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Cultură

Dejar de fumar se hace más difícil con cada intento

El fumador adicto atormentado con la idea de dejarlo siempre estará tratando de fumarse el penúltimo cigarro, no el último.

Foto por Benz y Kaz Askins vía.

Los fumadores, como diría cualquier comediante, son una raza en extinción. En estos momentos apenas el 18 por ciento de los adultos estadunidenses están inhalando humos cancerígenos por voluntad propia, comparado con el 37 por ciento de los años setenta. Los cigarros están perdiendo popularidad bajo el reinado de una generación que prefiere el aire fresco a un aire de despreocupación que de cierta manera reconoce la insignificancia del universo y de la existencia en sí.

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No obstante, a pesar de los gurús motivacionales que esparcen confusión con su rollo de "los ganadores nunca se dan por vencidos", el dejar de fumar se ha convertido en una industria en crecimiento. Las tiendas de cigarros electrónicos están apareciendo como células cancerígenas para ayudar a la gente con sus pequeñas adicciones.

Yo dejé de fumar. Tres veces, en realidad. La primera vez era todavía un adolescente, aún inmortal, cuando me di cuenta de que la cura para la muerte —alias la religión— era una farsa. Así que volví a fumar. Lo disfruté por varios años. Después dejé de disfrutarlo, aunque seguí haciéndolo. Después leí un libro que me dijo que en realidad nunca lo había disfrutado. Todo lo que había hecho era calmar mis ansias y darme un alivio temporal. ¿Ese cigarro después de una excelente comida? ¿Con el capuchino y el periódico? ¿En el bar con una cerveza bien fría? Pura saciedad pasajera.

El libro era Es fácil dejar de fumar si sabes cómo, de Allen Carr, el cual encontré casualmente en una librería el mismo día que me llegó por correo un kit para dejar de fumar patrocinado por el gobierno. Aparentemente se han vendido más de 13 millones de copias del libro y supuestamente ha ayudado al 53.3 por ciento de sus lectores a dejar de fumar.

¿Cómo lo logra Carr? Bueno, él te anima a que fumes al mismo tiempo que lees el libro y te bombardea con capítulos cortos y bruscos aclarándote que fumar no tiene nada que ver con un hábito, sino que es simplemente una adicción a un químico, el cual ha sido antropomorfizado como el "Monstruo de la Nicotina". Tienes que matar al Monstruo (o, en términos más científicos: evitar que la nicotina secuestre los circuitos de dopamina en el cerebro). Por supuesto que el Monstruo estará malévolamente al acecho, pero después de tres días se volverá más débil, y a los cinco estarás casi libre de su control. (Por cierto, esta es la razón por la que Carr considera que los cigarros electrónicos, parches, chicles y cosas de ese tipo son inútiles: simplemente cambias una adicción por otra).

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Una mujer fumando un cigarro electrónico. Foto por Michael Dorausch.

"Fumamos cuando estamos nerviosos", escribe Carr. "Di a los fumadores que los cigarros los están matando y lo primero que harán será encender uno". Solamente la implacable desmitificación de los llamados "beneficios" y el mensaje recurrente de que una vez que te hayas dado cuenta de lo que haces, lo puedas dejar, es lo más fácil. No hay sacrificio alguno, no hay ninguna pelea heroica; es un placer, una gran liberación, un brinco alegre hacia las fragantes praderas de un futuro en donde nuestra nariz está más libre.

Es fácil dejar de fumar si sabes cómo puede haber sido lo que cerró el trato, pero en realidad ya había varios elementos para ello. Por más simple que suene, primero tienes que querer hacerlo y no sólo estar coqueteando con la idea. Yo estaba listo para dejarlo, pero no por ver las imágenes de enfisema en mis cajetillas. Tampoco por el alto costo de éstas. Tampoco por el estigma social de andarme escondiendo en las zonas de fumadores, pues aún existen algunos lugares en los que los fumadores son aceptados: algún lugar como Grecia en donde los no-fumadores, al ser minoría, son aislados y enviados al exterior.

Estuve cuatro años sin fumar un solo cigarro —cuatro años sin el deseo de fumar—, sólo que no maté por completo al Monstruo. Como en una película de terror con un asesino psicópata, él estaba esperando en el jardín a que yo dejara la puerta entreabierta. Te permites fumarte uno por aquí, otros por allá (seguidos por los mágicos cinco días que lo dejas para convencerte de que todo está bajo control), y eso es todo: su pie no sólo estaba en la puerta, sino que ya estaba durmiendo en el sillón. Indefinidamente. El humo llegó para quedarse.

