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Salud

Terminar con tu pareja en depresión no te hace una mala persona​

Cuando mi novio Joe estaba deprimido, intenté ser todo para él; pero a veces, uno necesita dejar que las personas que ama busquen ayuda profesional por ellas mismas.
Couple looking at river
Photo courtesy of Leila Sam

Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

Dejé a mi novio cuando estaba deprimido. Fue lo más difícil que he hecho. Las palabras se atascaron en mi garganta y nuestras lágrimas se mezclaron mientras nos abrazábamos en la cama de un sucio AirBnB. Me preguntó si lo decía en serio y, con la cabeza golpeada por una resaca, le dije que sí. Fuimos a desayunar a nuestro lugar favorito y bebimos jugo de naranja en silencio. Luego me suplicó que me quedara mientras llorábamos en un banco del parque. Nos abrazamos y nos besamos, para tener un cierre, antes de subir a mi auto y conducir durante tres horas, de regreso a la casa de mis padres.

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Admitir que lo dejé cuando estaba en su peor momento me llena de culpa. La gente dirá que fui egoísta. Dirán que si uno de verdad ama a alguien, lo apoyará durante la enfermedad y los tiempos oscuros. Lo intenté, pero no estaba funcionando. La realidad era que sus problemas de salud mental afectaron mi propia cabeza y yo la verdad no era lo suficientemente fuerte para lidiar con ello. La situación me dejó sufriendo ataques de pánico y tambaleando al borde de la depresión.

Cuando se supo el pasado viernes que el rapero Mac Miller había muerto de aparente sobredosis a los 26 años, la gente en las redes sociales fue rápida en señalar a su ex-pareja, la cantante Ariana Grande. "Tú le hiciste esto… Deberías sentirte absolutamente asqueada", escribió un usuario en un tuit dirigido a Grande. "Lo trataste como mierda de perro, lo arrojaste a la acera como si no fuera nada". "Tú mataste a Mac Miller", escribió otro.

Grande y Miller—quien admitió usar drogas en una entrevista de Noisey mucho antes de su relación con la cantante—empezaron a salir en 2016 y estuvieron juntos por dos años antes de separarse en mayo de 2018. Poco después, Miller fue acusado de conducir bajo la influencia después de chocar su auto. Un tuit en respuesta a la noticia, que se hizo viral, decía: "Mac Miller estrellando su G wagon y manejando bajo la influencia luego de que Ariana Grande lo dejó por otro tipo después de que sirvió su corazón en un álbum de diez canciones para ella llamado the divine feminine es lo más desgarrador que está pasando en Hollywood". La estrella de 25 años devolvió el golpe: "Qué tan absurdo es que minimices el autoestima y el amor propio femenino diciendo que alguien debería permanecer en una relación tóxica".

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Al leer los reportes de la muerte de Miller, y al ver el abuso actualmente dirigido a Grande, todo lo que puedo decir es: ella tiene la razón. Grande no tiene la culpa de que Miller conduciera bajo la influencia, mucho menos tiene la culpa de su trágica muerte. Ya sea por abuso de sustancias o por salud mental deficiente, salir con alguien que está en un lugar oscuro fue una de las experiencias más desafiantes de mi vida.

Joe fue mi primer novio propiamente dicho. Comenzamos a alquilar nuestro primer apartamento cuando yo tenía 19 años y él tenía 22. Todos mis amigos iban a la universidad y nosotros vivíamos en una caja de zapatos que apenas podíamos pagar, pero vivíamos el mejor momento de nuestras vidas. Comíamos nuggets de pollo en una mesa hecha de un caja de cartón y dormíamos en un futón. Luego, nos mudamos por mi trabajo. Las cosas se empezaron a poner más difíciles gradualmente. Había comenzado mi primer trabajo como periodista y las largas horas empezaron a cobrar. Casi siempre estaba cansada y estresada. Joe odiaba su trabajo, pero se sentía desesperado porque no estaba seguro de lo que quería hacer. Yo siempre supe que sufría de depresión. Cuando era adolescente se la pasaba entrando y saliendo del hospital sometiéndose a un tratamiento por una condición cardíaca, lo que desencadenó un periodo de mal humor. Siempre persistía, pero había sido manejable hasta entonces.

En esos pocos meses, estuvimos atrapados en un círculo extenuante. Nuestra felicidad dependía del otro, pero estábamos completamente desincronizados. Un pequeños comentario o un cambio de humor sacaba todo de control. Joe se disculpaba, convencido de que tenía la culpa. Yo decía que no era su culpa. Él no me creía. Yo me sentía mal por frustrarme. Salía a caminar, conducía por el vecindario, fumaba cigarrillos en el parque, me quedaba hasta tarde en el trabajo para escapar. Yo tenía ataques de pánico. Él se tomaba días libres. Yo trabajaba 12 horas al día, y él requería de toda mi atención cuando llegaba a casa. A veces, me sentía asfixiada.

