Fotos de la isla olvidada de la Guerra Fría
Todas las imágenes por Ben Huff

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Fotos de la isla olvidada de la Guerra Fría

La base, que una vez acogió a 5.000 militares, en la isla Adak, es la última frontera militar estadounidense en la Guerra Fría y hoy se oxida inexorablemente, azotada por el viento.

El fotógrafo Ben Huff supo por primera vez de la existencia de la isla Adak por un libro. Situada a mitad de camino entre Estados Unidos y Rusia, y accesible tras un vuelo de seis horas desde la costa de Alaska, la isla albergó durante la Guerra Fría una base militar con 5.000 soldados preparados para afrontar un posible conflicto nuclear. Con el fin de la Guerra Fría, casi todos los militares destinados allí regresaron a sus hogares, dejando tras de sí un estremecedor paisaje de búnkeres, casas y maquinaria militar oxidada, acompañado por el constante rumor de las olas estrellándose contra las rocas.

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Huff quedó inmediatamente fascinado por la historia de la isla y decidió visitarla. Desde entonces, ha vuelto a Adak varias veces para retratar el lento deterioro de la base y ha llegado a entablar relación con los habitantes que todavía viven allí.

Contacté con Ben para conocer el origen de su fascinación por la isla de Adak y saber qué se siente al explorar y fotografiar una reliquia de la Guerra Fría.

ben huff fotografias isla adak guerra fria

VICE: ¿Siempre te ha gustado explorar y la fotografía?
Ben Huff: Descubrí la afición un poco más tarde que la mayoría. Creo que no empecé a hacer fotos hasta los 28 o así.

En cualquier caso, el arte siempre ha estado presente en mi vida de una forma u otra. Gran parte de mi interés por la fotografía viene de esa pasión mía por explorar. Soy bastante viajero y soñador, siempre me ha gustado perderme por ahí, solo, y descubrir cosas.

¿Cómo supiste de la existencia de Adak?
Una vez estaba en una pequeña librería independiente y encontré una colección de tres volúmenes titulada Forgotten War, sobre Alaska durante la Segunda Guerra Mundial. No era un tema que me apasionara, pero cogí uno de los libros y eché un vistazo a las fotos. Llegué a la sección en la que se hablaba de Adak y el autor mencionaba que, después de la Segunda Guerra Mundial, la isla había adquirido mucha importancia durante la Guerra Fría. Aquello me fascinó. Yo crecí durante ese periodo, por lo que siempre me ha interesado desde un punto de vista nostálgico.

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¿Qué fue lo que te cautivó de la isla?
Me atraen las personas que viven al margen de todo. No hablo de gente que se automargina, sino de personas que encuentran una comunidad en los confines geográficos de la sociedad. Adak tenía esa mezcla increíble de ser un lugar remoto, romántico, hermoso, lleno de historia, y todos esos vestigios del capitalismo y las infraestructuras de la época de la guerra. Todavía sigue fascinándome la idea de que esa isla era como la última frontera. Me interesan mucho los lugares que ocupamos, explotamos o utilizamos en algún momento del pasado, y en ese sentido Adak fue de vital importancia hasta el día en que fue abandonada. Un lugar que fue construido como si se tratara de cualquier otra ciudad de los Estados Unidos y que luego fue desmantelado.

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¿Cómo es la vida de los habitantes que quedan en Adak?
Actualmente viven allí 78 personas. Es uno de esos casos en los que la comunidad existe simplemente para apoyar a la comunidad. La mayoría de los residentes que conozco tienen tres trabajos. A lo mejor trabajan para Alaskan Airlines dos días a la semana, hacen horas en la fábrica de conservas o sirviendo mesas en el restaurante y trabajan para el gobierno municipal un día a la semana. Todo el mundo tiene tres o cuatro trabajos a la semana y con eso van tirando.

¿Cuál fue tu primera impresión de la isla y la ciudad?
Me sorprendió mucho ver que la habían construido para parecerse a cualquier otra base del país. Podría perfectamente pasar por cualquier barrio de ciudad, como el mío, en Iowa, o de Nebraska o Illinois. Estaba imbuida de un aura aséptica y genérica de seguridad y nostalgia. Me recordó bastante a mi infancia, lo cual era reconfortante y perturbador al mismo tiempo. Si caminas por las orilla de la bahía de Kulak y miras al norte, no ves nada aparte del estrecho de Bering. Estás muy alejado de todo, pero por otro lado, lo que te rodea resulta muy familiar.

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¿Qué queda de la antigua base?
Pues al verla, parece como si la hubieran desocupado de la noche a la mañana. Hay tres dúplex militares en los que vive la gente, dos restaurantes, una tienda, el aeropuerto, los muelles, la conservera y la gasolinera. Sin embargo, por lo general, los edificios militares —cientos de ellos— se quedaron vacíos y ahora están plagados de moho, después de 20 años a merced del tiempo. La mayoría de ellos son completamente inhabitables y no creo que nadie vaya a usarlos jamás. El paisaje ha empezado a apoderarse de muchos de ellos. En una zona del norte hay un artefacto explosivo todavía sin detonar que siguen limpiando 20 años después.

¿Qué te hace volver?
La razón es doble: primero, porque quiero acabar mi proyecto para el libro y la exposición que tengo en mente. Tengo que atar algunos cabos sueltos. Por otro lado está el aspecto sentimental. Me encanta ese lugar y su gente. Son dos elementos codependientes. El día que acabe mi proyecto, querré seguir yendo. Ya veremos si lo haré.

Entrevista por Stephen Smit.

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