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Probablemente pasaron unos seis meses antes de que me volviera a convertir en fumador (es como la paradoja sorites: si vas quitando granos de un montón de arena, ¿en qué momento deja de ser un montón de arena?).

Una vez que volví a fumar, la satisfacción de contestar "no" cuando me preguntaban si era fumador se terminó. Se fue en una bocanada de humo. Sin importar qué tan limpio sería mi siguiente break, nunca pensé que volvería ser un no-fumador. Así es: de vuelta a la rueda de hámster. Soy un fumador.

Otro recurso en el que no podía volver a incidir era la demonización de los fumadores, una táctica central de Carr que no sólo me había ayudado a desengancharme, sino que también me ayudó a evitar recaer. En momentos de debilidad contemplaba a los viejitos con caras arrugadas y dientes cafés masticando tabaco afuera de los bares; veía a los fumadores afuera de la sala de emergencias aguantando la lluvia, el frío y las exhalaciones de los autos durante su descanso. Fumando como si sus vidas dependieran de ello.

Claro que la pena hace que quieras dejarlo casi inmediatamente (en cuanto se terminen las cajas de cigarros que compraste en el duty free). Entonces vuelves a visitar a tu antiguo salvador, tu panacea: Es fácil dejar de fumar si sabes cómo. Sólo que esta vez no es tan fácil. De repente eres inmune a sus ataques retóricos. La segunda vez, "la regla de los cinco días", que anteriormente fue una señal de libertad en el horizonte, se convierte en el momento en el que el Monstruo de la Nicotina asoma la cabeza y te ofrece un premio por tu abstinencia: ¿qué tal un cigarrito?

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Trata de ver esto y no prender un cigarro.

El libro se convirtió en el equivalente de un condón, sólo que de auto-ayuda: sólo se puede usar una vez. Paradójicamente, Es fácil dejar de fumar si sabes cómo te hace darte cuenta de que dejar de fumar cada vez es más y más difícil. La primera vez te encuentras con la improbabilidad de un futuro libre de esas pesadas cadenas. La segunda vez sabes que ya lo has hecho —y crees haberlo vencido—, pero también tienes el conocimiento reciente de que no lo has vencido. Porque ahí estás, haciéndolo de nuevo. Aún así, no te preocupes. Ya que has podido dejarlo antes, seguramente podrás hacerlo de nuevo. Así que sigue fumando. Complácete a ti mismo. El sentimiento de riesgo está perdido. El diablo se vuelve a asomar. Y mientras más fumes, menos confiado te irás sintiendo de que puedes dejarlo, así que mientras más lo aplaces… mierda, mierda, mierda.

Un amigo en medio de una crisis provocada por sobredosis alguna vez me dijo un poco sorprendido: "Lo que me deprime más es el cigarro". Claro que éstos eran símbolo de sus tendencias auto-destructivas; no obstante, él no podía darse el lujo de tratar de dejarlo porque si lo hacía y fallaba sería psicológicamente más dañino que el contemplar la inhabilidad crónica de dejarlo. Al menos mientras fumas tienes la esperanza de que pronto podrás dejarlo. Cuando fallas espectacularmente, sólo existe una abyección. Como dice el viejo proverbio: mejor no haber intentado que haber intentado y fallado. El fumador adicto atormentado, pero también encantado, con la idea de dejarlo siempre estará tratando de fumarse el penúltimo cigarro, no el último (he fumado varios últimos, y mi último último no resultó ser mi último después de todo, así que tal vez el próximo sí lo sea).

Y aquí está la dificultad. Cada vez que sucumbes y vuelves a la tienda de la esquina por unos cigarros, la montaña se vuelve más alta y la pendiente más resbaladiza. Siempre te sentirás una mierda por haber caído, por haber comprado los cigarros del último suspiro. Sentirás que el Monstruo nunca te dejará en paz. Así que no te apures. Estate listo. Conoce a tu enemigo. Lee a Sun Tzu. Compréndelo. Este es un pinche adversario, y a menos que lo trates como tal, estás jodido. Recuerda: puedes dejarlo, respirar llegará a sentirse como un suspiro de aire fresco.

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