de ir a visitarlo, solamente para verlo a los ojos, con el jumper que usan los reos y con un guardia atrás de él. ¿Pero qué ganaría al verlo como un anciano destrozado que apenas ha cumplido dos años de su condena?

Pienso en las noches en nuestra granja en Kentucky, cuando mi padre se quedaba despierto hasta muy tarde, llorando y memorizando versos de la Biblia que hablan sobre bañarse en la sangre de Cristo para el perdón de los pecados. Si era señal de una conciencia culpable, fue la única que mi padre dejo ver.