Las caché morboseándome las piernas: chicas cuentan cómo es vivir con monjas
Ilustración de Sabina Islas.

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Testimonios

Las caché morboseándome las piernas: chicas cuentan cómo es vivir con monjas

Casas embrujadas, comida deliciosa y muchas restricciones a la fiesta. A cada una le fue distinto.

Artículo publicado por VICE México.

Cada vez es más común vivir con roomies. Pero, ¿qué tal si tus roomies son monjas?, ¿qué tal que de pronto te ves rodeado de Cristos ensangrentados en tu dormitorio?, ¿qué tal si de pronto ir a misa el domingo, vestir faldas debajo de la rodilla y respetar la ausencia de carne en tu vida durante la Cuaresma, literalmente son mandatos divinos?

Platicamos con chicas que pasaron por esto y obtuvimos testimonios divididos. Mientras unas nos dijeron que se la pasaron bien, otras nos contaron que, literal, se consideran afortunadas de haber sobrevivido para contarlo.

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Andrea Sánchez, 23 años. Pachuca, Hidalgo

Yo llegué a vivir a una casa de monjas porque quise irme a estudiar la universidad a la Ciudad de México, y cuando llegó el momento de decidir dónde vivir, no supe qué hacer. Mis papás estaban preocupados hasta que mi mamá recordó que de joven vivió en un casa con monjas.

No sé cómo pero se enteró de que había varios alojamientos administrados por religiosas en la colonia Roma, y me apartó lugar en uno de ellos. Estuve ahí tres años y no sé cómo logré aguantar tanto.

La experiencia fue difícil. De por sí, ser foráneo en la Ciudad de México es complicado porque estás lejos de tu familia, te adaptas muy lentamente a la ciudad y llegas con la ilusión de que la universidad es una etapa de libertades. Así que cuando viví con ellas me topé muy pronto con la triste realidad: se trata de un sistema de control bien intenso y nada, nada agradable.

Una vez que estás adentro se creen dueñas de ti y aunque no son tu familia vigilan cada uno de tus movimientos. Hasta viboreaban la forma en que vestíamos. A mi mamá eso le pareció bien. Lo encontraba bastante conveniente: ellas me preparaban la comida, estaban pendientes de mí y me ponían un horario fijo de entrada y salida de la residencia. Eso también me enojaba mucho porque me restringía si quería irme de fiesta. Cuando eso pasaba tenía a fuerza que pedirles permiso y buscar una casa donde quedarme. ¡Qué perras! Las odio.

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Las únicas cosas buenas fueron que, como entonces era estudiante y no tenía mucho dinero, el hecho de tener comida preparada todos los días me alivianaba. La renta tampoco era cara y, si te enfermabas, también te podían hacer un té o avisarle a tu familia. Otra cosa muy bonita es que gracias a estar encerrada ahí conocí a muy buenas amigas.

Recuerdo que a mis papás les pedí un chingo de veces que me sacaran de ahí. Lo hacía cada que terminaba un semestre. Una vez casi lo logro: sólo que cuando me dijeron en qué nuevo hogar para mí estaban pensando, resultó que era otra casa de monjas. ¡No mames!

Lila Guzmán, 26 años. Oaxaca, Oaxaca

Estuve siete meses en una residencia de monjas en el Centro de la Ciudad de México. No me gustó porque estoy acostumbrada a tener mi propio espacio. La cuestión de las reglas de horario era algo con lo que tampoco estuve a gusto nunca. Me estresaba mucho no llegar a tiempo, que cerraran la puerta y me quedara sola afuera.

En general, puedo decir que mi experiencia no fue mala, pero para nada fue el lugar de mis sueños para vivir. No soporto los lugares en los que deciden por mí lo que debo comer cada día, y en donde tengo que compartir un espacio muy reducido con más personas. Me hubiera gustado que mi habitación sólo hubiera sido para mí, y que el clóset o el espacio libre fueran más amplios. También me chocaba tener que hacer el aseo del baño.

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Lo recomendaría sólo en el caso de una chica que vaya llegando a la ciudad, que no conozca a nadie y que no esté acostumbrada a vivir sola. Creo que en ese caso es una buena oportunidad para irte desprendiendo de ciertas cosas y al mismo tiempo ir buscando otra casa.

De las cosas que mejor me parecieron fue la comida: no era fuera mala, aunque obviamente había cosas que no me gustaban. Pero en general estaba bien. Me encantaba despertar y que el desayuno ya estuviera hecho. Además, la ubicación era envidiable.


