Las drogas y los límites
Ilustración por Sabina Islas.

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El viaje

Las drogas y los límites

Los límites del viaje, de una manera muy real, son el reflejo de los límites sociales de las comunidades en las que participan los usuarios.

Este artículo fue publicado originalmente en VICE México.

A estas alturas del viaje, algunos pasajeros se deben sentir como en un crucero rígidamente programado que se limita a presentar al turista las escenas apropiadas para una selfie. Nuestro itinerario ha sido gozoso: trascendencia y placer han sido los temas dominantes en nuestros viajes. Pero, ¿qué hay del lado obscuro del viaje?

El viaje nocivo, al límite de nuestra salud y sociabilidad, no es patrimonio de una sustancia. Pero existen villanos favoritos. Ciertas drogas, imaginamos, nos llevan inevitable y rápidamente a la pérdida de control. Enloquecen, ponen “fuera de sí”: enajenan. Entre estas está el crack, droga que ocupó la atención pública en los Estados Unidos durante la “epidemia” de los ochenta y noventa y que alimentó al prohibicionismo más duro. La imagen del crack que nos heredó ese periodo evoca pobreza, destitución, prostitución, bebés que nacen con adicción, criminalidad y, en general, locura. Si queremos encontrar el viaje al límite, el que transgrede y nadie puede excusar, el crack es buen lugar dónde buscarlo.

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El crack no es una droga específica, sino una forma de consumir cocaína (usualmente, cocaína de las más baja calidad; las sobras). El método consiste en calentar “piedras” de cocaína e inhalar los vapores que se desprenden. Se potencia así el efecto. El viaje es más intenso, aunque también más breve. Es semejante al bazuco o la pasta base de la que tanto se habla hoy en día en Colombia y otros países de la región.

Para esta entrada de nuestra bitácora, navegamos guiados por un grupo de investigadores estadounidenses: C. Reinerman, D. Waldrof, S.B. Murphy y H.G. Levine, quienes en los años noventa estudiaron a un grupo de usuarios de crack en la zona de San Francisco, California. El estudio (cuyos resultados publicaron bajo el título Contingent Call of the Pipe: Binging and Addiction Among Heavy Cocaine Smokers en el libro From Crack in America: Demon Drugs and Social Justice, University of California Press, 1997) se enfoca en los más pesados de entre los pesados: usuarios intensos de crack (excluyeron aquellos usuarios experimentales, repetidos, en incluso habituales pero infrecuentes).

Lo que los investigadores reportan se aproxima a lo terrible: episodios de consumo intenso prolongado a lo largo de horas e incluso días (binges); una incontenible ansiedad al acabarse la droga; afectaciones de la vida cotidiana en términos laborales, familiares y patrimoniales y; gasto desmedido para satisfacer el deseo de usar más droga; aislamiento y comportamiento anti-social (buscar el aislamiento, sospechar de todos) e incluso —aunque excepcional— la comisión de un delito para poder comprar más.

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Todo esto, según los usuarios, tiene como fin alcanzar el viaje más intenso. “Similar al orgasmo en intensidad”, reporta a uno. “Nada más te importa”, confiesa otro. “El mundo desaparece” y la sensación de ser “más listo, más rápido, mejor… como el Hombre Nuclear” inunda al usuario. Sensaciones intensas, una sentido exaltado de las capacidades propias, el desvanecimiento de las preocupaciones, pero todo por un instante breve. Pasado el high llega la depresión y un sentimiento de ser extraños, incluso para sí mismo. La caída es devastadora, sólo superable con más crack. La imagen es reiterada: el usuario, al final de su racha de uso, termina expurgando la alfombra en busca de polvo y piedritas que accidentalmente hayan caído al piso. Los usuarios reportan además que los rendimientos son inmediatamente decrecientes, nunca vuelve a alcanzarse la euforia de la primera experiencia. Pero la obsesión por revivirla los hace antisociales (uno de los temores es que habiendo más personas habrá menos crack). A diferencia de otras drogas, incluso la cocaína inhalada, que se consumen socialmente, el crack tiende a convertirse en una actividad solitaria. Muchos reportan no poder lidiar con la exigencia de las interacciones humanas que distraen del siguiente high. Incluso el sexo interesa menos que el high.

Ilustración por Clementina León.

