"Desde que la Bestia dejó de pasar todo es más difícil": trabajadoras sexuales en Chiapas

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"Desde que la Bestia dejó de pasar todo es más difícil": trabajadoras sexuales en Chiapas

Desde que se redujo el flujo migratorio por la implementación del Plan Frontera Sur en 2014, Arriaga ha perdido los ingresos provenientes de los migrantes. Una de los sectores más afectados es el de las trabajadoras sexuales.

Sobre la carretera de Arriaga–Tepanatepec, Chiapas, un edificio descuidado abre sus puertas a los beneficios otorgados por las zonas de tolerancia: 16 cuartos y personal de diferentes partes del continente como El Salvador, Guatemala y Nicaragua, conforman el interior de este lugar casi desierto.

La Caravana de Madres Centroamericanas (CMC), una asociación de mujeres que busca a familiares desaparecidos, entra en la zona de tolerancia acompañada de varios periodistas que apuntan sus lentes a cada persona en el interior, lo que hace que las puertas de los cuartos se cierren y que el objetivo de la CMC se obstaculice. Sólo algunas mujeres dan pistas que puedan ayudar en la búsqueda. Horas más tarde, cuando la caravana emprende su camino a Tapachula, decido regresar para encontrarme con algunas de ellas.

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Los hombres a los lados de la entrada —encargados de cuidar el lugar— fruncen el ceño, las prostitutas parecen ocultarse de la cámara fotográfica y los clientes aparentan no escuchar el click del obturador al tiempo que pasan la vista sobre los atuendos de cada chica en el lugar.


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En Chiapas, se crearon las zonas de tolerancia en una búsqueda del gobierno conservador para "limpiar" las calles, recluir y segregar a las trabajadoras sexuales. Sin embargo, aunque las casas de asignación deben cumplir con las condiciones sanitarias previstas por la ley, en Arriaga el mantenimiento e higiene del lugar ya no son un tema primordial.

"Hace un año se ganaba hasta cinco mil pesos en una semana. Con ese dinero iba a mi casa, compraba la despensa de toda la semana para mis hijos, guardaba un poco y podía salir a pasear con ellos. Una se podía dar sus lujitos", me dice Claudia (no es su nombre real, todos los nombres en este artículo han sido cambiados), una prostituta mexicana de 42 años, desde el marco de su puerta.

Con el rostro brilloso por el calor del ambiente, Claudia me invita a seguir con la plática en su habitación, un cuarto que parece ser devorado por la humedad y la falta de luz. La pintura en las paredes se está despegando, hay fotos colgadas y otras sobre la tele; guardan el rostro de los niños que espera ver cada domingo. Todo está muy bien ordenado, la ropa doblada y apilada, la cama tendida y los muebles bien distribuidos en un cuarto de dos metros cuadrados, por el que debe pagar 150 pesos al día.

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"Ahora la cosa es muy complicada. Desde que la Bestia dejó de subir personas por aquí, muchas de las chicas se van para otros países de Centroamérica", me dice Claudia, y agrega que sus servicios varían de 50 a 80 pesos, cuando antes podía cobrar hasta 400. "A veces voy a Guatemala; ahí se pueden cobrar hasta 150 quetzales [300 pesos mexicanos] por servicio. El problema son los mareros [miembros de la Mara Salvatrucha]. Ellos llegan y si quieren sólo te cobran el piso —que es de 200 quetzales por día— pero si les da la gana te quitan todo, te violan o hasta te matan", asegura.

Ella tiene una familia de dos niños y una niña que viven en Bella Vista. Dice que aún están muy pequeños para poder entender lo que sucede con su oficio, sin embargo "es algo que no se puede ocultar toda la vida. Espero poder guardar el dinero suficiente para poder salir de esto antes de que se den cuenta".

Una mujer alta con cabello rubio y rizado se asoma por la puerta del cuarto. Recargada en el marco, Berenice, una hondureña de 37 años de edad, nos cuenta que salió de su país por las amenazas de algunos pandilleros, lo difícil que fue entrar a México y cómo fue violada y extorsionada por las autoridades en el camino. Al llegar a Chiapas se sintió aliviada, pues su seguridad y la sustentabilidad de su familia estaban progresando. Incluso presume que uno de sus clientes, de origen alemán, regresó en alguna ocasión sólo para buscar sus servicios. "Fueron buenos tiempos", recuerda.

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El pueblo de Arriaga, en Chiapas, solía dar inicio a la ruta sobre la Bestia. El derrame económico por parte de la población migrante era la sustentabilidad de muchos negocios. Las prostitutas del lugar podían cobrar lo que quisieran y escoger a sus clientes; los hoteles se saturaban al grado de rentar por cama y no por cuarto. Ahora el Programa Frontera Sur (PFS), aprobado el 8 de julio de 2014 con una inversión poco mayor a los cien millones de pesos, asume como uno de sus principales objetivos el impedimento del flujo migratorio sobre la Bestia con el argumento de proteger la seguridad y los derechos de los migrantes. Esto ha provocado que los migrantes recurran a traficantes de personas, y que las rutas de tránsito cambien por el interior de la selva, por el mar, lo que ha dado como resultado náufragos, desaparecidos, muertos por picaduras de animales, inanición, deshidratación o violencia a manos del crimen organizado.

En la zona de tolerancia, esto se refleja en la carencia clientes; las chicas no pueden hacer mas de tres a cuatro servicios al día. Hoteles, mercados, restaurantes y muchos negocios más están marcados con espacios vacíos y cortinas cerradas. La disminución del ingreso capital en el lugar es aproximadamente de ochenta por ciento y el rumor de convertirse en un pueblo fantasma comienza a formar parte de la realidad, con noches poco iluminadas y la violencia de pandilleros en cualquiera de las calles.

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"Algunos califican a la prostitución como una salida fácil", me dice Claudia, "pero esa salida fácil tiene un camino muy difícil".

Claudia y Berenice hablan sobre los tiempos pasados.

Un cliente espera a la prostituta que frecuenta.

Claudia espera en la puerta de su cuarto la llegada de algún cliente.

Marero cruza sobre una balsa el río Suchiate y muestra el tatuaje de su exnovia muerta.

Berenice espera clientes en su puerta.

Uno de los clientes espera la llegada de la trabajadora sexual en la zona de tolerancia en Arriaga.

Balsero cruza el río Suchiate en la mañana. La mayoría de ellos son parte de la Mara Salvatrucha.