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Karina Ortega, 33 años. Guadalajara, Jalisco

Creo que, como la mayoría, tengo más cosas malas que buenas por contar.

Lo bueno de mi paso por una casa de monjas fue que la convivencia con gente de tantos lugares distintos. Al menos yo nunca había tenido la oportunidad de tener contacto de esa forma con otras chicas.

Lo que no me gustó es que no tenía privacidad y que existía un horario bastante limitado de entradas y salidas. Por la noche teníamos que llegar a las 10, si no, te cerraban la puerta. Siempre sentí que me faltaba tiempo para hacer mis cosas. Sobretodo porque tenía que trabajar todo el día. Otra cosa que considero negativa es la comida. Había veces que yo no podía consumir ciertos alimentos, pero me los tenía que comer porque ya me los estaban cobrando.

Pero de las cosas buenas que me pasaron es que ahí aprendes a escoger a tus amistades y a tu familia. No es lo mismo la familia con la que naces, que la que escoges tener. Me di cuenta que puedes volverte un poco más mediadora porque aprendes a convivir con todas.

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Ángeles Ceballos, 25 años. Puebla, Puebla

Mi experiencia no fue nada grata. Soy un alma bastante libre y llegar ahí fue totalmente una idea de mis papás, que estaban hartos de que saliera tanto de fiesta. Pero la verdad es que vivir con monjas salió contraproducente porque el hecho de estar tan restringida hizo que me dieran más ganas de divertirme.

Caí en una estancia de la colonia Roma, donde las administradoras y dueñas de mi libertad eran seis monjas ursulinas. Y la verdad es que convivir con ellas todos los días del año y medio que aguanté ahí, me hizo darme cuenta de que muchas de sus actitudes eran contradictorias respecto de los dogmas religiosos que pregonaban todos los días. Alguna vez hasta las caché morboseándome las piernas, o criticando mi forma de salir vestida a la calle.

Sin embargo, no todo era malo. Varias de ellas eran bien canijas y hasta le negaban la comida a los indigentes que llegaban a tocar la puerta de la casa, con la excusa de que “se iban a acostumbrar a la vida fácil”; pero otras eran muy buenas personas. Les interesaba darnos buenos consejos y hasta nos traían regalitos cuando se iban de viaje al Vaticano.

Reconozco que varias de las chicas con las que compartía el dormitorio y la casa eran bastante más tranquilas que yo, y que de cierta forma sí llegué a imponer un poco de desmadre innecesario. Pero sólo se es joven una vez en la vida y la neta no iba a encadenar mi felicidad a un crucifijo. Respeto y admiro mucho a quienes sí pueden con eso, pero yo definitivamente no soy capaz.

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Las monjitas me corrieron una vez, mis papás les pidieron que me dieran una segunda oportunidad y lo consiguieron. Así que salí de mi reclutamiento sólo hasta que le cumplí a la virgen de Guadalupe y a mis ancestros la promesa de terminar mi tesis. Fue un día bastante feliz en mi vida. Me fui de fiesta para celebrarlo, por cierto.

Diana Ortega, 29 años. Ciudad de México

Llegué a vivir con monjas en una etapa en la que mi vida necesitaba mucha paz, y la encontré ahí. Fue hace un par de años en una casa grande y siempre limpia, por la colonia San José Insurgentes. Ahí nos atendían, a entre 80 y 120 muchachas como yo, religiosas pertenecientes a la congregación de María Inmaculada.

Las tres comidas que nos daban en el día me parecían buenas y que nos las preparaban con mucho amor. Eso de que hacen rompope es bastante un mito. Y además yo no tomo. Me gustaba mucho que la casa siempre estuviera ordenada y no tan ruidosa, y que con frecuencia nos invitaran a ir a misa o a algunas reuniones en donde leíamos y comentábamos la Biblia.


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Estando ahí escuché a muchas decir que no estaban a gusto. Pero yo sí. Incluso me llevaba muy bien con la monjita encargada de hacer la comida y a veces hasta me daba doble postre.

Recomendaría ampliamente la experiencia a otra muchacha, pero sin duda a alguien tranquila y que también busque tranquilidad. De no ser así, hay muchas reglas que a otras seguro les parecerán hasta exageradas. Lo que sí tengo que reconocer es que en mi dormitorio a veces no dormía muy tranquila, y no sé por qué. Siempre rezaba antes de acostarme. Mis compañeras siempre me dijeron que creían que había algo embrujado en nuestra habitación. Yo no lo creo.

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