Hasta aquí, parece que se confirman los estereotipos sobre la substancia endemoniada. Sin embargo, los investigadores fueron más allá de los testimonios de los usuarios. Tomando un poco de distancia crítica, realizaron varias observaciones interesantes. Primero, a diferencia de la narrativa conocida sobre el crack, los usuarios no desarrollaban adicción inmediatamente.La técnica para fumar adecuadamente es compleja y requiere de varios intentos y algo de aprendizaje. Es decir, el usuario tiene que insistir. La sustancia, por sí sola, no produce gusto y mucho menos adicción, por lo menos no a corto plazo.

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Segundo, aún después de desarrollar un gusto (obsesivo) por el crack, los usuarios pesados mantienen la capacidad de controlarse, una vez que alcanzan un límite. La mayor parte de ellos realizan el grueso de su consumo en episodios intensos, prolongados e ininterrumpido —los binge—-. Pero luego de llegar a un límite —financiero o físico— reportaban periodos de cesación prolongados, de semanas. Volver a procurar las condiciones de un binge requería planeación y, en consecuencia, de volición sostenida. Esto es importante porque permite distinguir,incluso en este grupo de usuarios intensos, entre uso problemático y adicción. Los binges representan un problema —afectan finanzas, trabajo y salud— pero no necesariamente anulan la voluntad del usuario; no lo hacen dependiente.

Tercero, y quizá lo más importante, es que las afectaciones a las vidas de estos usuarios se mantenían, en general, dentro de los límites aceptables de sus vidas. La mayor parte mantenían sus trabajos, incluso avanzaban en sus carreras, mientras mantenían sus vidas convencionales y vínculos ajenos a los episodios de consumo intenso. Los episodios les proporcionaban sensaciones intensas, buscadas, aunque también afectaciones no buscadas en las relaciones laborales o sentimentales. Pero contrario a la imagen del estereotipo, en ninguno de los casos estudiados habían destruido su capacidad de funcionar en sociedad. Pagaban sus gastos, antes de cubrir su aprovisionamiento del crack; organizaban sus binges en torno a los fines de semana a fin de no afectar en demasía su vida cotidiana.

¿Cómo es que este retrato, de los más pesados entre los pesados, difiere tanto del estereotipo? ¿Por qué, si la sustancia es la misma y los patrones de consumo están en el extremo, no presentan estos casos escenas de violencia, pobreza, prostitución, y delitos que la narrativa oficial de los años ochenta y noventa tan exitosamente incrustó en la memoria colectiva? La variable clave no es la sustancia, ni la intensidad del consumo. La diferencia radica en el entorno social. La enorme mayoría de los usuarios entrevistados tenían empleos estables y vivían en comunidades de clase media en una región próspera. Sólo dos de los usuarios participantes delinquieron para financiar su uso, pero ambos lo hicieron dentro de los parámetros correspondientes a su medio: un abogado cobró horas de más a un cliente y un ajustador de seguros reportó un cobro inexistente. Ninguno asaltó, robó coches, asesinó o realizó trabajo sexual. Porque ninguna de esas conductas entraba dentro del universo de posibilidades que su medio social permitía.

El viaje al extremo es un viaje al extremo de la experiencia de vida del usuario. Los usuarios “pesados” de crack buscan la experiencia intensa, en el extremo. A diferencia de otros usuarios , no buscan socializar o trascender. En la búsqueda del limite del placer, los llegan al límite de lo permisible, pero no más allá. Estos usuarios reportan que el extremo placer es el objetivo del viaje, pero también que el extremo de su experiencia social es su límite. Buscan y encuentran el límite del placer dentro del límite de sus prácticas socialmente imaginables. Si la experiencia del medio social, en el extremo, es la de girar un cheque sin fondos, ese será el límite en la desesperación de la abstención involuntaria. Difícilmente ese usuario pasará al robo a mano armada. Si esto es así, entonces el homicidio y el asalto, o cualquier otra conducta criminal, no son el resultado obligado de una sustancia endemoniada que nos posee, sino la combinación de un medio social que nos ofrece esas alternativas (en el extremo) y un uso que busca (y encuentra) el límite de la experiencia.

Si acaso, lo que el viaje al límite nos revela, son las prácticas marginales pero accesibles de las comunidades en las que participan. Los límites del viaje, de una manera muy real, son el reflejo de los límites sociales de las comunidades en las que participan los usuarios. En este sentido, las drogas como el crack solo nos llevan al límite de lo que es nuestro.