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No teníamos espacio para respirar o para sentir emociones sin molestar al otro y sin desatar una cadena de eventos que podría prolongarse por días. Le supliqué que fuera a ver a un doctor, pero solo le entregaron un cuestionario con una escala decadente pidiéndole que calificara la probabilidad que tenía de suicidarse. A pesar de decirle a los doctores que él tenía pensamientos suicidas, no lo consideraban con un riesgo lo suficientemente alto. Le recetaron antidepresivos y lo inscribieron en una sesión de asesoramiento con una presentación de PowerPoint que le recomendaba hacer más ejercicio. Joe ya iba al gimnasio cinco veces a la semana y se iba en bicicleta todos los días al trabajo. Como no había una terapia uno-a-uno disponible en el Servicio Nacional de Salud, los doctores aumentaron su dosis. No funcionó.

Me distancié inconscientemente antes de que termináramos. Le sugerí que ambos volviéramos a casa con la intención de ahorrar dinero, pero creo que en realidad, yo necesitaba reiniciar. Nos veíamos cada quince días y después de algunos meses, decidimos irnos todo un fin de semana. Yo no planeaba terminar con él, pero las palabras salieron durante una disputa impulsada por el alcohol. La mañana siguiente me preguntó si lo decía en serio, y me dí cuenta de que sí.

En las semanas que siguieron, Joe tocó fondo. Yo sabía que era suicida y eso pesaba constantemente en mi mente. Siempre decía que yo era lo mejor que le había pasado y que odiaba su vida antes de conocerme, pero al mismo tiempo estaba convencido de que yo estaría mejor sin él. Por primera vez, yo estuve de acuerdo: y sabía que él también estaría mejor sin mí. Estábamos atascados en un continuo ciclo negativo, y las cosas no iban a mejorar a menos de que rompiéramos ese ciclo.

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Sé que no estoy sola en esto: cuando uno tiene una pareja con problemas de salud mental, es difícil saber dónde comenzar. "Tal vez lo más importante que uno puede hacer es alentar a su pareja a buscar el tratamiento adecuado", explica Stephen Buckley, de la organización para la salud mental Mind. "Uno puede reconfortarlos haciéndolos saber que la ayuda está ahí afuera, y que uno estará ahí para ayudarlos también". También es importante cuidar de la salud y el bienestar propios. "La salud mental de uno también es importante, y cuidar a alguien más puede poner el bienestar propio en problemas".

Después de que terminamos, me sentí enferma y tenía miedo de que pudiera lastimarme a mí misma. Todo lo que quería era estar ahí para él, pero sabía que eso podía empeorar las cosas. En cambio, le escribí a su mamá para saber cómo estaba. En el fondo, estaba aterrorizada de que nuestra ruptura pudiera llevarlo a terminar con su vida y afectar la mía para siempre.

Fue el punto más bajo en las vidas de ambos, pero terminó siendo el más educativo. Joe pasó 18 semanas sin ayuda y en listas de espera, pero eventualmente, con la ayuda de su familia, empezó a visitar un psicólogo privado a quien le da crédito de ayudarlo a transformar las cosas. La terapia le dio las herramientas para derribar los pensamientos negativos que se trepaban en su cerebro, le enseñó que él no tenía la culpa de mi tristeza, y le dio autoestima. También hizo que se diera cuenta de que quería ayudar a otros en situaciones similares y empezó a estudiar una carrera en psicología. Acaba de terminar su primer año y está en un buen momento. Y—plot twist—estamos de nuevo juntos.

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Nos volvimos a juntar a finales del año pasado, después de tomar las cosas lentamente y hablar por mucho tiempo. Joe estaba mejorando, y yo también. Todo está lejos de ser perfecto, pero somos más fuertes y más felices ahora que nunca antes.

La muerte de Miller es una tragedia. Sin importar si estaba en duelo por su relación con Grande o, como dicen algunas fuentes, ya había avanzado, nuestra reacción instintiva de juntar ambas cosas es perjudicial. Insinúa que Miller podría estar todavía vivo si ella no lo hubiera dejado. Esto simplemente no es cierto: Miller habló del abuso de sustancias y su lucha contra la depresión años antes de que su relación con Grande comenzara. Debemos dejar de poner la responsabilidad de mantener a una persona viva sobre los hombros de su pareja. Perpetúa el mito de que las mujeres—y los hombres—deberían permanecer en relaciones no saludables. No deberían, y sugerir lo contrario es peligroso.

En mi caso, terminar con Joe pudo haber terminado en tragedia. Si hubiera sido así, me habría sentido culpable por el resto de mi vida, pero ahora sé que no habría sido mi culpa.

Nota del editor: Joe le ha dado su permiso a Leila de compartir su historia y usar su fotografía.